miércoles, 20 de julio de 2016

CAPITULO 21: (TERCERA PARTE)






Paula se despertó al oír un ruido. Era demasiado pronto como para que el personal hubiera llegado, ¿no? Se dio la vuelta, acurrucándose contra la fuente de calor contra la que había dormido toda la noche. «Bueno, parte de la noche», pensó. De hecho, no había dormido mucho la noche anterior. 


Sonrió ante el recuerdo de cómo le había hecho el amor Pedro una y otra vez. Cómo la había hecho suplicar.


La única manera en que conseguía que la aliviara era gritando cuánto lo quería. Con esas palabras, le daba lo que quería, lo que su cuerpo ansiaba. Una y otra vez la noche anterior, la había llevado a la cima del placer, donde la mantenía cautiva hasta que decía las palabras.


—¿Estás bien? —preguntó acariciándole la espalda.


Giró sobre su estómago y lo miró, viendo las líneas duras de su rostro y la preocupación en sus ojos.


—Te quiero —le dijo, pensando que necesitaba oírlo cuando no le estaba haciendo el amor.


De inmediato, la sujetó bajo su cuerpo duro.


—Entonces, ¿por qué me abandonaste? —inquirió.


Paula suspiró, levantando los brazos para poder acariciarle el pelo negro con los dedos. Le encantaba lo suave que era. Probablemente, su pelo era la única parte suave del cuerpo de ese hombre.


No estaba segura de cómo responderle. ¿Cómo podía decirle a aquel hombre maravilloso que había tenido miedo porque él no sentía lo mismo por ella que ella por él?


—¡Maddalone! —gruñó Pedro, aferrándose a su cintura—. Voy a… —Se reclinó sobre las almohadas y miró el techo, empezando a mostrar su frustración—. No le he hecho nada a ese hombre, Paula —dijo con acento más marcado mientras intentaba controlar su enfado—. Le gané en una negociación la semana pasada. Fue un momento tenso, pero gané sin hacer nada ilegal. —Levantó lacabeza para mirarla—. Me crees, ¿verdad?


Ella sonrió, entendiéndolo por fin. No era por eso por lo que se había marchado, pero era agradable comprender la advertencia de su cuñado.


—¿Me estás diciendo que la única razón por la que no le gustas a Ivan es porque sois competidores?


Pedro asintió, tensando los músculos del cuello para mirarla.


—Eso es todo. Y no siempre gano. Hace dos años, compró una parcela de tierra que yo llevaba dos años intentando comprar. Se metió e hizo una oferta mejor después de haber estado yo trabajándome al hombre, que había sido muy reticente a vender. Me llevó meses de discusiones, horas de negociaciones y, al final, perdí yo. Así funcionan los negocios.


—Entonces, ¿por qué estaba Ivan tan enfadado por este último negocio?


Pedro sonrió, pero su sonrisa no tenía un ápice de humor.


—Porque quería la propiedad para agrandar sus oficinas centrales aquí, en Virginia. Creo que está intentando traerse toda la empresa a esta zona para estar más cerca de su mujer y de sus hijos. —Se rio —. Entiendo que tiene un hijo en camino, ¿tengo razón?


Paula asintió.


—Sí. Así que vas a dejar que se quede con esas tierras, ¿verdad? ¿Vas a vendérselas y a dejarle que traslade aquí sus oficinas?


—En absoluto —gruñó, dándose la vuelta para volver a quedar encima—. Pero no intervendré intentando comprar el otro terreno que quiere. —Le mordisqueó el cuello antes de seguir bajando—. ¿Bastará con eso?


Paula jadeó, sin estar segura de si eso calmaría el enfado de Pedro o no.


—No lo sé.


—Dímelo otra vez —ordenó. Su boca se cernía sobre el pezón de Paula, esperando, soplando para excitarla.


—Te quiero —suspiró, cogiéndole la cabeza y empujándolo hacia abajo.


Como recompensa, cubrió su pezón con la boca, excitándola hasta que se movía inquieta debajo de él.


—¡Paula! —llamó una voz femenina desde la entrada—. ¡Paula! ¿Qué pasa? ¿Estás bien?


Paula se quedó inmóvil y levantó la cabeza de Pedro de su pecho con las manos.


—¡Esa es Patricia! —susurró, actuando como si la acabaran de pillar haciendo una travesura—. ¡Tienes que irte de aquí! —jadeó mientras intentaba escabullirse de debajo de Pedro mientras seguían tapados bajo las sábanas y mantas. Pero fue inútil. Era demasiado grande y no quería que Paula se moviera.


—¡Paula! ¿Qué pasa? —ahora Patricia estaba justo fuera de la puerta de su apartamento.


—¿Cerraste la puerta con llave? —siseó Paula, pasando los ojos rápidamente desde la mirada divertida de Pedro a la puerta abierta. Tenía todo el cuerpo tenso mientras esperaba que se le cayera el mundo encima.


Pedro estaba a punto de responder, pero no tuvo oportunidad. Antes de poder hacer nada más que abrir la boca, Patricia había irrumpido por la puerta de su apartamento y entró en la habitación con Paola justo detrás de ella.


—¡Pau! —jadeó al verla asomarse desde detrás del hombro desnudo de Pedro.


Paola también tenía los ojos como platos cuando las dos vieron la escena de su hermana en la cama con otro hombre. Un hombre enorme. Un hombre que no se movía ni la dejaba salir de debajo de él.


—Hum —Paula levantó la cabeza un poco más para que sus hermanas vieran que estaba bien—. Chicas, ¿me esperáis abajo? Puedo explicarlo.


Patricia y Paola siguieron sin moverse. Patricia tenía el enorme abrigo de Pedro cubriéndole el hombro como si fuera una especie de prueba de un asesinato.


Patricia sacudió la cabeza, aún boquiabierta por la conmoción.


—¡Las galletas! Las galletas están abajo. ¡No terminaste de hacer las galletas! —dijo.


De repente, Paola volvió a la vida. Le estaba entrando la risa ante la sorprendente escena.


—Creo que ahora entiendo por qué —dijo empezando a tirar del brazo de Patricia para llevársela de la habitación de su hermana—. Sí, te veremos abajo. —Cerró la puerta con un golpe. Un instante después, Paula oyó a Paola, que gritaba—: ¡Tómate tu tiempo! —antes de cerrar también la puerta del apartamento.


Paula miró a Pedro. Ambos se observaban fijamente; no estaban seguros de qué decir.


—¿Así que esas van a ser mis cuñadas? —preguntó con cara socarrona.


Paula no pudo evitarlo. Empezó a reírse y no podía parar. Se encogió mientras la risa tonta la abrumaba. Pedro no pensaba que fuera tan gracioso, pero Paula vislumbró esa mueca en sus labios mientras se sentaba sobre la cama.


—¿Dónde está la ducha? —preguntó poniéndose de pie y dándole las manos para sacarla de la cama.


Paula no podía responder, seguía doblada de la risa. Así que Pedro se limitó a levantarla y a llevarla como un bombero por la única puerta que había en su habitación y resultó dar al baño.


Cuando el agua estaba caliente, Pedro la volvió a dejar de pie y se metió en la ducha. Enseguida se le pasó la risa a Paula cuando Pedro cogió el jabón y empezó a enjabonarla por todas partes. Muy pronto, sus jadeos se tornaron en placer mientras las manos de Pedro volvían a llevarla a la cima del éxtasis una vez más. Para cuando la penetró, estaba suplicando, pidiendo que la aliviara como sólo él sabía. Así que la levantó y la clavó contra la pared de azulejos.


—Dímelo otra vez —dijo mordiéndole el cuello mientras la llenaba lentamente.


Paula envolvió su cintura con las piernas, cerrando los ojos mientras la erección de Pedro le cortaba la respiración.


—Te quiero —dijo por fin.


—Yo también te quiero, loca —dijo Pedro—. No vuelvas a dejarme nunca.


Cuando empezó a moverse, Paula dijo aquellas palabras una y otra vez, susurrándoselas al oído antes de gritarlas en alto cuando las olas del clímax los consumieron.



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