lunes, 18 de julio de 2016
CAPITULO 15: (TERCERA PARTE)
Paula rio encantada al deslizarse por el tobogán de la cascada. Había veintisiete en total. Algunos solo medían un metro o así, pero otros la hicieron gritar mientras caía desde una altura de unos nueve metros a una laguna profunda. Por suerte, los primeros solo medían un metro y medio o dos, hasta cuatro metros, y luego llegaban hasta el más grande.
Al final, se deslizó por una rampa de rocas que estaban
alisadas con cemento para crear un largo tobogán que lanzaba a todo el mundo a una gran poza de agua.
Entonces uno podía subir una escalera y saltar al agua o volver a tirarse.
Era divertidísimo y Pedro tenía razón. Exigía gran confianza —confianza en él— antes de dejar que soltara su chaleco para poder tirarse por el salto.
Al principio dudaba sobre ponerse el casco de seguridad. No se había dado cuenta de lo mucho que quería estar guapa cuando estaba cerca de un hombre tan apuesto y varonil como Pedro. Pero cuando vio por dónde iban a caminar y a deslizarse, se sintió preparada de sobra para llevar el casco, temerosa de las peligrosas rocas contra las que uno podía golpearse el cráneo.
Una y otra vez, se tiraron por los saltos, anduvieron por cuevas llenas de agua y bromearon con los otros que intentaban subir a las cataratas. No entendía por qué nadie haría eso. Era mucho más divertido tirarse que averiguar cómo subir por una rampa de roca con agua cayéndole encima a uno.
Después, la llevó a un jardín-santuario tranquilo y le habló de las diversas plantas que crecían en la isla. Incluso le mostró el árbol de la canela y el copal. Le encantó todo. Cuando llegaron a la cima del camino, miró abajo, impresionada por toda la belleza que se extendía ante sus ojos.
En general, fue un día asombroso. Nunca habría hecho nada parecido a eso de no haber sido porque la había llevado allí.
CAPITULO 14: (TERCERA PARTE)
Paula acababa de ponerse el bikini y unos pantalones cortos cuando oyó un golpe en la puerta.
Sabía que era Pedro y miró fijamente a la puerta, como si fuera una especie de animal salvaje que estuviera a punto de atacarla.
—Abre la puerta, Paula —llamó su voz grave.
Paula se quedó sin respiración y se puso en pie, agarrando su bolsa con la mano. No estaba segura de qué hacer; la idea de abrir la puerta la aterrorizaba, después de los sueños que había tenido, protagonizados por los dos en toda clase de posturas sorprendentes. También tenía miedo de no abrir la puerta, de no verlo en todo el día. No estaba segura de cuál sería peor.
Al final, sabía que no podía quedarse en la habitación todo el día. Y él tampoco lo permitiría. Sólo pensarlo ya era una idea estúpida, así que se acercó a la puerta estirando los hombros y negándose a tenerle miedo. Aquella era su no-luna-de-miel. ¡No iba a permitir que se la secuestrara!
—No puedes…
Lo que fuera a decir fue interrumpido cuando entró en su habitación y la estrechó entre sus brazos.
Aquel beso no fue dulce o vacilante. La tomó en sus brazos, con una mano en su nuca mientras su boca la devoraba.
Dejó caer la bolsa para tener las manos libres para tocarlo, para agarrarse a él y para acercarse más a su cuerpo duro. Ni siquiera tenía miedo de que aquella parte dura presionara contra su vientre esa vez. Lo único que sabía era que tenía que devolverle el beso, sentir tanto como pudiera de él.
Cuando Pedro alzó la cabeza, tenía los ojos ardientes.
—Es un buen comienzo para mis planes de hoy —murmuró.
Paula se percató de que sus manos se estaban aferrando a los bíceps voluminosos de Pedro y quitó las manos de encima de él.
—Voy a desayunar —dijo cogiendo su bolsa y salió de la habitación.
Sabía que estaba detrás de ella, pero no sabía qué hacer al respecto. Así que fingió ignorarlo mientras llenaba su plato de fruta y se sentaba.
—Gracias —dijo al camarero que llegó de inmediato con un café. Suspiró cuando el hombre sirvió una segunda taza, sospechando que ahora todo el personal sabía que estaba conectada con su jefe.
Cuando Pedro se sentó, tenía dos platos. Uno estaba lleno de huevos, fruta y alguna clase interesante de carne a la plancha. El otro solo tenía huevos.
—¿Dos platos? —preguntó, dando un trago a su café
mientras pinchaba un trozo de piña con el tenedor.
—Este es para ti —explicó acercándole los huevos—. Vas a necesitar proteína para lo que tengo planeado para hoy.
Miró los huevos y sacudió la cabeza.
—Voy a sentarme en la playa a leer un libro. No necesito proteínas para eso.
Pedro sacudió la cabeza.
—Hoy vas a explorar cascadas conmigo. Y a saltar en lagunas.
A pesar de su decisión de no seguir cayendo bajo el embrujo de Pedro, se sintió intrigada.
—¿Qué quieres decir? —preguntó inclinándose ligeramente hacia delante.
Pedro dio otro empujoncito al plato.
—Termínate los huevos y te doy más detalles.
Paula se sintió manipulada, pero sentía demasiada curiosidad como para ignorarlo. De modo que tiró del plato y se obligó a comer los huevos. Estaban deliciosos y, combinados con la fruta fresca, le dieron mucha energía. Pero solo pudo comerse la mitad de la porción que le había traído.
—Estoy llena —dijo finalmente apartando el plato. Levantó la taza de café y la sostuvo delante de sí con las dos manos como si así pudiera guardarse de su atractivo.
Intentó fingir indiferencia, pero las palabras «cascadas» y «lagunas» la habían dejado intrigada.
—¿Dónde está la cascada? —preguntó.
Pedro se limpió la boca y empujó su propio plato, completamente vacío. Estaba sorprendida de lo mucho que podía comer ese hombre, aunque no tenía ni un ápice de grasa en ese increíble cuerpo, de modo que no podía criticarlo.
—Las cascadas de Damajagua —le dijo—. Te demostrarán cuánto puedes confiar en mí además de darte una idea de tu propia fuerza.
A Paula no le gustó cómo sonaba aquello.
—La parte de la catarata suena intrigante, pero lo de la confianza y mi propia fuerza… No sé si me fío de eso. Sé que soy una persona fuerte.
Pedro negó con la cabeza.
—Vamos a revisar tus razones para no querer tener una relación conmigo. Primero, no crees que soy buena persona, pero no quieres decirme quién te ha advertido. Ayer te demostré que no soy mala persona. Puedes no estar de acuerdo con la manera en que trato a mis empleados, pero no abuso de ellos y les pago bien. Así que eso no debería ser un problema. Ya hemos descartado el asunto de tu compromiso roto. El tercer y último problema, hasta donde yo veo, es que tienes que confiar en mí. Esta excursión hará dos cosas. Te va a demostrar que puedes confiar en mí y te va a dar más cosas que has hecho que tus hermanas, no. Así que te ayudará a conocerme mejor y a confiar en mí. Hasta donde yo veo, la única manera en que puedes ser distinta a tus hermanas, puesto que trabajáis juntas, os parecéis y obviamente tenéis gustos similares en cuanto a los hombres, es hacer cosas que ellas no han hecho todavía. Sé una líder en lugar de ser una seguidora y tu problema está resuelto. —Dio un trago a su café y la observó atentamente—. ¿Alguna pregunta? —observó.
Paula se quedó tan atónita por sus comentarios que no estaba muy segura de qué decir. Tenía razón.
Se parecía a sus hermanas, de modo que cambiar su apariencia no era una opción. Podía cortarse el pelo, pero eso era todo lo que podía hacer para verse distinta a Paola y Patricia. De modo que tenía razón. Lo mejor que podía hacer era alcanzar distintas metas en la vida. Actividades, excursiones, cosas que pudiera hacer por su cuenta.
Subió la mirada hacia él y pensó en lo amable que había sido con ella el día anterior. Pero amable era peligroso.
Sacudió la cabeza.
—Puedo ir a las cataratas por mi cuenta.
—No conocerás el camino —le dijo. Paula se dio cuenta de la pequeña floritura de sus labios.
«Odio esa sonrisilla», pensó. «Desearía poder… besársela y borrársela de la boca».
—Después de las cataratas, te llevaré a Hoyo Azul y te enseñaré la flora y fauna de la región. Es bastante espectacular. Sobre todo cuando llegas a la cima del camino: puedes mirar hacia abajo desde los acantilados y ver una laguna azul. —Se inclinó hacia delante—. Seguro que tu miedo de lo que nos hacemos mutuamente no puede ser más fuerte que el deseo de ver todas esas vistas tan interesantes. Y después de ayer, creo que te he demostrado que soy bastante buen guía turístico. —Dejó que se lo
pensara un momento—. Solo piénsate en volver a tus hermanas y agasajarlas con todas las cosas diferentes que habrás hecho en tu —hizo una pausa—, ¿cómo la has llamado? ¿En tu no-luna-de-miel? — bromeó.
Paula suspiró.
—Son lugares públicos, ¿verdad? —preguntó haciendo caso omiso de su comentario durante un largo momento. Tenía razón: era un guía turístico fabuloso y le encantaría ver aquellos sitios, no solo porque quería contarles a sus hermanas lo que había hecho y tener experiencias independientes de todo lo que hacían juntas, sino también porque visitar aquellos lugares sería encantador.
Odiaba que tuviera razón.
CAPITULO 13: (TERCERA PARTE)
Pedro se mantuvo en silencio durante un largo instante mientras se deleitaba con su rabia justificada. Algo se alteró en su interior, algo que no sabía que estaba ahí, pero la efusiva negativa de Paula a aceptar su dinero hizo que cayera una barricada que había construido inconscientemente.
Tampoco dudaba de que Paula hablaba totalmente en serio sobre su dinero. Se quedaría lívida si intentara mandarle dinero. No es que su enfado fuera a pararle los pies. No, una vez que se hubieran casado, se aseguraría de que nunca le faltara de nada. Ni a sus hijos. Si había tenido alguna duda sobre su decisión de convertir a Paula en su esposa, sus palabras y su furia sobre aquella afirmación le aseguraban que era la elección perfecta.
—Independientemente de tus sentimientos sobre el tema, estarás protegida, Paula. Y disfrutarás del confort de mi riqueza.
Paula rio en su silla, furiosa con él por ser tan condescendiente.
—¿Eres siempre un imbécil tan arrogante? —preguntó—. ¡No necesito tu dinero! —afirmó enfáticamente antes de que él pudiera siquiera responder a su pregunta retórica—. No necesito tu riqueza ni tu molesta afirmación sobre cómo voy a vivir mi vida.
Pedro rio entre dientes. Encontraba divertido su enfado.
—Paula, tenemos otros asuntos que resolver. Por ejemplo, que no deseas ser como tus hermanas.
Paula inspiró profundamente, intentando calmarse. No estaba totalmente segura de por qué se había enfurecido tanto con sus palabras o con su afirmación de que iba a darle dinero. No era como si pudiera hacerlo sin su permiso.
Suponía que podía abrirle una cuenta bancaria a su nombre en algún sitio, pero eso no quería decir que tuviera que usar el dinero.
Cerró los ojos y se reclinó sobre el asiento, fulminándolo con la mirada a través de la mesa.
—¿Mis problemas con hacerme independiente, quieres decir?
—Eso mismo —dijo asintiendo—. Tu deseo de ser independiente, yo lo traduzco como «diferente». ¿Me equivoco? —preguntó. Solo esperó lo suficiente para que Paula asintiera con la cabeza.
—Bien —respondió—. Tal y como yo lo veo, puedes ser diferente de maneras que tienen más sentido que ignorando una química tan fuerte como la que hay entre nosotros. —Paula abrió la boca para discutir, pero Pedro la ignoró—. Y puesto que no voy a permitir que la ignores, ni tú quieres hacerlo realmente, tendremos que encontrar otras maneras de que seas diferente a tus hermanas. No siquiera voy a pedir perdón por la fatalidad del destino que hace que tú y tus hermanas os sintáis atraídas por el mismo tipo de hombre. Eso no es culpa mía y vas a estar conmigo. Simplemente deja de luchar contra ello. Pero como quieres ser diferente, tienes que hacer una lista de al menos diez cosas que demostrarán maneras en que puedes ser diferente. Y ni siquiera te molestes en discutir que al no estar conmigo, vas a serlo. No me importa, vamos a hacerlo.
Paula casi se echó a reír con su expresión estricta. ¿Tenía idea de lo sexy que estaba cuando intentaba ser arrogante? Sin embargo, no iba a rendirse. Daba igual lo mono o sexy que estuviera.
—Eso es discutible, Pedro.
—Tú sigue repitiéndote eso —dijo con una mirada feroz que solo consiguió que se le agrandara la sonrisa a Paula—. Dime todo en lo que os parecéis tú y tus hermanas —ordenó.
Paula sofocó su risa y trató de concentrarse en la pregunta.
—Bueno, las tres hemos vivido juntas desde el momento en que fuimos concebidas hasta hace tan solo unos meses.
Después le contó las historias de los romances caóticos de sus hermanas con sus maridos, además de los días de instituto, cómo a veces se vestían igual para confundir a los profesores, tenían las mismas camas, sábanas y mantas a pesar de que querían desesperadamente algo diferente. Su madre había dado a luz al por mayor, como solía decir, así que siguió por esa vía durante toda su vida: comprando al por mayor.
Pasaron las siguientes horas hablando de su juventud.
Principalmente, Paula respondió a las preguntas que le hacía Pedro, pero ella le planteó unas cuantas y descubrió que Pedro había surgido de la nada en Rusia. Era un niño pobre que solía pelearse en las calles, a veces por comida.
Su padre trabajaba largas horas en una fábrica y su madre murió de cáncer de pulmón cuando era joven, de modo
que se quedó vagando por las calles con poca supervisión.
Hasta que un profesor de Matemáticas del colegio descubrió que era bueno con los números no empezó a poner su vida en orden.
—¿De modo que de no haber sido por ese profesor de Matemáticas, probablemente estarías en…?
—En prisión, sí. Iba en esa dirección.
Pedro no mencionó que llevaba años buscando al profesor para agradecérselo de alguna manera.
Pero el colegio había cerrado y no había sido capaz de volver a encontrarle.
Miró brevemente por encima del hombro de Paula.
—Ya estamos casi de vuelta en tu casa temporal —comentó.
Paula miró detrás de sí y se le hundió el corazón cuando vio las luces del resort acercándose. Ya era de noche y no tenía ni idea de qué hora era. Todo lo que sabía era que había pasado un día maravilloso con Pedro.
Puso su copa de vino sobre la mesa y suspiró.
—Gracias por el día de hoy —dijo en voz baja—. Ha sido una experiencia alucinante. —Se puso en pie y recogió su bolsa. No fue difícil encontrar todas sus pertenencias porque el personal silencioso y prácticamente invisible lo había hecho por ella. Todo estaba metidito en su bolsa de playa, lo que quería decir que no había ninguna otra razón para entretenerse con Pedro por más tiempo.
«Tampoco es que quisiera», se dijo. Tenía que alejarse de él.
Especialmente después de aquel día.
Era más peligroso para sus planes de lo que había imaginado.
—Te acompaño a tu habitación —le dijo.
Paula se acercó hasta él, sorprendida por aquel anuncio, e intentó reprimir la excitación que sus palabras habían provocado por todo su cuerpo.
—No, no pasa nada —dijo tan firmemente como pudo con el corazón latiéndole tan rápido.
—Insisto —dijo posando una mano en la parte baja de su espalda, conduciéndola escaleras abajo. La tripulación estaba amarrando el barco al muelle y debería haber sido tan simple como bajar por la pasarela. Pero no lo era. No con la mano de Pedro calentándole la espalda y haciendo que le temblaran las piernas. Sus recuerdos del encuentro en cubierta unidos a la conversación sobre el matrimonio durante la cena estaban haciendo que su cuerpo y su mente no estuvieran tan coordinados como Paula se creía normalmente. Era torpe y patosa y, de no haber sido por sus fuertes manos, podría haberse caído al agua. ¡Claro que, si sus manos no hubieran estado tocándola, no habría sido tan torpe!
—En serio, Pedro —dijo cuando ambos estaban de pie en el embarcadero—. No necesito que me acompañes a mi habitación. Conozco el camino.
—No pienso dejar que camines por aquí por la noche. Además, voy a darte un beso de buenas noches y no quiero hacerlo frente a miradas indiscretas.
¡Vaya, esas palabras no ayudaban a su coordinación de ninguna manera!
Paula respiró hondo y sacudió la cabeza.
—No vas a besarme.
Pedro rio entre dientes mientras alzaba la mano para alisar el pelo oscuro de Paula cuando se levantó aire.
—Ya lo veremos —dijo.
Aquello la irritaba. Le había dicho firmemente que no quería que la besara y le estaba diciendo que iba a ignorar aquella afirmación. Simplemente no iba a permitírselo, se dijo mientras andaba con cuidado por el camino hacia el edificio donde estaba su habitación. Sólo iba a abrir la puerta y a meterse en la habitación, sin darle tiempo a que tirase de ella contra su magnífico torso. No le daría oportunidad de que le pusiera las manos en la cintura, y desde luego que no iba a mirarlo, a ver esos labios cuyo gusto tan bueno ya conocía y que podían besarla hasta que se colgara de él como un trapo húmedo. No, pensaba evitar todo eso.
Ya tenía la llave de la habitación y se apresuró a subir las escaleras hacia su puerta. Acababa de meter la llave en la cerradura cuando sintió las manos de Pedro en la espalda.
En lugar de seguir su plan, se quedó inmóvil. Fuera, todo estaba rígido y era incierto, mientras que su interior temblaba a la expectativa. «No quiero esto», se dijo. «No pienso volverme y mirarlo de ninguna manera».
—Paula —dijo su voz grave. Nada más. Ninguna otra palabra. Ella casi deseó que le quitara el problema de entre las manos y simplemente le diera la vuelta. ¡Tener que hacerlo ella era horrible!
Al final, no pudo ignorarlo. Simplemente había algo en ese hombre que la atraía. Despacio, se dio la vuelta y lo miró a los ojos. Veía claramente la intención en ojos de Pedro antes de que la boca de éste descendiera sobre la suya.
No tiró de ella hacia sí. Fue solo su boca, solo esos increíbles labios que tocaban los de ella. Y la conexión no era exigente. Era una caricia suave, casi inexistente. Tan pronto como hizo eso, Paula supo que no sería suficiente.
Con un sollozo de frustración, se acercó más a él. Alzó las manos, sumergiendo los dedos en su pelo negro mientras lo atraía hacia sí y su cuerpo se movía para poder sentirlo contra ella. Eso fue todo lo que necesitó. Pedro sintió el cuerpo blando de Paula contra el suyo y sus brazos envolvieron la cintura de ella, levantándola para que estuviera más firmemente pegada a su cuerpo. Profundizó el beso, deslizando su lengua contra la de ella hasta que abrió la boca para él. Entonces la invadió. Paula no podía hacer
otra cosa que aceptar el beso, participar enteramente y disfrutar al máximo cada momento de su caricia exigente.
Cuando Pedro por fin levantó la cabeza, Paula se quedó decepcionada. Quería que siguiera besándola, que hiciera mucho más.
—Vas a tener que pedirme que te haga el amor, moya krasavitsa —le dijo.
—¿Qué es una krasavitsa? —preguntó, oyendo su voz insegura y deseando que no la hubiera afectado tanto.
—Bonita mía —replicó—. Eres mi bonita y te deseo muchísimo, Paula. Pero no voy a forzarlo. Vas a tener que pedírmelo. No quiero arrepentimientos cuando te haga el amor. Te quiero totalmente comprometida.
Paula no estaba segura de qué decir a eso. No podía imaginarse pidiéndole que le hiciera el amor.
La idea de hacer el amor con ese hombre la aterrorizaba a tantos niveles que se apoyó contra la puerta.
—Buenas noches, Pedro—dijo finalmente. Gran parte de ella quería que entrara, pero sabía lo que aquello podía conllevar, de modo que cerró la puerta con cuidado.
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