viernes, 8 de julio de 2016

CAPITULO 5: (SEGUNDA PARTE)




Dos horas más tarde, Paula tenía los nervios de punta y no tenía ni idea de por qué. Tal vez fuera la salsa de limón que Patricia había utilizado para el postre. Le recordaba a la loción para después del afeitado de Pedro y hacía que se le revolviera el estómago con sensaciones extrañas.


Fue a echar un vistazo al salón para cerciorarse de que todo estaba listo para la cena cuando sintió una mano fuerte sobre su brazo. Giró en redondo, preparada para batallar, pero el hombre alto y aterrador que había frente a ella no era a quien se estaba esperando. ¡Era peor!


—¿Pedro? ¿Qué haces aquí? —inquirió, preocupada al instante, y excitada a pesar de sus planes de mantenerse alejada de él.


—Ven conmigo —ordenó él sin esperar respuesta. La tomó de la mano y la guió a través del pasillo hasta la biblioteca, que estaba vacía.


—No puedo estar aquí —espetó, intentando alejarse de él. 


Pero Pedro no lo permitió, sino que la atrajo más hacia sí. Justo entre sus brazos. Y después cubrió su boca con un beso, como si no la hubiera visto justo el día anterior.


Paula lo empujó por los hombros, intentando zafarse de su abrazo, pero él no lo permitió y se limitó a balancearla, haciendo que perdiera el equilibrio para tener las manos libres y poder tocarla. Cuando las manos de Pedro descendieron por su cuerpo sabiendo exactamente dónde tocarla, Paula jadeó de deseo, consciente de que aquella era su perdición. Cuando la palma de Pedro cubrió
sus pechos y encontró el pezón bajo su delantal y su camisa de cocina con los dedos, Paula gimió excitada. —No luches contra esto, Paula. —La mano de Pedro se deslizó bajo su camisa y tocó la piel desnuda con sus dedos, haciendo que se retorciera de placer con el roce nuevo y fresco—. Datevi da me. Entrégate a mí.


Ella sintió escalofríos cuando la atravesó la excitación ante sus palabras. Pero, en ese momento, la realidad de dónde se encontraban y sus responsabilidades le volvieron a la cabeza.


Paula hizo acopio de fuerzas y se retiró de entre sus brazos de un tirón, retrocediendo varios pasos.


Incluso puso una silla grande entre ambos para no volver a arrojarse a sus brazos.


Cuando lo miró, se percató de que estaba enfadada y confusa a la vez, y supo exactamente cómo se sentía él.


—¡Pedro, no vuelvas a hacer eso! —le dijo con firmeza, señalándolo con el dedo—. Es injusto para los dos.


El hombre respiró hondo y recobró la compostura visiblemente. Cuando sus ojos oscuros volvieron a iluminarse al mirarla, él sacudió la cabeza con gesto negativo.


—No veo de qué manera es injusto. Lo que a mí me parece injusto es que tú ignores lo que evidentemente sigue habiendo entre nosotros. Lo que me parece injusto es que me abandonaras hace cinco años sin mediar palabra, sin una explicación de por qué se había terminado entre nosotros. ¡Lo que me parece injusto es que tiraras por la borda lo que teníamos!


Él se mostraba en apariencia tranquilo, pero Paula podía ver la tensión en sus hombros y la piel tirante sobre sus pómulos, haciendo que su nariz romana pareciera aún más definida.


Ella se estremeció ante sus acusaciones, consciente de que eran ciertas en parte. Se había puesto en contacto con él. Pero más tarde; meses más tarde. Y solo porque se había enterado de que estaba embarazada.


—Creí que tuvimos una conversación perfectamente buena. No hubo ambigüedad en cuanto a aquella noche o a por qué me fui.


—¿Cuándo? —escupió él fulminándola con la mirada—. Una noche estabas en mis brazos y la siguiente te habías ido.


¡Paula no podía creerse lo que estaba diciendo! Se llevó las manos a la cabeza y se estrujó el pelo.


—No puedo mantener esta conversación contigo esta noche. Estoy trabajando. Y se trata de una clienta importante.


La afirmación de Paula lo enfureció aún más, cosa extraña en él, porque nunca mostraba emoción alguna. Excepto en la cama. Oh, sí, había sido muy abierto con ella en la cama, pero eso no contaba. No en su mente.


—En otras palabras: no soy importante, ¿no es eso?


Ella sacudió la cabeza.


—¡No! ¡No eres importante en mi vida! Lo fuiste una vez. Hace cinco años eras el centro de mi universo. Pero descubrí que mis sentimientos no eran correspondidos. ¡Lo siento si huir me convirtió en una cobarde, pero simplemente no creía que te importase un carajo si estaba allí o no!


Paula ignoró la expresión atónita en sus ojos y pasó acelerada junto a él. Estaba casi en la puerta cuando su voz la detuvo.


—No hemos terminado esta discusión.


—¡Sí hemos terminado! —contestó, decidida a volver a alejarse de él.


—¡Como se te ocurra salir por esa puerta, da Dio, te arrepentirás!


Paula dio media vuelta, furiosa con él por amenazarla.


—¿O qué? ¿Me destrozarás? —le respondió—. Eso ya lo hiciste cuando me dijiste que el amor era un sueño tonto e infantil. A lo mejor podrías volver a llevarme a casa de tus padres. Aquella fue una experiencia maravillosa. Sí, definitivamente podrías volver a hacerme daño así. Entonces tu madre podría volver a acorralarme otra vez para decirme lo asquerosa que soy y que no soy lo bastante buena para ti. Oh, sí, sería un castigo estupendo por haber salido por aquella puerta. O tal vez podrías ignorarme cuando… —entonces se detuvo porque se le quebró la voz y tuvo que recobrar la compostura, temerosa de echarse a llorar. ¡No volvería a pasar por eso! Aquel hombre ya la había hecho llorar para toda una vida. Inspiró profundamente con la mano en alto cuando él empezó a decir algo antes de continuar—: Tal vez podrías ignorarme cuando más te necesite. Cuando pida ayuda. — Volvió a acercarse a él; después se detuvo. 


Se negaba a acercarse más por miedo a echarse en sus
brazos y llorar su pena, o incluso a hacerle daño. Puesto que ninguna de las dos era buena opción, se quedó inmóvil en su sitio y respiró hondo—. Sí, definitivamente podrías amenazarme con cualquiera de esas opciones, pero… ¡Vaya, todo eso ya lo has hecho! ¡Qué tonta!


Y con esas últimas palabras, se dio media vuelta, abrió la puerta de un tirón, cerró con un portazo y rezó para que no la siguiera. No podía lidiar más con Pedro por aquella noche. 


Ya había revelado demasiado y quería darse una paliza a sí misma por admitir lo mucho que la había lastimado.


El resto de la noche se escondió en la cocina. Se negó a salir al comedor por ninguna razón.


Por suerte, no volvió a ver a Pedro. Mientras recogían, se aseguró de que hubiera alguien con ella constantemente. No quería que Pedro volviera a pillarla sola. Las dos últimas veces que eso había sucedido habían sido desastrosas.


Sus pensamientos no se tornaron traicioneros hasta aquella noche, de vuelta en la casa victoriana, encogida en su cama mientras Alma y Aldana dormían profundamente en su propia habitación. Entonces la inundaron los recuerdos de lo que habían compartido, de cuánto lo había amado y lo maravillosamente que se sentía cuando la miraba o la abrazaba. Pedro era un amante asombroso. Por supuesto, no había vuelto a tener una cita desde entonces. Para ser totalmente sincera consigo misma, no fue por falta de tiempo. No, no había vuelto a salir con nadie desde que dejó Italia porque en su interior sabía que nadie la haría sentir de manera comparable a como la había hecho sentir Pedro.








No hay comentarios:

Publicar un comentario