miércoles, 29 de junio de 2016
CAPITULO 4 (PRIMERA PARTE)
«¿Por qué siempre salen mal los planes?».
Paula casi gritó de frustración cuando se le fue la mañana.
Tenía pedidos de sus proveedores que se habían confundido misteriosamente y tuvo que enviarlos de vuelta, lo que conllevó largas llamadas para arreglar el desaguisado, así como más dinero que hubo que pagar para recibir los suministros correctos a tiempo.
Después, tres de sus camareros llamaron para avisar de que estaban enfermos, y varios clientes telefonearon preguntado por unas llamadas que habían recibido. Le costó largas conversaciones calmarlos y convencerlos de que no cancelaran sus eventos. Por no mencionar el estrés de ocultarle todo aquello a sus hermanas, lo cual era prácticamente imposible siendo trillizas.
El teléfono volvió a sonar y Paula lo cogió automáticamente.
—Trois Coeurs Catering —dijo con voz tan tranquila como le resultó posible dadas las circunstancias. Fuera de su despacho se oían los ruidos de siempre: Paola y Patricia riendo mientras cocinaban; las carcajadas y risitas de Alma y Aldana, las adorables gemelas de cuatro años de Paola; eso por no mencionar el estruendo de ollas y sartenes, el perro ladrando en la planta superior donde vivían las cinco, probablemente porque estaba persiguiendo al gato, que lo atormentaba sin piedad, o al cerdito. Aunque Patricia insistía en que era adorable, en realidad no hacía más que pavonearse por el salón entre sus cuatro habitaciones como si fuera una especie de princesa.
Probablemente su comportamiento era una rebelión contra su nombre. Paula lo había apodado Cena sarcásticamente. A Alma y Aldana les encantó el nombre y con él se quedó, pero a veces el cerdito era un fastidio. Al igual que el perro y el gato, que eran peores que hermanos tratando de
pincharse y picarse mutuamente para que el otro reaccionara.
A pesar de lo mucho que quería a sus hermanas y sobrinas, de cuánto le gustaba ese negocio y de cuánto se divertían trabajando juntas, ¡aquel día Paula sólo quería un poco de silencio! ¡Quería acurrucarse debajo de su escritorio y encontrar una solución a aquel lío! Y no podía hacerlo con tanto jaleo.
—¿Paula Chaves? —preguntó una voz petulante y masculina tan pronto como respondió al teléfono.
Respiró hondo y se pegó una sonrisa en el rostro. El que llamaba no podía verla, pero Paula sabía que la sonrisa se oía en la voz, de modo que intentó con todas sus fuerzas no gruñir ante la voz de aquel odioso hombre.
—Sí. ¿En qué puedo ayudarle?
El hombre se rio entre dientes enviando un siniestro escalofrío por su espalda.
—Soy Mike McDonald. Espero que ya haya recibido mi última oferta.
El cuerpo de Paula se tensó. Miró a su alrededor, rezando para que sus hermanas no se dejaran caer por su despacho. Cerró la puerta, esperando que la respetaran al menos esta vez, y dijo:
—Sí. La he recibido.
—Bien. Me preguntaba si podríamos quedar y resolver cómo finalizar los detalles.Paula sacudió la cabeza.
—Lo siento, Sr. Mc…
—Llámame Mike —la interrumpió.
Paula se aferró al teléfono como si fuera un salvavidas.
—Mike —empezó de nuevo—. Como iba a decirle, no estamos interesadas en…
La voz del hombre bajó una octava y se volvió más amenazante. Ya no quedaba ni rastro del hombre amable que llamaba para hacer un simple seguimiento de su oferta. El despiadado magnate corporativo que intentaba destruir Trois Coeurs asomaba su fea cabeza.
—Paula, no lo estropees. Ya has perdido cuatro eventos. Tengo la lista de tus otros clientes y todo lo que tengo que hacer es marcar sus números de teléfono. Perderéis todas las ventas de los próximos treinta días en menos de diez minutos. — Su voz era baja y amenazante—. Tus sobrinas son tan guapas como tú y tus hermanas. Trillizas —dijo con un tono extraño—. Fascinante. ¿Qué dirían tus hermanas si se enteraran de que todos sus esfuerzos de los últimos años han sido en balde? ¿Que tenías el poder de salvar su empresa y asegurar el futuro de tus sobrinas y que no hiciste nada?
Paula quedó horrorizada por su amenaza.
—¡No puede hacer esto! ¡No queremos trasladarnos! —siseó—. Aquí estamos perfectamente bien. ¡Construya alrededor y ya está!
—Eso no va a ocurrir —respondió en tono malvado—. Necesitamos tu espacio. Y no es como si no pudieras encontrar otro local para tu negocio—. Hizo una pausa amenazadora—. La oferta acaba de bajar un diez por ciento. Cada día que pase, la oferta seguirá bajando otro diez por ciento. —Dejó que sus palabras hicieran efecto—. Piénsatelo mientras disfrutas de tu cena esta noche.
Paula ahogó una bocanada, espantada de que aquel hombre supiera que su evento de esa noche había sido anulado. Y, ¿cómo sabía él tanto sobre su familia?
Era una locura, y bastante espeluznante. ¡Daba miedo!
Paula colgó prácticamente de un golpe y se levantó, caminando de un lado a otro de su diminuto despacho mientras intentaba encontrar una solución a aquel desastre.
Se le vino a la cabeza la bonita cara de Pedro, pero lo desechó. Fuera la que fuera la idea que tenía, no podía ser buena. Presentía algo en él: algo oscuro y peligroso. Le temía a pesar de que su cuerpo… sí, a pesar de que su cuerpo ansiara sus caricias. La pequeña degustación de la noche anterior había agitado sus sentidos de una manera que ningún otro hombre lo había hecho antes. Incluso allí, en su minúsculo despacho, enrojecía al pensar en los sueños que de él había tenido cuando por fin se había quedado dormida la noche anterior. Los sueños eróticos y la manera apremiante en que había pedido a gritos que la tocara la hicieron sentirse… mal. Desesperada y… extraña.
Salió y encontró a sus hermanas apoyadas en la encimera, riéndose de algo que Alma o Aldana había dicho. Las cuatro parecían tan felices. ¿Cómo iba a trasladarlas a todas? Interrumpir su negocio iba a ser dificilísimo y ¡sólo tenían
diez días para hacerlo todo! ¡Era imposible! ¿Encontrar un sitio nuevo, trasladar todo el equipo y aun así mantener sus compromisos? ¿Cómo podían hacer eso?
Estaba a punto de volver a su despacho cuando entró un hombre en traje oscuro.
—Vengo a por la Srta. Paula Chaves—dijo con voz suave y profesional.
Un instante después de su anuncio, el caos y el ruido habituales que acompañaban cualquier tipo de actividad que se desarrollara en esa cocina se detuvieron. El estremecedor silencio fue casi igual de ruidoso mientras cinco personas observaban al hombre del traje oscuro. Paola y Patricia miraron al hombre al unísono, y después a Paula, que estaba de pie en el pasillo que llevaba a su despacho.
—¿Paula? —preguntó Paola, preocupada.
Cuando la hubo identificado, el hombre trajeado se volvió de frente a Paula.
—Estoy aquí para llevarla a su almuerzo, señora —dijo el hombre, quitándose el sombrero con una leve inclinación de cabeza—. Me envía el Sr. Pedro Alfonso.
Los ojos de Paula fueron del chófer a sus hermanas y de vuelta, tratando de encontrar la manera de explicarles el último giro de los acontecimientos.
—Eh… es otro cliente, nada más —dijo, y se apresuró a su despacho para coger su bolso. Iba a salir deprisa, pero tomó su agenda de cuero con su planificación y con todos los detalles importante del negocio. Sus hermanas nunca se creerían que iba a reunirse con un cliente potencial sin su agenda.
Ya estaba a punto de salir del despacho, pero algo la detuvo.
Se quedó inmóvil durante un instante; luego corrió a su escritorio y echó un vistazo al espejo pequeño que tenía en el cajón, encogiéndose al darse cuenta de que parecía pálida y nerviosa. Pero, después de aquella llamada horrible, ¿qué se podía esperar?
Respirando hondo, cerró los ojos un momento y se preparó mentalmente para otro encuentro con el enigmático y peligroso Pedro Alfonso.
—Ya estoy lista —dijo, intentando sonar y parecer informal, pero sus hermanas la observaron fijamente. Paula se avergonzó para sus adentros porque las miradas en los ojos de Patricia y Paola le decían que a la vuelta la iban a someter al tercer grado—. Chicas, os veré dentro de un par de horas, ¿vale? —dijo para posponerlo, esperando que se aguantaran un rato más. Sospechaba que necesitaría algo más de tiempo para calmarse después de la comida con Pedro. Sólo de recordar su último encuentro se le ponían los nervios de punta.
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