sábado, 2 de julio de 2016

CAPITULO 14 (PRIMERA PARTE)





Estaba demasiado cerca, pensó rodeándolo. Había mucho espacio abierto en esa zona. No había ninguna necesidad de acercarse tanto. Y había muchas razones como para no hacerlo. Su charla antes de que llegara él, ese severo sermón a sí misma sobre ir más despacio, conocerlo mejor y no saltar a la cama con él sólo porque percibiera un dolor o una necesidad de su parte, eran todas buenas razones para mantener las distancias. Simplemente, no podía dejar que aquella tensión sexual arrolladora que había entre ambos anulara su sentido común. Apenas conocía a ese hombre; acababa de abandonarla durante dos semanas, y después la había llamado por teléfono prácticamente a gritos.


«No es el hombre más romántico de la tierra», pensó.


Estaban dando una vuelta por una sede potencial y él se quedó de pie en el centro, aparentando darle espacio para echar un vistazo. Sin embargo, de algún modo, siempre estaba demasiado cerca de ella.


—Es un espacio muy bonito —respondió, tratando de mantenerse educada y profesional a pesar de que estaba imaginándose su torso desnudo. «Es un error fácil de cometer», se dijo. Vestía con camisa blanca y pantalones de hilo oscuros, pero aquel día no llevaba corbata. Tenía el cuello abierto y asomaba un pelito. Quería con tanta desesperación probar de nuevo el sabor de su piel, pensó. 


Pero apartó los ojos porque no quería que Pedro viera el deseo en su mirada.


—Ya estoy lista para irme —dijo sobresaltada cuando él cambió de postura y le rozó el brazo ligeramente con el suyo.


Él la observó con curiosidad, y entonces su mirada se despejó y una sonrisa secreta iluminó aquellos misteriosos ojos azules.


—Bien. Vamos al siguiente sitio.


Ella asintió, incapaz de hablar en ese momento. Su roce había enviado una descarga eléctrica a través de ella y estaba esforzándose por guardarse las manitas.


Tenía muchas ganas de arrojarse en sus brazos y arrancarle la camisa para poder tocarlo por todas partes. ¡Santo cielo, nunca había tenido esa clase de pensamientos con ningún hombre! A decir verdad, los hombres no le habían hecho frente, e incluso aquellos con los que había salido no la habían tentado de esa manera tan fuerte. No hasta hacía dos semanas.


La llevó a tres sitios más antes de la comida y, en cada uno de ellos, evitó meticulosamente tocarle de ninguna manera. Cuando se le acercaba, ella se aseguraba de cruzar la habitación. Si alguna habitación parecía demasiado pequeña como para que cupieran los dos, ella se limitaba a asomar la cabeza y seguía adelante. Se mantuvo callada sobre cada una de las propiedades que visitaron, independientemente de cuánto le gustaran. No hizo preguntas, no señaló ningún problema con las habitaciones o con la colocación de las cocinas. Incluso si una ubicación podía funcionar, se negaba a darle pista alguna sobre lo que estaba pensando.


—¿Próxima parada? —preguntó Pedro.


Paula lo miró, consciente de que no parecía sentirse molesto por sus tácticas en absoluto. Simplemente la seguía de una habitación a la siguiente.


Mantenía él solo un diálogo sobre las ventajas de que gozaba una ubicación o sobre las reformas que pensaba que podía necesitar para que su negocio funcionara allí, en todo lo cual tenía mucha razón. También comentó las maneras en que Trois Coeurs podría expandirse con algunas de las ubicaciones, así como las ventajas del lugar que estuvieran visitando con respecto a su sede actual.


Paula tenía que admitir que estaba impresionada con su conocimiento de las empresas de catering en general y de Trois Coeurs en particular. Varias veces tuvo que contener su curiosidad sobre las sugerencias que hacía al no estar segura de cómo llevar a cabo algunas de sus ideas.


Paula ni siquiera sospechó que podría estar en problemas hasta que llegaron al quinto sitio.


—¡Hala! —dijo en cuanto se detuvieron en el bordillo. Aquel no era el típico establecimiento tipo panadería. Aquello era una impresionante casa victoriana con aguilones y con todo el encanto, además de una exuberante vegetación. El vecindario también era perfecto. Estaba justo enfrente de unos edificios de gran altura, pero la parte trasera daba a un gran barrio suburbano. Las casas alrededor de la construcción victoriana eran del estilo colonial habitual, parecidas a muchas de las casas de la costa este, de tal manera que el encanto y la vegetación de la casa victoriana resaltaban, captaban la vista de uno. La casa estaba recién pintada y era extremadamente grande.


—Esto no puede funcionar —susurró, pero salió del coche, con la vista atrapada en el edificio a pesar de ello. Tenía tres pisos, y la planta baja claramente se había utilizado como escaparate en el pasado.


Paula no captó la mirada victoriosa de Pedro mientras subía por el camino de ladrillo.


—No tiene espacio para aparcar —dijo, susurrando las palabras, como si tuviera que mostrarse reverente en presencia de una casa tan bonita.


Pedro la oyó. Claro que lo hizo porque, por algún extraño motivo, aquel día estaba híper sensible a cada matiz de Paula. Observaba las expresiones de su rostro. Sus ojos se sentían atraídos constantemente a su lindo culito con esos pantalones caqui, así como a la manera en que sus pechos hacían presión contra la camisa rosa en tejido oxford que llevaba puesta. Su mente imaginaba que sus manos abrían cada uno de los botones, descubrían el color del sujetador que llevaba y se deleitaban en su cintura, esbelta en comparación con sus pechos suaves y turgentes.


Concentrándose en el primer comentario que había pronunciado en todo el día, miró hacia arriba y dijo:
—Hay un aparcamiento de diez plazas detrás del edificio, y unas cuantas más en el callejón que conecta las casas. —Abrió la puerta cerrada y le cedió el paso—. También hay un aparcamiento a media manzana. Los precios son bastante razonables y, hasta la fecha, no se ha llenado nunca.


Al entrar en el interior, Paula miró a su alrededor y jadeó, emocionada ante el asombroso espacio en el lugar que solía ser el vestíbulo. A un lado, había un escaparate donde tal vez un florista o alguien podría levantar un mirador. Eso sería ideal para un expositor de sándwiches de estilo delicatessen y otro con los postres de Patricia. Había una puerta de acción doble al fondo y Paula permaneció inmóvil mientras contemplaba la enorme habitación. No había ningún electrodoméstico, pero había espacio más que suficiente para dos fogones monstruosos, para la cámara de congelación que querían desde hacía tiempo y para frigoríficos de gran capacidad. Eso por no mencionar que había suficiente espacio para el doble de encimera que tenían en la actualidad.


—Madre mía —dijo otra vez, acercándose más. Un largo pasillo en el lateral de la cocina llevaba a un patio precioso, un lugar que sería perfecto para poner unas mesitas donde los clientes pudieran sentarse a comer los sándwiches de estilo delicatesen que acabaran de comprar en la parte delantera.


—No hemos terminado —le dijo con voz grave y segura. La tomó del brazo e hizo que apartara la vista del exuberante rincón del patio, hacia el pasillo—. Arriba —le dijo.


Paula subió las escaleras, ligeramente cohibida al caminar él detrás de ella.


Tuvo que bajar la vista para mirar lo que llevaba puesto, gruñendo al recordar que llevaba sus aburridos pantalones tostados. Había intentado parecer seria, pero los pantalones tostados únicamente le daban mejor vista de su pompis.


Por suerte, Paula no tardó en alcanzar el rellano superior y se detuvo delante de una puerta cerrada con llave.


—¿Qué es esto? —preguntó.


Pedro sacó otra llave y abrió la puerta. Al entrar en la habitación, Paula descubrió que ¡en realidad se trataba de un apartamento grande!


—Dos habitaciones —dijo en voz baja—. A Paola le encantaría. —Eso la alegraba y la entristecía a la vez, porque Paula sospechaba que a Paola le gustaría tener un poco de intimidad. Paula había empezado a abrigar sospechas de que Paola necesitaba su propio espacio, deseosa de poder cuidar ella sola a sus hijas de vez en cuando, pero era demasiado amable como para decir nada. La forma en que se habían acomodado para vivir había sido perfecta cuando las gemelas eran bebés.


Ellas tres, además de sus padres, tías y tíos habían estado allí para ayudar a enseñar a andar a las gemelas, darles de comer cuando llegaban tarde y cuando tenían que salir temprano. Además, las tres se habían divertido viviendo juntas. Pero viendo aquella casa, verdaderamente era lo ideal para Paola. Podría seguir viviendo sobre la cocina, así que no tendría que desplazarse, pero tendría a sus niñas para ella sola de vez en cuando.


—Por aquí —dijo él cuando Paula hubo examinado todo el apartamento, sonriendo con tristeza hacia la bonita calle arbolada que Paola y las chicas podrían ver.


—¿Hay más? —preguntó. Después siguió a Pedro fuera del apartamento. La condujo por las siguientes escaleras hasta otra planta. Esta tenía dos puertas: una a cada extremo del pasillo. Antes de que abriera la cerradura, a Paula le dolía el corazón porque sabía lo que Pedro estaba a punto de revelar.


Como era de esperar, la primera puerta se abría a un apartamento de una habitación que era precioso de una manera anticuada. La cocina, pequeña, era un poco estrecha, pero como ninguna de las tres solía cocinar por su cuenta, tal vez el ambiente de la cocina no fuera un problema. Al mirar por las ventanas de ese apartamento, Paula se percató de que el patio era más grande de lo que pensaba al principio. Desde ese punto de vista, se dio cuenta de que el patio de ladrillo llegaba más atrás e incluso se curvaba hacia el lateral. Sería perfecto como espacio para celebrar eventos. Incluso lo suficientemente grande para bodas pequeñas o para una zona de recepción mediana. 


«¡Oh, sería maravilloso no tener que transportar toda la
comida para un evento!¡A Patricia y Paola les encantaría este sitio!».


—Hay otro apartamento, ¿no es cierto? —preguntó en voz baja, mirando a su alrededor y preguntándose cómo podría rechazar aquella oportunidad.





CAPITULO 13 (PRIMERA PARTE)




Paula se mordió el labio, intentando con todas sus fuerzas no reírse.


Aquello no era gracioso y no estaba de humor para bromas. 


Se sentía dolida y molesta por su falta de contacto. Pero algo en la manera en que le daba órdenes se le antojaba como si… ¿era posible que estuviera protegiéndola? Seguro que era una idea estúpida. Aquel hombre era demasiado fuerte y poderoso como para que le importara un rábano si seguía en su sede cuando las bulldozer salieran a la carga el mes siguiente. ¿Por qué iba a importarle? Él estaba casado con ella. Sus problemas ya estaban resueltos.


—¿Me has oído, Paula? —espetó—. ¡Una hora! —Y colgó el teléfono.


Paula apretó el botón de colgar en su móvil y se recostó en la silla. ¿Acaso estaba inventándose cosas bonitas sobre él en su cabeza para justificar su secreto?


¿O Pedro era un idiota ególatra que no se merecía que le dieran ni la hora?


Sinceramente, no tenía ni idea. Pero, de momento, no podía negar que estaba nerviosa por volver a verlo. Aquel nerviosismo se había moderado con su silencio de las últimas dos semanas, pero seguro que tenía una excusa. Y Paula no podía negar que había oído algo en su voz cuando le daba órdenes. Tal vez estuviera loca y seguro que estaba leyendo en aquella conversación más de lo que había, pero…


Paula suspiró y apoyó la cabeza en las manos, masajeándose las sienes mientras se le levantaba lentamente un dolor de cabeza. Se había sentido tan feliz después de aquella noche con él. Todo parecía de color de rosa. Pero al cabo de los días sin recibir noticias suyas, no pudo evitar que la tristeza y el sentimiento de rechazo se colaran en su mundo.


Paola y Patricia también se habían dado cuenta. ¿Qué iban a pensar si salía ahora? Estaba actuando como una lunática. 


Aparece en su vida y está feliz. Le hace el amor y camina por las nubes como una niña tonta de colegio. No le habla durante semanas y anda con la cara mustia, le habla mal al personal y actúa como una colegiala rechazada. Después la llama dándole órdenes y… sí. Estaba feliz otra vez.


Era ridículo y completamente estúpido, pero en realidad estaba ansiosa por verlo.


¡Pero hacía dos días que había vuelto a la ciudad!


Sí, eso dolía.


Se dijo que iba a acabar sufriendo al ponerse en pie y dirigirse al cuarto de baño para retocarse el pintalabios a la expectativa de su llegada. Sí, probablemente iba a acabar sufriendo, pero no podía soportar la idea de que aquel hombre estuviera disgustado. Sobre todo si tenía razón sobre aquello que había detectado en su voz. Empezaba a sospechar que el hombre no era tan duro como quería hacerla creer.


Suspiró y guardó el pintalabios en el bolso. «Yo tampoco soy tan dura», pensó cuando una oleada de miedo le recorrió el espinazo. Quizás se estaría entrampando en un mundo de dolor si se equivocaba.


Pero, si tenía razón, Pedro la necesitaba. Y tal y como había ocurrido en el día de su boda, todavía sospechaba que ella también lo necesitaba a él.


«Mantén las distancias», le dijo a su reflejo en el espejo. 


«Mantén las distancias, mantén la cabeza fría y, lo más importante de todo, ¡mantén la ropa puesta!».


Si conseguía hacer esas tres cosas, tal vez conseguiría salir de aquella tarde con un poco de dignidad. Y puede que tal vez, sólo tal vez, llegara a conocer a ese hombre que era su secreto.



CAPITULO 12 (PRIMERA PARTE)





Él estaba de pie en su despacho, examinando el informe de actividades de Paula durante las dos últimas semanas. No había utilizado nada del dinero que había dispuesto para su uso personal; ni siquiera había utilizado las tarjetas de crédito que le había dado. Y lo que era más importante, no se había puesto en contacto con la agente inmobiliaria que le había buscado. De hecho, había ignorado cada una de las cosas que había dejado preparadas para ella mientras visitaba a su padre y concluía el asunto de traspasar las acciones de su padre a su nombre.


Ahora que era dueño de dos tercios de su compañía, había hecho una gira relámpago por varias fábricas y había fijado reuniones en París y Tokyo. A pesar de eso, sintió la necesidad de volver allí, deseoso de ver a una mujercita de impresionantes ojos verdes y con la sonrisa más increíble que jamás había visto.


Estaba furioso consigo mismo por haber vuelto y después de aquella mañana se dijo que no iba a caer en su trampa de ninguna manera. Había sido una aventura bonita e interesante, pero ya era hora de pasar página y volver al trabajo.


Al menos ese había sido su plan hasta que leyó el informe detallado de su equipo de seguridad y se enteró de que ella seguía en el mismo sitio donde estaba hacía dos semanas. ¡Se quedó lívido! ¿Por qué no estaba de compras? ¿Por qué no estaba por ahí comprando todos los zapatos ridículos que pudiera ponerse una vez y nunca más? Cuando se fue hacía dos semanas, se dijo que ya se la había sacado del sistema. 


Había descifrado su personalidad mentalmente; había descubierto sus astucias de mujer y la había etiquetado.


¿Por qué no estaba haciendo lo que esperaba de ella? ¿Por qué no se metía en su papel? Aquella maldita mujer no estaba haciendo lo que se suponía que tenía que hacer.


Es más, al rechazar las cosas que podía ofrecerle, se sentía como si lo rechazara a él, ¡y eso no lo toleraría! No después de lo que habían compartido aquella noche.


—¡Paula, contéstame, joder! —Podía decir con sinceridad que nunca en su vida se había sentido tan confuso y enfadado con una mujer. Nunca había dejado que las mujeres llegaran al punto de poder enfurecerlo, pero Paula, esa pequeña descarada, había echado abajo una barrera que estaba decidido a reconstruir. Tan pronto como descubriera de qué iba y se asegurara de que estaba haciendo lo que se esperaba de ella.


Paula miró fijamente el teléfono y respiró hondo, tratando de calmarse.


—Perdone, ¿le conozco? —preguntó con sarcasmo. Podía sentir cómo crecía la rabia de Pedro a través del teléfono. Se sentía como si hubiera marcado un tanto y esperaba que él estuviera sintiendo una pequeña parte de lo que le había
hecho sentir durante las últimas dos semanas.


Pedro se puso aún más furioso.


—¿Perdona? —preguntó con un tono de voz frío.


Paula sintió un escalofrío, pero no se ablandaría.


—¿Le conozco, caballero? Creo que no. Suena vagamente como un hombre con el que cené hace tiempo, pero hace tanto que ya no lo recuerdo bien—. Se sentó en la silla de su escritorio, tamborileando el pie contra las baldosas mientras miraba en blanco hacia la fotografía soleada que había colgado en la pared hacía varios años.


Pedro no daba crédito a sus oídos. ¿Estaba jugando con él? ¡Eso no lo permitía jamás! Simplemente, las mujeres no jugaban con él. ¡La gente le temía!


¿Por qué no se metía en su papel?


Pedro respiró hondo y trató de calmarse y hablar racionalmente con ella. Era una empresaria. Tenía que atender a razones y seguir adelante con las cosas.


—¿Por qué no has ido a ver las otras propiedades? ¿Por qué seguís en vuestro edificio? Sólo puedo mantener a raya a Mike hasta finales de este mes, Paula. Lo sabes.


Lo sabía, pero eso no hacía que sintiera menos furiosa.


—No me he puesto en contacto con tu agente inmobiliaria simple y llanamente porque no tengo ni idea de quién es. Y si se suponía que tenía que ponerme en contacto con alguien, deberías haberme dado un nombre y un número de contacto. Todo lo que recuerdo es una vaga referencia a una mujer llamada «Diane» y a tu asistente. También recuerdo que dijiste que me llamarías a la vuelta. ¿Así que acabas de volver hoy?


Pedro cerró los ojos, tratando de tragarse el sentimiento de culpa que lo arrolló con su pregunta. ¡Él nunca se sentía culpable! Siempre mantenía el control y, si Paula quería que atendiera a sus menores deseos cada vez que estuviera en la ciudad, ¡iba a tener que pensárselo otra vez!


—Aterricé hace dos días.


Paula se sintió un poco más hundida.


—Ya veo —susurró, estudiando sus informes mientras parpadeaba tratando de contener unas repentinas lágrimas. No se esperaba que fuera a dolerle tanto—. Bueno, gracias por llamar Pedro. Agradezco la llamada de seguimiento. Si me das el número de tu agente inmobiliaria, me pondré en contacto con ella y dejaré que sigas con tu día.


¿¡Lo estaba despachando!? Pedro se aferró al teléfono cerrando los ojos para no decir o hacer nada de lo que pudiera arrepentirse más adelante.


—Paula, ¿por qué no te pusiste al habla con mi despacho? Mi asistente tenía toda la información para ti.


Paula puso los ojos en blanco.


—Te repito que si querías que me pusiera en contacto con alguien, sólo tenías que decírmelo. Estaré encantada de ayudarte como me sea posible.


¡Perdió los papeles!


—¡Esto es para ti! —espetó. Frotándose el rostro con una mano, miró a su alrededor. Tenía reuniones toda la tarde y cuatro eventos en su agenda para esa noche.


—Te recojo en una hora, Paula. Vamos a ver los locales y vas a escoger uno hoy mismo. Después le vas a decir a mi asistente todo lo que haya que reparar y se habrá hecho a finales de esta semana. El próximo lunes, quiero que tú y tus hermanas estéis felizmente instaladas en vuestra nueva sede. ¿Queda claro?