sábado, 9 de julio de 2016

CAPITULO 7: (SEGUNDA PARTE)





Olió el café preparándose y supo que Patricia querría una explicación. Por desgracia, el interrogatorio llegó antes de lo esperado.


—Entonces… ¿ese es…? —preguntó Patricia, apoyándose contra la puerta mientras ambas vigilaban a Ruffus. El perro se pavoneaba por su pista perruna olisqueando todas las esquinas para ver qué animal había invadido su terreno por la noche. Dándole a su hermana una taza de café caliente, esperó a oír la respuesta que llevaba años intrigándola.


—Sí —respondió Paula—. Es el padre de las niñas.


Patricia permaneció un momento en silencio, asimilando la noticia.


—¡Hala! —dijo finalmente—. Puede que esté incluso más bueno que el marido de Paola. — Pensó un instante—. Tal vez no. No sé. Tendríamos que ponerlos uno al lado del otro. Igual podría besarlos a los dos y ver cuál besa mejor.


Paula ahogó un grito y miró a su hermana.


—Ni se te ocurra… —se detuvo al darse cuenta de que bromeaba—. Lo siento, Pato. Supongo que estoy un poco nerviosa.


—Yo también lo estaría si un semental tan sexy volviera así a mi vida. Tienes todo el derecho del mundo a estar nerviosa. —Esperó unos momentos más en silencio—. ¿Vas a decírselo?


Paula no necesitaba cuestionarse qué le preguntaba su hermana. Suspiró, intentando solucionar su vida, tan clara hacía solo tres días, si bien era bastante caótica. Entonces Pedro había aparecido como un torbellino, creando más caos del que ella podía soportar.


—Ya intenté decírselo una vez.


Patricia miró a su hermana con ojos compasivos llenos de comprensión.


—Lo sé, pero esta vez es distinto. Está aquí. Parece que quiere intentarlo de nuevo.


Paula trató de contener las lágrimas, intentado hacer a un lado todo el dolor por su rechazo del pasado.


—Es demasiado tarde —susurró.


—Nunca es demasiado tarde. —Patricia tocó suavemente el brazo de su hermana—. Ponte en su lugar. Tal vez haya más en la historia. Es posible que estuviera demasiado afectado por tu partida como para hablarte hace años.


Paula negó con la cabeza.


—No. No cree en el amor ni en el matrimonio. Y supongo que tampoco le culpo. Sus padres son muy desagradables el uno con el otro y con el resto del mundo. A esos dos sólo los mantiene unidos el deseo despiadado de hacer daño y una dosis poco sana de orgullo por su hijo, y ya está. — Respiró profundamente—. De todas formas, tampoco lo querría. Ellos me odian, y él es un capullo y un cínico. El sexo era bueno. —Paula sintió un escalofrío al recordar lo bueno que era. Pero bueno no era la palabra adecuada para lo que habían compartido. «Extraordinario. Increíble. Alucinante.
Asombroso»—. Lo único que quiere es volver a tener sexo.


—A mí no me importaría un poquito de sexo —farfulló Patricia ocultando una sonrisita tras su taza de café.


Era la segunda vez que Patricia hacía un comentario como ese y Paula empezó a preocuparse. Miró a su hermana y la observó atentamente.


—Pensaba que a Greg y a ti os iba bien. ¿Qué ocurre? —«Da gusto poder preocuparse por alguien más para variar», se percató. Sus problemas parecían demasiado abrumadores.


Patricia se encogió de hombros.


—Estamos bien.


Paula supo que había algo más simplemente con el gesto insulso en el rostro de su hermana.


—Pato, ¿qué pasa?


En ese momento volvió Ruffus; entró brincando en la casa y las hermanas cerraron la puerta.


Corrió escaleras arriba de inmediato; necesitaba vigilar a sus niñas y asegurarse de que seguían a salvo.


—Vamos arriba. Las niñas se levantarán en un momento y podemos desayunar juntas.


Patricia suspiró mientras subía por las escaleras al apartamento de su hermana. Se sentó en un taburete y apoyó la barbilla en una mano. Paula observaba a su hermana con atención mientras batía unos huevos y rallaba queso. Alma y Aldana estaban en su habitación jugando con los animales, entre risitas y carcajadas, de modo que Paula esperó pacientemente a que Patricia se explicara.


—¿Alguna vez te has preguntado si hay algo más? —Miró las mejillas sonrosadas de su hermana y sonrió—. Vale, antes de conocer a tu semental, ¿alguna vez te preguntaste si había algo más?


Paula sacó la leche de la nevera y añadió un poco al huevo batido.


—¿Más qué? —preguntó.


Patricia se encogió de hombros.


—No sé. Simplemente más.


Paula siguió batiendo los huevos en el cuenco, descargando parte de su frustración sobre ellos. De repente se le ocurrió que algo andaba mal. Algo aparte del extraño hombre que se había presentado en su casa aquella mañana temprano. 


Subió la vista hacia Patricia y percibió tensión y ojeras oscuras bajo sus ojos.


—¿Qué pasa?


—Greg me ha pedido que me case con él —anunció con un tono algo más que sombrío.


Paula casi dejó caer el cuenco lleno de huevo y leche.


—¿Que os casáis? —susurró, con una punzada de dolor atravesándola. Paola estaba felizmente casada, por no decir en estado avanzado de embarazo, ¿y ahora Patricia iba a casarse? Y mientras ella sólo tenía un hombre que odiaba el matrimonio. «A veces la vida puede ser groseramente cruel»—. Eso es estupendo —dijo débilmente. Con cuidado, volvió a poner el cuenco sobre la encimera de cerámica—. ¿Cuándo te lo pidió?


Patricia se percató de la respuesta poco entusiasta de su hermana y se sintió fatal.


—Lo siento, Paula. Eso ha sido muy desconsiderado por mi parte. Aquí estás tú, lidiando con una crisis, y yo farfullando sobre otra cosa.


Paula inspiró profundamente varias veces, cerrando los ojos para tratar de recobrar el control. Se sentía como si últimamente hiciera eso demasiado a menudo. Pedro la sacaba totalmente de sus casillas, ¿no? «Siempre lo ha hecho», pensó enfadada.


Al mirar a Patricia, se sacudió el enfado de encima.


—No, ¡lo siento! Tienes noticias buenísimas y aquí estoy yo, regodeándome en mi miseria. ¡Es excitante! ¿Cuándo es la boda? ¿Cómo te lo ha pedido? ¿Por qué no me lo has contado antes? — Ya estaba escribiendo a Paola, diciéndole que fuera allí de inmediato.


Patricia suspiró.


—Me mandó un mensaje anoche.


Los dedos de Paula se quedaron paralizados sobre el teclado de su móvil y, anonadada, subió la vista hacia su hermana.


—¿Te pidió matrimonio con un mensaje? —No podía ocultar su estupefacción.


Patricia se encogió, incapaz de mirar a su hermana a los ojos.


—Sí. No es el tipo más romántico, ¿verdad? —Se reavivó—. Pero no he respondido. Le contesté con otro mensaje diciéndole que más valía que se inventara una manera mejor de pedírmelo.


Paula y Patricia se sonrieron. ¡Nadie toreaba a Patricia! ¡Era dura y decía lo que pensaba!


Paula rodeó la encimera corriendo y dio a su hermana un abrazo enorme.


—Me alegro mucho por ti. ¿Sabes qué tipo de boda quieres?


Patricia se lo pensó mientras se levantaba e iba al otro lado de la encimera. Bajó un cuenco, harina, azúcar y otros ingredientes; volvió al otro lado de la encimera y preparó la masa para unos bollos de canela. Tendría que dejarla subir, así que no estarían listos hasta media mañana. Solo necesitaba tener las manos ocupadas.


—Tendremos que hacer una boda pequeña y sencilla. Greg y yo no estamos tan acomodados como Manuel y Paola, ¿verdad? —sonrió, en absoluto disgustada porque su casi prometido no fuera adinerado. ¡Incluso parecía orgullosa de ello!







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