miércoles, 20 de julio de 2016
CAPITULO 19: (TERCERA PARTE)
A Paula se le puso el corazón en un puño. ¿Pedro estaba ahí? «¡Imposible!». Lo había dejado aquella misma mañana, dormido, en República Dominicana. ¿Cómo podía estar allí?
«¡Un avión privado! ¿Por qué no lo había pensado?».
Se limpió las manos en el delantal y se acercó a la puerta delantera. Mirando a la vuelta de la esquina, deseó tener algún tipo de arma. Estaba sola en esa casa tan grande.
Cuando vio los enormes hombros de Pedro, respiró aliviada.
—¡Pedro! —dijo entusiasmada apresurándose hacia la puerta delantera para abrirle—. ¿Qué haces aquí? —preguntó tan pronto como entró.
La miró a los ojos verdes, sorprendidos, y su furia fue en aumento. ¿Por qué coño se sorprendía de que la hubiera seguido? ¡Era su mujer! ¡A esas alturas ya debería saberlo!
—Me has abandonado esta mañana, Paula —comentó sin responder a su pregunta.
Ella lo miró, a punto de lanzarse en sus brazos, pero la mirada en los ojos de Pedro la detuvo.
—Claro que me he ido esta mañana. Hoy era el último día de mis vacaciones.
—Me dejaste —dijo con voz amenazante. Dio un paso adelante hacia ella y Paula dio un paso atrás.
—No te dejé —respondió intentando sonar segura de sí misma, aunque la verdad era que tenía miedo de ese hombre. Nunca lo había visto así. Siempre había sido dulce y bueno. ¿Habría sido acertada la advertencia de Ivan durante todo ese tiempo? ¿Era Pedro una especie de controlador? ¿Ahora iba a acosarla en una especie de escenario que recordaba a una de esas pelis que la hacían cagarse de miedo?
Pero entonces subió la vista hacia él y lo miró a los ojos. La mirada que le estaba lanzando le decía que no se había equivocado. ¡Aquel era su Pedro! ¡Aquel era el hombre del que se había enamorado con locura!
En lugar de echarse atrás, se arrojó en sus brazos, tal y como había querido hacer desde el primer momento en que lo había visto.
—¡Estás aquí! —suspiró—. Y estás increíble —le dijo. Se acurrucó aún más cerca cuando sintió que los brazos de él la envolvían, acercándosela mucho, casi como si no pudiera soportar dejarla marchar.
Exactamente lo mismo que sentía ella.
—Nunca vas a volver a dejarme —le dijo inclinándose para besarla. Su boca interrumpió cualquier argumento que le hubiera podido dar.
Sin preguntar, la cogió en brazos y la llevó escaleras arriba.
—¿Cuál es tu habitación? —inquirió mientras volvía a besarla, sin darle oportunidad de responder.
A Paula no le importaba. Estaba allí. La estaba abrazando y aquello era algo que no creía que iba a volver a sentir nunca.
¡Se sentía de maravilla! Paula ignoró todas las advertencias de continuar con un hombre que no la amaba. Estaba ahí y no podía resistirse a él. ¡No quería resistirse a él!
—¿¡Qué puerta, Paula!? —prácticamente rugió.
—Esa —dijo, solo dándose tiempo suficiente para responder su pregunta antes de volver a besarle el cuello, acariciándole los magníficos hombros con las manos. Sin embargo, no bastaba con eso. Aquel abrigo grueso de lana pesaba mucho y no podía sentir su piel, no podía deleitarse en sus músculos—. Quítatelo —le dijo empujando el material de sus hombros—. Quítatelo.
Él le hizo caso, pero una mano al tiempo, de modo que pudiera sostenerla en la otra. El abrigo cayó al suelo y entró al apartamento. Ni siquiera se molestó en dar la luz cuando Paula le quitaba la chaqueta del traje de los hombros. Le echó la corbata para atrás mientras con los dedos le desabotonaba la camisa.
—Vas a tener que explicarme por qué me dejaste, Paula —le dijo tumbándola sobre la cama, con las manos igualmente ocupadas. Con dedos impacientes, le ató por accidente el lazo del delantal detrás de la espalda, así que se limitó a arrancárselo. Después fue su suéter y volvió a empujarla sobre la cama para quitarle los vaqueros.
Cuando por fin la tuvo desnuda y debajo de sí, la sujetó con su cuerpo, también desnudo.
—Eres mía, Paula —le dijo mientras se abría camino a besos por su cuerpo—. ¡Admítelo!
Ella jadeó ante tanta pasión, sin estar segura de cómo aceptar tanto placer.
—Sí —suplicó, aunque no sabía si estaba de acuerdo con él o si quería que siguiera haciendo eso con la boca y con los dientes.
—Y me quieres —exigió con la mandíbula apretada mientras mordisqueaba su vientre.
—Sí —suspiró—. Lo que sea.
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