miércoles, 20 de julio de 2016
CAPITULO FINAL: (TERCERA PARTE)
Paula estaba radiante al ver a sus dos sobrinos tambaleándose por las escaleras mientras se dirigían a la sala de juegos que había preparado para todos los niños. Alma y Aldana ya estaban allí dando una fiesta con sus peluches.
—Más despacio, niños —dijo, pero claro, se limitaron a correr más. Intentó pillarlos, pero su vientre, muy abultado por el embarazo, obstaculizaba sus esfuerzos.
Pedro salió en ese momento y cogió a Javier antes de que se cayera de morros. Como Julian quería la misma atención, fingió que también se caía, haciendo que Pedro lo cogiera y se pusiera a un niño debajo de cada brazo y los llevara el resto del camino hasta la sala de juegos. Hizo el viaje por el pasillo con pasos exagerados para que se agitaran con el esfuerzo, lo que hizo que los niños rieran encantados.
Paula sonrió, con el corazón henchido de amor por aquel hombre, que soltó a los niños en un sitio cerca del árbol de Navidad y le dio la mano para ayudarla a sentarse.
—Vale, venga —dijo a Alma y Aldana, que habían decidido que ellas se encargarían de darles los regalos a todos.
Aquella vez, solo había un regalito para cada uno. La fiesta principal la habían celebrado cada uno en su casa, con sus respectivas familias. Ahora era la celebración de Navidad con la familia extendida. Las tres hermanas habían acordado alternar las casas durante las vacaciones. La casa de Paula sería la última porque con el embarazo tan avanzado tenía problemas para moverse.
—Estás preciosa —le susurró al oído. Ella le sonrió, acurrucándose contra él y cogiendo su mano para ponérsela sobre el vientre, donde los bebés se movían.
Patricia tenía a su hijo en brazos, mientras que Ivan estaba sentado en el suelo, ayudando a las niñas a intentar adivinar qué había en cada paquete antes de dárselo a su destinario.
—¡Esperad! —gritó el feliz abuelo, entrando en el salón con una bandeja llena de vasos—. No puede haber una celebración sin un cóctel —dijo.
Alma y Aldana se levantaron de un salto, contentas por la sorpresa. Sabían que su abuelo hacía los mejores batidos de calabaza que había. Lo que no sabían era que los batidos estaban hechos con calabaza de verdad, leche desnatada y cubitos con una pizca de vainilla en lugar de helado. No tenían ni idea de que era un dulce nutritivo. Lo único que les daban a las pequeñas era un vaso de leche con un poquito de calabaza para darle sabor. Los hombres recibieron sus bebidas. Todos cogieron sus copas con cautela.
Sabían que las bebidas de su suegro a veces eran estupendas y otras un desperdicio de un buen whiskey.
Las mujeres estaban dando la lactancia o embarazadas, así que recibieron una bebida especial hecha de varios mejunjes sin alcohol.
Cuando volvieron a sentarse otra vez, las niñas empezaron a entregar los regalos. Sin embargo, donde otras mujeres decían «¡oh!» y «¡ah!» con diamantes y bolsos caros, los tres hombres las conocían mejor que eso.
Paula se quedó entusiasmada al abrir una caja llena de puntas decorativas para sus mangas pasteleras y algunos moldes nuevos para galletas. Cuando vio las nuevas ideas, se volvió a Pedro con un suspiro de felicidad.
—Te quiero —susurró.
Paola abrió un cuaderno de cuero, perfecto para sus reuniones, y Patricia recibió un juego de cucharas de madera. Exactamente lo que todas querían.
Mientras las mujeres exclamaban con sus regalos perfectos, los hombres desenvolvían los suyos.
Ivan recibió una tanda de sus galletas favoritas, hechas por Paula a petición de Patricia. Manuel desenvolvió un bote llenó de las albóndigas por las que se conocía a Paola y por las que se peleaba en cada reunión. Pedro recibió una tarjeta con una dirección.
Alzó la vista y se cruzó con la mirada de su cuñada.
—¿Qué es esto? —preguntó.
Paula le besó la mejilla.
—Me acordé del profesor de matemáticas del que me hablaste cuando nos conocimos.
Pedro la miró, después a Paola.
—No es…
—Sí es —contestó Paula—. Las habilidades de investigación de Paola son insuperables —dijo —. Localizó al hombre y averiguó dónde da clase ahora. Esa es su dirección.
Pedro no tenía palabras. No podía creerse lo preciosa que era aquella mujer y lo increíble que era su familia. Hundió la cara en su pelo suave y fragante hasta que recobró el control. Levantó la cabeza y la miró, besándola suavemente.
—Gracias —le dijo. Mirando a Paola e incluyendo al resto de la familia, repitió—: Gracias —y apretó la mano de su dulce esposa.
CAPITULO 22: (TERCERA PARTE)
Paula se vistió con unos pantalones de yoga negros y una camisa de manga larga de algodón, casi avergonzada de ir abajo. ¿Cómo presentaba una a su amante a sus hermanas después de que lo hubieran pillado a penas cubierto por una sábana? Con eso casi bastaba para volver a hacerla reír.
¿De verdad había dicho que la quería? Una burbuja de excitación la atravesó ante esa posibilidad.
Hacía que toda su vergüenza por la interrupción de sus hermanas fuera más fácil de asimilar. «¡Madre mía, hace que todo sea más fácil de asimilar!».
—¿Estás lista? —preguntó cogiéndola de la mano y mirándola a los ojos para ver por sí mismo si estaba preparada mentalmente para la conversación que se avecinaba.
Ella asintió, mordiéndose el labio con nerviosismo.
Pedro la miró y después se sacó algo del bolsillo.
—Toma. Vas a necesitar esto —dijo poniéndole un anillo de diamantes impresionante en el dedo.
Paula se quedó sin respiración al mirar el anillo, tan conmocionada que se quedó sin habla. Cuando por fin alzó la vista hacia Pedro, no podía creerse lo que estaba viendo.
—¡Nos casamos! —le dijo. ¡Ahora podía decirlo! ¡La quería! ¡No podía creerse que la quisiera de verdad! Todas las razones que había tenido para no empezar una relación con él habían sido invalidadas porque la quería.
Pedro le dobló los dedos, negándose a dejar que se quitara el anillo.
—Lo haremos. Muy pronto.
Entonces se le ocurrió una cosa. Sacudió la cabeza cuando la vida real volvió corriendo hacia ella con venganza.
—¡No puedo! ¡Me dejaron plantada la semana pasada!
Pedro encogió un hombro enorme.
—No me importa. Vamos a casarnos, Paula. Sea lo que sea lo que tengas que hacer, vamos a hacerlo. Hablaré con tus padres y les explicaré toda la situación. Lo entenderán. Pero vamos a casarnos y no vamos a retrasarlo simplemente porque querías casarte con un idiota que no supo hacer otra cosa que dejarte marchar. Yo no soy tan estúpido.
—Pero…
Pedro negó con la cabeza.
—Me quieres. Yo te quiero. Eso es todo lo que importa.
Paula permaneció ahí de pie mirándolo fijamente mientras caía en la cuenta del significado de sus palabras.
—¿Me quieres? —susurró, con esa sonrisa maravillada brillando en sus ojos.
Le cogió las manos, apretando ligeramente para enfatizar sus palabras.
—Sí. Te quiero. Y no voy a dejarte marchar. No vuelvas a dejarme, ¿entiendes? —exigió, inclinándose hacia ella para cogerle los brazos con las manos—. Cuando me dejaste estaba furioso, pero no permitiré que te vayas.
Sus palabras hicieron que todo en el interior de Paula flaqueara y lo miró sonriente.
—Dilo otra vez —suplicó.
—Te quiero, moya krasavista —le dijo acercándosela más, abrazándola contra su cuerpo duro.
Paula apoyó la cabeza contra el pecho de Pedro y sintió sus latidos bajo la mejilla. ¡Aquel hombre alto, enorme y aparentemente indómito la quería! La idea era tan absurda que apenas podía creérsela.
—Ven —dijo dándole la mano—. Tenemos que hablar con tu familia. Seguro que están esperando.
Lo siguió hasta abajo, sintiéndose como si flotara en una nube. Agarrada a su mano, prácticamente bajó las escaleras bailando con él.
Cuando entraron en la zona de la cocina, desaparecieron el baile y la felicidad. Como esperaba, Patricia y Paola estaban ahí. Paola tenía una sonrisa enorme en la cara, pero Patricia parecía preocupada, con los brazos cruzados sobre su vientre de embarazada. Pero peor que eso, mucho peor, era Manuel, el guapo marido de Paola, así como Ivan, el marido de apariencia feroz de Patricia, de pie junto a sus esposas.
—Alfonso —prácticamente escupió Ivan. Paula se erizó ante el tono, pero Pedro se la acercó más, intentando calmarla. Y Paula se dio cuenta de que Patricia miró a su marido y le dio un puñetazo en el brazo cuando no dejó de fulminarlos.
—Maddalone —respondió Pedro, asintiendo a Ivan. También se volvió hacia Manuel saludando con una inclinación de cabeza y le extendió la mano—. Tú debes de ser Manuel Liakos —dijo estrechándole la mano.
—Ese soy yo. Y tú eres Pedro Alfonso —respondió Manuel—. Me gustó el trato que hiciste con los California Resorts. Salió bien.
Pedro asintió.
—Conseguí buenos beneficios con esa operación.
Manuel rio entre dientes. Obviamente había más historia de lo que contaban, y Paula tomó nota mentalmente para preguntarle a Pedro por ello cuando estuvieran solos otra vez. Pero ambos se volvieron hacia Ivan, que seguía fulminándolos.
Cuando miró a su mujer, que obviamente le mandaba mensajes silenciosos, puso los ojos en blanco.
—¡Vale! —espetó. Volviéndose para hacer frente al hombre como si fueran enemigos mortales, dijo —: ¡No le hagas daño! —y gruñó un poco cuando rodeó a su mujer con el brazo—. ¡O me aseguraré de que quedas arruinado! —Dicho esto, le extendió su mano libre, una especie de oferta de paz.
Paula miró a Pedro, preguntándose si cogería la mano que le ofrecía. Cuando lo hizo, casi sonrió radiante de entusiasmo y orgullo.
—¡Excelente! —exclamó dando palmaditas.
Pedro rodeó su cintura con el brazo, acercándosela más.
—Vamos a casarnos —anunció.
Los hombres asintieron, obviamente de acuerdo con la afirmación. Mientras tanto, Paola y Patricia miraron a Paula pidiendo que se lo confirmara.
—Un compromiso largo —les prometió—. Probablemente el año que viene.
Pedro gruñó.
—Mejor dicho el mes que viene. —Paula se dio la vuelta, boquiabierta y mirándolo horrorizada—. ¡Es imposible prepararlo todo en un mes!
—Vale, entonces la semana que viene. Haré que mis… —miró a las otras dos señoritas, dándose cuenta de que lo fulminaban con la mirada al prever lo que había estado a punto de decir. También captó las miradas de advertencia de Manuel e Ivan —. Hum… Bueno, vosotras podéis preparar una fiesta sencilla, ¿correcto?
Pedro podría haber jurado que oyó a Manuel y a Ivan suspirando aliviados en el preciso instante en que también sintió que Paula se relajaba contra él. Por el rabillo del ojo, se percató de que sus futuras cuñadas asintieron mutuamente como si acabara de aprobar una especie de examen.
CAPITULO 21: (TERCERA PARTE)
Paula se despertó al oír un ruido. Era demasiado pronto como para que el personal hubiera llegado, ¿no? Se dio la vuelta, acurrucándose contra la fuente de calor contra la que había dormido toda la noche. «Bueno, parte de la noche», pensó. De hecho, no había dormido mucho la noche anterior.
Sonrió ante el recuerdo de cómo le había hecho el amor Pedro una y otra vez. Cómo la había hecho suplicar.
La única manera en que conseguía que la aliviara era gritando cuánto lo quería. Con esas palabras, le daba lo que quería, lo que su cuerpo ansiaba. Una y otra vez la noche anterior, la había llevado a la cima del placer, donde la mantenía cautiva hasta que decía las palabras.
—¿Estás bien? —preguntó acariciándole la espalda.
Giró sobre su estómago y lo miró, viendo las líneas duras de su rostro y la preocupación en sus ojos.
—Te quiero —le dijo, pensando que necesitaba oírlo cuando no le estaba haciendo el amor.
De inmediato, la sujetó bajo su cuerpo duro.
—Entonces, ¿por qué me abandonaste? —inquirió.
Paula suspiró, levantando los brazos para poder acariciarle el pelo negro con los dedos. Le encantaba lo suave que era. Probablemente, su pelo era la única parte suave del cuerpo de ese hombre.
No estaba segura de cómo responderle. ¿Cómo podía decirle a aquel hombre maravilloso que había tenido miedo porque él no sentía lo mismo por ella que ella por él?
—¡Maddalone! —gruñó Pedro, aferrándose a su cintura—. Voy a… —Se reclinó sobre las almohadas y miró el techo, empezando a mostrar su frustración—. No le he hecho nada a ese hombre, Paula —dijo con acento más marcado mientras intentaba controlar su enfado—. Le gané en una negociación la semana pasada. Fue un momento tenso, pero gané sin hacer nada ilegal. —Levantó lacabeza para mirarla—. Me crees, ¿verdad?
Ella sonrió, entendiéndolo por fin. No era por eso por lo que se había marchado, pero era agradable comprender la advertencia de su cuñado.
—¿Me estás diciendo que la única razón por la que no le gustas a Ivan es porque sois competidores?
Pedro asintió, tensando los músculos del cuello para mirarla.
—Eso es todo. Y no siempre gano. Hace dos años, compró una parcela de tierra que yo llevaba dos años intentando comprar. Se metió e hizo una oferta mejor después de haber estado yo trabajándome al hombre, que había sido muy reticente a vender. Me llevó meses de discusiones, horas de negociaciones y, al final, perdí yo. Así funcionan los negocios.
—Entonces, ¿por qué estaba Ivan tan enfadado por este último negocio?
Pedro sonrió, pero su sonrisa no tenía un ápice de humor.
—Porque quería la propiedad para agrandar sus oficinas centrales aquí, en Virginia. Creo que está intentando traerse toda la empresa a esta zona para estar más cerca de su mujer y de sus hijos. —Se rio —. Entiendo que tiene un hijo en camino, ¿tengo razón?
Paula asintió.
—Sí. Así que vas a dejar que se quede con esas tierras, ¿verdad? ¿Vas a vendérselas y a dejarle que traslade aquí sus oficinas?
—En absoluto —gruñó, dándose la vuelta para volver a quedar encima—. Pero no intervendré intentando comprar el otro terreno que quiere. —Le mordisqueó el cuello antes de seguir bajando—. ¿Bastará con eso?
Paula jadeó, sin estar segura de si eso calmaría el enfado de Pedro o no.
—No lo sé.
—Dímelo otra vez —ordenó. Su boca se cernía sobre el pezón de Paula, esperando, soplando para excitarla.
—Te quiero —suspiró, cogiéndole la cabeza y empujándolo hacia abajo.
Como recompensa, cubrió su pezón con la boca, excitándola hasta que se movía inquieta debajo de él.
—¡Paula! —llamó una voz femenina desde la entrada—. ¡Paula! ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Paula se quedó inmóvil y levantó la cabeza de Pedro de su pecho con las manos.
—¡Esa es Patricia! —susurró, actuando como si la acabaran de pillar haciendo una travesura—. ¡Tienes que irte de aquí! —jadeó mientras intentaba escabullirse de debajo de Pedro mientras seguían tapados bajo las sábanas y mantas. Pero fue inútil. Era demasiado grande y no quería que Paula se moviera.
—¡Paula! ¿Qué pasa? —ahora Patricia estaba justo fuera de la puerta de su apartamento.
—¿Cerraste la puerta con llave? —siseó Paula, pasando los ojos rápidamente desde la mirada divertida de Pedro a la puerta abierta. Tenía todo el cuerpo tenso mientras esperaba que se le cayera el mundo encima.
Pedro estaba a punto de responder, pero no tuvo oportunidad. Antes de poder hacer nada más que abrir la boca, Patricia había irrumpido por la puerta de su apartamento y entró en la habitación con Paola justo detrás de ella.
—¡Pau! —jadeó al verla asomarse desde detrás del hombro desnudo de Pedro.
Paola también tenía los ojos como platos cuando las dos vieron la escena de su hermana en la cama con otro hombre. Un hombre enorme. Un hombre que no se movía ni la dejaba salir de debajo de él.
—Hum —Paula levantó la cabeza un poco más para que sus hermanas vieran que estaba bien—. Chicas, ¿me esperáis abajo? Puedo explicarlo.
Patricia y Paola siguieron sin moverse. Patricia tenía el enorme abrigo de Pedro cubriéndole el hombro como si fuera una especie de prueba de un asesinato.
Patricia sacudió la cabeza, aún boquiabierta por la conmoción.
—¡Las galletas! Las galletas están abajo. ¡No terminaste de hacer las galletas! —dijo.
De repente, Paola volvió a la vida. Le estaba entrando la risa ante la sorprendente escena.
—Creo que ahora entiendo por qué —dijo empezando a tirar del brazo de Patricia para llevársela de la habitación de su hermana—. Sí, te veremos abajo. —Cerró la puerta con un golpe. Un instante después, Paula oyó a Paola, que gritaba—: ¡Tómate tu tiempo! —antes de cerrar también la puerta del apartamento.
Paula miró a Pedro. Ambos se observaban fijamente; no estaban seguros de qué decir.
—¿Así que esas van a ser mis cuñadas? —preguntó con cara socarrona.
Paula no pudo evitarlo. Empezó a reírse y no podía parar. Se encogió mientras la risa tonta la abrumaba. Pedro no pensaba que fuera tan gracioso, pero Paula vislumbró esa mueca en sus labios mientras se sentaba sobre la cama.
—¿Dónde está la ducha? —preguntó poniéndose de pie y dándole las manos para sacarla de la cama.
Paula no podía responder, seguía doblada de la risa. Así que Pedro se limitó a levantarla y a llevarla como un bombero por la única puerta que había en su habitación y resultó dar al baño.
Cuando el agua estaba caliente, Pedro la volvió a dejar de pie y se metió en la ducha. Enseguida se le pasó la risa a Paula cuando Pedro cogió el jabón y empezó a enjabonarla por todas partes. Muy pronto, sus jadeos se tornaron en placer mientras las manos de Pedro volvían a llevarla a la cima del éxtasis una vez más. Para cuando la penetró, estaba suplicando, pidiendo que la aliviara como sólo él sabía. Así que la levantó y la clavó contra la pared de azulejos.
—Dímelo otra vez —dijo mordiéndole el cuello mientras la llenaba lentamente.
Paula envolvió su cintura con las piernas, cerrando los ojos mientras la erección de Pedro le cortaba la respiración.
—Te quiero —dijo por fin.
—Yo también te quiero, loca —dijo Pedro—. No vuelvas a dejarme nunca.
Cuando empezó a moverse, Paula dijo aquellas palabras una y otra vez, susurrándoselas al oído antes de gritarlas en alto cuando las olas del clímax los consumieron.
CAPITULO 20: (TERCERA PARTE)
No era la respuesta que necesitaba oír, pero en ese momento, se quedó atrapado en su propia trampa.
No podía detenerse para hacer que aclarara su respuesta.
Todo lo que podía hacer era degustar su cuerpo femenino, excitarse ante la manera en que se movía debajo de él. Y cuando cerró la boca alrededor de ella, Paula gritó de placer.
En ese momento, aquello era bastante para él.
Sin embargo, no iba a ablandarse. Siguió con sus movimientos, sumergiendo la lengua en su sexo mientras trabajaba en su cuerpo excitado con la manera en que respondía ante él. Pero cuando explotó en su boca, no pudo contenerse. Paula siempre lo llevaba al borde de su autocontrol y aquella noche no fue una excepción. Se levantó sobre ella, sin darle tregua mientras hundía su cuerpo en su vaina apretada.
Observándola atentamente, se movió contra su carne tierna, asegurándose de que ella estuviera completamente al tanto de todo.
—Dímelo —exigió, sabiendo que estaba a punto, pero no pensaba dejarla venirse. La cabeza de Paulase movía hacia atrás y hacia delante sobre el colchón; le cogía las caderas con las manos, pero Pedro no se movía, no iba a ayudarla a saltar aquel precipicio—. Dímelo, Paula, y te haré volar.
Ella jadeó. Todo su cuerpo temblaba de necesidad. Se sentía loca, necesitaba que se moviera solo un poquito, pero no podía hacerlo moverse. Era demasiado fuerte, demasiado grande, y tenía control total.
—¡Te quiero! —gritó, intentando pensar en cualquier cosa que le hiciera moverse.
Pedro oyó sus palabras y casi llegó al clímax en ese momento. No podía creerse lo que le estaba diciendo. ¿Era verdad? Su corazón latía ahora con más fuerza, todo su cuerpo se estremecía mientras luchaba por mantenerse firme.
—¿Lo dices de verdad? —exigió con una voz dura, incrédula.
—Sí. ¡Por favor! ¡Te quiero mucho!
Con esas palabras, Pedro perdió el control y dejó que Paula obtuviera lo que deseaba tan obviamente. Movió su cuerpo exactamente como sabía que le gustaba a ella, cambiando de postura, entrando y saliendo de ella, subiéndole las caderas para estar en el ángulo exacto que le proporcionara el máximo de placer. Y solo cuando la cabeza le daba vueltas en un clímax que hizo que gritara su nombre y se colgara de él, se permitió alcanzar su propio placer.
Cuando sus cuerpos se hubieron calmado ligeramente, la estrechó entre sus brazos y la sostuvo muy cerca mientras se quedaba dormida.
Pedro observó el techo, contemplando las últimas dieciocho horas. Nadie, ninguna otra mujer, lo había controlado nunca de la misma manera en que lo hacía aquella mujer. No le gustaba y no sabía cómo lidiar con ello. Pero no podía dejarla. Lo había intentado. Se había despertado solo en la cama y se había puesto tan furioso con ella que había roto la nota donde le daba las gracias por unas vacaciones estupendas. Había llamado a su piloto y le había ordenado que se prepara para despegar para su próxima
inspección, pero tan pronto como embarcó en el avión, le dijo que se dirigiera a Washington D. C.
Durante el vuelo, había llamado a su empresa de seguridad para conseguir la dirección y la verificación de antecedentes de Paula. Debería haberlo hecho antes, pero no había sorpresas en su historia. Aparte del hecho de que su cuñado no era nada menos que Ivan Maddalone. Pedro le había vencido recientemente en una guerra de licitaciones de alto nivel por una cadena hotelera que, aunque se estaba hundiendo, aún tenía unas propiedades excelentes que podrían desarrollarse y ser utilizadas de manera más efectiva.
Con aquel descubrimiento, algunos de los comentarios que había hecho en el pasado por fin tenían sentido. Había dicho que alguien la había prevenido sobre él, que era un cabrón.
Sonrió cuando Paula se acurrucó en sus brazos en la oscuridad. Miró al techo, pensando en cómo iba a vengarse de Ivan.
Pero entonces su brazo rodeó las suaves curvas de la mujer que tenía a su lado y sacudió la cabeza.
No podía vengarse de Ivan sin hacer daño a su esposa.
Herir a su esposa significaba herir a Paula. Y eso estaba fuera de toda cuestión.
De modo que la única solución era… «Mierda, no tengo solución». Lo único que sabía era que iba a casarse con aquella mujer. Iba a tener sus hijos y serían jodidamente felices durante el resto de sus vidas.
Con aquel pensamiento, se quedó dormido, decidido a hacer que ocurriera de una u otra manera.
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