miércoles, 29 de junio de 2016
CAPITULO 3 (PRIMERA PARTE)
Pedro observó a la mujer con atención, intrigado por la combinación de su figura, sorprendentemente exuberante, y sus ojos verdes, inocentes de una manera extraña. Los ojos y el cuerpo eran una absoluta contradicción. Su figura suave y femenina decía que estaba hecha para entremeses apasionados, para llevársela a la cama y dejar que un hombre olvidara sus viejos pecados y empezara a cometer
otros nuevos. Sin embargo, sus ojos verdes, muy abiertos y rodeados de una piel de alabastro con un toque de rubor, trataban de aparentar que era inocente. Que no era una de esas mujeres despampanantes que utilizaban sus cuerpos, belleza e inteligencia para seducir a los hombres y hacerles creer que existían el amor, la esperanza y todas esas emociones absurdas e ingenuas.
La contradicción era extraordinaria. Y atractiva. De repente se percató de que su cuerpo estaba reaccionando con rapidez ante sus piernas largas y esbeltas, y ante la manera en que el vestido negro se le subió por el sensual muslo al agacharse a recoger un trozo de papel extraviado. Quería levantar aquel vestido poco a poco, recorrer su piel suave con los dedos y descubrir su textura.
Ninguna mujer lo había afectado antes con tanta intensidad ni con tanta rapidez.— ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? —preguntó, pensando que aquella mujer sabía exactamente el efecto que estaba provocando en él.
El recuerdo de su problema trajo a Paula de vuelta a la realidad. Habían desaparecido las agitadas fantasías sexuales que le vinieron a la mente con ese hombre como protagonista. El desastroso problema de su negocio le volvió a la cabeza rápidamente y Paula sintió un estallido de histeria hirviendo en su interior.
Trató de aplastarlo sin piedad, pero su deseo sexual combinado con su estado de ansiedad de aquel momento hicieron que su mente se tornara menos ágil de lo normal.
—No. Muchas gracias por su amable oferta, pero no es nada con lo que nadie me pueda ayudar.
Pedro bajó la mirada hacia la increíblemente encantadora silueta de la mujer.
Ya se había percatado de su figura exuberante oculta tras aquel horrible vestido negro. Era todo un experto en mujeres, y podía ver las curvas y evaluar las posibilidades de cualquier mujer a pesar de la ropa que llevara para tratar de
esconderlas. No muchas de las mujeres que conocía lo desafiaban de esa manera.
Era por eso por lo que ella resultaba tan refrescante. Su suave piel de porcelana mostraba justo en ese momento un toque de rosa, y sus ojos verdes almendrados estaban libres de toneladas de maquillaje que acentuara aquel precioso color. Sólo llevaba rímel y un toque de brillo de labios, revelando así al mundo el esplendor natural de sus encantadoras facciones. Lo intrigaba especialmente la belleza fresca que estaba a la vista de todos. Era un contrapunto fascinante a las sensuales curvas ocultas al mundo.
—Déjeme ver el papel —ordenó, tratando de mantener un tono de voz bajo para no asustarla—. Probablemente pueda ayudar más de lo que cree.
Ella se aferró a los papeles acercándoselos aún más mientras sacudía la cabeza. De todas las personas que no quería que supieran de su humillación, ese hombre atractivo, oscuro y de mirada inteligente, por no hablar del murmullo
erótico que la invadía en ese momento… bueno, él era el último hombre que querría que supiera acerca de su problema.
—No. Muchas gracias, pero… —«seguro que este hombre nunca se vería envuelto en una situación sin salida», pensó. No, probablemente era el tipo de hombre que ponía a otros en apuros como en el que se encontraba ella entonces.
Un momento después, los papeles le fueron arrebatados de la mano, y el extraño alto y guapo leía su desgracia.
—¡Eh! —resopló, saltando y tratando de quitárselos. Pero el hombre se limitó a envolver su cintura con el brazo y la atrajo hacia sí, presionando sus pechos, bueno, y todo lo demás, contra su cuerpo duro. Ella se quedó sin aliento al contacto, sorprendida de lo increíblemente bien que se sentía. Paula pensó en tratar de alcanzar los papeles, pero se había quedado helada en sus brazos, incapaz de moverse. Se le ocurrió que probablemente debería protestar, pero… ¡bueno, aquel hombre la hacía sentir muy bien! Era robusto y musculoso y, ¡ay, Dios, olía absolutamente fenomenal!
Pedro bajó la mirada hacia la mujer que tenía en sus brazos, olvidándose de los papeles que estaba intentando leer cuando el deseo de besarla le golpeó fuertemente. Aquella reacción tan indisciplinada lo había pillado por sorpresa y no
alcanzaba a entenderla. Cuando ella intentó separarse, él estrechó el abrazo alrededor de su cintura. «No», no había terminado con ella. «¡Ni por asomo!».
Pedro se obligó a apartar la mirada de aquellos ojos verdes y leyó por encima las palabras de la carta. La remitía el presidente de una de sus empresas, Mike McDonald. De hecho, Mike acababa de informarle el día anterior de que ya se habían encargado del proyecto de renovación del centro de la ciudad: una adquisición inmensa de un centenar de pequeñas propiedades y negocios que o bien eran dueños, o bien alquilaban el espacio en la zona. Todo estaba bajo control y se procedería a la construcción del nuevo complejo a tiempo. Evidentemente, aquella mujercita y su empresa de catering no era uno de esos detalles que Mike consideraba necesario discutir con su jefe. Pedro no culpaba al hombre por eso. A decir verdad, no le importaban esos detalles.
Quería saber que se estaban resolviendo los problemas y, obviamente, Mike estaba solucionando ese. De manera
muy eficaz, según las palabras de la carta.
—A todas luces esto es un problema —dijo suavemente, mirando a la hermosa mujer. Percibió que su respiración era más rápida y que encajaba a la perfección en sus brazos. Le gustaba su suavidad, la sensación de su mano contra el
pecho. Deseaba que estuvieran desnudos y que aquella mano descendiera.
«Paciencia», pensó mientras la cabeza le daba vueltas frente a las posibilidades.
Pau no pudo sostener su mirada. Le daba vergüenza la manera en que su cuerpo estaba reaccionando al abrazo de aquel hombre alrededor de su cintura, además de cómo había estropeado el problema con su negocio.
—Me han cancelado cuatro eventos desde que recibí la carta esta tarde — explicó Paula en voz baja, agarrada a su pecho, aliviada cuando la soltó y pudo retroceder varios pasos—. Ese hombre está cumpliendo su promesa —dijo,
refiriéndose a la amenaza de que bajarían sus ventas si no accediera a su petición de trasladarse. La oferta era generosa, lo sabía. Pero Paula no quería mudarse. No
sentía la necesidad de mudarse de ninguna manera. Ella y sus hermanas habían experimentado un gran éxito en aquella tiendecita y no quería cambiar nada. Le gustaban las cosas tal y como estaban.
La mente de Pedro se movió con rapidez, revisando cuestiones y problemas hasta encontrar un plan. Se dio la vuelta y se apoyó en el escritorio, mientras se empapaba de la visión de la mujer, de su piel suave y sus brillantes ojos verdes.
Sabía que estaba asustada y preocupada, y eso encajaba a la perfección con su plan.
Ella tenía algo que él necesitaba, y él podía resolver su problema con una simple llamada de teléfono. También le permitiría estrecharla entre sus brazos una vez más.
Y eso era algo que deseaba desesperadamente.
Sacó su teléfono y marcó un número, sin dejar de mirar los radiantes ojos verdes de la mujer ni un instante. Cuando respondieron a la llamada, habló por el auricular.—
Mike, soy Pedro Alfonso. Necesito hablar contigo mañana sobre el proyecto Arlington. Hazme un hueco a las tres, ¿vale? —Un momento después, se desconectó la llamada y el hombre alto y apuesto volvió a mirarla, haciendo que se
estremeciera con el despertar de su cuerpo—. Come conmigo mañana.
Paula se percató de que no se lo estaba preguntando. Se lo estaba ordenando. Su reacción fue rápida y temeraria, porque claramente conocía a Mike McDonald. Sin embargo, a pesar de ser consciente de su influencia, sacudió la cabeza, sabiendo instintivamente que aquel hombre era peligroso. No tenía ni idea de quién era ni de qué podía hacer para ayudarla a resolverlo, pero era lo bastante sensata como para no acostarse con el diablo.
—No puedo. Pero gracias por la oferta —hizo un gesto hacia el teléfono—. En serio, no necesita ayudar. Ya me las arreglaré.
Pedro casi se echó a reír. Tomó su mano y la atrajo hacia sí, disfrutando de su roce, pero preocupado por el ligero temblor que percibía en sus dedos.
—No me tengas miedo, Paula —dijo. El nombre se deslizó por su lengua y se dio cuenta de que le gustaba su sonido—. Utiliza siempre tus contactos. Los contactos y la información siempre superarán al dinero.
Ella empezó a retroceder, pero él la atrajo más hacia sí y ella se dio cuenta de que no tenía manera de evitarlo. Lo que era aún peor, empezaba a pensar que en realidad no quería hacerlo.
—No sé quién es usted —dijo, por decir algo. Sus ojos se posaron en los labios de él y algo se tensó en su interior. ¡No quería que la besara! Se dijo aquello una y otra vez. ¡Solo porque le gustara sentir su pecho bajo los dedos no iba a
perder la cabeza y desear que la besara!
—Soy Pedro Alfonso, a tu servicio —respondió él envolviéndole la mano con la suya—. Encantado de conocerte, Paula Chaves —No se habían presentado hasta
entonces, pero se había quedado con su nombre al leer la carta. Era un nombre bonito, inusual. Le sentaba perfectamente.
Ella se estremeció al roce de su mano. La calidez del hombre se filtró por su cuerpo calmándolo todo y, al mismo tiempo, despertando sensaciones que no sabía que existían.
Paula apartó la mirada de sus labios resueltos, rehusando permitir que su mente se preguntara cómo sería que la besara un hombre tan imponente. Tenía una autoconfianza y un carisma increíbles. Había conocido a muchos hombres guapos a lo largo de los años, pero ninguno la había afectado de una manera tan primitiva.
Ninguno había hecho que sus dedos anhelaran volver a tocarlo. Todo lo contrario, de hecho. La mayor parte del tiempo, después de dar un beso de buenas noches a sus
citas, se sentía aliviada de que hubiera pasado esa parte de la noche.
—Tengo que volver al trabajo —susurró; después, se aclaró la garanta intentando dar más fuerza a sus palabras—. Formo parte del personal de catering que está aquí esta noche.
Los dedos de él estrecharon los suyos durante un instante antes de soltar su mano.
—Mañana a mediodía, Paula Chaves. Enviaré a alguien a recogerte.
Ella se echó atrás, horrorizada ante semejante idea.
¿Recogerla? ¿Por qué iba a hacer eso?
—No, dígame el restaurante. Puedo ir yo sola —le dijo. Entonces se mordió el labio porque en realidad debería decirle que no podía quedar con él para comer.
Estar cerca de él era peligroso para su pensamiento. Había algo en él que gritaba:
«¡Mantente alejada!».
Él sacudió la cabeza.
—Haré que vaya un coche.
Dicho esto, se inclinó y la besó. Fue un ligero roce, casi antes de que ella se diera cuenta de que estaba ocurriendo.
Estaba demasiado estupefacta para hacer otra cosa que aceptar el beso, deleitándose en la escandalosa sensación de aquellos fuertes labios tocando los suyos. Un momento después, él se separó y ella tuvo que morderse el labio inferior para contenerse de decirle que la besara de nuevo.
Apartó los ojos de sus hombros anchos, rozándose los labios con los dedos mientras él salía de la habitación.
Oyó cómo se cerraba la puerta y se dio la vuelta, percatándose de que, de pronto, se encontraba sola. Sus labios aún ardían, seguían palpitando como si suplicaran algo más. ¿Más? ¿Qué más podría darle un extraño a…? ¿Estaba intentando averiguar lo que querían sus labios?
«Ridículo».
Metiendo los pedazos de la carta destrozada en su agenda abarrotadamente, sacudió la cabeza y anduvo hasta la puerta, decidida a alcanzar a aquel hombre y decirle que no podía quedar con él para comer. No sabía nada de él; no tenía ni idea de qué podía hacer él para ayudarla a salir de ese embrollo; pero no pensaba aceptar su ayuda en cualquier caso. Encontraría la manera de solucionarlo por su
cuenta.
Sin embargo, cuando abrió la puerta, el hombre ya no estaba por ningún lado. Se apresuró entre la multitud, echando un vistazo a la habitación. Cuando lo localizó, casi gimió de frustración porque ya estaba en la puerta, diciendo adiós a la
anfitriona. ¡Se le había escapado!
«Está bien», pensó con renovada determinación.
Simplemente lo llamaría al día siguiente y cancelaría la comida. No había nada que no pudiera solucionar si se
lo proponía. Ocurriría igual con esta última vuelta de tuerca.
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