viernes, 8 de julio de 2016
CAPITULO 6: (SEGUNDA PARTE)
Paula se despertó y no se podía mover. Si cualquier otra persona se despertara en dicha situación, podría cundir el pánico. Pero Paula entendía perfectamente lo que ocurría.
Alzó la cabeza y miró a su alrededor. Como era de esperar, Alma estaba a su lado; Aldana, al otro. Por si no fuera
poco con estar atrapada, Ruffus, que dormía con las niñas sin importar dónde se encontraran, dormitaba en la curva detrás de sus rodillas. Mientras tanto, Odie yacía sobre sus espinillas y Cena, el cerdito irritante y metomentodo, dormía sobre la almohada. De hecho, estaba sobre su cabello, extendido detrás de la almohada.
Ahora el reto era salir de aquella postura sin despertar a animales ni niñas. Miró el reloj y vio que eran las seis de la mañana. Era demasiado pronto para que las niñas se levantaran, sobre todo porque era sábado. ¡Pero tenía que ir al baño! Cuanto más pensaba en ello, más prisa le corría ir.
Pero si se movía, aunque fuera un centímetro, Odie haría una de estas dos cosas: treparía más alto, con lo que probablemente decidiría sentarse sobre su rebosante vejiga, o también podría decidir que Ruffus también tenía que levantarse y le clavaría las zarpas. Entonces Rufus se levantaría de un salto y empezaría a ladrar a Odie como si supiera que tenía que proteger a las niñas del malvado gato. Después Cena entraría en escena, querría divertirse un poco, y sus pezuñitas se dirigirían inmediatamente a por Odie, caminando por encima de Alma en el proceso. ¡Tal vez el cerdito fuera pequeño y como de juguete, pero las pezuñas eran pezuñas y hacían daño!
Espiró mirando al techo y tratando de averiguar qué hacer.
Sin embargo, su cabeza empezó a preguntarse inmediatamente qué haría Pedro si se encontrase en esa posición. Por poco se rio en alto pensando en la expresión horrorizada que pondría si se despertara prendido a la cama por personitas y animales minúsculos.
Debía de haberse movido, porque el morro de Cena frotó la oreja de Paula. Alzó la vista y miró sus pequeños ojos negros, prácticamente riéndose de cuánto necesitaba levantarse pero sin estar segura de qué hacer.
El golpe en la puerta de la planta baja resolvió el problema.
Con el ruido extraño, Ruffus se levantó de un salto. Al principio sólo miraba a su alrededor, pero al no poder identificar la amenaza que se cernía sobre sus niñas empezó a gruñir. Entonces, Odie se despertó y, como era de esperar, extendió las zarpas, fingiendo que se estiraba, aunque en realidad intentaba clavarle las zarpas a Ruffus en el trasero. Ruffus dio un respingo y saltó de la cama para empezar a ladrar. Paula aprovechó para levantarse de un salto justo después. Capturó a Cena unos instantes antes de que arrollara la cabeza de Alma.
«Vaya manera de levantarse», pensó, introduciendo el cerdito bajo su brazo mientras se arrastraba fuera de la cama. Volvió a meter a las niñas bajo la colcha y se apresuró a salir de la habitación. Cerró la puerta tan silenciosamente como pudo, esperando tener unos minutos de paz antes de que se levantaran las niñas. Cogió su abrigo, ya que su bata seguía en la habitación, y se apresuró a bajar las escaleras.
—Ya voy yo —le dijo Paula a Patricia, que justo abría su puerta—. Vuelve a la cama.
Oyó un gruñido. Se habría reído ante la reacción de su hermana si no hubiera querido hacer exactamente lo mismo.
Apresurándose a la puerta delantera, la abrió de un tirón, irritada.
—¿Puedo…? —Se quedó muda cuando vio a Pedro vestido con un jersey azul marino de cachemir y unos vaqueros. Nunca antes lo había visto en vaqueros. Durante todo aquel verano, lo más informal que le había visto era un par de chinos planchados. Y eso, en muy raras ocasiones. Su atuendo normal era un traje de negocios completo, hecho a medida, con corbata de seda y mocasines italianos, que probablemente costaba tanto como la matrícula de la escuela de cocina de Paula.
«¡Madre mía, qué bien le sienta el estilo informal! Por Dios, ¿pero en qué estoy pensando? A ese hombre le sienta fenomenal todo lo que se ponga. Y nada». Suspiró al recordar los abultados músculos por todo su cuerpo impresionante.
Sacudió la cabeza y se centró en el presente, obligándose a enfurecerse de nuevo como mecanismo de defensa contra su atractivo arrollador.
—¿Qué haces aquí? —exigió, demasiado cansada al no haber dormido la noche anterior, preocupada exactamente por ese tipo de confrontación.
Pedro bajó la mirada hacia la belleza deslumbrante que permanecía resentida frente a él.
Apenas consiguió controlar la necesidad de estrecharla entre sus brazos y hacerle el amor ahí mismo, en la puerta. Ni siquiera le importaría si conmocionara a los vecinos de tanto que la deseaba.
Tuvo que meterse las manos en los bolsillos para contenerse de agarrarla. Tenía todo el pelo revuelto y esa cara hinchada de recién levantada, con las mejillas sonrosadas y los labios sin pintar.
No llevaba ni gota de maquillaje y estaba asombrosa.
Exactamente como le gustaba.
Bueno, para ser sinceros, le encantaban todos y cada uno de sus estilos. Bien fuera arreglada, bien recién salida de la ducha, él la deseaba. Aquella mujer nunca fracasaba a la hora de hacer que su cuerpo respondiera con una abrumadora oleada de lujuria cada vez que estaba cerca de ella.
Intentando relajarse, flexionó las manos en los bolsillos y contempló su cara fresca y su pelo revuelto. Estaba exactamente igual que cuando la besaba al despertar hacía cinco años. «Claro que, normalmente la besaba al despertar mientras seguía en la cama. Y desnuda. Y no me detenía con un beso», recordó mientras su cuerpo seguía poniéndose duro.
Únicamente dos cosas lo detenían a la hora de seguir sus impulsos iniciales. La primera era que necesitaba entender lo que había dicho la noche anterior y la segunda que… «Bueno», parpadeó intentando centrar la vista. Aunque, como era de esperar, la imagen que tenía delante seguía ahí.
Los ojos de Pedro se desplazaron desde su rostro encantador hacia abajo, para darse cuenta de que llevaba un abrigo sobre lo que parecía no ser más que una simple camiseta. Pensó en regañarla por abrir la puerta con su ropa de dormir, pero vio al cerdito y se quedó petrificado. Al principio pensó que era un animal disecado, pero entonces movió el morro y giró la cabeza levemente.
—Llevas un cerdo en brazos —afirmó, sin estar seguro de no estar viendo visiones. La noche anterior no se había ido a dormir demasiado tarde, pero no había dormido bien, tramando cómo volver a llevarse a aquella mujer a la cama.
Paula miró a Cena y lo rascó bajo el morro, casi riéndose de cómo el cerdito cerraba los ojos de felicidad ante la muestra de cariño.
—Sí —le devolvió la mirada, retándolo a plantearle la pregunta más obvia.
Pedro se atrevió. ¡Siempre se atrevía!
—¿Por qué llevas un cerdo en brazos? —preguntó, con una sonrisa en la comisura de los labios.
Paula se acercó a Cena al pecho, abrazándolo en desafío al hombre que había frente a ella.
—Me di cuenta de que los hombres de mi pasado eran cerdos por lo general, así que decidí dejarme de charadas e ir a por uno de verdad. —El morro de Cena le daba golpecitos en la barbilla y ella lo abrazó con más fuerza. En realidad, al cerdito le encantaba ser el centro de atención—. Cena y yo nos lo pasamos bien. Él no replica y…
—¿Y tú no lo cocinas? —sugirió Pedro, interrumpiendo lo que sabía que era un intento por parte de Paula de hacerle perder los estribos.
Paula tapó las orejas flexibles de Cena y se quedó boquiabierta.
—¡No digas cosas así! ¡Podrías asustarlo!
Pedro no podía creerse que estuviera manteniendo una discusión sobre un cerdo a las seis de la mañana. Había esperado toda la noche para conducir hasta allí porque no quería perturbar su sueño, pero estaba decidido a entender lo que ella había dicho la noche anterior. Pero entonces se percató de sus palabras.
—¿Has llamado a tu cerdo Cena? —preguntó, aún distraído.
Paula se rio a pesar de la tensión que sentía al verlo allí.
—En realidad, yo no le puse el nombre. Mi hermana lo hizo. Es un poco irreverente.
—Sabes que Cena es una comida del día en español, ¿verdad? —preguntó.
Paula suspiró; todavía mantenía las orejas de Cena hacia abajo para que no oyera esas crueles palabras. —Sí. ¿Qué haces aquí?
Él dio un paso hacia el interior de la casa, obligándola a retroceder o a dejar que la arrollara con su enorme cuerpo. Cuando estuvo dentro, Paula cerró la puerta y se volvió de frente a él, deseosa de poder librarse de él rápidamente.
Pedro la fulminó con la mirada, con los puños apoyados en sus delgadas caderas.
—Ayer dijiste varias cosas que deberíamos discutir.
Paula negó con la cabeza.
—No tengo tiempo para discutirlas ahora.
Él no aceptaría aquella respuesta. No mientras la tuviera enfrente, tan sexy y tentadora.
—¿Cuándo?
Paula se encogió de hombros, negándose a mirarlo.
—No lo sé. Ni pienso tomarme las molestias de hacer tiempo para ti.
El hombre sonrió ante su testarudez. Antes no era así. De hecho, resultaba una monada la manera en que lo retaba.
—Algo tiene que ceder, mia cara.
Ella sacudió la cabeza en señal de negación, fulminándolo con la mirada llena de ira y resentimiento, emociones que siempre estaban a flor de piel en lo que concernía a aquel hombre.
—No. Nada tiene que ceder. Yo no tengo que ceder. Ya he cedido bastante. Estoy harta.
Pedro la observó durante un largo instante en el que pareció que sus ojos oscuros miraban dentro de su alma.
—Haré un trato contigo —ofreció en tono familiar—. Haz tiempo para discutir los temas que sacaste ayer y yo postergaré el mostrarte que todavía hay algo entre nosotros.
A Paula no le gustaba aquella oferta, y desde luego que tampoco le gustaba cómo sus ojos se desviaban al pecho de él mientras su mente recordaba cuánto le gustaba besar y tocar el pecho de Pedro, el punto que tenía justo debajo de las costillas que… Cerró los ojos y se sacó el recuerdo de la cabeza.
—¿Y si me niego? —preguntó.
El fantasma de su sonrisa volvió a aparecer en el rostro de Pedro.
—Bueno, entonces yo volveré a besarte cada vez que encuentre la oportunidad. —Empezó a acercarse con una intención evidente.
—¡Vale! —gritó Paula, sosteniendo a Cena aún más alto como si pudiera protegerla de Pedro de alguna manera—. ¡Bien! —Espetó. De repente recordó que Alma y Aldana seguían arriba, en la cama, encogidas bajo las mantas. Pero no permanecerían allí durante demasiado tiempo. Ruffus las despertaría cuando quisiera jugar. O tal vez Odie empezaría a lamerles las mejillas intentando levantarlas también. En cualquier momento aquello se convertiría en un caos. Tenía que deshacerse de él. ¡Rápido!—. Pero ahora no.
Pedro tampoco iba a aceptar aquella respuesta. Era demasiado ambigua y la deseaba en ese preciso instante.
No en un lugar y un tiempo futuros.
—Dime cuándo.
La cabeza de Paula le daba vueltas con todos los detalles de los próximos días. Su agenda siempre era una locura.
—El próximo viernes —pensó rápidamente.
—No es lo bastante pronto. Hoy para cenar.
Paula se lo pensó. Aquella noche no tenía evento, solo aquella tarde, de modo que más valía mantener esa discusión.
—De acuerdo. Pero en un restaurante.
Pedro casi se rio de su intento obvio por no quedarse a solas con él.
—En un restaurante —accedió—. Hasta entonces —dijo acortando la distancia entre ellos, tomando su rostro entre las manos y besándola. Fue un beso dulce, una caricia que hizo que le diera un vuelco el estómago y que anhelara los viejos tiempos en que se encontraban en la calle y él la estrechaba entre sus brazos, besándola como si no hubiera nadie más a su alrededor.
—¿Paula? —llamó la voz de Patricia desde la escalera. Su hermana todavía sonaba adormilada, pero era evidente que el ruido de voces enfadadas discutiendo la había espabilado.
Paula dio un respingo hacia atrás, aplastando a Cena y haciendo que este chillara como protesta. La mano libre de Paula subió hasta sus labios, casi como si necesitara frotarse para borrarse el roce de Pedro. De repente, su hermana estaba de pie al final de la escalera, mirando a ambos obviamente confusa. Paula no tuvo más opción que explicarse—: Esto… Patricia, este es… un amigo… Pedro. —Se volvió hacia su hermana con ojos suplicantes para que se guardase las preguntas hasta que el hombre en cuestión se hubiera marchado—. Pedro, esta es mi hermana Patricia.
Patricia entendió de inmediato el mensaje silencioso entre hermanas y se acercó para estrecharle la mano.
—Encantada de conocerte —dijo, mirándolo a los ojos oscuros—. Tú… —empezó a decir. Entonces cerró la boca—. Hum… ¡café! —pensó en voz alta—. Voy a preparar un café.
Y así se fue a la habitación trasera, ignorando el hecho de que había una cafetera en la encimera, justo al lado de su mano.
Paula miró incómoda a Pedro, intentando averiguar lo que estaba pensando. Pero, tan pronto como sus ojos captaron su expresión, supo exactamente qué le pasaba por la cabeza.
—Te dije que somos trillizas —se rio en bajo. Era un alivio reírse con él alrededor. La última semana que habían pasado juntos fue traumática y los tres últimos encuentros habían sido terroríficos porque corría peligro de perder el control cuando estaba cerca de él.
—Sí —contestó, aún mirando atónito la puerta vacía por la que había desaparecido Patricia—. Pero hay que verlo… —dijo sacudiendo la cabeza—. ¡Sorprendente!
«Sí, es increíble», pensó Paula.
—Es realmente maravillosa.
Pedro bajó la vista hacia ella. Su cuerpo anhelaba sostenerla y no alcanzaba a comprender por qué Paula se contenía, excepto por alguna razón inexplicable que había insinuado la noche anterior.
—Pero ella no es tú.
Por alguna razón, aquel comentario significaba mucho. Le hizo sentir un calor intenso que la mareó un poco. Sin embargo, reprimió esa sensación. Era peligrosa y contraproducente.
—Bueno, ¿a qué hora esta noche? —preguntó.
—Te recojo a las siete —dijo él.
Paula negó con la cabeza de inmediato.
—Te veré en el restaurante —argumentó.
Pedro bajó la vista hacia ella, conocedor de lo que le pasaba por la cabeza.
—¿Necesitas una escapatoria fácil? —preguntó en voz baja.
Paula respiró hondo.
—Nada es fácil en lo concerniente a ti —contestó—. Especialmente escapar.
Él se rio suavemente.
—Buono. —Su dedo rozó la mejilla de Paula con dulzura—. Espero que así sea.
Un ladrido de Ruffus en la planta superior rompió la tensión y Paula dio un salto hacia atrás, poniéndose a salvo de otro beso.
—Será mejor que me vaya. El perro necesita salir.
—¿Tienes un perro y un cerdo?
Paula sonrió de manera poco convincente.
—Bueno, te sorprenderías de cuántas cosas pequeñas corretean por esta casa —respondió misteriosamente. Tan pronto como hubo pronunciado aquellas palabras, se arrepintió de haberlo hecho. Eso demostraba lo peligroso que era aquel hombre.
Pedro la observó atentamente mientras ella empezaba a subir las escaleras.
—¡Qué ganas de verte esta noche, mi amore!
Paula se negaba a volver la vista hacia él, a darle cualquier tipo de ánimo. Aquel día tenía tiempo libre para disfrutarlo con sus hijas y no estaba segura de qué iba a contarle. En lugar de eso, se centró en un momento y una actividad. Lo más prioritario era dejar salir al perro para que no hiciera pis en el apartamento nuevo. Abrió la puerta y el perro salió escaleras abajo, impaciente por llegar a su pista para perros.
El patio trasero de ladrillo se destinaba al negocio de catering, pero el patio lateral era todo suyo. Su padre y su tío habían construido un parquecito para las niñas, y el perro tenía una zona especial donde podía hacer sus necesidades.
Aquello ayudaba a mantener la zona más limpia, aunque con tres animales y dos niñas, lo de limpia era relativo. Al menos, la cocina estaba impoluta. Los animales no podían entrar a la cocina bajo ningún concepto.
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Ayyyyyyyyyyyy, qué linda se está poniendo jajajajajaja.
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