sábado, 16 de julio de 2016

CAPITULO 9: (TERCERA PARTE)






Cogió la llave de su habitación, un libro y sus gafas de sol, decidida a pasar un buen día. Iba a relajarse, a nadar en el océano; quizás aprendería submarinismo si había bastantes plazas en la clase.


«Tal vez podría… ¡Santo cielo!, no tengo ni idea de qué más hacer. ¡Ah! ¡Hay piragüismo! ¡Sí, tal vez debería coger una piragua y explorar el agua!».


Tomó un plato de la hilera del bufé y lo llenó de fruta fresca recién cortada. Estaba demasiado disgustada como para comer nada más. Le trajeron de inmediato una taza de café y sonrió agradecida al camarero. Sin embargo, no comió mucha fruta. Prácticamente se limitó a darle vueltas en el plato.


—Tienes que comer algo más, milaya moya —dijo Pedro sentándose en el lado opuesto de la mesa.


Paula alzó la vista rápidamente, intentando con todas sus fuerzas no permitir que su rostro mostrara ninguna emoción, sobre todo lo excitada que se sintió al instante cuando le habló en su lengua materna.


No sonaba tan brusca como esperaba. Sonaba dulce y casi cantarina.


Sin embargo, no podía dejar que viera eso en su rostro. 


Tampoco quería que detectara su cautela debido a los comentarios de Ivan, ni su entusiasmo al volver a verlo de nuevo.


Pedro no podía apartar la mirada de su rostro. En un periodo de unos tres segundos, había ido de la felicidad a la cautela, pasando por toda una gama de emociones entre ambas. Todo lo que pensaba y sentía se revelaba en sus bonitos ojos verdes.


—¿Por qué me tienes miedo hoy? —preguntó, haciendo caso omiso del camarero que se acercó a servirle un café.


Paula observó y subió la ceja mientras esperaba a que se lo agradeciera al camarero. Pero cuando Pedro siguió mirándola fijamente, se rindió.


—Gracias, Emilio —dijo al camarero cuando estaba a punto de alejarse.


Éste se detuvo e hizo una inclinación de cabeza, sonriendo levemente antes de que sus ojos se posaran sobre el hombre sentado frente a ella con postura arrogante. Un instante después, desapareció.


Paula se quedó estupefacta al ver el cambio de actitud del hombre.


—¿A qué se debe que todo tu personal sienta pavor de ti? Todos hacen un trabajo espléndido, pero no se lo agradeces de ninguna manera. —¿De verdad era así de frío y cruel? El día anterior no se lo había parecido. Al menos, no después de enfrentarse a él—. Ayer también criticaste a tu personal.


—Pago muy bien a mis empleados. Espero que trabajen de acuerdo con mis muy altos estándares. Si no pueden, tienen que irse a otro resort. Yo no pido a nadie que trabaje donde no quiere.


Paula puso los ojos en blanco.


—Mira, yo también doy trabajo a varias personas. Y también les pago muy bien. Eso no significa que una palabra amable o de agradecimiento por un trabajo bien hecho vaya a matarte.


Pedro pensaba que era excesivamente amable y sensiblera al tener en cuenta la situación de un camarero, pero suponía que eso era lo que la hacía tan atractiva. Tenía el corazón ahí, a la vista de todos.


Sin embargo, no pensaba ablandarse en sus políticas de contratación.


—El hombre me ha traído un café. ¿Qué hay en esa tarea que esté por encima de lo que se exige de él? —preguntó, divirtiéndose con la defensa apasionada de su personal. Prácticamente le había partido los huesos en defensa de su gerente el día anterior y ahora luchaba por los derechos de un camarero. «¡Es adorable! ¿A cuántos desamparados puede arropar bajo sus faldas?».


—No se trata de que fuera más allá de lo que se exige de él —espetó, fulminándolo con la mirada—. Es que ha hecho algo por ti. Un simple gracias no cuesta nada.


—Ya, bueno, por lo menos ha hecho que te comieras toda esa fruta. ¿Estás lista?


Paula miró su plato, ahora vacío. No tenía apetito antes de que se sentara Pedro; ¿dónde había ido toda la fruta? Lo observó durante un largo instante, sin saber con seguridad qué le hacía ese hombre como para no acordarse siquiera de haber comido.


Después cayó en la cuenta de sus otras palabras.


—¡Espera! ¿Qué quieres decir? No voy a ningún lado contigo.


Pedro se puso en pie y anduvo hasta su lado de la mesa.


—Sí vienes.


Ella también se puso en pie, sintiéndose estupendamente por alguna extraña razón. Todas sus células ardían con combustible de octanaje alto en ese momento.


—Voy a ver qué eventos hay para hoy. Lo que hagas tú es cosa tuya.


Pedro la cogió por el codo y tiró de ella por el lateral del edificio.


—Vale, ¿qué pasa? —inquirió—. Anoche me suplicabas que te besara y ahora intentas huir de mí. — Sus ojos captaron el rubor de Paula cuando abrió la boca para discutir con él, pero no había terminado —. Eres una mujer complicada y eso me gusta, pero también estoy decidido a entenderte.


Paula sabía que estaba siendo irracional, pero no le importaba. Las cosas que se le estaban pasando por la cabeza y por el cuerpo eran una locura y no las entendía ni ella misma. De modo que, en lugar de ser sincera, hizo lo que hacía siempre: fingir que no pasaba nada.


—No sé de qué hablas —respondió. «Debería haber mirado por encima de su hombro para intentar parecer más informal, ¡pero es demasiado alto, jolín!». Al no poder mirar por detrás de él, se sintió aún más nerviosa de no poder parecer indiferente al caos que tenía lugar en su mente.


Pedro suspiró, soplando los mechones que empezaban a rizarse en torno a la cara de Paula debido al aire húmedo.


—Paula, anoche estabas acurrucada en mis brazos y prácticamente me suplicaste que te hiciera el amor.


—¡No lo hice! —jadeó ella.


En respuesta, Pedro levantó una ceja negra en silencio. 


Paula lo fulminó, negándose a echarse atrás. Intentó escabullirse por debajo de su brazo para alejarse de él, pero éste lo había previsto y la pilló. La atrajo de vuelta contra el muro del edificio donde podía seguir mirando sus bonitos ojos verdes.


Paula se estremeció con el roce, pero apretó la espalda contra la piedra, intentando dejar tanto espacio entre ellos como fuera posible.


—Tal vez quisiera besarte, pero eso es totalmente distinto.


Pedro se inclinó más cerca de ella.


—Paula, no te engañes. Estuvimos a un segundo de arrancarnos la ropa mutuamente hasta que empezaste a quedarte dormida sobre mí de esa manera tan rara. Cosa muy extraña, por cierto. Pero acepto que eso no es más que parte de tu encanto.


Paula no abrió la boca. De hecho, su comentario hizo que apretara los labios aún más. No quería darles la opción de aceptar su versión de los hechos de la noche anterior. Pero entonces se le ocurrió algo.


—¿Me metiste en la cama? —preguntó.


Pedro se acercó más a ella; su aliento cálido soplaba contra el cuello de Paula.


—No habría permitido que nadie más viera ese bonito encaje negro —dijo acariciándole el lóbulo de la oreja suavemente con los labios, casi como por accidente. Pero ella sabía que lo había hecho a propósito. ¡Si dejara un poco de espacio entre sus cuerpos, ella también podría fulminarlo!


—Atrás —susurró. Pero los labios de Pedro la sonrieron y se acercó todavía más.


—¿Por qué iba a hacer eso, Paula? —preguntó en voz baja, con los labios a apenas un centímetro de su boca—. ¿Te molesta que me acerque a ti?


—Sí —susurró, recordando lo increíblemente bien que besaba aquel hombre. Quería sacudir la cabeza, tanto para desechar los recuerdos de su mente como para decirle que no la molestaba. Por desgracia, su mente y su fuerza de voluntad estaban batallando, y su fuerza de voluntad iba perdiendo. ¡Por mucho!


—No te alejes, Paula —trató de convencerla—. Olvídalo todo. Déjate llevar.


—No puedo —le dijo sin echarse atrás.


—¿Por qué no? —preguntó alejando la boca desde sus labios para planear sobre su cuello durante un momento atroz—. Podría estar muy bien entre nosotros —dijo rozándole la piel del cuello tiernamente con los labios. Aquello hizo que se quedara sin aire.


—¡Es imposible! —le dijo.


—¿Por qué es imposible?


«¡Oh, no! ¡Ha sacado los dientes a la palestra!». Paula se estremeció e intentó acercar el hombro a su cuello, pero él no la dejaba. El sonido que salió de su boca cuando Pedro empezó a trabajar sobre ella con los dientes y los labios fue sorprendente, pero no pudo contenerse.


—Por favor, Pedro. No puedo hacerlo.


—¿Por qué no?


—¡Oh, por muchas razones! —para entonces, sus manos se aferraban al suave lino de la camisa de Pedro. No estaba segura de si intentaba mantenerlo en su sitio para que continuara con la tortura sobre su cuello o si se estaba preparando para empujarlo.


Pedro le sacó la elección de la cabeza. Echándose atrás, bajó la mirada hacia ella.


—Enumera tres razones por las que niegas lo que hay entre nosotros —ordenó.


«¡Madre mía! Ahora que no está tan cerca recordándome todas las razones por las que es malo para mí, se me llena la cabeza de dudas».


Sin embargo, no estaba segura de querer aceptarle el desafío. Sospechaba echaría abajo sus argumentos uno a uno y que se quedaría indefensa. No le gustaba esa posibilidad.


—¿No tienes ningún resort al que volar y donde ser cruel? ¿Más personal al que despedir y menospreciar?


Pedro tomó su mano y la condujo por el pasillo hacia su habitación.


—Tengo todo el tiempo del mundo. He despejado mi agenda de los próximos días para que tú y yo podamos conocernos y explorar de qué va esto.


Paula se detuvo, al igual que él. Alzando la vista hacia Pedro, hizo un gesto preocupado con el labio inferior.


—¿De verdad? ¿Por qué ibas a hacer eso?


Él se volvió y recorrió la longitud de su mandíbula con un dedo alargado.


—Porque eres una mujer guapísima que me confunde y que finge no querer nada conmigo, pero al menor roce se te encienden esos ojos verdes impresionantes.


Paula no consiguió hablar durante un largo momento. ¡Ni siquiera podía pensar! «¡Joder, es bueno!», pensó. «Demasiado bueno».


—¿A cuántas otras mujeres les has dicho eso? —Su tono le decía a Pedro que lo consideraba un creído, y él se rio por lo bajo.


—De hecho, me he acostumbrado a que las mujeres me persigan. Reconozco que tu resistencia me intriga.


Paula estaba bastante segura de que se sentía insultada.


—De modo que solo me ves como un reto. —«No voy a hacer pucheros», se dijo firmemente mientra empezaba a caminar hacia su habitación—. Genial. Solo soy una roca que tienes que mover. Perfecto.


Pedro se rio con un sonido ronco. Pero a Paula le gustaba. 


Una pequeña pompa de estupidez pensó que sería estupendo hacerlo reír más a menudo. Sin embargo, explotó la pompa enseguida. No aceptaba que Pedro fuera triste o infeliz. Un hombre con esa riqueza podía encontrar la felicidad que le conviniera. Y si no le gustaba, qué pena.


Cuando Pedro paró de reír, bajó la mirada hacia ella. Sus ojos aún ardían llameantes.


—Justo lo contrario. Te encuentro infinitamente fascinante. Tu temperamento es otra capa que hace aumentar mi interés.


Paula tosió con aquel comentario. No estaba segura de qué creer, pero no quería mirarlo porque entonces él sabría que sentía ligeramente el cumplido. Aunque solo ligeramente. Ese hombre no necesitaba más palmaditas a su ego. Pero no le importaría darle unas palmaditas…


—Entonces —dijo cambiando de tema, a pesar de que él no estaba al tanto de sus pensamientos, que corrían como ardillas por su cabeza—, ¿por qué no te buscas algo que hacer hoy?


—Porque sigo esperando que me enumeres las razones por las que no funcionaría entre nosotros.


Volvían a andar por el camino de piedra. Paula suspiró.


—Bueno, lo primero: porque supongo que solo quieres una relación sexual y puedo decirte desde este momento que, por alguna razón, las mujeres de mi familia son extremadamente fértiles. Simplemente ningún tipo de anticonceptivo parece mantenernos a salvo de quedarnos embarazadas. —Lo miró, segura de que la mera advertencia sobre un embarazo probable haría que el hombre se fuera preparar las maletas.


—¿Cuáles son las otras razones?


Paula se detuvo y alzó la vista hacia él.


—¿No te parece bastante con eso? Quiero decir que estamos hablando de bebés, pañales, biberones y noches en vela. Además, normalmente, en mi familia, no es un solo niño. Mi madre es gemela y mi hermana tuvo gemelas hace casi cinco años. Mi otra hermana acaba de tener gemelos y yo soy trilliza.¿No deberías estar diciendo «do svidaniya» a estas alturas?


Pedro la observó, disfrutando de la manera en que se le encendía la mirada. Estaba tan animada todo el tiempo, sin importar de qué hablaba. Incluso diciéndole que iba a ser padre muy pronto, a pesar de que aún no habían consumado su relación, prácticamente vibraba de energía.


—Os cuidaría a ti y a los niños que fueran concebidos de esta relación. —Dijo aquello con rotundidad absoluta—. ¿Por qué otras razones tienes dudas?


Paula suspiró y siguió andando, solo un poco irritada de que no le soltara la mano para que pudiera seguir sus vacaciones «sola». Incluso si había decidido que odiaba estar sola. «No, no», se dijo.


«Simplemente no sé cómo estar sola».


—Una gran razón es el hecho de que un amigo mío me haya advertido que causas problemas. Que eres un mujeriego de la peor clase. —Siguió avanzando mientras recordaba la advertencia tan rotunda de Ivan de que debería mantenerse alejada de aquel hombre intrigante—. También está el hecho de que acabo de romper un compromiso. No creo que empezar otra relación sea la maniobra más inteligente. No con mi historial.


—¿Quién es ese amigo que te ha advertido sobre mí? —preguntó, refiriéndose a su primera afirmación. Obviamente, descartaba su reciente compromiso como algo sin importancia.


Paula no quería traicionar a Ivan. No estaba segura de con qué frecuencia interactuaban los dos poderosos hombres en la comunidad empresarial. Pero Ivan no era hombre que advirtiera a la ligera. Si pensaba que Pedro era un problema, tenía que tomárselo en serio.


Así que, en lugar de darle el nombre de Ivan, se centró en el otro asunto. El que debería ser más pertinente para Pedro. «Bueno, y para mí».


—¿No me has oído? ¡Estaba prometida! Se supone que esta iba a ser mi luna de miel. He venido aquí con ropa nueva, lista para empezar una nueva vida con el hombre con el que pensaba que iba a casarme.


Pedro se percató de que no dijo nada sobre el amor, y le gustó aquella omisión.


—Y no estás demasiado afectada por eso, de modo que doy por hecho que no amabas a ese hombre.


Paula ya había llegado a esa conclusión, pero eso no significaba que quería que se hablara tan sucintamente de ello. Y, desde luego, no que lo hiciera un hombre al que apenas conocía. O mejor dicho, que hablara de ello un hombre que apenas la conocía. No le gustaba pensar que era superficial o que otros podían ver su superficialidad.


—Bueno, ¿cuál es el último problema? —apuntó.


Paula miró el camino de piedra y después lo miró de reojo.


—¿No basta con eso?


—Bastaría si fueran las tres únicas razones.


Paula suspiró.


—¿Cómo sabes que hay más?


—Lo hay, ¿no es así?


Volviéndose una vez más, fue pisando fuerte por el camino.


—Ya no quiero seguir siendo como mis hermanas.


Pedro estaba justo detrás de ella.


—¿No es eso un poco difícil? Pensaba que erais trillizas idénticas.


Paula negó con la cabeza.


—No. Somos trillizas tricigóticas, pero no mucha gente ve las diferencias. Son pequeñas, pero sabemos cuáles son.


—Así que tienes un reto con tratar de ser diferente —comentó mirándola con una luz extraña en los ojos—. No es inalcanzable, pero probablemente es más desafiante de lo que prevés porque trabajas con tus hermanas todos los días.


Paula sacó la llave de su habitación del bolsillo.


—Sí. Bueno, gracias por sentarte conmigo en el desayuno. Voy a estar en mi…


Paula no pudo terminar aquella frase porque en ese momento Pedro alargó la mano y le tocó la oreja. El roce fue tan inesperado que no se había preparado. La oleada de deseo que la golpeó la dejó atónita, boquiabierta y con los ojos cerrados mientras se deleitaba de placer con una simple caricia.


—Vamos a pasar el día juntos, Paula —le dijo.


Abrió los ojos de par en par y alzó la vista hacia él.


—No. No podemos.


Pedro retiró la mano mientras decía:
—A mi entender, tienes cuatro razones por las que no podemos estar juntos. Alguien te ha dicho que soy mala persona. Quieres ser distinta a tus hermanas y me parezco demasiado a sus maridos. Te preocupa que nuestra relación sexual resulte en un embarazo y acabas de salir de una ruptura de la que crees que tienes que reponerte.


Se erizó ante el orden en que había enumerado los obstáculos, pero no estaba muy segura de cuál corregir primero. Se sentía desconcertada por todo, pero especialmente por lo de la relación sexual.


Sonaba como si fuera una conclusión obvia, ¡pero no lo era! 


Bajo ningún concepto iba a meterse en la cama con él. ¡Se quedaría embarazada con solo verlo desnudarse! 


¡Definitivamente, era demasiado viril y sexual como para hacerse cargo!


Cosa que ella incluiría entre los obstáculos, pero sospechaba que él lo tomaría como un desafío, de modo que mantuvo la boca cerrada.


—Entre otros problemas —respondió dejándose la parte del reto—. Así que espero que tengas un buen viaje hacia tu próximo destino —dijo metiendo la llave en la cerradura. 


Después entró en la habitación.






CAPITULO 8: (TERCERA PARTE)




Paula abrió los ojos y miró a su alrededor. No recordaba haber vuelto a su habitación la noche anterior. Lo último que recordaba era que se había quedado dormida. ¡En brazos de Pedro!


Gimió y miró en torno a sí, preguntándose cómo había llegado allí y si Pedro seguía en la habitación. Oteando alrededor, se percató de que la habitación estaba en silencio. 


El sol se filtraba a través de las cortinas vaporosas, pero ni siquiera se oía el agua de la ducha. Recordaba vagamente que la había llevado desde la arena, sosteniéndola firmemente con sus fuertes brazos mientras caminaba por el patio junto a él. ¡Estaba tan cansada con el sol, el alcohol y el estrés de los días previos…!


Paula se incorporó en la cama. No estaba segura de si se sentía decepcionada o aliviada de levantarse sola. Se dijo que debería sentirse aliviada. Pero sabía que sentía una punzada dolorosa de algo que se negaba a definir como decepción. «Ha sido una locura», se dijo firmemente.


Al bajar la vista, se dio cuenta de repente de que su vestido había desaparecido. Por supuesto, llevaba el sujetador y las bragas, pero aún así. Tal vez estuviera sola, pero de todas formas se sonrojó ante la idea de que Pedro la hubiera desvestido. Si no, ¿cómo iba a encontrarse en ese estado de desnudez?


Tiró de las sábanas, aunque sabía que estaba sola. Qué vergüenza. Pero el día anterior estaba exhausta. Después de una noche sin dormir al enterarse de que Greg la había abandonado, después el viaje y con el estrés de las últimas semanas… Además, no había dormido bien la primera noche porque estaba muy nerviosa de encontrarse sola allí. 


Sabía que no debería haber bebido vino la noche anterior.


Ni los cócteles en la playa. Ni en el bar. «Bueno, lo del bar es comprensible», se dijo. Porque Pedro estaba allí y era guapísimo. Una mujer no podía ignorar sin más algo que hubieran creado esas manos.


Era simplemente imposible.


Deslizó las piernas hasta el borde de la cama y corrió descalza hasta el baño. Después de ducharse y vestirse con unos pantalones cortos blancos y una camisa de flores, se sentó en el centro de la cama y encendió su ordenador. 


Buscó a Pedro y presionó «Intro». Se había preparado para ver unos cuantos resultados, pero una milésima de segundo después de buscar la información, se le abrieron los ojos como platos con el número de coincidencias.


—¡Santo Dios! —suspiró, haciendo clic en el primer resultado. Leyó la información, sorprendida ante la lista de propiedades de Pedro. No es que fuera rico, ¡era asquerosamente rico! ¡Estaba en tal escalafón de riqueza absurda que ni siquiera podía imaginárselo! Bueno, se lo imaginaba un poco porque sus dos hermanas estaban casadas a ese nivel. ¡Precisamente por eso no podía seguir sus pasos! ¡Estaba intentando con todas sus fuerzas forjar su propio camino, ser ella misma! Interesarse por Pedro sería lo mismo que habían hecho sus hermanas. ¡Estaba decidida a ser diferente!


Se sentó y observó el techo durante un largo instante, sopesando sus locas ideas. Se sentía terriblemente atraída por Pedro. ¿Era ridículo evitarlo simplemente porque Paola y Patricia se hubieran enamorado de hombres parecidos?


Abrió el cuarto informe y se quedó petrificada al ver a Ivan de pie junto a Pedro. ¿Eran amigos?


¡Razón de más para evitarlo! ¡Uf! ¿Podía ser más complicado eso de la independencia?


Sin embargo, ninguno de los dos hombres parecía demasiado contento con el otro. «Ivan es un hombre amistoso», pensó. «¿Por qué frunce el ceño así?». El artículo solo mencionaba que se había llegado a un acuerdo, pero no daba detalles ni explicaba por qué Ivan y Pedro parecían combatientes.


Cogiendo su teléfono móvil, marcó rápidamente el número de su hermana.


—¿Qué ha pasado? —preguntó Patricia con el primer tono.


Paula e rio.


—No ha pasado nada —le dijo enseguida a su hermana nerviosa, a sabiendas de cuánto se preocupaba Patricia—. De hecho llamaba para pedir información.


—¿Qué necesitas?


—A Ivan —aclaró Paula encogiéndose ante la pausa de sorpresa de su hermana.


Se produjo un largo silencio mientras Patricia sostenía el teléfono.


—¿Qué tipo de información necesitas de él? —preguntó finalmente.


Paula se echó el pelo hacia atrás, intentando pensar una buena razón que darle a su hermana que no fuera mentira. Sus ojos toparon con la fotografía, que seguía en la pantalla de su ordenador, y pensó con rapidez.


—Acabo de leer algo de negocios y sé que él es quien conocerá la información; si es cierta o no.


—Ah —respondió Patricia. Paula oyó el alivio en su voz—. Bueno, vale —dijo llamándole. Patricia oyó que le explicaba el asunto, probablemente al mismo Ivan porque, un momento después, se puso al teléfono.


—Ciao bella —dijo a Paula con su voz grave.


Ella sonrió. Ivan era un encanto. Sabía que en realidad le estaba diciendo a su mujer que era guapa, pero aquella mañana, resultaba agradable oírlo.


—Ciao, Ivan —respondió. Había estado intentando aprender unas cuantas frases en italiano, pero seguía con lo básico—. Tengo una pregunta para ti. ¿Conoces bien a un hombre llamado Pedro Alfonso?


—Dannazione! —gruñó furioso—. ¿Por qué me lo preguntas?


Paula se sintió agitada por la rabia que oyó en su voz.


—Esto… Bueno, solo quería… —No tuvo que terminar porque Ivan la interrumpió con una retahíla en italiano.


—Qualsiasi altro giorno, Paula! —murmuró en italiano—. Cualquier otro día —tradujo, aunque dejó el comentario en el aire, sin explicarlo—. Bastardo!


Paula no necesitaba que le tradujera aquello. Algunas palabras simplemente se entendían de una lengua a otra.


—¿Tan mal, eh? —preguntó con el corazón hundido al darse cuenta de lo enfadado que se había puesto Ivan solo con el nombre, a pesar de que solía ser un hombre con gran dominio de sí mismo.


—¿Por qué lo preguntas? ¿Está allí? Si es así, deberías evitarlo. Es un donjuán como no hay otro.


—¿Incluso más que tú? —bromeó, esperando calmar su genio.


—¡Es el peor!


Paula no quiso oír nada más. Con la información que había reunido hasta ese momento, sabía que tenía que mantenerse alejada de Pedro.


—Entiendo —dijo, sintiendo ganas de deshacerse en lágrimas.


—Mantente alejada de él —le dijo.


—Sí —respondió—. Sí, claro que lo haré. Bueno, tengo que irme a desayunar. Dale un abrazo a las niñas por mí, ¿vale? —preguntó. Colgó enseguida; no quería que supiera qué estaba pasando ni que oyera en su voz que estaba disgustada por lo que acababa de decirle. «Ya soy mayorcita», se dijo. «Puedo sobrellevar un encaprichamiento. Sobre todo uno que no iba a ninguna parte».