martes, 5 de julio de 2016
CAPITULO 23 (PRIMERA PARTE)
Paula posó el plato sobre la mesa, con cuidado de llenar la bandeja equilibradamente.
—¿Estamos todos listos? —clamó. Había estado andando como en una nube de felicidad durante las últimas veinticuatro horas. Había ido al médico con Pedro y todo parecía marchar bien. ¡Incluso había oído el latido del bebé!
El doctor había dicho que harían un ultrasonido dentro de una o dos semanas, para asegurarse de que era un solo niño. La historia de partos múltiples de su familia era una causa de preocupación. Hicieron falta varios minutos para calmar la ansiedad de Pedro sobre ese comentario, diciéndole que su madre y su hermana habían tenido partos múltiples y todo había salido a la perfección.
Había ruido en la parte delantera de la tienda y Paula intentó mirar desde detrás de la pared que separaba la parte delantera de la tienda de las cocinas.
—¿¡Dónde está!? —exclamó una voz aguda de mujer.
Paula, Paola y Patricia se miraron unas a otras, preguntándose si las otras reconocían aquella voz. Cuando las tres se encogieron de hombros, Paula se acercó más a la puerta, pero sus hermanas, conocedoras de su embarazo, también dieron un paso adelante. Ninguna de las dos estaba dispuesta a dejar que Paula se enfrentara sola a lo que sonaba como una clienta enfadada.
—¿Puedo ayudarla? —preguntó Paula, acercándose más para alejar a la iracunda mujer de Laura, que trabajaba en la tienda aquella tarde.
La mujer rubia, que parecía tener cincuenta y tantos, rodeó los mostradores de sándwiches, atravesando a Paula con la mirada. Pero cuando vio tres mujeres prácticamente idénticas, se detuvo sobre sus pasos.
—¿Qué diablos? —espetó—. ¿Cuál de vosotras es Paula Chaves? —exigió, frunciendo el ceño porque su ira se había postergado un momento.
Paula dio un paso al frente, furiosa con la mujer a la que no reconocía. Si la extraña hubiera sido una de sus clientas, Paula se habría preocupado de que la mujer no se sintiera satisfecha con su negocio. Sin embargo, al ser una extraña, no tenía ni idea de por qué aquella mujer se comportaba de manera tan poco apropiada.
—Yo soy Paula —empezó a decir «Chaves», pero ella y Pedro habían hablado de que utilizara su apellido ahora que había un bebé en camino. Aun así, sonaba raro decir «Alfonso», sobre todo porque no había tenido oportunidad de explicárselo todo a sus hermanas. Era una cuestión complicada contarles a sus hermanas que ya estaba casada. Había que medir con cuidado cuándo revelar una noticia de ese tipo.
Los ojos de la mujer se volvieron más malvados. Paula no había creído que fuera posible, pero parecía que aquella mujer era capaz de pegarla.
—¡Así que tú eres la zorra que está robando mi dinero!
Paula no tenía ni idea de qué hablaba. Con certeza, era demasiado mayor como para ser una de las amantes de Pedro. Le sacaba por lo menos veinte años.
—Disculpe, ¿podría ser más concreta? —Paula volvía a pensar que aquella mujer era una clienta—. ¿Nos hemos encargado del catering en alguna función suya recientemente?
Las manos de la mujer se agitaban salvajemente, haciendo que todas sus pulseras de oro, por no hablar de una docena o más de collares, tintinearan con fuerza.
—¡No seas estúpida! —dijo con desprecio, aguantando a duras penas una gran rabieta—. ¡Sabes perfectamente quién soy! ¡Y esa historia ridícula de que estás embarazada no va a funcionar! ¡Esas acciones son mías! ¡Yo me las gané! ¡Y ningún hijo bastardo de Pedro va a arrebatármelas! —Se acercó aún más. Paola y Patricia se acercaron igualmente, bloqueando el paso entre la mujer y su hermana. Parecía que iba a decir algo más, pero de repente fulminó con la mirada a las otras dos, que eran prácticamente idénticas a su enemiga, y cerró la boca de golpe.
—Creo que es mejor que se vaya —dijo Patricia con tono frío. Obviamente no iba a aceptar ninguna discusión con una loca que decía cosas sin sentido. Patricia siempre había sido la más valiente, pero Paula nunca se había sentido tan orgullosa de la energía y el coraje de su hermana. ¡Estaba gloriosa cuando se enfrentó a aquella extraña loca!
Desafortunadamente, la muy tarada la ignoró, manteniendo la vista fija únicamente en Paula.
—Sólo te ha dejado preñada para vengarse de mí. ¡Quería mis acciones y este niño es su forma de conseguirlas! ¡Pero no va a funcionar! El tiempo está de mi parte. Una de dos: o se demuestra que el embarazo es una farsa y conseguiré quedarme con mis valiosas acciones —dijo la mujer mirando la figura esbelta de Paula de arriba abajo porque, a todas luces, no creía que el embarazo fuera real—, o simplemente tendré que encargarme de manera más personal de este asunto. — Asintió con la cabeza para reforzar su afirmación—. Y, bueno, si algo llegara a ocurrir por accidente —dijo riendo—, y realmente estuvieras embarazada — continuó haciendo un aspaviento con la mano mientras sus pulseras tintineaban odiosamente reforzando sus aires de locura—, ¡ya no habría bebé! Y me quedaré con todas mis acciones. —Miró fijamente a las hermanas de Paula mientras su cara se volvía una horrible máscara de furia.
Patricia negó con la cabeza.
—El bebé es real —afirmó con énfasis—. Ninguna sabemos de qué habla sobre acciones, pero tengo bastante claro que acaba de amenazar el bienestar de mi hermana—. Se acercó más, girando los hombros hacia delante y hacia atrás como si estuviera preparada para enzarzarse en una pelea con aquella mujer—. Eso no es algo que nos tomemos a la ligera, señora.
Fuera quien fuera aquella mujer, la actitud de Patricia no sirvió para que bajaran los humos.
—Yo me casé con el padre de ese bastardo. Tuve que aguantar sus manos asquerosas por todo mi cuerpo. —Respiró hondo mientras cerraba los ojos tratando de calmarse—. Ahora veo que debería haberle dado un hijo—. Sorbió por la nariz y sacudió la cabeza como si la mera idea le repugnara—. Pero da igual. Aquello podría haberme salvado durante un tiempo, pero sigo teniendo el control. Hasta que ese bebé sea una realidad, no pienso permitir que tú o ese mocoso que está por nacer vayáis a ver ni un céntimo de las acciones. ¿Te enteras? —dijo inclinándose hacia delante y clavando su garra roja sobre Paula.
—Márchese —dijo Paola con más furia en su voz de la que Paula había oído en toda su vida—. Vamos a asegurarnos de conseguir una orden de alejamiento, así que salga de nuestra tienda.
La mujer se alisó el pelo rubio y volvió a inspirar profundamente.
—Encantada —dijo y se dio media vuelta. Sus pulseras de oro volvían a tintinear ruidosamente—. ¡Pero queda advertida, señorita!
El portazo hizo que las tres dieran un respingo. Paula era la que peor estaba. Se quedó mirando fijamente la puerta por la que se había marchado aquella vil mujer. No sabía qué pensar.
Patricia y Paola la miraron preocupadas.
—Tienes que llamar a Pedro —dijo Paola—. Tiene que saber con qué te ha amenazado esa mujer.
Paula asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo, al menos en teoría, pero las otras cosas que había dicho… no tenían sentido.
—¿De qué acciones hablaba? —preguntó dejándose caer sobre una de las banquetas junto al mostrador.
Patricia y Paola se sentaron a su lado, rodeando sus hombros en un gesto de protección.
—Ni idea.
Paola miró a través de la sala por donde se había ido la rubia.
—Ni siquiera estoy segura de que esa mujer estuviera muy cuerda, Paula.
No gastaría mucha energía en intentar averiguar de qué iba.
Paula se mordió el labio inferior, deseosa de que las palabras de Paola fueran ciertas.
—Supongo que tienes razón. —Pero había algo en las palabras de aquella mujer, algo que le daba mala espina.
—No hagas una montaña de esto hasta que hables con Pedro —dijo Patricia apretando los hombros de Paula—. De hecho, ¿por qué no le llamas y le dices que venga a recogerte? No quiero que te quedes sola esta noche y no quiero que vengas al evento. No estoy segura de qué es capaz esa mujer, pero no puedes quedarte aquí sola y Pedro tiene que enterarse de lo que acaba de pasar.
Paola estaba de acuerdo.
—Yo estoy con Pato—dijo—. Llámale y deja que lo solucione. Si tiene algo que ver con acciones, él será capaz de averiguar la verdad. Es muy listo para esas cosas —dijo.
Ni Patricia ni Paula vieron la mirada triste en sus ojos mientras pensaba en otro hombre que también era muy bueno para los negocios y las acciones. Sacudiendo la cabeza, Paola se levantó—. Pase lo que pase, vas a tomarte
la noche libre. Así que llama a Pedro y dile que venga a buscarte. Ya llegamos bastante tarde.
Paula levantó el teléfono y llamó a Pedro mientras caminaba hacia su despacho para tener un poco de intimidad.
—Hola guapa —respondió Pedro con su voz grave.
Paula sonrió, pensando que sonaba como si estuviera sonriendo. De hecho, últimamente se le oía muy feliz cuando llamaba; no había sido siempre el caso con ese hombre.
Casi era cruel cuando se conocieron.
—Pedro —masculló, sintiéndose mejor con solo oír su voz—. Suenas bien —soltó abruptamente.
—¿Qué ocurre Paula? —preguntó con urgencia, oyendo al instante el temblor en su voz—. ¿Qué ha pasado?
Paula se rio, preguntándose cómo era posible que oyeran el estado de ánimo del otro sólo por el tono de voz—. Estoy bien, Pedro. Sólo que…
—No estás bien. Oigo que algo anda mal en tu voz. ¿Está bien el bebé?
—Sí. El bebé está bien —dijo, riéndose y cubriéndose el vientre con la mano —. Eso creo al menos. Ya ha entrado la tarde, así que las náuseas me han dado un respiro.
—Entonces, ¿qué ocurre?
Suspiró y apoyó la cabeza sobre la pared.
—Una mujer ha venido hace unos minutos a la cocina. No estoy segura de qué problema tenía, pero parecía… —Paula dudó—. Bueno, parecía un poco enloquecida. Desequilibrada.
—¿De qué manera?
—Empezó a vociferar sobre unas acciones y… —se detuvo durante un instante— bueno, en realidad ha amenazado al bebé, Pedro. Al menos, ha sonado así. Probablemente le estoy dando demasiada importancia.
Se hizo un silencio momentáneo antes de que Pedro preguntara:
—¿Cómo era?
Paula se imaginó a la mujer.
—Muchas joyas de oro, pelo rubio, kilos de maquillaje, de unos cincuenta o cincuenta y cinco años. Era muy guapa, pero estaba furiosa conmigo a pesar de que no la había visto en mi vida.
Pedro se incorporó en su asiento, estrechando los ojos.
—¿Dónde estás ahora? —exigió.
—En mi despacho.
—¿Hay alguien contigo?
—Sí. Pato y Paola están aquí.
—Bien. Voy para allá. Y voy a encargar a alguien que vigile el edificio.
A Paula no le gustó cómo sonaba aquello. Hacía que su miedo ante la visita de aquella mujer fuera demasiado real.
—¿Qué está pasando?
—Quédate ahí, Paula. Estoy de camino.
Paula no sabía qué pensar pero se metió el teléfono en el bolsillo y volvió a salir. Patricia y Paola hablaban en voz baja, claramente intentando encontrar un plan, porque dejaron de hablar en cuanto salió Paula.
—Sea lo que sea lo que estéis planeando, ¡no lo hagáis! —les dijo obligándose a sonreír—. Las dos os vais al evento de esta noche. Melissa puede encargarse de mi parte y Pedro viene aquí a ayudarme. Así que ni se os ocurra pensar en saltaros el evento. No podemos permitírnoslo ahora mismo.
—Olvídate de los asuntos de negocios, Paula —dijo Patricia cruzándose de brazos—. Tu seguridad es más importante que un evento de catering.
—¡Vais a ir! —ordenó con su mejor imitación de la voz de Pedro, con los puños cerrados y los brazos en jarra mientras fulminaba a sus hermanas con la mirada.
—Nos quedamos para protegerte hasta que llegue Pedro —contraatacó Paola, imitando la postura de Paula.
—Ya estoy aquí —dijo una voz grave desde detrás de ella.
Las tres mujeres se dieron la vuelta para mirar cuando Pedro atravesaba la puerta. Paula estaba anonadada.
—¿Cómo has llegado tan rápido? Acabo de hablar contigo por teléfono hace menos de cinco minutos.
Pedro la cogió en sus brazos y la besó en la frente.
—Estaba de camino a una reunión cerca de aquí y simplemente giré en esta dirección. —Miró a Paola y a Patricia y asintió—. Gracias, señoritas. Tengo un equipo de seguridad de camino para vigilar la casa tanto tiempo como haga falta. Mis abogados están solicitando una orden de alejamiento y vamos a presentar cargos contra la mujer por proferir una amenaza física. —Su mirada se endureció —. Es posible que vosotras tengáis que testificar, pero intentaré que esto se quede fuera de los juzgados.
Patricia sonrió radiante.
—Oh, yo espero que vaya a los juzgados. ¡Me encantaría ver la cara de esa mujer cuando la acusen!
Paola se rio por lo bajo.
—¿Te imaginas la expresión del juez o de la jueza cuando ordene a la mujer que se quite todas esas pulseras tan ruidosas?
CAPITULO 22 (PRIMERA PARTE)
El viaje en coche al centro de la ciudad fue fácil y terminó demasiado rápido. Antes de sentirse preparada, Steve a estaba entrando al aparcamiento subterráneo en el edificio de Pedro.
Al salir, subió en ascensor hasta la planta superior, con el corazón latiéndole desbocado y el estómago revuelto.
Probablemente debería haber hecho aquello durante la tarde, cuando no sentía náuseas.
Tan pronto como salió del ascensor, se vio rodeada por el tenso silencio de la planta ejecutiva. Todo el mundo se movía afanosamente, apresurándose a su siguiente reunión o intentando terminar una tarea. Era como si hubiera un extraño sentido de urgencia en aquella planta que se traducía en una tensión prácticamente tangible.— Buenos días, Sra. Alfonso —dijo Ellen, un modelo de eficiencia, como siempre.
Paula no esperaba que la asistente de Pedro estuviera esperando junto al ascensor.— Buenos días, Ellen —respondió, sintiéndose una persona horrible—. ¿Interrumpo la programación de la mañana? —preguntó. Paula había hablado con aquella mujer por teléfono en numerosas ocasiones, intentando localizar a Pedro, pero nunca se habían visto en persona.
Ellen desechó la preocupación de Paula con un gesto de la mano.
—En absoluto. El Sr. Alfonso me ha dado instrucciones de sacarlo de una reunión en cuanto llegara. Por aquí —dijo, y abrió camino por el largo pasillo hacia el despacho en la esquina que miraba hacia el perfil urbano de Washington D.C. Desde aquella altura, podía verlo todo hasta la catedral Nacional.
De pie en el despacho de Pedro, observando la imagen sin ver nada realmente, se preguntaba cuál sería la reacción de Pedro. Estaba casi segura de que se enfadaría. ¿Por qué no iba a hacerlo? Había dicho específicamente que aquello
era un matrimonio temporal. Y ella no tenía ni idea de los problemas que su boda había resuelto, pero estaba convencida de que añadir un embarazo inesperado a la
mezcla provocaría aún más problemas.
—¡Paula! —exclamó Pedro tan pronto como entró en su despacho, cerrando la puerta tras de sí—. ¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado? —exigió, acercándose hasta ella a zancadas y tomando las manos de Paula entre las suyas.
La barbilla de Paula temblaba cuando subió la vista hacia él.
—Lo siento mucho, Pedro —masculló.
Pedro no tenía ni la menor idea de qué ocurría, pero aquella nunca era una buena manera de empezar una conversación.
—Dime qué pasa.
—Lo he estropeado todo.
Pedro asumió de inmediato que había estado con otro hombre.
—Has estado con alguien más —espetó con los labios apretados mientras intentaba lidiar con su traición.
Los ojos de Paula se abrieron como platos.
—¿Qué? —jadeó—. ¡No! ¡En absoluto! ¡Yo nunca te haría eso!
Pedro observó sus ojos verdes suplicantes y se relajó. Le estaba diciendo la verdad y la oleada de alivio que lo atravesó con su confirmación casi lo hizo sentirse mareado.
—Vale, así que si no es otro hombre, ¿qué ocurre? ¿Qué podría ser tan malo?
Paula suspiró y se alejó de él, sin estar segura de cómo iba a reaccionar.
—Estoy embarazada —susurró, mirándolo como si fuera a explotar de ira con la noticia.
Pedro oyó las palabras. Sus ojos se movieron hacia el vientre de Paula como si pudiera ver su útero.
—¿Embarazada? —preguntó, probando la palabra. Sonaba extraña en sus labios—. ¿Estás segura?
Paula asintió despacio; seguía sin estar segura de lo que pensaba Pedro. Tal vez hubiera pasado horas en brazos de aquel hombre, pero seguía siendo un misterio para ella.
—¿Estás furioso conmigo?
Pedro se levantó y la atrajo entre sus brazos.
—¿Por qué iba a estar furioso contigo? —preguntó con dulzura mientras besaba su frente—. Creo que he sido un participante bastante activo en lo que te ha metido en este lío.
A Paula no le gustaba oír hablar de aquel embarazo descrito de esa manera, pero se sintió más calmada porque la estrechaba entre sus brazos.
—Debería haber utilizado anticonceptivos —dijo, pero sus palabras se oían amortiguadas contra su camisa.
Pedro cerró los ojos, culpándose mentalmente.
—No era solamente responsabilidad tuya —respondió—. De hecho, no recuerdo ni una sola vez en la que no haya utilizado protección excepto cuando estoy a tu alrededor.
Paula rio, sintiéndose exactamente de la misma manera.
—Supongo que la hemos cagado, ¿eh?
—En absoluto —le dijo él. Se separó un poco y bajó la vista hacia ella—. Es una suerte que ya estemos casados.
Paula volvió a reír, sacudiendo la cabeza.
—Aunque no del todo.
Pedro tomó su mano y tiró de ella hacia el salón. Se sentó en uno de los sofás y tiró de ella hacia su regazo.
—Supongo que tendremos que convertirlo en un matrimonio real —sugirió con media sonrisa en sus labios, generalmente severos—. Voy a hacerte una fiesta y se lo anunciaré a todos mis socios y conocidos.
A ella no le parecía que aquella fuera la mejor manera de abordar el asunto.
—Pedro, ¿y si…?
—No es posible mantenerlo en secreto, Paula —le dijo, interrumpiendo cualquier argumento que estuviera intentando presentar—. Y puedes mudarte conmigo este fin de semana. De hecho, haré que alguien traslade tus cosas a mi casa esta misma tarde.
Ella se libró de su abrazo y se deslizó sobre el asiento junto a él.
—No puedo hacer eso.
—¿Por qué no? —preguntó, de repente enfadado porque quisiera seguir manteniendo su matrimonio en secreto. ¡Estaba embarazada! ¡De su hijo! No quería que hubiera la menor duda de que estaban casados y bien casados. Y se sentiría orgulloso de llevarla del brazo en las reuniones sociales. Estaba harto de las mujeres que se le echaban encima. Con Paula de su brazo, permanecerían alejadas, la respetarían. Además, era la única mujer que deseaba. Las otras mujeres con las que se había encontrado últimamente palidecían en comparación con la belleza de ojos verdes de Paula y su cuerpo suave y exuberante, del que parecía no tener bastante. Al principio pensaba que podrían pasar unas cuantas noches juntos y se la sacaría del sistema. Pero cuanto más le hacía el amor, más la deseaba. El sexo parecía mejorar más y más. Seguía volviéndolo loco con sus caricias inocentes que empezaban a cambiar lentamente, volviéndose más seguras. Y eso hacía que su
deseo se volviera aún más insaciable. Quería más de ella, estar con ella y enseñarle cosas distintas.
Paula volvió a alejarse de él y Pedro tuvo que apretar la mandíbula cuando lo hizo. De hecho, se sentiría perfectamente feliz si no hubiera espacio entre ellos.
O ropa.
—No podemos anunciarle al mundo sin más que llevamos varias semanas casados
—No veo por qué no —dijo, intentando no sonar demasiado argumentativo, pero se enfadaba más porque ella estaba intentando negar su matrimonio.
Paula rio suavemente, enormemente aliviada de que no estuviera enfadado, pero aún confundida por la manera que se sentía sobre todo.
—Porque heriría los sentimientos de mi familia si se enteraran de que he estado ocultando algo así. Mis hermanas podrían entenderlo, pero luego tendría que explicarles por qué lo hice. —Se miró los dedos, todavía avergonzada de no haber sido capaz de encontrar una forma de evitar las amenazas de aquel hombre horrible —. Mis padres se sentirían heridos. Llevan mucho tiempo planeando nuestras bodas. —Suspiró, alisándose el pelo con la mano—. Por otro lado, ya tienen una hija que tuvo hijas fuera del matrimonio. Estoy segura de que les encantaría saber que al
menos una de sus hijas ha sido medianamente tradicional.
—Se desplomó en la silla frente a él—. ¡Oh, no sé que hacer!
La explicación de Paula aplacó su orgullo y templó su necesidad de gritarle al mundo que aquella era su mujer. Casi se rio ante la frustración de Paula, Sabía que estaba mal, pero estaba monísima con el pelo revuelto.
—¿Qué tal si confías en mí para esto, Paula? —sugirió.
Ella alzó la vista hacia él. No estaba segura de qué le pasaba por la cabeza.
—¿Confiar en ti para hacer qué? —preguntó.
Él volvió a sentarla en su regazo.
—Hablaré con tus padres. Les explicaré la situación y haré las cosas bien.
Paula no estaba del todo segura de qué significaba «bien», pero apoyó la cabeza en su pecho, disfrutando del momento.
—Me siento aliviada de que no estés enfadado —dijo.
El rumor en su pecho la hizo sentirse abrigada y acogida.
—No. No estoy enfadado. De hecho, estoy encantado. —Apoyó una mano en su vientre, exactamente como había hecho ella cuando aceptó la noticia—. ¿Has ido ya al médico? —preguntó, besándole el cuello.
Paula movió la cabeza, sin saber cómo iba a contribuir su estómago, pero los otros órganos de su cuerpo estaban completamente de acuerdo con la manera en que la estaba besando—. No.
—¿Pero estás segura de que estás embarazada? —preguntó deslizando su mano más arriba. Ahuecó su pecho con la mano y se sorprendió bastante al percatarse de que sus pechos estaban más turgentes. Pesaban más.
—Me he hecho un test de embarazo. Son tan precisos como un análisis de sangre hoy en día.
—Pero vas a ver a un médico, ¿verdad? —advirtió, moviendo la mano hacia abajo para cubrir su vientre.
La mano de Paula se movió para cubrir la de Pedro también, mientras lo miraba a los ojos.
—Llamaré a mi médico mañana a primera hora.
—Quiero estar allí. Cuando tengas cita, dime la hora y la dirección.
A ella aquello le pareció realmente dulce. Aquel hombre estaba terriblemente ocupado y tenía una agenda apretadísima, pero parecía ansioso de estar ahí para esa cita. Sería estupendo y ella siempre se sentía más fuerte cuando él estaba cerca.
—Eso sería estupendo.
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