viernes, 15 de julio de 2016
CAPITULO 4: (TERCERA PARTE)
—¡Muchas gracias! —respondió Paula a la informadora que le había indicado la dirección. Se dirigía a la playa, con su bikini nuevo, pero cubierta con un pareo porque no era lo bastante osada como para enseñar tanto mientras iba sola.
«Tal vez sea demasiado corto, pero lo cubre todo bastante bien», pensó.
Llevaba una pamela, dos libros y agua. Iba a pasar el día bronceándose para dar envidia a todas a la vuelta. «Tengo una misión», pensó al cruzar el vestíbulo de camino a la arena cálida.
Si la voz grave no hubiera interrumpido su concentración, la dura crítica hacia el establecimiento increíble lo habría hecho. Paula se detuvo a escuchar durante un penoso momento al hombre que vituperaba el resort.
—El baño a la derecha de la pista de tenis no se ajusta a las normas; las botellas en el bar junto a la piscina están caducadas; las cervezas están refrigeradas a dos grados en lugar de uno, y la provisión de toallas no es adecuada —afirmó la voz grave.
Paula oyó las críticas y la voz masculina, pero no veía quién se estaba quejando porque la alta columna tapaba la vista.
¡No importaba! El gerente del resort estaba prácticamente temblando de la cabeza a los pies, y se había desvivido para hacerla sentir cómoda. De hecho, todos habían sido estupendos cuando se presentó allí sola. Tan pronto como se dieron cuenta de que la habían dejado plantada, se habían tomado todas las molestias para hacerla sonreír y llevarle bebidas, toallas adicionales, novelas… ¡El resort era maravilloso! ¡Y el gerente no se merecía críticas por algo tan insignificante como una diferencia de un grado en la temperatura de una nevera de cerveza!
Rodeó la imponente columna con los puños cerrados a los costados. Pisando fuerte, se dirigió hacia la voz, que seguía enumerando «problemas» con el resort. ¡No pensaba permitirlo! Llevaba demasiado tiempo en la hostelería; ¡sabía que los estándares de algunas personas eran ofensivos y surrealistas!
—Ni se le ocurra criticar a este hombre por esas tonterías y ridiculeces… —estaba a punto de decirle lo que pensaba a aquel hombre. Sin embargo, donde se suponía que estaba su cabeza, sólo había un torso. Un torso ataviado de manera inmaculada. Muy musculoso, sospechaba al alzar la vista más arriba, y después un poco más. «Este hombre es gigante», pensó cuando por fin divisó su rostro.
Entonces lo miró de verdad. «Guau», susurró para sí. Se le ocurrieron dos ideas en ese momento: primero, que su rostro parecía estar tallado en piedra. Sin embargo, incluso de piedra, era increíble. Era apuesto como un busto, como un queso. ¡Y eso era decir mucho! Después del chocolate, el queso era su comida preferida.
Mientras seguía ahí de pie observándolo, vio fascinada cómo subía una ceja negra, invitándola a continuar. Aquella ceja y la ligera sonrisa de superioridad en sus labios cincelados invadieron su aire de fascinación y dio un paso atrás. Por desgracia, ese paso en falso la llevó hasta una de las escaleras de mármol. Fue un solo paso, pero cuando su talón no encontró una superficie plana, sus brazos salieron haciendo aspavientos y cayó. Intentó detenerse, pero gimió avergonzada, consciente de que iba a aterrizar sobre su trasero en una postura ignominiosa. Y justo enfrente de aquel hombre a quien había estado a punto de echarle la bronca.
—¡Oh, mierda! —espetó cerrando los ojos, preparándose para el dolor de la caída.
Sin embargo, en lugar de caer de espaldas, algo tiró de su cuerpo hacia delante. Y en lugar de caer sobre el duro mármol, sintió sus pechos apretujados contra granito sólido. El brazo de acero que envolvía su espalda la empujaba contra el torso duro de aquel hombre inmenso. Se quedó sin respiración.
Toda reacción fue quedarse cautivada cuando sus manos se encontraron con unos hombros demasiado musculosos como para ser reales. El traje tostado no era más que un escondite para lo que sospechaba que era una planta magnífica, y su propio cuerpo la traicionó empezando a temblar.
Entonces sintió algo contra el vientre. Una dureza nueva que hizo que se quedara boquiabierta de sorpresa y… «No, no es placer», se dijo. No, aquella nueva sensación era… Se negaba a admitir que se sentía fascinada por aquella dureza. Aunque el rubor que reptaba por su cuello y por sus mejillas hizo que el hombre bajara la ceja. Algo nuevo penetró sus ojos y el temblor del cuerpo de Paula aumentó cuando su conciencia sexual hizo sombra a todo lo demás.
El hombre la levantó para que recuperara pie, pero no la soltó. Aquel brazo musculoso la mantenía apretada contra su cuerpo, por lo que tuvo que arquear el cuello para verle la cara.
—Tenga cuidado —dijo. Su voz hizo que un escalofrío sensual recorriera todo su cuerpo. Se aferró con los dedos y empezó a retirarlos por temor a que el hombre se percatara de lo que le estaba haciendo. Sin embargo, él subió la mano que tenía libre y retuvo la mano de Paula contra su pecho—. Hay peligro por todas partes.
Paula oyó sus palabras y se enamoró totalmente del ligero acento que percibió. No conseguía identificarlo, ni sabía cómo se llamaba aquel hombre. Pero adoró sus palabras, aquel acento que le hacía contener la respiración mientras se concentraba en la voz grave del hombre. Entonces, su mente nublada de sensualidad cayó en la cuenta del significado real de lo que había dicho y supo con absoluta certeza que no se refería al peligro del escalón que casi se había saltado.
Paula dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos al captar su mensaje y sorprendida por su reacción tan fuerte y prácticamente instantánea ante aquel hombre.
Evidentemente, era un grosero y un desconsiderado; de otro modo, no habría estado increpando al gerente del resort de aquella manera.
¡Odiaba a ese tipo de gente! ¡Sobre todo durante su no-luna-de-miel, como había dado en llamar a esa semana después de ser plantada!
El recuerdo de la traición y la cobardía de Greg la sacaron de la neblina sensual inducida por aquella voz y aquel cuerpo de acero. Cuadró los hombros, preparada para atacar ahora que ya no la estaba tocando.
—Como iba diciendo, este hombre regenta un resort magnífico. —Dio otro paso atrás, asegurándose de que esta vez no había ningún escalón detrás de ella, y continuó—. Tanto él como todo su personal trabajan muy duro para hacer algo memorable de la estancia de todos. ¡Así que si va a quejarse de que la nevera está un grado por encima de lo que usted cree que debería estar, entonces es un grosero, un desconsiderado y una persona hiriente que necesita buscarse una vida! En serio, ¿a quién le importa si la cerveza está a uno o dos grados? —inquirió, clavándole el dedo en el pecho—. ¡Cálmese! —espetó—. Vaya a la playa a relajarse. Disfrute y no se pierda tanto en detalles ridículos que le parecen carencias.
Dicho eso, se dio media vuelta y salió con cuidado del vestíbulo del hotel. Percibió las sonrisas secretas de varios empleados, pero se puso las gafas de sol y anduvo hasta la playa.
¡Qué descaro el de ese hombre! Miró la belleza azul verdosa del agua, intentando calmar sus latidos acelerados. Estaba agitada porque se había enfadado con el hombre. No tenía nada que ver con su atractivo y su cuerpo musculoso.
«¡Nope, soy inmune a ese hombre, pero no a sus insultos!».
—Buenos días, señorita —dijo uno de los camareros posando una bebida espumosa junto a ella.
—¡Oh! —jadeó—. Yo no he…
El camarero sonrió y se encogió de hombros.
—Parecía acalorada —dijo, y se alejó antes de que pudiera rechazar su invitación helada.
Leyó y durmió durante el resto de la tarde, bebiendo agua helada y otras bebidas que le llevaron varios camareros.
Estaba anonadada con lo atentos que se estaban mostrando todos ese día y pensó que era muy amable de su parte, pero se sintió culpable por sus esfuerzos
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