jueves, 14 de julio de 2016
CAPITULO 3: (TERCERA PARTE)
—¿Por qué ha venido? —susurró el recepcionista, recogiendo frenéticamente papeles sueltos y escondiéndolos para que la recepción quedara inmaculada.
—No lo sé —susurró el gerente de la recepción en respuesta. Hacía lo mismo que el otro mientras vigilaba por el rabillo del ojo—. Pero muéstrate impecable. Ruedan cabezas durante estas inspecciones.
—El hombre estaba sudando de los nervios.
Todos los empleados iban prácticamente corriendo por el vestíbulo de mármol al extenderse la noticia de la inspección sorpresa del dueño por el resort. Nadie estaba a salvo del ojo de lince de aquel hombre. Todos revisaban febrilmente sus zonas de trabajo una y otra vez, asegurándose de que todo estuviera en orden, exactamente como debería estar.
No era posible que nada estuviera «demasiado bien»; el nivel de excelencia exigido de cualquier Resort Alfonso estaba tan cerca de la perfección que el personal vivía en permanente estado de alerta.
Pedro Alfonso salió de la limusina, abotonándose la ligera chaqueta tostada mientras evaluaba rápidamente la recepción y el vestíbulo.
—Buenas tardes, Sr. Alfonso —dijo Mike Batiano apresurándose a dar la bienvenida al jefe del jefe de su jefe. Aquel era el hombre al que todo el mundo temía y ante el que todos se sentían amilanados.
Cuando Pedro Alfonso se acercaba a uno de sus resorts para una inspección sorpresa, se descubrían problemas y se producían despidos. Nadie quería encontrarse en su punto de mira.
—Empezaremos desde la cúpula y bajaremos desde ahí —afirmó Pedro, ignorando al hombre atontado que caminaba junto a él. Detestaba a los atontados. Estaba ahí para inspeccionar y asegurarse de que su resort funcionaba de acuerdo con sus estándares.
—¿Tiene equipaje, señor? —preguntó el gerente, casi con una reverencia.
—Mi avión sale en treinta minutos. —dijo mirando su reloj—. Vamos.
CAPITULO 2: (TERCERA PARTE)
—Me voy —anunció Paula.
De pie en el centro de la cocina del catering, rodeada por su madre y la gemela de esta, Mary, puso los brazos en jarras retando a cualquiera a que la contradijera.
—¿Dónde vas, cariño? —preguntó Maggie mientras pasaba una bayeta por la encimera. Todas se habían dado un festón con las delicias preparadas para la boda, incluyendo más pastel del que ninguna de ellas desearía volver a comer. Aún así, sus esfuerzos no habían terminado ni con una pequeña parte del piso inferior de la increíble obra maestra.
—Me voy a la República Dominicana.
Las cuatro mujeres dejaron lo que estaban haciendo para mirar fijamente a Paula.
Su madre fue la primera en hablar, afirmando lo que evidentemente estaba en cabeza de todas.
—¿Te vas a tu luna de miel?
Paula casi se echó a reír ante las miradas de búho de sus familiares.
—Sí, claro. ¿Por qué no? Ya está pagada. El vuelo, el resort… Es un complejo de cinco estrellas con todo incluido. No puedo recuperar el dinero, así que, ¿por qué no ir y pasármelo bien? —sugirió.
Las otras mujeres se miraron, empezando a sonreír.
—Creo que es una gran idea —dijo Paola.
Patricia también rio.
—Yo también. Voy a llamar a Ivan para decirle que me voy una semana.
Ya estaba sacando su teléfono móvil cuando Paula negó con la cabeza.
—No —la detuvo—. Me voy sola.
Las miradas atónitas volvieron.
—¿Sola? ¿Por qué ibas a irte sola? —preguntó Patricia mientras volvía a meterse el teléfono en el bolsillo.
Paula se sentó en uno de los taburetes, los hombros hundidos con el peso de su mundo en ese preciso momento.
—Porque necesito hacerlo sola —explicó, esperando que su familia lo entendiera. Alzó la vista hacia sus hermanas; ambas sostenían a un niño en los brazos. Los gemelos de Paola se habían despertado y estaban juguetones, de modo que se habían recogido el pelo. ¡Los niños eran pequeños pero fuertes!
Consideraban cualquier mechón que colgara como sus juguetes personales. Se parecía a la manera en que pensaba Odie, su gato, sobre todos los cables, colas, cordeles, y sobre la cola del cerdito. Cena, el cerdito que Alma adoraba, no disfrutaba el sentido del humor del gato cuando Odie perseguía su colita.
—Porque creo que la única razón por la que acepté la propuesta de Greg era porque me sentía dejada de lado. —Se encogió al anunciar aquello—. Paola acababa de contarnos que se había casado e Ivan había vuelto. Hasta yo podía ver por dónde iban los tiros. —Tomó la mano libre de sus hermanas, implorando con sus ojos verdes a los idénticos de ellas que comprendieran por qué tenía que hacer aquello.
—Lo hemos hecho todo juntas. Nos concibieron juntas y, desde entonces, lo hemos hecho todo juntas. Me sentía dejada de lado. Así que, cuando Greg se declaró, me aferré a él como a un clavo ardiendo. Era el hombre que me iba a mantener a vuestra altura. —Rio, pensando en lo grandes y musculosos que eran tanto Ivan como Manuel comparados con Greg—. Al pobre chico lo superaban en clase, dinero y músculos a cada instante. —Greg era sólo unos centímetros más alto que Paula, mientras que Ivan y Manuel medían más de 1,80 metros cada uno, con hombros enormes y un atractivo que se salía de todas las escalas.
Paula liberó las manos de sus hermanas y se sentó en uno de los taburetes.
—Sé que suena como si estuviera compitiendo con vosotras, pero ese no era el caso. Únicamente quería formar parte del club. Quería que me incluyerais. —Se encorvó aún más al admitir aquella revelación.
Paola y Patricia se limpiaron las lágrimas y se acercaron más a su hermana soltera.
—Sigues siendo parte del club, Pau. De hecho, Ivan sacude la cabeza cada vez que le hablo de nosotras tres. Cree que tenemos un club en el que no puede colarse.
Paula rio… Mejor dicho, hipó entre lágrimas ante la declaración de su hermana.
—Seguro que haces todo lo que esté en tu mano para asegurarte de que sabe que forma parte… — Patricia se ruborizó, y aquello confirmó las sospechas de Paula—. Así que esa es la razón por la que me voy de vacaciones. Voy a ir a pasármelo en grande, a beber hasta que me ponga contentilla todas las noches, a bailar y a enrollarme con un hombre guapísimo.
Maggie y Mary resoplaron incrédulas ante lo último que dijo.
—Seguro que sí.
A Paula no le gustó aquel comentario y fulminó con la mirada a su madre y a su tía.
—¿No me creéis capaz de hacerlo? —preguntó.
Las dos mujeres intercambiaron una mirada.
—Yo creo que puedes hacer cualquier cosa que te propongas —dijo su madre en voz baja poniendo una mano sobre el vientre de embarazada de Patricia—. Simplemente dime si tienes éxito para que empiece a decorar una habitación de bebé para ti.
Paula hizo una mueca con la boca. La fertilidad de las mujeres de aquella familia daba miedo.
—Tengo anticonceptivos —le dijo a su madre. Después miró nerviosa la tripa de Paula antes de coger en brazos a Javier, uno de los hijos de Paola—. Y puede que tengas razón, debería saltarme el romance tórrido. No debería ser un problema, porque voy a estar en un resort famoso por su atmósfera romántica. En serio, ¿cuántos solteros se aventurarían en un ambiente como ese? —preguntó riéndose.
CAPITULO 1: (TERCERA PARTE)
—¿Que estás dónde? —inquirió Paula. Seguro que había entendido mal a su prometido.
—Estoy en el aeropuerto.
Paula cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—Hum… Greg, la cena de ensayo está programada para esta noche. ¿Qué haces en el aeropuerto?
Se hizo una larga pausa y Paula se aferró al teléfono, deseando que su prometido tuviera una explicación válida.
—El caso es que… Pau, eres estupenda y te quiero…
Paula podía oír el pero antes de que dijera la palabra.
—Pero simplemente no estoy listo para casarme.
A Paula se le quedaron los ojos como platos ante ese comentario.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó furiosa—. ¡Te pregunté repetidas veces si estabas preparado para casarte! Era yo la que no quería casarse y me lo pediste. ¡Eres tú el que presionó para hacerlo!
Él suspiró y Paula deseó que estuviera allí para poder ver su mirada fulminante. Echársela a la pared inocente no tenía el mismo impacto.
—Lo sé. Y lo siento de veras. —Hubo un gruñido y Paula oyó ruidos, los ruidos que uno oiría en un aeropuerto, y empezó a caer en la cuenta de lo que en realidad estaba ocurriendo—. El caso es que… Eres increíble y yo…
—¿No? —espetó. Empezó a golpear el suelo con la punta del zapato.
—No. No soy lo bastante bueno para ti. Deberíamos haber vivido juntos antes de casarnos. Deberíamos haber explorado…
—¡No te atrevas a decir eso! —gruñó—. ¡Mis dos hermanas se quedaron embarazadas prácticamente la primera vez que tuvieron sexo! Y yo no iba a ir por ese camino.
Permaneció callado durante un largo momento.
—Lo sé. Y lo entiendo perfectamente. Yo… No sé lo que siento, pero sé que casarme sería un error. —Suspiró y Paula pudo imaginárselo mesándose el pelo castaño con la mano, revolviéndolo, aunque siempre lo llevaba un poco revuelto. Al principio le parecía adorable, pero últimamente se había vuelto tan impaciente con su pelo revuelto, su ropa desastrada y su apartamento sucio que ni siquiera ponía un pie en dentro—. No encajo con tu familia.
Al oír aquello deseó con todas sus fuerzas que estuviera allí para poder darle una patada.
—Greg, ¿por qué no vienes aquí y me lo dices cara a cara? Estás cogiendo la salida del cobarde y lo sabes.
Se oyó otro anuncio por el altavoz y Greg no dijo nada durante un largo instante.
—Mira, ese es mi vuelo. De verdad, tengo que irme. Siento muchísimo hacerlo de esta manera.
Paula miró fijamente el teléfono, aún incrédula de que hubiera roto su compromiso el día antes de la boda. Miró en torno a sí misma, divisó el vestido de novia y se quedó estupefacta ante la enormidad de lo que le estaba ocurriendo. ¡La habían dejado! ¡La habían dejado por teléfono el día de antes de su boda!
«¡Qué humillante!».
Bajó las escaleras dando fuertes pisotones, tan enfadada que apenas podía pensar con claridad.
Cuando llegó a la planta baja, a la cocina de Trois Coeurs Catering, se sintió mejor al ver que sus dos hermanas estaban allí. Eran trillizas, y cada hermana contribuía con su talento a la empresa de catering.
Su hermana Paola manejaba todos los asuntos comerciales y el marketing junto con su creciente equipo de asistentes. Patricia preparaba toda la comida salada, mientras que Paula se encargaba de todo lo dulce. Junto con sus sous chefs y cocineros ayudantes, las tres se lo pasaban en grande trabajando juntas.
Aunque, últimamente, Paola y Patricia se habían apartado un poco del trabajo vespertino, dejando que sus muy capaces asistentes se encargaran de ello cada vez más.
A veces resultaba difícil ser prácticamente idéntica a otras dos personas, pero la diversión de trabajar juntas, de levantar su negocio a lo largo de los años, compensaba de sobra las dificultades.
La cocina estaba en silencio en ese momento, pero todo el mundo estaría atareado al día siguiente. O lo habrían estado. Su boda habría sido…
No podía pensar en ello en ese preciso momento. La historia era más que abrumadora. Casi se estaba asfixiando con el golpe.
¡La había dejado! ¡Greg se había declarado por mensaje y ahora la había dejado por teléfono! «De todas las…»
Sacudió la cabeza. «Esto es… Ese tío es…»
¡Paula quería gruñir, estaba furiosa por lo que había hecho Greg!
Patricia y Paola se volvieron tan pronto como Paula bajó la escalera pisando fuerte. Sintieron al instante que algo andaba mal. Patricia estaba bebiendo un té de hierbas porque ya no podía tomar café; su embarazo empezaba a notarse. Paola mecía suavemente los columpios de sus gemelos.
Paula no dijo palabra. Sabía exactamente lo que quería hacer e ignoró sus expresiones atónitas cuando se acercó a la cámara frigorífica y sacó rodando la bandeja de su magnífico pastel de bodas.
Apretando la mandíbula, cogió un cuchillo y cortó una porción enorme de la capa inferior, arruinando la imagen perfecta del pastel de cinco pisos con glaseado de crema de mantequilla de fresa. Ignoró las bocanadas horrorizadas de sus hermanas cuando se sentó a su lado y le dio un mordisco.
—Dios —suspiró cerrando los ojos—. Estoy bien —les dijo mientras saboreaba el delicioso pastel. Tenía delicadas capas de vainilla con un relleno de fresa que se mezclaban a la perfección—. Toma — dijo ofreciéndole el cuchillo a Paola porque estaba más cerca—. Prueba.
Paola cogió el cuchillo, pero seguía si poder cerrar la boca mientras su estupefacción pendía en el aire como una densa niebla.
—Hum… ¿Ha ocurrido algo de lo que deberíamos enterarnos? —preguntó Patricia con cautela, posando la taza suavemente en la encimera de metal; no quería hacer ruido por temor a que Patricia perdiera la cabeza.
Patricia tragó otro mordisco y asintió.
—Sí. Greg ha cancelado la boda. Está en el aeropuerto, de camino a… —parpadeó—. En realidad, no me ha dicho dónde va. Interesante. Más le vale ir a algún sitio muy lejos de aquí, porque si vuelvo a ver a esa rata asquerosa… —Dejó su amenaza en el aire, negando con la cabeza y dando otro bocado al pastel de no-boda.
Paola y Patricia cruzaron una mirada; después miraron a su hermana. Al ser trillizas, estaban más unidas que otras hermanas. Eran prácticamente iguales y tenían pensamientos parecidos. Pero en aquellas circunstancias, Paola y Patricia no tenían ni idea de qué hacer.
—¿Se ha ido? —aclaró Patricia.
—¡Sí! —confirmó Paula—. Probadla. Está realmente buenísima. —Dicho eso, se puso en pie y cortó otras dos porciones, las puso en platos de papel y cogió dos tenedores—. Es una pena que no tengamos otra boda en la agenda. ¡Habría sido perfecta!
Paola siguió meciendo a sus bebés, pero se inclinó hacia delante, ignorando el pastel que Paula había puesto sobre la mesilla enfrente de ella.
—Vale, deja que me aclare. Greg acaba de llamar, desde el aeropuerto. No está listo para el matrimonio, la boda se ha cancelado y piensas comerte el pastel entero.
Paula asintió con la cabeza enfáticamente. Después se detuvo, mirando el pastel.
—Bueno, entero probablemente no —dijo ladeando la cabeza mientras miraba fijamente los cinco pisos del pastel—. Pero voy a comerme un buen trozo. —Después se metió otro pedazo en la boca.
Aquello era sorprendente por dos motivos. Primero, tanto Patricia como Paola nunca habían creído que Paula y Greg fueran el uno para el otro. Paula era una persona llena de energía y alegre. Amaba la vida y eso se veía en todas sus creaciones dulces. Greg era todo lo contrario. Era sombrío y de carácter cambiante. Al principio había presionado a Paula para tener relaciones sexuales y, cuando se negó, le pidió matrimonio. ¡Por mensaje de texto! Lo hacía todo tentativamente, con cuidado, como si tuviera miedo del mundo y de cualquier cosa que pudiera salirle al paso a la vuelta de la esquina.
Paula no temía a nada. En ocasiones, aquella faceta de su personalidad la había metido en algún lío, pero también la había hecho salir adelante en muchas situaciones difíciles.
De las tres, Paula era la temeraria, Patricia la mamá gallina, y Paola la empresaria. Las tres trabajaban perfectamente juntas. Patricia preparaba los platos salados de cualquier comida; Paula se encargaba de cualquier cosa dulce, y Paola gestionaba los detalles y hacía que los clientes influyentes de Washington D. C. se fijaran en ellas (y que las contrataran). Con las deliciosas comidas de Patricia, los postres decadentes de Paula y la mentalidad empresarial de Paola, su negocio casi se había triplicado durante el último año.
La segunda razón para su sorpresa era que Paula rara vez se daba el gusto de comer sus propios dulces. Los probaba, claro. Toda chef debe saber qué sirve. Pero, con el objetivo de compensar por los dulces, comía verdura cruda casi todo el tiempo para mantener la figura. Y bebía leche como fuente de proteínas. Sí, le encantaba la leche. Resultaba un poco extraño ver a una mujer adulta bebiendo leche, pero Paula era la que estaba más en forma de las tres, así que no la criticaban. Estaba bien. Cuando las tres salían a correr, era difícil seguirle el ritmo. Y, donde Paola y Patricia podían correr ocho o nueve kilómetros, Paula podía seguir hasta llegar a diez o más. Decía que había «entrado en calor» y seguía corriendo.
—Hum… Paula, ¿puedes hablar con nosotras? —preguntó Patricia intentando alejar el plato de pastel de su hermana. Pero se detuvo cuando Paual intentó pincharle la mano con el tenedor—. ¡Vale! —rio mientras volvía a poner su mano a salvo—. Cómetelo. Pero háblanos.
—No. Estoy comiendo y es de mala educación hablar con la boca llena.
Patricia y Paola se miraron de hito en hito, preocupadas.
—Cariño, es normal que estés triste —intentó convencerla Paola mientras seguía meciendo a sus gemelos.
Paula hizo un gesto de negación.
—No estoy triste. Estoy enfadada. —Se metió otra pinchada en la boca. Después se volvió hacia el pastel y arrancó una rosa de glaseado del lateral—. Y tengo hambre. ¿Sabéis cuánto tiempo llevaba pasando hambre para meterme en ese vestido de novia? —preguntó.
Patricia y Paola no podían verse reflejadas. El «vestido de novia» de Paola había sido un traje blanco, ya que se había casado en secreto con su marido Manuel Liakos. Para cuando volvieron a casarse delante de toda la familia, en el patio trasero, estaba embarazada de cuatro meses, así que no había duda sobre meterse en un vestido ajustado. La boda de Patricia se había celebrado unas semanas después de que finalmente aceptara casarse con el que ahora era su marido, Ivan. De modo que no había tenido tiempo de preocuparse por nada, mucho menos de entrar en un vestido. Además, también estaba embarazada, aunque aún no se le notaba.
Las dos hermanas de Paula eran asquerosamente felices con sus maridos. Casi daba náuseas de verlas con sus hombres, sobre todo porque Patricia no entendía por qué siempre querían ver a sus maridos. Creía que amaba a Greg, pero nunca había sentido la necesidad apremiante de verlo.
Se metió otro trocito en la boca, pensando que tal vez no estaba tan enfadada, sino celosa de sus hermanas. «¡Qué idea más horrible!».
—Pau, nos estás asustando —dijo Patricia. Pero esta se levantó y cortó otras dos porciones de pastel.
Le entregó una a Paola.
Paula suspiró y dejó caer su tenedor.
—Lo siento. No estoy muy segura de qué siento ahora mismo. —Miró su plato; después, el pastel.
Había pasado tantas horas diseñando, horneando y decorando aquel pastel que era una verdadera obra
maestra. Únicamente tenían unos cien invitados, así que un pastel de cinco pisos era a todas luces una exageración.
¡Ese cachorrito podía dar de comer a trescientas personas!
Pero se había divertido tanto preparándolo…
Tal vez hablara más de su humor el hecho de que estuviera más disgustada por el pastel que por el abandono de Greg. Oh, también estaba cabreada por eso. ¡Pero aquel pastel! ¡Era precioso!
—Tendría que haberlo previsto —suspiró.
Paola comía tarta con una mano y seguía meciendo con la otra.
—¿Cómo ibas a saber que ocurriría algo así? —preguntó con dulzura.
Paula utilizó el dedo para enganchar otra rosa de glaseado.
—Bueno, después de todo, me lo pidió por mensaje. Eso debería haberme dicho todo lo que necesitaba saber.
Patricia y Paola agacharon la cabeza rápidamente, intentando reprimir resoplidos de risa, pero fracasaron miserablemente.
Paula no pudo evitarlo y también empezó a reír. Pero no podía dejar que sus hermanas se libraran de una indignidad como divertirse por la manera en que su prometido… bueno, ex prometido, se había declarado. Cogiendo otra rosa de glaseado, la lanzó por encima de la encimera, dando a Patricia justo en el entrecejo. Y antes de que Paola tuviera oportunidad de reaccionar, se hizo con otra rosa y se la lanzó.
Acertó en el centro de su mejilla.
La reacción después de aquello fue ruidosa y un poco desenfrenada cuando las tres hermanas, prácticamente idénticas, se sumieron en una risa incontrolable.
SINOPSIS: (TERCERA PARTE)
¡Plantada en el altar! ¡Madre mía, Paula sí que los escogía bien! Pero era fuerte y decidió irse a la luna de miel de todas maneras. Aprendería a vivir como una mujer independiente y sería feliz con su vida. Lo que no había previsto era caer en brazos del horrible, crítico y tentadoramente guapo Pedro Alfonso. ¡Literalmente!
Sus fuertes brazos y su fortuna eran todo lo que no deseaba en un hombre. ¡Tenía que encontrar su propio camino! Sus hermanas se habían enamorado de hombres ricos y poderosos, pero Paula estaba decidida a ser diferente. Además, Pedro sólo quería una relación sexual y, al parecer, las hermanas Chaves habían heredado una fertilidad de locura. De alguna manera, las dos se habían quedado embarazadas a pesar de haber tomado precauciones.
Así que no iba a arriesgarse a empezar una relación con el guapísimo billonario ruso; de ninguna manera. Había demasiadas razones para mantenerse alejada de ellos, y solo una por la que no podía hacerlo: ¡lo deseaba!
Pedro no podía creerse la fierecilla que había caído en sus brazos. Era una sirenita sexy a la que estaba decidido a meter en su cama. Una a una, eliminaría todas sus excusas para evitar tener una relación con él. Y, al final, Pedro Alfonso siempre conseguía lo que quería.
CAMBIO DE PERSONAJES:
PAULA = PATRICIA
PEDRO=IVAN
PATRICIA=PAULA
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