miércoles, 20 de julio de 2016

CAPITULO 22: (TERCERA PARTE)







Paula se vistió con unos pantalones de yoga negros y una camisa de manga larga de algodón, casi avergonzada de ir abajo. ¿Cómo presentaba una a su amante a sus hermanas después de que lo hubieran pillado a penas cubierto por una sábana? Con eso casi bastaba para volver a hacerla reír.


¿De verdad había dicho que la quería? Una burbuja de excitación la atravesó ante esa posibilidad.


Hacía que toda su vergüenza por la interrupción de sus hermanas fuera más fácil de asimilar. «¡Madre mía, hace que todo sea más fácil de asimilar!».


—¿Estás lista? —preguntó cogiéndola de la mano y mirándola a los ojos para ver por sí mismo si estaba preparada mentalmente para la conversación que se avecinaba.


Ella asintió, mordiéndose el labio con nerviosismo.


Pedro la miró y después se sacó algo del bolsillo.


—Toma. Vas a necesitar esto —dijo poniéndole un anillo de diamantes impresionante en el dedo.


Paula se quedó sin respiración al mirar el anillo, tan conmocionada que se quedó sin habla. Cuando por fin alzó la vista hacia Pedro, no podía creerse lo que estaba viendo.


—¡Nos casamos! —le dijo. ¡Ahora podía decirlo! ¡La quería! ¡No podía creerse que la quisiera de verdad! Todas las razones que había tenido para no empezar una relación con él habían sido invalidadas porque la quería.


Pedro le dobló los dedos, negándose a dejar que se quitara el anillo.


—Lo haremos. Muy pronto.


Entonces se le ocurrió una cosa. Sacudió la cabeza cuando la vida real volvió corriendo hacia ella con venganza.


—¡No puedo! ¡Me dejaron plantada la semana pasada!


Pedro encogió un hombro enorme.


—No me importa. Vamos a casarnos, Paula. Sea lo que sea lo que tengas que hacer, vamos a hacerlo. Hablaré con tus padres y les explicaré toda la situación. Lo entenderán. Pero vamos a casarnos y no vamos a retrasarlo simplemente porque querías casarte con un idiota que no supo hacer otra cosa que dejarte marchar. Yo no soy tan estúpido.


—Pero…


Pedro negó con la cabeza.


—Me quieres. Yo te quiero. Eso es todo lo que importa.


Paula permaneció ahí de pie mirándolo fijamente mientras caía en la cuenta del significado de sus palabras.


—¿Me quieres? —susurró, con esa sonrisa maravillada brillando en sus ojos.


Le cogió las manos, apretando ligeramente para enfatizar sus palabras.


—Sí. Te quiero. Y no voy a dejarte marchar. No vuelvas a dejarme, ¿entiendes? —exigió, inclinándose hacia ella para cogerle los brazos con las manos—. Cuando me dejaste estaba furioso, pero no permitiré que te vayas.


Sus palabras hicieron que todo en el interior de Paula flaqueara y lo miró sonriente.


—Dilo otra vez —suplicó.


—Te quiero, moya krasavista —le dijo acercándosela más, abrazándola contra su cuerpo duro.


Paula apoyó la cabeza contra el pecho de Pedro y sintió sus latidos bajo la mejilla. ¡Aquel hombre alto, enorme y aparentemente indómito la quería! La idea era tan absurda que apenas podía creérsela.


—Ven —dijo dándole la mano—. Tenemos que hablar con tu familia. Seguro que están esperando.


Lo siguió hasta abajo, sintiéndose como si flotara en una nube. Agarrada a su mano, prácticamente bajó las escaleras bailando con él.


Cuando entraron en la zona de la cocina, desaparecieron el baile y la felicidad. Como esperaba, Patricia y Paola estaban ahí. Paola tenía una sonrisa enorme en la cara, pero Patricia parecía preocupada, con los brazos cruzados sobre su vientre de embarazada. Pero peor que eso, mucho peor, era Manuel, el guapo marido de Paola, así como Ivan, el marido de apariencia feroz de Patricia, de pie junto a sus esposas.


—Alfonso —prácticamente escupió Ivan. Paula se erizó ante el tono, pero Pedro se la acercó más, intentando calmarla. Y Paula se dio cuenta de que Patricia miró a su marido y le dio un puñetazo en el brazo cuando no dejó de fulminarlos.


—Maddalone —respondió Pedro, asintiendo a Ivan. También se volvió hacia Manuel saludando con una inclinación de cabeza y le extendió la mano—. Tú debes de ser Manuel Liakos —dijo estrechándole la mano.


—Ese soy yo. Y tú eres Pedro Alfonso —respondió Manuel—. Me gustó el trato que hiciste con los California Resorts. Salió bien.


Pedro asintió.


—Conseguí buenos beneficios con esa operación.


Manuel rio entre dientes. Obviamente había más historia de lo que contaban, y Paula tomó nota mentalmente para preguntarle a Pedro por ello cuando estuvieran solos otra vez. Pero ambos se volvieron hacia Ivan, que seguía fulminándolos.


Cuando miró a su mujer, que obviamente le mandaba mensajes silenciosos, puso los ojos en blanco.


—¡Vale! —espetó. Volviéndose para hacer frente al hombre como si fueran enemigos mortales, dijo —: ¡No le hagas daño! —y gruñó un poco cuando rodeó a su mujer con el brazo—. ¡O me aseguraré de que quedas arruinado! —Dicho esto, le extendió su mano libre, una especie de oferta de paz.


Paula miró a Pedro, preguntándose si cogería la mano que le ofrecía. Cuando lo hizo, casi sonrió radiante de entusiasmo y orgullo.


—¡Excelente! —exclamó dando palmaditas.


Pedro rodeó su cintura con el brazo, acercándosela más.


—Vamos a casarnos —anunció.


Los hombres asintieron, obviamente de acuerdo con la afirmación. Mientras tanto, Paola y Patricia miraron a Paula pidiendo que se lo confirmara.


—Un compromiso largo —les prometió—. Probablemente el año que viene.


Pedro gruñó.


—Mejor dicho el mes que viene. —Paula se dio la vuelta, boquiabierta y mirándolo horrorizada—. ¡Es imposible prepararlo todo en un mes!


—Vale, entonces la semana que viene. Haré que mis… —miró a las otras dos señoritas, dándose cuenta de que lo fulminaban con la mirada al prever lo que había estado a punto de decir. También captó las miradas de advertencia de Manuel e Ivan —. Hum… Bueno, vosotras podéis preparar una fiesta sencilla, ¿correcto?


Pedro podría haber jurado que oyó a Manuel y a Ivan suspirando aliviados en el preciso instante en que también sintió que Paula se relajaba contra él. Por el rabillo del ojo, se percató de que sus futuras cuñadas asintieron mutuamente como si acabara de aprobar una especie de examen.









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