viernes, 15 de julio de 2016

CAPITULO 6: (TERCERA PARTE)





—¿¡Eres el dueño!? —dijo sin respiración, alejándose de él tanto como permitía la mesa.


Llevaba dos horas conversando con él y tomando una cena absolutamente deliciosa cuando dejó caer esa bomba. 


Paula no podía creerse la ironía de cómo había llegado allí buscándose a sí misma, su independencia y hacer las cosas de manera distinta a sus hermanas. En cambio, ahí estaba, cenando con un hombre poderoso y acaudalado, tan parecido a sus cuñados que resultaba prácticamente cómico.


Claro que, Manuel e Ivan eran simpáticos, mientras que Pedro era grosero y brusco, cínico y un burlón seductor. De modo que había una diferencia enorme. Aunque no estaba segura de si bastaba con eso.


Pedro oyó el tono de su voz, pero no entendía por qué sonaba tan horrorizada.


—¿Por qué es eso un problema? —preguntó.


Paula sacudió la cabeza. Todo resultaba un poco confuso en ese preciso momento.


—Bueno, porque… —¿Cómo podía explicarle que no podía… que no debía… bueno, que se negaba a sentirse atraída por un hombre alto, guapísimo, atractivo y rico? Sonaba tonto incluso cuando lo decía mentalmente.


Pedro vio los gestos pasando por su rostro y prácticamente se echó a reír.


—¿Porque…? —interrumpió. Probablemente estaba disfrutando de sus gestos más de lo debido.


Paula parpadeó.


—Bueno, ¡porque no puedo salir contigo! —Empezó a alejarse, pero Pedro no iba a aguantar eso.


La cogió de la mano antes de que pudiera alejarse de la mesa.


—¡Ah, no, ni se te ocurra! —rio tirando de ella de vuelta a la silla. Incluso acercó su propio asiento y apoyó la mano en el respaldo—. ¡Explícate! —ordenó.


Paual casi empezó a reírse, pero los escalofríos que recorrieron todo su cuerpo cuando el brazo de Pedro tocó la piel de su cuello borraron todo rastro de diversión. Aquellos dedos se deslizaron por su cuello y descendieron por su brazo. Casi gimió en voz alta, pero en lugar de eso, se mordió el labio inferior para ocultarle su reacción.


—Eso no va a funcionar —dijo él con voz grave, cerca de su oído.


Ella volvió la cabeza, aturdida al darse cuenta de lo cerca que se encontraba Pedro. Sus labios, los mismos que antes parecían tan crueles y enfadados, ahora parecían tan… deliciosos. Quería que la besara. Quería que se inclinara y rozara sus labios firmes con los de ella, para ver qué sentía al besarla aquel hombre. Nunca antes había sentido una necesidad tan apremiante de besar a un hombre, pero mientras miraba fijamente la boca de Pedro, sintió cómo se inclinaba, deseando aquel roce tanto como necesitaba respirar.


—Tenemos que irnos de aquí —gruñó él.


Poniéndose en pie, se puso su mano bajo el brazo para conducir a Paula fuera del restaurante. Ella estaba tan sorprendida por marcharse tan repentinamente que no sabía muy bien qué estaba pasando. En un momento, estaba mirándole los labios, fantaseando sobre lo maravilloso que sería besarle, y al siguiente, salían del restaurante hacia la noche húmeda y cálida.


Prácticamente tiró de ella, conduciéndola hacia la zona de la playa. Cuando estaban ocultos tras el muro de contención de piedra, Pedro le dio la vuelta y apoyó la espalda de Paula contra la pared.



—Vale, mírame así otra vez —gruñó acariciándole la cintura.


—¿Cómo? —preguntó ella sin respiración, aún confundida, pero más ahora por la manera en que la estaba tocando. Era igual que antes, en el vestíbulo. Se sentía tan consciente de ese hombre, de la manera en que su cuerpo musculoso presionaba la redondez de sus curvas y de lo bien que encajaban juntos.


Quería moverse contra él, sentir la fricción de sus cuerpos, pero permaneció muy quieta, temerosa de lo que podría pasar si se dejaba llevar por ese instinto. «¡Dios!», tenía tantas ganas de que las manos de Pedro se deslizaran hacia arriba que tembló con ansias.


—Así —dijo él con voz más grave, más ronca.


—¡No te estoy mirando de ninguna manera! —exclamó ella, prácticamente enfadada porque los labios de él estaban más cerca, sentía su cuerpo duro como la roca contra el suyo y tenía las manos apoyadas sobre el pecho de Pedro. ¡No lo tocaría! No permitiría que sus manos acariciaran ese torso,
que se deslizaran por las crestas que sospechaba ocultaba la camisa blanca, perfectamente hecha a medida. ¡No lo haría! ¡No podía! ¡Estaría fatal! Aquello no era real. No se sentía atraída por él. Eso no era más que su sentido de la competitividad jugándole una mala pasada a su mente.


—¡Te pareces demasiado a Ivan! —resopló cuando las manos de Pedro volvieron a acariciarle la cintura.


Pedro oyó el nombre del hombre y el fuego por aquella mujer que ardía en su interior se transformó en furia rabiosa.


—¿Quién coño es Ivan? —inquirió aferrándose a su delicada cintura. Se dio cuenta de lo que estaba haciendo y relajó su apretón, pero sin dejarla moverse de todas formas.


—¡Eres igualito que él! —exclamó Paula, moviéndose para que las manos de él volvieran a tocarla —. ¡Y como Manuel! —Respiró hondo—. Por eso precisamente tengo que irme de aquí.


Pedro estaba lívido.


—¡Joder, explícate! —apartó las manos de ella, pero apoyó las manos a ambos lados de su cabeza sobre el muro de piedra.


Paula cerró los ojos e intentó pensar, pero resultaba difícil hacerlo con su cuerpo tan cerca. Su aroma masculino, plagado de madera, cítricos y… bueno, ¡ese aroma masculino que era tan impresionante! ¡Nunca había olido algo tan delicioso! Greg olía a… Vale, a veces olía a calcetines sucios o a sudor. No lo había juzgado. ¡Pero ese hombre, Pedro, olía increíble!


—¿Por qué no podías ser simplemente otro huésped? —suspiró dejándose caer sobre la pared, negándose a dejarse languidecer contra el hombre y todos esos músculos deliciosos. ¡Tampoco se permitiría pensar en ellos como algo más bueno que el postre! ¡No había nada mejor que el postre!


«Bueno, no he probado esos músculos…»


—¡Paula, céntrate! —le espetó él—. ¿Quiénes son esos dos? ¿Y por qué importa si soy el dueño del resort o un huésped?


Paula casi gimió con un deseo abrumador de tocar y ser tocada.


—O un barista. Habría sido perfecto que fueras barista.


Pedro dejó caer la cabeza ligeramente con un profundo suspiro.


—¡Paula, que Dios me ayude, si no empiezas a explicarte, voy a darte un azote en ese adorable culito!


A ella se le hizo un nudo en la garganta y aumentaron sus temblores.


—No harías eso, ¿verdad? —preguntó. No tenía ni idea de que sus ojos lo miraban esperanzados.


Pedro rio.


—No creo que lo haga; lo disfrutarías demasiado —dijo en voz baja—. Tendré que inventarme alguna otra amenaza terrible que usar en tu contra. —La decepción que se reflejó como un rayo en sus ojos verdes a la tenue luz de la luna hizo que el cuerpo de Pedro ardiera en deseos de poseerla. Sin embargo, en ese momento estaba decidido a entenderla. 


Le molestaba su disgusto porque fuera el dueño del resort. Y, por alguna razón, odiaba que hablara de otros hombres e incluso que pensara en ellos.


Aquellos celos eran devastadores y los odiaba. Era algo que no había experimentado. Pero tampoco había nada que pudiera hacer al respecto. Sabía en lo más profundo de su ser que si había algo que iba a conseguir en la vida, era entender a aquella mujer. Averiguar todos sus secretos, por no hablar de explorar ese increíble cuerpo suyo para ver qué podía descubrir. Era como una isla del tesoro; reaccionaba hasta al menor roce.


Además, sabía que ella sentía lo mismo por él. Podía ver el deseo en sus ojos, sentir el calor que emanaba de ella; sabía que eso se debía a su deseo de tocarlo. Un deseo al que se negaba a sucumbir por alguna razón. De todas las mujeres que habían estado con él en el pasado, deseaba que fuera ella la que lo tocara, más que ninguna otra. Lo deseaba en lo más profundo de su ser, como un anhelo que sólo pudiera calmarse con sus tiernas caricias. ¡Caricias que le estaba negando!


—¡Paula, dime quiénes son esos hombres!


Ella respiró hondo, con los ojos muy abiertos, mientras observaba su torso. Si no hubiera estado tan enfadado con ella, Pedro se habría reído cuando Paula escondió las manos detrás de la espalda.


—No lo entenderías.


Él movió la cabeza en señal de negación.


—No lo entiendo ahora. Así que, ¿por qué no me lo explicas para que por lo menos esté un poco al tanto? —No tenía duda de que seguiría sin entenderlo una vez que se lo explicara. Era una mujer compleja con una boca impresionante. Una boca que quería besar y explorar. Pero se contendría hasta comprender quién coño eran esos hombres.


—¿Son importantes para ti? ¿Los quieres?


Paula estaba centrando toda su energía en no tocarle; mantenía las manos tras la espalda para no sentirse tentada. Cuando horneaba, había aprendido el truco de beber mucha agua para sentirse demasiado llena como para probar los postres. Era la única manera que tenía de mantenerse sana y seguir siendo chef de repostería. De otro modo, con lo golosa que era, cogería peso como un panda sobre una pila de bambú.


Por desgracia, ahora no estaba funcionando. No creía que el agua, o sentirse llena, la ayudaran a resistir la tentación de tocarlo. Simplemente tendría que alejarse de él.


—¡Paula, céntrate! ¿Quiénes son esos hombres? ¿Es uno de ellos tu ex prometido? —preguntó.


Ella negó con la cabeza.


—No. Ese era Greg —dijo con voz más entrecortada de lo que había pretendido.


Pedro inspiró profundamente, esmerándose en ser paciente.


—Entonces, ¿quién es Ivan?


Paula miró fijamente sus labios, los ojos atraídos hacia su boca. «Solo un roce no hará daño, ¿no? Podría alejarme después de probar un poquito».


—¿Me besarías? —susurró. Había tenido la mirada centrada en sus labios, pero con aquella pregunta, la misma que no se había dado cuenta de que estaba a punto de hacerle, le lanzó una mirada a los ojos oscuros y sintió un escalofrío ante la expresión que encontró allí. No podía verle los ojos por la oscuridad, pero sus labios sonreían ligeramente. Si no hubiera pasado toda la noche mirando aquellos labios, tal vez no hubiera reconocido la leve curva de sus labios como una sonrisa; ni siquiera se habría percatado del movimiento. 


Pero lo sabía. Lo sabía y sus latidos aumentaron de manera exponencial con aquella floritura.


—Si te beso, ¿me dirás quiénes son Ivan y Manuel? —preguntó acercándose más. De nuevo, dejó caer las manos del muro de piedra detrás de Paula a su cintura. Mientras la atraía entre sus brazos, ella pensó que sus manos eran mágicas.


—Sí —suspiró mientras alzaba la cabeza esperando su beso—. Solo un besito —le dijo.


Pedro sacudió la cabeza.


—No creo que eso sea posible —respondió. Al instante, cubrió la boca de Paula con la suya, interrumpiendo sus protestas, su regañina o lo que fuera que hubiera dicho. No quería oírlo. Sabía que aquello sólo conseguiría irritarlo más. 


Se dio cuenta de que besarla era la solución perfecta a un montón de problemas. Y era una buena solución para sus circunstancias. No le proporcionaba ninguna respuesta,
pero tan pronto como tocó la lengua de Paula con la suya, se dio cuenta de que las preguntas le importaban un bledo. 


«Más tarde», se dijo. «¡Le sonsacaré las respuestas más tarde!»


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