viernes, 8 de julio de 2016

CAPITULO 4: (SEGUNDA PARTE)




—¡Tenemos un cliente nuevo! —canturreaba Paola al salir de su despacho hacia la cocina prácticamente bailando. Si no hubiera estado tan avanzado su embarazo, se habría movido con mucha más ligereza. Paola era la directora comercial de su empresa de catering. Paula se encargaba de los platos salados mientras que la tercera hermana, Patricia, era un genio de los dulces. Las chicas eran trillizas, pero se parecían tanto que era muy difícil distinguirlas si no las conocían. Había pequeñas diferencias en su apariencia, pero en realidad hacía falta conocer a las tres para verlas.


Sin embargo, sus personalidades no se parecían en absoluto. Patricia era la más enérgica y vivaracha. Era la que tanto podía regañar a un extraño que estuviera siendo grosero como preparar una cena para una persona sin hogar y sentarse con ella a charlar y averiguar la historia de su vida.


Era el alma dulce, cálida y amable que quería a todos. 


También era la razón por la que tenían no solo un perro enorme y patoso llamado Ruffus, sino también un gato malvado llamado Odie que se deleitaba increíblemente intentando chinchar al perro. Sin embargo, Odie no salía victorioso en todas las escaramuzas animales. Cena, un cerdito minúsculo «de juguete», con su morrito húmedo y sus ojos danzarines, atormentaba a Odie constantemente. 


Casi parecía que Ruffus y Cena eran conspiradores, pero Odie era más inteligente y tenía más ganas de instigar malvados planes contra sus compañeros de la casa de fieras.


Paola era la mente comercial de las tres hermanas. Sus sonrisas y su inteligencia atraían a los clientes, manejaban los intrincados horarios del personal de servicio, la coordinación de los eventos y los servicios de limpieza. Mientras tanto, también se encargaba de los seguros médicos, los problemas de la empresa, el cálculo de las nóminas, los impuestos, la sede y los miles de detalles que
surgían al dirigir el negocio.


Era su cerebro el que había conseguido que se mudaran de su antiguo edificio a aquella magnífica casa victoriana nueva, que tenía el doble de espacio para la cocina. También había
conseguido crear una tienda de sándwiches gourmet en la habitación delantera con extravagantes mesas anticuadas situadas en el porche, bajo los dos enormes robles que daban sombra al patio. Igualmente, fue su creatividad la que hizo que el negocio se ampliara a supermercados al vender algunas de las recetas creadas por Paula y Patricia como una marca de comida cuya distribución crecía casi semanalmente. Además, había empezado a hacer marketing de negocios relacionados, como las mezclas de especias y aderezos ideados por su tío Juan y las recetas de Martini y cócteles que su padre creaba para sus diversas fiestas.


Las tres habían diseñado el patio trasero, donde podían celebrarse fiestas y eventos, haciendo que el servicio de catering resultara considerablemente más fácil si el cliente decidía utilizarlo.


Bodas, almuerzos, cenas de graduación… Celebraban toda clase de eventos estupendos bajo las centelleantes luces blancas del patio de trasero de ladrillo.


Patricia y Paula solían cocinar solas para todos los eventos. 


Pero desde que habían ampliado, necesitaban dos sous chefs, cuatro cocineros ayudantes, el doble de camareros, tres ayudantes para la tienda en la parte delantera de la casa y una empresa de marketing que mantenían a mano para distribuciones especiales. En un año, habían pasado de un equipo de diez empleados a uno de cuarenta y cinco. Paola lo llevaba todo junto con sus dos asistentes. Ella ya no asistía a los eventos a menos que su marido se encontrara fuera de la ciudad y no se fuera con él, lo que era poco frecuente. De modo que sus asistentes habían cubierto el vacío creado por su deseo de quedarse en casa cada noche con su recién estrenado marido.


Paula y Patricia sonrieron ante la excitación de Paola, pero no entendían su última noticia.


—¿Un cliente nuevo? —repitió Patricia, alzando la vista desde la tanda de magdalenas de limonada rosa que estaba decorando para la ajetreada hora de la comida—. ¿No conseguimos clientes nuevos todo el tiempo?


Paola tiró de su cuerpo embarazado hasta la encimera, apartándose del caos de la cocina.


—Sí, pero ninguno es ni remotamente tan importante como este. De hecho, no conseguíamos un cliente tan importante desde… —hizo una pausa para mirar atrás en el tiempo.


—¿Desde que tu marido empezó a utilizar nuestros servicios para sus negocios? —preguntó Patricia, con una sonrisa cómplice en su bonito rostro.


Paola rio.


—Bueno, sí. Supongo que nos da tanto trabajo como podría lanzar en nuestra dirección este cliente.


Paula sacó una bandeja de patos perfectamente asados de uno de los hornos grandes. La posó en el fogón para rociarlos con su salsa especial y conseguir así que la piel se tornara doblemente crujiente y deliciosa.


—¿Quién es? —preguntó. Aunque, en cualquier caso, no era como si fuera a identificar el nombre. Conocía los nombres de sus clientes actuales, pero ignoraba cualquier otro en el círculo social de la élite de Washington D. C. No leía las noticias de cotilleos porque no tenía mucho tiempo libre.


Entre el trabajo allí durante el día y los eventos por la noche, tenía que centrar toda su atención en sus hijas durante sus tardes libres. La entristecía que ya no estuvieran allí por las mañanas. Solían sentarse en la cocina a colorear y hacer manualidades. Pero aquello era cuando Paula tenía tiempo para jugar con ellas mientras cocinaba. Sin embargo, a sus niñas les había encantado el cambio. Prácticamente saltaban de sus asientos del coche cada mañana al llegar al colegio, demasiado entusiasmadas por ver a sus amigas como para bajar la velocidad y darle a su madre un abrazo de despedida, ¡sin el que ella no dejaba que se escaparan!


Además, eran tan listas que a veces le daba miedo. ¡Ahora estaban enseñando a otros niños de preescolar a leer! Alma ya leía libros por capítulos y Aldana los cogía nada más terminar su hermana.


Paula creía que esos libros no se leían hasta primaria.


Se le ocurrió que Pedro era de ese tipo de gente inteligente que daba miedo. Desde luego, no habían heredado su amor por la cocina. Las gemelas se negaban a probar nada de la cocina. Preferían que su madre o su tía Patricia las mimaran con las delicias que preparaban para sus cenas y postres. Su abuela y su tía-abuela también las malcriaban muchísimo, pero eran buenas niñas. Estaban contentas la mayor parte del tiempo y solo se ponían de mal humor cuando se salían de sus horarios o tenían demasiada hambre o sueño.


—Bueno, ¿y quién es el nuevo cliente? —preguntó Paula mientras aplicaba su salsa especial a cada pato con una brocha.


—Empresas Aloi —anunció—. Trasladan su sede desde Roma a Arlington, y van a organizar una serie de cenas, cócteles y fiestas para presentarse a los empresarios locales. Sospecho que también quieren hacer contactos en la ciudad. Así que tenemos cinco eventos durante las próximas semanas: algunos son grandes, otros muy pequeños e íntimos. Os enviaré un correo con los detalles para que empecéis a trabajar en los menús. Vosotras dadme la lista de suministros que necesitéis y me aseguraré de que tengáis lo que os haga falta.


Paula escuchó el nombre y se quedó helada durante un momento. «¿Empresas Alfonso? ¿Roma?


¿Es esa la compañía de Pedro? No es Aloi, ¿verdad? No, era igual que su apellido. Industrias Alfonso», pensó. «Un poco diferente».


Sacudiendo la cabeza, levantó la bandeja y volvió a meterla en el horno para el tiempo final de asado. Trabajó durante la tarde cocinando los diversos platos de la cena y preparándolos para su transporte. Pero durante todo el tiempo no hizo otra cosa que pensar en maneras de evitar a Pedro.


No quería estar cerca de él ni verlo. Nunca.


—¿Estás bien? —preguntó Patricia mientras se subían a la furgoneta para trasladarse al evento de aquella noche. Era una cena en casa de una mujer de la alta sociedad. Ya habían hecho negocios con ella antes y siempre valoraba sus menús creativos.


—Estoy bien —respondió Paula—. Solo un poco cansada.






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