miércoles, 29 de junio de 2016
CAPITULO 2 (PRIMERA PARTE)
«¡Refugio!». Paula forzó una sonrisa brillante en su rostro mientras se movía alrededor de la fiesta, pero sus ojos no veían a los invitados ni supervisaban el flujo de bebida y comida. Ya no observaba a los camareros. Necesitaba un sitio privado. Necesitaba un lugar donde gritar, desahogarse y despotricar sobre los abusos en el mundo. ¡Su papel como directora de Trois Coeurs Catering tendría que quedarse a un lado durante unos instantes mientras encontraba un sitio donde echar pestes de la injusticia del mundo! Bueno, tal vez aquello resultara un poco dramático, pero seguro que podría romper en mil pedazos la carta que acababa de recibir antes de montarse en la furgoneta para ese evento.
«¡La puerta a mano izquierda!» Sabía que la anfitriona había prohibido aquella habitación durante esa noche.
Normalmente respetaba tales mandatos, pero en ese preciso instante necesitaba un lugar privado, y una habitación prohibida era el único sitio que se le ocurría donde no habría más gente deambulando.
Irrumpió en la habitación abrazando su cuaderno de cuero contra el pecho y casi sollozó cuando cerró la puerta detrás de sí.
—¡No! —susurró, doblándose como si le doliera algo—. ¡Esto no puede estar pasando! ¡Simplemente no puede! —Dejó que la preocupación, el dolor, la ansiedad y el miedo cayeran sobre ella, a sabiendas de que por fin estaba sola—.
¡No es justo! —sollozó.
Dejando su cuaderno de cuero sobre una de las mesas con un fuerte golpe, tomó la ofensiva carta. Solo leyó las primeras frases antes de no poder seguir adelante. Ya la había leído antes de que empezaran a llegar los invitados, de modo que conocía su contenido. Leerla otra vez no haría que fuera más agradable.
La rompió en mil pedazos y los arrugó gruñendo mientras dejaba que sus emociones reinaran en aquel instante. Rara vez solía dejar que le afectaran cosas así, siempre dispuesta a averiguar la manera de evitar los problemas. Pero aquel la confundía. Ese era demasiado grande, tenía demasiado alcance. Se sentía impotente y vulnerable, y odiaba esa sensación. Igual que odiaba al hombre que había creado tal vulnerabilidad. Desearía que estuviera allí para sacarle los ojos, darle un puñetazo en el pecho y quizás hacerle otras cuantas cosas horribles.
—¡Cabrón! —resolló, arrojando los trozos de papel arrugados al suelo.
Por supuesto, el simple hecho de que hubiera roto la carta no iba a impedir que aquellas palabras cambiaran su mundo. Aquel hombre horrible llevaba meses amenazándola y ella había luchado. ¡Vaya que si había luchado contra sus exigencias cada vez!
La carta decía claramente que la compañía que el hombre representaba quería comprar su propiedad. Él había mandado otras cartas que decían prácticamente lo mismo, pero la cantidad ofrecida había cambiado. Sin importar cuántas veces había rechazado la oferta, él siguió enviando más ofertas.
Ahora las cosas se estaban poniendo desagradables. La amenazaba con bajar el precio y perder clientes si no accedía.
¡Paula no quería mudarse! Adoraba su pequeño negocio familiar. Paula — junto con sus hermanas trillizas, Paola y Patricia— trabajaba en su empresa de catering desde la cocina de la planta baja de un pintoresco edificio de dos plantas en una zona barata de la ciudad. El pago hipotecario era perfecto y la zona no estaba tan mal como para que se sintieran incómodas. Todos los días, sus hermanas creaban obras maestras culinarias y se reunían con los clientes abajo, en la zona de la cocina. En el piso de arriba vivía ella con sus hermanas y con sus dos sobrinas, Alma y Aldana, que eran las niñas de cuatro años más adorables que cualquiera pudiera conocer.
Es posible que Paola aún estuviera resentida con el padre de Alma y Aldana por haberla abandonado, pero Paula se sentía feliz en secreto con su pequeña unidad familiar, que se completaba con tres animales repugnantes pero amorosos:
Ruffus, el perro más vago del mundo; Odie, el gato más astuto, y Cena, un cerdito diminuto. Alma le había suplicado a Janine durante semanas que se lo regalara.
Ahora Cena andaba por ahí pavoneándose con sus pezuñitas y golpeando al gato con su nariz rechoncha. Eso hacía que Odie bufara, se erizara y pagara su frustración con Ruffus. Había momentos de locura con tanta gente y animales viviendo juntos. Aquello se volvía aún más salvaje cuando su madre, Maggie, y la hermana gemela de esta, Maria, pasaban por allí con sus maridos. Bueno, y con los hijos de Maria, y con toda la parentela… sí, a veces parecía un zoo con tanta gente en un espacio pequeño, pero era acogedor y maravilloso, y no podía imaginarse viviendo y trabajando de ninguna otra manera. Eran una familia y uno no se levantaba sin más y se mudaba con toda una familia.
Eso cambiaría las cosas y no podía garantizar que fueran a cambiar a mejor, así que se puso terca. ¡Eran felices,
maldita sea! ¡Ese hombre no podía meterse con la felicidad de una familia!
La tía Maria y su madre cuidaban a Alma y Aldana mientras ellas tres salían a sus eventos de catering por la noche. El padre de las trillizas, Tomas, era un científico loco al que le gustaba crear cócteles de autor que formaban parte del excelente servicio de Trois Coeurs Catering. Incluso el marido de la tía Mary, el tío Juan, ayudaba siempre que había un plato de parrilla en un evento. Le encantaba mezclar especias y aderezos para asados o costillas. Las especias estaban tan demandadas que Paula había empezado a comercializarlas por separado. ¡Las especias y
aderezos del tío Juan eran toda una sensación en Internet!
Todo su éxito se debía al amor y la energía concentrados en su edificio. Sin la cocina fabulosa de Patricia o la repostería de Paola, que hacía la boca agua, se quedarían sin negocio. Paula, como directora comercial, tenía el trabajo más sencillo gracias al genio de sus hermanas. Simplemente se limitaba a llevar muestras cuando hacía una visita de marketing y la comida vendía sus servicios de inmediato.
Ahora los clientes se peleaban por tener los platos de Patricia y Paola en sus eventos.
¡Mudarse a un local nuevo lo cambiaría todo!
—¿Puedo ayudar? —dijo una voz grave desde la penumbra.
Paula saltó, mirando a su alrededor y limpiando frenéticamente las lágrimas de su rostro.
—¿Quién anda ahí? —exigió airadamente—. Esta habitación está prohibida.
El hombre, extremadamente alto y guapo, salió de la penumbra hacia ella, con una bebida en una mano y con la otra metida en el bolsillo de un esmoquin maravillosamente hecho a mano.
—Lamento haber invadido su intimidad —dijo la suave y profunda voz, pero a Paula no le pareció que lo sintiera demasiado.
Paula observó al hombre. Podía decir sinceramente que nunca había visto un hombre tan guapo y atractivo como ese. Todo su cuerpo se estremeció con la conciencia de él, del poder absoluto y del tamaño de aquel hombre. No es que sus facciones fueran perfectas en un sentido clásico. Era todo lo contrario, y se sorprendió al darse cuenta de que le gustaba eso en un hombre. Su mandíbula era demasiado dura; su nariz, tal vez demasiado fina; y sus ojos… sus ojos azules cristalinos parecían capaces de vislumbrar su alma.
De hecho, aquellas profundidades azules y extrañas la asustaron cuando levantó la mirada hacia el hombre, increíblemente alto, que se acercaba a ella evocándole un felino negro y peligroso que acecha a su presa. La manera en que estaban construidas sus facciones le dio un presentimiento de conciencia sexual distinto a todo lo que había experimentado antes.
¿Era real? ¿O no era más que algo que su mente confundida había evocado para hacer que dejara de preocuparse por sus problemas de negocios? Quizás era únicamente un producto de su imaginación. Si ese fuera el caso, pensó con la respiración hecha un nudo en la garganta, ¡tenía que felicitar a su imaginación!
¡Aquel hombre era magnífico!
La reacción de su cuerpo ante ese hombre la sobresaltó y volvió a bajar la mirada, tratando de atemperar la manera en que estaba reaccionando ante él. En lugar de eso, se concentró en los papeles arrugados, que ahora ensuciaban el suelo a sus pies. De nuevo, levantó la mirada hacia él, inconsciente del escrutinio casi íntimo que él había hecho de su cuerpo. Paula nunca se había sentido así antes y todos sus instintos le decían que huyera, que se alejara de ese hombre peligroso.
Pero sus pies estaban clavados en el suelo y su cuerpo temblaba cuando él se acercó más.
—No, disculpe. Obviamente usted estaba aquí primero. He invadido su intimidad —dijo ella, forzando su cuerpo a agacharse para recoger los pedazos de la carta que había destrozado, abrazándolos contra su vientre—. Ya me voy de aquí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario