miércoles, 29 de junio de 2016
CAPITULO 5 (PRIMERA PARTE)
Veinte minutos más tarde, Pedro entró al restaurante, ignorando al gerente atontado que le dio la bienvenida. Se sorprendió a sí mismo al darse cuenta de que en realidad estaba deseoso de ver a una mujer. Disfrutaba de la compañía de mujeres hermosas, pero reconoció con una mueca que Paula Chaves era diferente de alguna manera.
Sus ojos otearon las mesas del restaurante, pero no la vio de
inmediato. El chófer había llamado para informarle de que la había dejado allí hacía diez minutos. ¿Dónde demonios estaba?
Un movimiento a su izquierda captó su atención y vio fascinado cómo la esbelta belleza salía del lavabo de señoras metiendo algo en su bolso.
Observó cuidadosamente cómo se aproximaba, sin haberse percatado aún de que estaba allí.
Casi rio cuando vio cómo se llevaba la mano al cabello para colocarse los ricillos sueltos. Se veía adorable y atractiva a la vez, una proeza bastante significativa.
Había llegado el momento de poner en marcha su plan. Dio un paso adelante mientras su mente cambiaba la idea original. No necesitaba contárselo todo. Solo lo suficiente para casarse con ella. Entonces podría llevarle el certificado de matrimonio a su padre y esa parte del asunto quedaría resuelta. Una vez que tuviera la participación mayoritaria de la empresa, encontraría la manera de conseguir el tercio restante, de librarse de su matrimonio y de volver a poner su vida en orden.
Claro, que una breve luna de miel con esa tentadora mujer tampoco estaría de más.
Pedro ignoró la punzada de culpa que sentía ante la idea de utilizar a Paula Chaves de una manera tan flagrante. Era un misterio por qué le importaba siquiera, y reprimió brutalmente el sentimiento de culpa. Después de todo, eran negocios.
Dio un paso al frente y ella se detuvo, observándolo al mismo tiempo que él bajaba la vista hacia ella.
—Estás preciosa —dijo finalmente, tomando su mano. La levantó hasta sus labios para besar sus dedos y una vez más le sorprendió el temblor que podía percibir. Por alguna extraña razón, sentía deseos de estrecharla entre sus brazos y darle parte de su fuerza, de decirle que todo iba a salir bien.
En vez de eso, apretó sus dedos con más fuerza, atrayéndola hacia sí.
Disfrutaba de su perfume dulce, femenino, y de los preciosos ojos que lo miraban con un fulgor verde brillante.
—Por aquí —dijo, plegando el brazo sobre su mano. Al bajar la mirada para observarla, se percató de que lucía unos pantalones negros de vestir pulcros y entallados, pero no ceñidos a su trasero. Eran muchas las mujeres con las que se había citado que habían utilizado todos y cada uno de sus atractivos para despertar su interés, pero esta no lo hacía. Incluso su suave suéter amarillo era bonito pero no era ajustado, a pesar de que podía ver que tenía unos pechos turgentes y exuberantes. Pechos que deseó explorar de inmediato.
Casi se le escapó una palabrota por lo bajo cuando su cuerpo reaccionó al breve vistazo de sus pechos cuando ella se sentó. ¿Sólo un vistazo y ya estaba duro y deseoso? «Ridículo», pensó, pero se deslizó en la silla frente a ella, ocultando la reacción de su cuerpo. Por algún extraño motivo, no quería asustarla.
—¿Qué tal tu mañana? —preguntó.
Paula dio un sorbo de agua helada, necesitada de algo para refrescarse.
—Ocupada —dijo, intentando que el pánico por la situación de su empresa no se reflejara en su voz—. ¿Qué tal la tuya?
Pedro no estaba muy seguro de cómo responder a esa pregunta. Nadie le había preguntado nunca por su día. La miró con curiosidad.
—Ha sido productiva —contestó finalmente.
—¿A qué te dedicas? —preguntó ella, ocultando sus manos temblorosas bajo la mesa. A la luz tenue de la noche anterior, le había parecido guapo e intimidante.
Bajo la luz brillante del restaurante, resultaba… espléndido.
Y aterrador.
Una vez más, se quedó atónito.
—¿No sabes quién soy? —preguntó con un tono de escepticismo en la voz.
Ella se ruborizó y él sintió que su miembro se endurecía todavía más. ¿Por qué le resultaba tan encantadora esa afectación? Seguro que era fingida.
—Sé cómo te llamas. Y pensaba buscarte en Internet esta mañana, pero todo ha sido una locura y no me ha dado tiempo. —Miró detenidamente aquellos extraños, siniestros y cautivadores ojos azules, intentado ser fuerte—. Bueno, ¿a qué clase de negocios te dedicas?
Él se reclinó en la silla, sin creerla aún.
—Dirijo Industrias Kosos —explicó, observando su rostro para medir su reacción.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Es difícil? —preguntó—. ¿Qué tipo de negocio es?
Pedro estrechó los ojos, sin creer que no estuviera al corriente de su posición ni de su poder. Las mujeres se arrojaban a sus pies, a veces literalmente, así que era difícil creer que esta fuera completamente inconsciente de su poder.
—Eso no importa —dijo, desechando su actuación—. Lo que importa es qué podemos hacer el uno por el otro. —En ese momento llegó el camarero y tomaron unos instantes para analizar el menú y hacer la comanda. Pedro pidió una botella de vino que trajeron rápidamente.
—Bueno, háblame de tu problema —dijo Pedro cuando sirvieron el vino y volvían a estar solos.
Paula sacudió la cabeza, intimidada por las esquirlas de cristal azul de sus ojos. Intimidada y, a pesar de eso, vio algo más. Dureza, definitivamente. Pero también había un… ¿anhelo? Descartó esa posibilidad mentalmente, segura de que estaba malinterpretando las expresiones de ese hombre. Probablemente la luz de las arañas de cristal sobre sus cabezas le estaba jugando una mala pasada.
—De verdad, estoy segura de que puedo dar con una solución, aunque aprecio sinceramente tu ofrecimiento de ayudarme.
Pedro estaba sorprendido. No jugaba bien sus cartas, aunque él había hecho los deberes. La mujer era la directora comercial de una empresa de catering que estaba prosperando. No obstante, estaba experimentando un pequeño problema en ese momento, debido únicamente a sus iniciativas y planes de negocio. Mike había hecho un buen trabajo presionando a la mujer. Ya era hora de finalizar el acuerdo.
Ambos podrían salir ganando si ella lo permitía.
—Estás a punto de perder tres clientes esta tarde para tus principales eventos de la semana que viene —le dijo, soltando detalles de la verificación que había hecho recopilar a su personal por la mañana—. Esos tres clientes son algunos de los más grandes y visibles que tienes, además de los más vocales. Ellos constituirán el derrumbe que eche abajo toda la empresa. Te han dado diez días para trasladar tu empresa fuera de las instalaciones en las que vivís y trabajáis tú y tus hermanas. Y cada día que pase después de ayer, el precio cae precipitadamente si no aceptas la oferta de Mike. ¿Qué tal voy hasta ahora? —preguntó, a sabiendas de que tenía todos los detalles. Especialmente porque él era quien había hecho que se precipitaran los acontecimientos.
Paula iba a alcanzar su vaso de agua otra vez, pero sus palabras la dejaron helada y volvió a esconder las manos bajo la mesa. Sentía los labios inmóviles:
—Eso resume el problema —dijo sin percatarse de que sus tres clientes más importantes estaban a punto de retirarse. Aquello podría resultar desastroso, pensó con el corazón encogido.
—Este es el problema, Paula —dijo en voz baja, inclinándose hacia delante —. Mike no pierde el tiempo. En diez días, se dejará de juegos y entonces tendrás
verdaderos problemas.
Paula bajó la vista hacia la mesa, abrumada por el pánico.
—Has dicho que tenías una sugerencia. —No haría daño escuchar, ¿verdad?
Escuchar no significaba que hubiera fallado. Significaba que estaba explorando todas sus opciones. ¿No era eso lo que haría una buena empresaria?
Pedro la observó sintiendo una punzada de culpabilidad. La reprimió sin compasión y entró a matar. —Cásate conmigo —dijo.
Paula no estaba segura de haberlo oído bien. No acababa de decir… no.
¡Era una locura! Pero la mirada en sus ojos le decía que no lo había entendido mal.
—¿Casarme contigo? —preguntó; obviamente su mente no funcionaba correctamente.
—Sí. Yo necesito una esposa temporal y tú necesitas ayuda para salvar tu negocio. Podemos ayudarnos mutuamente.
Oyó sus palabras pero seguían sin tener sentido.
—¿Por qué necesitas una esposa? —preguntó—. ¿Por qué yo? —siguió pensando durante unos instantes—. Y, ¿por qué temporalmente?
—No quiero entrar en detalles de por qué necesito una esposa —dijo en tono frío—. Basta decir que yo puedo ayudarte con tu problema y tú a mí con el mío. En seis meses, cada uno seguirá por su camino sin que se hieran sentimientos y los dos saldremos ganando.
Sacudió la cabeza, aún confundida. ¿De verdad estaba proponiendo que se casaran durante seis meses y luego se alejaran el uno del otro? ¿Estaba soñando?
Pensó en pellizcarse, pero el hombre sentado frente a ella era demasiado real. Eso, y que no quería parecer tonta delante de él. Tal vez le diera miedo, pero también era el hombre más atractivo que había conocido nunca. Y estaba ese beso. «Sí», suspiró.
Su beso la tenía intrigada. Tal vez fuera breve, pero… ¡por el amor de Dios, había soñado con ese beso! ¿Cuán ridículo era aquello?
Centrándose en la conversación en curso, respiró hondo.
—¿Cómo puedo ayudarte yo?
De nuevo se quedó estupefacto de que le preguntara cómo podía ayudarle ella en lugar de preguntar al revés.
—Ya te lo he dicho. Necesito una esposa. Los detalles no son importantes.
Paula lo miró sin estar segura de qué pensar.
—Es una locura —dijo finalmente, pensando que sólo estaba tomándole el pelo. O probándola por alguna extraña razón.
—Es una locura, pero ese es el mundo en el que vivo y estoy decidido a solucionar un problema que me ha estado atormentando durante algún tiempo. Un matrimonio temporal me ayudaría con eso. A cambio, yo te ayudaré con tu
problema.
Sus ojos se abrieron como platos y se inclinó hacia delante, mientras en su mente trataba de apisonar la esperanza que sus palabras habían hecho emerger—. ¿Puedes parar el desahucio? —preguntó, tragándose el pánico.
Él sonrió levemente y negó con la cabeza, observándola con atención. Tenía que jugar bien sus cartas. Esta mujer no debía averiguar nunca que podría haber parado todo el asunto. Por algún motivo, quería que esa información permaneciese oculta, un secreto del que solo él y Mike McDonald tuvieran constancia.
—No puedo frenarlo del todo, pero puedo retrasar el traslado, lo que te quitará parte de la presión por el momento; pero sólo para que tengas más tiempo para encontrar un sitio nuevo. —Pensó detenidamente en la situación—. También puedo ayudarte a negociar un mejor precio de venta, y asegurar que tú y tus hermanas encontréis un buen sitio donde trasladaros, unas instalaciones que os permitan ampliar vuestros servicios y vuestra clientela.
A Paula se le agrandaron los ojos. Abrió la boca para acceder, deseando desesperadamente poder aceptar la oferta. Pero entonces cayó en la cuenta de lo que le estaba ofreciendo y sacudió la cabeza.
—Muchas gracias, Sr.… quiero decir, Pedro —se corrigió cuando la retó con los ojos a que lo llamara por su nombre de pila. Ella suspiró bajando la vista hacia su plato. Aceptar su oferta era muy tentador, dejar que ese hombre extremadamente grande y seguro de sí mismo solucionara todos sus problemas, sin importar lo raro que pareciera. No podía hacerlo. Era una empresaria fuerte y
casarse con él simplemente para salir de su atolladero la hacía sentir que había fracasado—. Pero realmente necesito hacerlo por mí misma. Tengo que solucionarlo yo sola.
Pedro respetaba aquello. De hecho, lo respetaba mucho más de lo que quería reconocer. Sin embargo, también pensaba que era una forma muy ingenua de hacer negocios.— Paula, te das cuenta de que en el mundo empresarial todos se utilizan mutuamente, ¿verdad? En los negocios, no solo se trata de quién es el más listo o el más eficiente. Eso ayuda, pero lo que es más importante es a quién conoces y saber cómo trabajarse esos contactos, conseguir información y utilizarla. —La observó detenidamente para ver si empezaba a comprender—. Yo no puedo solucionar mi problema solo. Necesito ayuda. Me gustaría que me ayudaras y puedo ser un aliado poderoso para ayudarte a resolver tu problema.
Se mordió el labio. Lo que decía tenía sentido. ¡Por no decir que su «necesito ayuda» le había llegado al corazón haciendo que se sintiera necesitada y viva! ¿Pero matrimonio? ¡Parecía una auténtica locura! Y de veras quería darle a Mike McDonald un poco de su propia medicina. ¡Quería ganar esa batalla! La estaban intimidando y no le gustaba. ¡Ni un pelo!
—Pero no quiero trasladarme del sitio donde estoy ahora. Mis hermanas y yo hemos vivido juntas durante toda la vida y hemos trabajado allí desde que decidimos empezar nuestro propio negocio. ¡Santo cielo, estábamos juntas incluso en el útero! —bromeó.
Él sonrió levemente pero negó con la cabeza.
—Paula, ¿te imaginabas que tú y tus hermanas viviríais juntas el resto de vuestras vidas?
«Algo así», pensó rápidamente. Pero la mirada escéptica en sus ojos le decía que esa era la respuesta equivocada.
—No, pero…
—Así que tal vez ahora sea el momento perfecto para aprender a vivir sin ellas. Y no puedes solucionar este problema tú sola. Mike es muy listo y tiene todas las cartas. Nadie va a ofrecerse a comprar tu edificio. —Pedro sabía que eso era un hecho porque era él quien había orquestado todo el asunto—. Cualquier comprador potencial ya sabría a estas alturas que toda la zona va a ser demolida, así que es una propuesta que va a salir perdiendo. Estás tomando una decisión empresarial basándote en una respuesta emocional, y eso no es bueno para los negocios. Lo que
yo puedo hacer por ti es asegurarme de que consigas un trato mejor por parte de Mike.
Lo que ofrecía era tentador. Si no conseguía vencer a ese estúpido de McDonald y parar el traslado, desde luego que estaría bien obligarle a hacerle una oferta mejor. Su amenaza de aquella mañana seguía fresca en la mente de Paula.
¡Vaya si sería realmente estupendo hacerle retirar su amenaza de reducir el precio en un diez por ciento cada día.
Además, si se casara con Pedro, ¿no estaría bien aparecer de su brazo en alguna fiesta para enseñarle a Mike que ya no podía volver a meterse con ella?
Sospechaba que Pedro era uno de los tiburones más grandes del océano. Y por la mirada en sus ojos, seguro que era más cruel. Le gustaba la idea de tener a un tiburón cruel, implacable y brutal de su parte.
Contuvo la respiración mientras reflexionaba sobre lo que él iba diciendo.
—¿Cómo puedes obligar a Mike a ofrecerme un trato mejor? —¡La idea era seductora! Esa empresa llevaba meses acosándola intentando obligarla a trasladarse y, hasta el momento, había rechazado sus ofertas y su presión. Ahora estaban jugando sucio, yendo tras su clientela, y eso era algo contra lo que no podía, o mejor dicho, no sabía, cómo luchar.
—Igual que Mike te ha arrinconado con sus contactos, yo puedo hacer lo mismo. Excepto que mis contactos —dijo refiriéndose en silencio a su puesto como jefe de Mike—, son mejores. Yo tengo más poder que Mike —explicó, sin exagerar ni un poco—. Puedo presionar a Mike para que haga lo que yo quiera. Solo dime cuáles son tus condiciones.
Llegó su comida, que olía deliciosa, pero Paula no podía comer y pensar en un desahucio inminente a la vez. Empujando su ensalada en el plato, dio unos mordisquitos a unos cuantos trozos de lechuga mientras sopesaba lo que le había dicho.
—¿Cómo sabes que saldrás airoso con Mike? ¿Qué pasa si encuentra contactos más importantes que los que tienes tú? —preguntó, atreviéndose a pensar en su oferta de manera positiva.
Él rio por lo bajo ante la idea. Mike no tenía contactos poderosos. Y sin embargo, Pedro no estaba siendo arrogante. Simplemente, él era el hombre con el que todo el mundo quería tener influencia. Su empresa era del tipo de las que presionaban a otras. Él era el matón del patio.
Puesto que era el jefe de Mike, Pedro estaba seguro de que podía exigir un trato mejor para aquella mujer adorable que
fingía comer.
—Te lo garantizo —observó la cara de ella, aún llena de dudas—. Qué te parece si hacemos lo siguiente —ofreció—: si te consigo más dinero por tu local actual, te doy tres opciones viables para el siguiente local y amplío el plazo de diez a treinta días, todo por escrito, ¿bastará eso para que confíes en mi destreza para hacer que se cumpla tu parte del trato?
Ella se negó con la cabeza.
—No puedo trasladar todo nuestro negocio en treinta días.
—Me aseguraré de que Mike pague los costes del traslado y de la instalación —añadió, cortando un pedazo de su filete y ofreciéndoselo. Parecía que necesitaba incorporar más carne en su dieta. Pedro se había percatado de lo pálida que estaba en ese momento y, de súbito, sintió una punzada de preocupación por la linda señorita que valientemente intentaba hacer sus propios milagros. ¿Le fascinaba esa mujer porque estaba tratando de hacerlo sola en lugar de intentar manipularlo para que le solucionara el problema? ¿O había algo más? No estaba seguro, pero sabía que sentía algo por Paula Chaves que jamás había sentido por otra mujer.
Al ver cómo se mordisqueaba el labio inferior, aceptó que la quería en su cama. Su mente se relajó con esa respuesta, a pesar de que la parte inferior de su cuerpo palpitaba. Sospechaba que conseguir llevarla hasta allí sería más difícil que hacerla acceder al acuerdo. En realidad, le gustaba esa posibilidad. Tras años de mujeres arrojándose a sus pies, Paula Chaves, con su inocencia exuberante y sensual, resultaba refrescante. Decidió que iba a disfrutar del reto que presentaba Paula Chaves.
El temblor de su cuerpo fue en aumento porque lo que le ofrecía solucionaría todos sus problemas.
—¿Y todo lo que pides es casarte conmigo durante seis meses?
—Hasta que mis asuntos de negocios se resuelvan —corrigió. Sí, en un principio había hablado de seis meses, así que, ¿por qué hacía que el límite de tiempo fuera menos concreto? Aquello por sí solo era extraño. O tal vez no tanto.
Mientras la miraba, sus ojos vagaron hacia los pechos acorazados por el suéter. La deseaba. Y era casi completamente posible que Paula Chaves resultara más interesante que sus amantes anteriores, que no le habían durado más de un par de meses. De modo que tenía sentido dejar los términos de su matrimonio sin plazo definido.
«Sí», pensó con deleite mientras daba un sorbo de vino blanco. Paula Chaves iba a ser mucho más interesante.
Ella permaneció dándole vueltas a su lechuga durante varios minutos más, sin saber qué pensar.
—Pero no me vas a decir por qué necesitas casarte. —Finalmente levantó la mirada hacia él, sobresaltada al encontrar sus ojos azules encendidos por una extraña llama. Los músculos de su estómago se contrajeron y se le enderezó la espalda. Su cuerpo estaba reaccionando a un mensaje silencioso, algo que no entendía conscientemente.
Pedro reflexionó sobre eso durante un instante, observándola atentamente.
—Tiene que ver con mi padre y unas acciones.
Ella asintió como si lo entendiera, aunque en realidad no lo había hecho.
—¿Y la boda no interrumpirá el funcionamiento de mi empresa?
Él se encogió ligeramente de hombros.
—Es posible que te necesite junto a mí en ocasiones por motivos de negocios, pero respeto tu tiempo y no interferiré con tu vida profesional en la medida de lo posible.
Aquello parecía increíblemente justo, pensó Paula. Pero la idea de sus hermanas y de cómo iban a reaccionar ante su matrimonio con un hombre al que conocía de un día, y por una razón tan mercenaria… no quería que supieran que había fracasado. Paola preparaba unas cenas deliciosas, mientras que Patricia era una artista de los postres. Si llegaran a descubrir lo cerca que habían estado de la quiebra… No, no quería que supieran cuánto las había fallado. Trabajaban muy duro como para saber que alguien, un tipo poderoso e irritante, estaba intentando dejarlas sin negocio simplemente porque Paula era incapaz de encontrar salida a la presión.— Nadie tiene porqué saber los detalles de nuestra boda, ¿verdad? — preguntó pinchando un tomate cherry sin siquiera saber si podría dar un bocado.
Aquella afirmación hizo que Pedro se percatara de que Paula era la candidata perfecta. Otras mujeres que conocía exigirían que se publicaran noticias de su boda en los periódicos. ¡Demonios, hasta de su compromiso! El hecho de que quisiera que su matrimonio permaneciera en secreto le decía más sobre ella que cualquier cosa que hubiera ocurrido hasta ese momento.
—Solo algunas personas sabrán que estamos casados. Preferiría que nadie conociera los detalles. De hecho, voy a tener que solicitarlo como parte de nuestro acuerdo.
Ella asintió, comprensiva, e incluso aliviada de que lo necesitara tanto como ella.
—¿Cuándo…? Quiero decir, ¿lo tienes programado?
—Si estás de acuerdo con los términos —contestó—, puedo hacer que preparen un borrador de los documentos legales hoy y enviártelos para que los revises esta noche. Si te conviene, podemos casarnos mañana.
Su tenedor cayó estrepitosamente sobre el plato porque tenía los dedos demasiado entumecidos como para sostener el cubierto.
—¡Mañana! —dijo sin aliento, anonadada al ver que podía mover las cosas con tanta celeridad.
Pedro se encogió de hombros, intentando ocultar su diversión ante la sorpresa de ella.
—Hay un juez que me debe un favor. ¿Te vendría bien a las tres? — preguntó.
Paula sentía dificultad para respirar. Daba profundas bocanadas, pero parecía que eso no ayudaba.
—¿A las tres? —preguntó con cautela. La cabeza le daba vueltas y no entendía—. Quieres casarte mañana a las tres.
Él asintió mientras tomaba otro pedazo de filete.
—Si encaja bien con tu horario. Si no, sugiere otra hora.
Paula se rio. Era un poco desternillante, pero no pudo evitarlo. Fue un ataque de risa. Siempre había soñado con su boda como un momento especial de su vida en el que sus hermanas estarían junto a ella y se casaría con el hombre de sus sueños. En lugar de eso, ahí estaba, sentada frente a un hombre guapísimo y aterrador hablando sobre una boda como si fuera una reunión de negocios.
—¿Puedes darme un día para pensármelo?
—Por supuesto. —Pinchó el último trozo de filete y alzó la mano al camarero para que le trajera la cuenta.
Mientras salía del restaurante, no podía creer que realmente estuviera considerando la idea de casarse con un completo desconocido. Oh, puede que supiera su nombre y recordaba que había dicho que dirigía Empresas Kosos, ¿o era
Industrias? Vaya, ¿de verdad importaba aquello? Pero aparte de esos dos detalles, no tenía ni idea de lo que movía a ese hombre.
El chófer estaba esperando fuera del restaurante, con la puerta abierta. Pedro tomó su mano y la sostuvo mientras ella subía en el asiento trasero. Paula sintió un escalofrío cuando su cuerpo alto y musculoso se sentó junto a ella en los lujosos asientos de cuero.
—¿Puedes hablarme un poco de ti? —preguntó.
—¿Qué quieres saber? —preguntó él a su vez mientras el vehículo se alejaba del bordillo sin hacer ruido—. Tengo treinta y seis años. Nací en Atenas, Grecia Hablo griego, francés, inglés y alemán, además de un poco de japonés y mandarín. No tengo hermanos ni, que yo sepa, más parientes que mi padre, que vive en Atenas. —Bajó la vista hacia sus preocupados ojos verdes y se ablandó un poco—. Viajo mucho por mis negocios y tengo varias casas y un ático en Nueva York. Una de ellas se encuentra aquí, en Washington D. C. —La miró con una sonrisa cínica—. Mientras permanezcamos casados, serás libre de usar cualquiera de mis casas, así como un jet privado que te lleve hasta allí. Te daré el número de contacto de mi asistente, que se encargará de todo lo que necesites.
Paula sonrió débilmente ante eso, sin estar segura de por qué necesitaría viajar a cualquiera de sus casas o incluso a Nueva York. Ella y sus hermanas viajaban a congresos de catering en ocasiones, pero la mayor parte de los congresos se celebraban en otras ciudades. Y ninguno tendría lugar pronto, de modo que ni siquiera podía imaginar una razón por la que fuera a necesitar un jet privado.— Gracias. Eso es muy generoso de tu parte —dijo tratando de reprimir su diversión ante tan extravagante oferta.
Pedro bajó la vista hacia ella; se le acababa de pasar una idea sospechosa por la cabeza.
—Srta. Chaves, ¿no se estará riendo de mí, por alguna casualidad? —preguntó sucintamente, con el tono que reservaba para sus presidentes o vicepresidentes cuando no estaban cumpliendo con sus expectativas.
La risita ahogada que se le escapó ante su pregunta fue inesperada.
—Por supuesto que no, Sr. Alfonso. ¿Ha dicho algo gracioso? —preguntó, intentando desesperadamente mantener una expresión seria.
Los ojos de él se estrecharon ante su risa evidente.
—Creo que no se hace una idea clara de mi autoridad, Srta. Chaves.
Otra risotada se le escapó con ese comentario y Paula se cubrió la boca con la mano, mirándolo con ojos chispeantes.
—Supongo que tal vez tenga razón, Sr. Alfonso.
Él la observó, empezando a divertirse. Pero se debía más que al simple humor. Era lujuria. Deseo puro, sin adulterar, por aquella pequeña mujer sentada con remilgo junto a él.
—Solo hay una cosa que hacer al respecto —le dijo, y por poco se echó a reír cuando desapareció la diversión de la cara de Paula. Ella debía de haber sentido el cambio en su cuerpo, en su tono de voz, porque se mostró precavida de inmediato.
—¿Y qué es? —preguntó sin respiración y alerta al instante.
Él no respondió. En lugar de eso, la levantó entre sus brazos. Con una mano en su espalda y utilizando la otra para acercarla, cubrió sus labios con la boca, exigiendo de inmediato tanto sumisión como participación. La mano en su espalda se deslizó hacia arriba. Hundió los dedos en su pelo y estropeó su impecable moño, haciendo que los mechones cayeran por su mano sobre los hombros de Paula. Se sintió bien al probar su aliento y utilizó la bocanada de esta para profundizar el beso, introduciendo la lengua en su boca para unirla a la de ella, para exigir más.
Paula se quedó conmocionada ante el contacto durante un segundo entero.
Tal vez dos. Ese no era un beso rápido como el de la última vez que sus labios se habían tocado. ¡Ah, no! ¡Aquello era fuego abrumador y pasión abrasadora! Un calor que la envolvía y un deseo prácticamente instantáneo que la arrolló, haciendo que su boca se abriera cuando él exigió acceso y que su cuerpo se enredara en torno al de él. Paula levantó las manos para alejarlo pero, en lugar de eso, sintió su cabello suave y negro; sus dedos se aferraron a los rizos de Pedro para mantener su boca justo donde la quería. Sobre la suya. Ni siquiera se dio cuenta de la manera en que su cuerpo se deshizo en el de él, de la forma en que sus hombros se volvieron hacia él, necesitados, deseosa de que aquellas manos la tocaran, de que la exploraran más a fondo.
Ya la habían besado antes otros hombres, pero eran piquitos comparados con el deseo que amenazaba con desbordarla ante el beso de Pedro. Era como si todo su cuerpo, toda su persona se moviera para que ella pudiera acoger más del
roce de aquel hombre, para que experimentara más de lo que la hacía sentir.
La única cosa que frenó aquella sensación fue la que percibió al bajar la velocidad del coche hasta detenerse.
Pedro se apartó y Paula lo miró atónita, aterrorizada y excitada al mismo tiempo.
Él miró alrededor, soltando una maldición cuando se percató de que estaban de vuelta en la oficina de Paula. Se inclinó, tomó otra muestra y después la deslizó de su regazo tan sólo un momento antes de que el conductor abriera la puerta trasera.
Paula salió a la acera frente a su tienda. Sus piernas la retaban a que intentase andar. Él salió con ella; la necesitaba cerca de sí por alguna extraña razón.
Sus manos estaban ansiosas de volver a atraerla entre sus brazos y al carajo con los ojos que pudieran estar observándolos. Se contuvo a duras penas. Detestaba las demostraciones de afecto en público, pero al mirar los labios turgentes de Paula y sus ojos verdes vehementes de deseo, se sintió tentado de romper su propia norma y besarla en ese preciso instante en la calle.
—Te enviaré los papeles dentro de… —dijo mirando su reloj— dos horas. Te llamaré mañana para responder a todas las preguntas que pudieras tener. De lo contrario, haré que la boda se celebre pasado mañana a las tres.
Dicho esto, volvió a meterse en la limusina y, un momento después, el conductor se alejaba de la curva. Paula observó las luces traseras durante un largo instante. Le zumbaba la cabeza con miles de preguntas y problemas, razones por las que no iba a llevar a cabo aquella descabellada idea de casarse con un hombre como Pedro Alfonso. «¡Un desconocido! Es una locura», se dijo. Simplemente, no podía casarse con un hombre por negocios, especialmente cuando acababa de conocerlo.
¡Era absurdo! ¡Estaba mal! El matrimonio era sagrado. Era un compromiso entre dos personas que prometían permanecer juntas durante el resto de sus vidas.
Definitivamente, aquella no era la manera de salir de un problema de negocios complicado
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