miércoles, 13 de julio de 2016

EPILOGO: (SEGUNDA PARTE)




—¿Podría casarse una de mis hijas sin estar embarazada? —despotricó el padre de Paula—. No me importa tener más nietos —gruñó—. ¡Pero llevo trabajando en un cóctel nupcial desde que oí que el chico de Paula estaba en la ciudad!


Paula, Patricia y Paola miraron a su padre boquiabiertas, sorprendidas de que le resultara tan indiferente que otra más de sus hijas se quedara embarazada primero y se casara después. Claro que, Paola ya lo había hecho una vez, así que era posible que dos embarazos lo hubieran dejado desgastado. O tal vez adorase a sus nietos y esperara tener más. Mimaba muchísimo a Alma y Aldana cuando se quedaban a dormir en su casa. Por descontado, su abuela tampoco se quedaba corta en eso de mimarlas.


Paula rio, se puso en pie y besó su cabeza calva mientras pasaba junto a él para coger más limonada.


—Lo siento, papá. Tal vez Pato sea un poco más tradicional.


Todos los que estaban en la habitación dejaron de hablar y miraron a Patricia, que escupió al oír sus palabras. Acababa de dar un trago a su Martini cuando Paula insinuó la posibilidad, y no le gustaba más que a los demás, que estallaron en carcajadas. De las tres, Patricia era la que tenía menos probabilidades de hacer nada según la tradición. A su entender, las normas estaban para romperlas.


—No te preocupes, papá —dijo Patricia sentándose con un plato lleno de ensalada. Comía verdura todo el día para no sentirse culpable al probar sus delicias. Así era como se mantenía en forma. Bueno, así y saliendo a correr un buen rato todas las mañanas. Solían correr las tres juntas, pero ahora que Paola estaba embarazada y que Paula tenía a las niñas, salía sola casi todas las mañanas—. Intentaré por todos los medios tener una boda tradicional para ti.


Mary Chaves se acercó y resopló.


—No con nuestro historial de fertilidad— farfulló, mirando a sus dos hijas embarazadas, una de las cuales parecía a punto de dar a luz en cualquier momento—. Simplemente mantén a los hombres alejados hasta tu noche de bodas y te irá bien. Parece que los anticonceptivos no son lo bastante fuertes para esta familia.


Paula y Paola estuvieron sinceramente de acuerdo con su valoración.






CAPITULO 20: (SEGUNDA PARTE)




Paula salió de la larga limusina negra y miró a su alrededor, subiéndose las gafas sobre la nariz mientras bajaba por el camino.


Si Pedro supiera lo que estaba a punto de hacer, probablemente se pondría furioso. Pero tenía que hacerlo. 


Tenía que hacer su declaración con firmeza y hacer que entendieran su postura. Pedro tenía algo de trabajo en Roma, pero no había sido capaz de dejarlas atrás. Ellas tampoco querían estar lejos de él. Tan pronto como mencionó su viaje, las tres lo habían mirado con caras de preocupación hasta que sugirió que lo acompañaran. La habitación estalló en ruido y caos con la emoción ante su oferta, y las tres saltaron para abrazarlo.


Aquella mañana únicamente le había dicho que necesitaba hacer algo sola. Le pareció bien y le dijo que se llevaba a las niñas a la oficina para presentarlas. Había pedido tres guardaespaldas adicionales para que la acompañaran y sonrió ante su sentimiento protector. Después le dio un beso
en la mejilla.


Ahora que estaba allí, tenía el estómago hecho un nudo porque aquella no iba a ser una misión agradable. No quería volver a enfrentarse a aquella mujer. Con una vez, había tenido bastante.


Pero Alma y Aldana se merecían que fuera fuerte. Paula había sugerido tentativamente que presentara a sus hijas a esas dos personas horribles, pero Pedro lo había prohibido. 


Paula estuvo de acuerdo con él, hasta cierto punto. No quería que esos dos hicieran daño a sus hijas, de modo que
pensó en establecer ciertas reglas de juego; de ahí el porqué de su visita. Además, como persona bondadosa que era, no podía imaginarse mantener a unos abuelos alejados de sus nietos. Tenía que haber alguna manera de hacer que aquello funcionara.


Así que se obligó a extender el brazo y llamar al timbre.


Cuando se abrió la puerta y la odiosa mujer reconoció a Paula, intentó cerrarle la puerta en las narices.


—Vete —escupió.


—Si cierra la puerta, nunca verá a sus nietas —dijo rápidamente.


Casi había cerrado, pero aquellas palabras interrumpieron su impulso. Endora abrió la puerta de nuevo y fulminó a Paula con la mirada.


—Tú nunca serás la madre de mis nietas. Pedro no se rebajaría tanto.


Paula ya sostenía en alto una fotografía de sus dos preciosas hijas, de modo que la mujer se detuvo, con la mirada clavada en la fotografía.


—¿Quiénes son esas? ¿Tus bastardas?


Paula no podía creer a aquella mujer.


—Muy bien —dijo metiendo la fotografía en su cartera—. Cuando esté dispuesta a hablarme civilizadamente, entonces tal vez me digne a mantener esta conversación. Pero hasta entonces, no va a ver a sus dos nietas. —La mujer abrió la boca para decir algo, pero Paula se lo impidió—. Ni se le ocurra calumniarme otra vez o no habrá ninguna posibilidad. Pedro está jugando con sus hijas en este preciso momento. He hablado con ellos hacer menos de media hora y Pedro me escucha. Va a ser mi marido —dijo enseñándole a la mujer su anillo de compromiso—. La última vez me habló mal e hizo que rompiéramos. Nunca le permitiré que hable a sus nietas del mismo modo en que me habló a mí. Así que hasta que esté dispuesta a arrepentirse y ser amable, usted no es nada para mí.


Dicho eso, bajó las escaleras y se metió en la limusina.


—Vamos a casa de Pedro —le dijo al conductor, lanzándole una mirada asesina a la mujer, que seguía atónita en la puerta, antes de que el conductor cerrara la puerta.


Cuando éste aparcó fuera del edificio de Pedro, lo vio ahí de pie, con los brazos en jarra y cara de enfado. No esperó a que el conductor parase antes de abrir la puerta de un tirón. 


Paula salió intentando aplacarlo.


—¡Estaba bien! —le aseguró.


—¡No estabas bien! —espetó él—. Fuiste a ver a esa mujer horrible. ¡Y sin mí! —se encolerizó y tiró de ella hacia el ascensor privado de su edificio.


—¿Cómo has sabido dónde he ido?


—Si no me lo hubiera dicho el conductor, lo habrían hecho tus guardaespaldas. Deberías haberme dicho lo que pensabas hacer —ordenó, volviéndose para fulminarla con la mirada—. Quedan dos semanas para la boda, y no pienso permitir que esa mujer nos arruine el tiempo que queda.


Paula sonrió, sintiéndose protegida y protectora.


—No me ha hecho ningún daño —prometió—. Ha sido horrible y ha intentado cerrarme la puerta en las narices, pero le he enseñado las fotos de sus nietas.


—¡No! —dijo Pedro cortando el aire con la mano con carácter definitivo—. No. Esa mujer no va a hacerles daño a nuestras hijas.


Paula estaba de acuerdo con él.


—Se ha abierto una ventana —le dijo—. Si quiere ver a sus nietas, le voy a decir que no le permitiremos verlas hasta que busque ayuda. Le voy a decir que tiene que ir a terapia y posiblemente irse a vivir a su propia casa. Es desgraciada y tienes razón: no pienso permitir que arroje su desdicha sobre nuestras hijas.


Pedro puso fin a su diatriba, sorprendido de que aquella mujer diminuta hubiera dicho todas las cosas que él habría querido decirle a sus padres a lo largo de los años. Y solo Paula había tenido el valor para hacerlo.


—Eres maravillosa —le dijo.


Paula exhaló un suspiro, feliz y exhausta.


—Sí. También estoy embarazada. 


Un momento después, las puertas del ascensor se abrieron y ella salió del mismo, dejando a un Pedro atónito mirándola en silencio, aturdido.










CAPITULO 19: (SEGUNDA PARTE)





Paula batió los huevos con fuerza, intentando liberar el estrés que se acumulaba lentamente en su cuello. Pedro, las niñas, dónde vivirían. No podía lidiar con todo eso a la vez. 


Era demasiado abrumador.


Hacía dos días, fueron a los museos, volvieron a aquella espléndida casa y las niñas no se habían ido. Sin que ella se diera cuenta, Pedro había hecho que se mudaran a su casa. 


Ya habían comprado ropa para todas ellas y la habían guardado en los armarios; Pedro había abastecido la cocina con todo lo que podría necesitar o desear, y lo único que tenía que hacer era cocinar y estar allí con sus niñas.


Además, Pedro siempre estaba en casa. Hacía cinco años trabajaba muy duro, muchas horas.


Aún seguía haciéndolo, pero había reducido sus horas de trabajo drásticamente. En ocasiones respondía a llamadas de teléfono, pero de lo contrario, estaba allí con ellas. Todo el tiempo. Y no la dejaba dormir en una de las habitaciones de invitados. La primera noche que lo intentó, se limitó a entrar en la habitación, a besarla hasta que se colgó de él, y después la llevó en brazos de vuelta a su dormitorio para hacerle el amor hasta que gritó de placer.


Y lo que empeoraba todo era que lo amaba. ¿Había dejado de quererlo? ¿Había sido siquiera capaz de sacárselo de la cabeza para seguir adelante con su vida?


Ahora que Pedro había vuelto, Paula sabía que nunca había seguido adelante. Tal vez hubiera resultado más difícil, puesto que tenía que criar a esas dos niñas maravillosas que eran tan parecidas a él en tantas cosas. Pero, ¿y si no se hubiera quedado embarazada? ¿Habría sido capaz de superar a Pedro? ¿Habría encontrado a un hombre que pudiera hacerla sentir como él con un solo roce? No estaba segura de las respuestas. Pedro era uno entre un millón.


—Cásate conmigo —oyó desde detrás de sí. Paula se quedó inmóvil, su presencia la había dejado sin palabras.


—Pensaba que estabas dormido —dijo limpiándose las manos en el delantal blanco.


—No puedo dormir sin ti a mi lado —contestó de inmediato—. ¿Quieres casarte conmigo? — preguntó de nuevo. Se alejó de la pared de la cocina con un empujoncito, acercándose más a ella, pero Paula sabía lo que podría hacer y puso la isla entre ellos.


—No te acerques más, Pedro —dijo posando el cuenco de metal en la encimera de granito.


Él se detuvo, pero sólo durante un momento.


—¿Qué ocurre, tesora? —preguntó.


Paula se secó otra lágrima.


Pedro, esto no va a funcionar. No podemos hacerlo.


—¿Por qué no? —preguntó cuando llegó hasta ella. La estrechó entre sus brazos con ternura y, por primera vez desde que Pedro había llegado, no se resistió a su abrazo.


Sollozó contra su pecho, deseando poder encontrar la manera de alejarse de él, de romper el hechizo que su roce lanzaba sobre ella. ¡Lo quería tanto! Y él… en fin, él la deseaba. Podía aceptar eso. Pero no era suficiente. Esta vez, no, porque sabía la aflicción que caería sobre ella si alguna vez Pedro decidiera que ella no era bastante para él.


Alejándose de un empujón, recobró la compostura.


—No puedo vivir aquí —le dijo.


Pedro detestaba aquellas palabras. Sobre todo porque estaba perfecta allí, en su casa.


—Estás perfectamente aquí, Paula. Háblame. —Pedro se estaba enfadando. Nada de lo que decía tenía sentido. 


Acababan de pasar horas dándose placer el uno al otro y ahora intentaba alejarse de él.


—¡No puedo! —dijo prácticamente a gritos—. ¿No lo ves? ¡No puedo hablar contigo! ¡No puedo hacer nada a tu alrededor! ¡Básicamente soy tu prisionera!


Pedro no le gustó cómo sonaba aquello.


—¡Sabes que puedes irte cuando quieras! —Ahora estaba furioso—. No digas jamás que te he capturado o aprisionado.


Ella se tapó la cara con las manos, intentando poner sus ideas en algo parecido al orden para poder explicarle su situación.


—¡Físicamente, no, sino tú! La manera en que me tocas, la manera en que me abrazas. ¡Incluso el sonido de tu voz me vuelve tan loca que no puedo hacer nada más que desear estar contigo!


Pedro volvió a atraerla entre sus brazos, con los ojos encendidos hasta en la penumbra.


—¿Crees que eres la única que está sufriendo con esto? ¡Me vuelves loco! No puedo pensar en el trabajo porque quiero estar contigo. Durante los últimos cinco años he intentado estar con otras mujeres —ignoró el arranque de cólera de Paula y no dejó que se alejara de él—, pero tu imagen me perseguía. ¡Cada vez que una mujer guapa se acercaba a mí, me quedaba frío porque no eras tú! —La sacudió ligeramente—. ¡No te atrevas a ir por ahí diciéndome que eres mi cautiva porque yo estoy tan
esclavizado como tú!


Dicho eso, se inclinó y la besó, negándose a dejarla retroceder. Paula solo intentó hacerlo durante un momento antes de que su necesidad de aquel hombre creciera más que su necesidad de resistirse a él. Las lágrima de Paula contra la mejilla de Pedro lo sorprendieron, y se apartó bajando la vista hacia ella.


—Tal y como yo lo veo, solo hay una solución a esto.


Los hombros de Paula se sacudieron cuando apoyó la cabeza contra el torso de Pedromientras se resistía a la necesidad de acurrucarse contra él. Quería gritar que la liberara de aquella locura, pero no quería dejarlo ir. ¡Lo necesitaba tanto!


—No podemos seguir haciéndonos esto el uno al otro —lloró.


—No podemos parar —le dijo Pedro, apretándola más contra su pecho y acariciándole la espalda de arriba abajo con la mano—. Ya hemos intentado vivir el uno sin el otro, Paula. Eso no funcionó. Yo era un desgraciado y tú tuviste que criar a dos niñas pequeñas completamente sola. Ya me he perdido cuatro años de sus vidas, por no decir que no pude estar contigo cuando estabas embarazada. No quiero volver a perderme eso.


Paula subió una mirada atónita hacia Pedro.


—¿Por qué querrías ver eso? —preguntó—. No era una embarazada demasiado atractiva — respondió con un toque de humor lacrimógeno.


Él negó con la cabeza.


—Deja que sea yo quien juzgue cuándo estás guapa y cuándo no lo estás. Sé que estarías hermosísima con un vestido blanco caminando hacia el altar de la iglesia, hacia mí. Y estarías aún más guapa cuando dieras el «sí, quiero» al preguntar el sacerdote si prometes amarme, respetarme y obedecerme.


Paula se echó a reír con eso, limpiándose una lágrima de la mejilla con el dorso de la mano.


Pedro, deberías saber que no se va a decir la palabra obedecer en ninguna ceremonia de matrimonio en la que yo participe.


—¡Hecho! —dijo metiéndose la mano en el bolsillo para sacar un anillo.


Paula sintió el metal frío en el dedo y se quedó sin respiración.


—¿Qué es esto? —preguntó, retirando la mano como si acabara de quemarse.


—Es el símbolo de tu promesa de casarte conmigo —respondió de inmediato mientras doblaba los dedos de Paula para que no pudiera quitarse el anillo.


Paula volvió la mano y observó el hermoso anillo de diamantes. Después volvió a mirarlo a él.


—¿Que me case contigo?


Pedro puso los ojos en blanco y la atrajo más hacia sí.


—¿Has escuchado algo de lo que he dicho desde que entré? —preguntó vehementemente.


Paula se rio.


—Sí, pero no…


—Ni se te ocurra decir que no me has oído pedírtelo. Te lo he preguntado dos veces. Ahora no voy a volver a pedírtelo. Sobre todo porque ahora sé que reaccionas de la misma manera que yo cuando estás cerca. Y eso no va a mejorar. He intentado con todas mis fuerzas sacarte de mi cabeza.
Por lo que me has dicho, tú también lo has intentado. Puesto que no funciona, vamos a tener que amarnos durante el resto de nuestras vidas.


Paula no pudo moverse durante un largo instante. Buscaba sus ojos, intentando discernir si hablaba en serio o si seguía de broma.


—Sí, Paula. Te amo. No quería hacerlo, pero sucedió.


—¿Cuándo?


—Hace cinco años. Cuando te vi sentada en esa cafetería. Pero no sabía qué era ese sentimiento. Después te conocí. El sentimiento parecía hacerse más fuerte cada vez que te veía. —Sus brazos se tensaron—. Entonces me dejaste. No podía creerme que te hubieras marchado de verdad, pero mis detectives me dijeron que estabas de vuelta en casa. —La estrechó entre sus brazos y la besó en la frente—. ¿Por qué me dejaste hace cinco años?


—Por tus padres —susurró.


Cuando Paula se detuvo ahí, Pedro sacudió la cabeza.


—No. No habrías dejado todo lo que compartimos únicamente por lo que te hicieron pasar mis padres. Se equivocaron y siento haberme mostrado tan frío después de la cena, pero estaba furioso con ellos.


Paula hizo un gesto de negación.


—Pero tú no sabes cómo estar casado, Pedro. Son horribles el uno con el otro, y tú no has tenido otro ejemplo de cómo vivir, de cómo tratar a la gente. Sinceramente, ¿sabes cómo amar a alguien? 


Pedro le acarició la espalda de arriba abajo.


—Sé que te quiero. Sé que te quiero en mi vida, todos los días del resto de mi vida. También sé que cuando no estás, mi vida es triste y apagada, y que añoro tu sonrisa. Trabajo para encontrar maneras de hacerte sonreír.


A Paula le dio un vuelco el corazón.


—Así que, ¿no es solo sexo? —preguntó con voz débil, incrédula.


Pedro lanzó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.


—Bueno, vale, el sexo es increíble —respondió mientras le acariciaba el cuello con la nariz y los labios cuando se apagó su risa—. Pero quiero algo más que buen sexo.


El corazón de Paula empezó a latirle frenéticamente en el pecho.


—¿Qué más quieres?


—Lo quiero todo, Paula. Te quiero en mi cama cada noche, eso está claro. Pero también te quiero a mi lado. Quiero que estés conmigo en todo. Y, definitivamente, no quiero un matrimonio como el de mis padres, así que tendrás que enseñarme qué hacer.


Paula también rio, con el corazón henchido de amor por aquel hombre, mientras su ánimo se disparaba de alegría.


—No sé si se te puede enseñar nada.


Pedro se inclinó besuqueándole el cuello.


—Pero aun así lo vas a intentar, ¿verdad?


Paula se echó a reír e intentó alejarse de los labios de Pedro, que le hacían cosquillas en el cuello.


—Lee un libro —lo amonestó.


—Aprendo más bien de manera práctica —le dijo él, lanzándose a por su oreja, ya que no le dejaba besarle el cuello.


Paula se zafó de su abrazo, seria de repente.


Pedro, ¿estás seguro? ¿Estás realmente seguro? No quiero acabar como la última vez que tuve que aprender a vivir sin ti. La última vez que te dejé, casi me muero. Lo único que me salvó fue enterarme de que estaba embarazada.


Él tomó su mano y la atrajo muy cerca de sí.


—Nunca más —prometió—. No vuelvas a hacer eso nunca.


—¿Qué? ¿La parte de marcharme?


—Sí. —La abrazaba fuerte—. Casi me vuelvo loco, mia amore. Te necesito como el aire. Eres mi mundo.


—¿Y qué pasa con tus padres?


Pedro negó con la cabeza.


—Nunca volveré a llevarte a verlos. Perdieron todos sus privilegios después de la forma en que te trataron la última vez. Te llevé a casa aquella noche y volví a casa dos días después. Es el tiempo que tardé en poder volver a dirigirles la palabra. Pero volvieron a pelearse conmigo. Dijeron que no les gustabas y que podría aspirar a algo mejor. Les dije que eras lo mejor que me ha pasado en la vida y que no iba a permitir que su enfado entre ellos influyera en nuestra relación. —Se separó y bajó la vista hacia ella—. Lo siento, amor mío, pero incluso entonces no era consciente de que lo que quería era amor y matrimonio. Habría llegado a esa conclusión con el tiempo. Pero cuando me dejaste, me costó Dios y ayuda no ir a por ti para llevarte a rastras de vuelta a Italia y hacerte mía.


—Siempre he sido tuya —dijo Paula, apoyando la mejilla contra su pecho y abrazándose a su cintura—. Ningún otro hombre me ha tocado nunca. No les dejaba. Mis hermanas me animaban a tener citas, pero no podía. Ninguno era tú, así que, ¿para qué?


La abrazó con ternura.


—¿Vuelves a la cama? —le preguntó en voz baja, ronca de emoción y deseo—. Te enseñaré cuánto te quiero —dijo Pedro.


—Sí —suspiró, poniéndose de puntillas para besarlo.


Y así, por primera vez desde que descubrió la gastronomía, salió de la cocina con una comida a medias. Por primera vez desde que aprendió lo hermoso que era cocinar, encontró algo que la hacía sentir más llena y completa.