jueves, 7 de julio de 2016

CAPITULO 3: (SEGUNDA PARTE)





Paula se apoyó contra la encimera de acero, respirando profundamente mientras recordaba aquellos maravillosos días. Había sido tan feliz entonces. Tan libre. Estaba en Italia estudiando en una de las mejores escuelas italianas de cocina y aprendía muchísimo todos los días. Cada mañana se levantaba impaciente por probar nuevas recetas, aprender diferentes técnicas y ver el mundo. Había soñado con visitar Italia desde que era una niña y, cuando empezó a cocinar, sus recetas favoritas eran principalmente platos de pasta.


El sol brillaba sobre su cabeza aquella lejana mañana en que bebía un expreso y miraba al vacío sentada junto a la fuente. Pedro se acercó a su mesa y se sentó. Desde aquel momento, se había sentido fascinada por él. Su pelo oscuro, sus ojos oscuros y su piel morena, por no hablar de la cruda energía sexual que prácticamente vibraba a su alrededor; era algo contra lo que no sabía luchar. Pero, por aquel entonces, tampoco quería hacerlo.


Aquella noche la llevó a cenar. Al día siguiente, fueron a algunas de las atracciones turísticas menos convencionales de Roma. Para la segunda noche, ya estaba en su cama, disfrutando tanto de la risa y de las caricias de Pedro que era incapaz de pensar con claridad. Él le enseñó muchísimo aquel verano. La había ayudado a descubrir su sexualidad, sí, pero también había reído con ella, le había mostrado cómo perder el control y vivir más, cómo ser menos cauta.


Sin embargo, no fue únicamente algo físico. Paula relajó sus costumbres cautas y precisas a la hora de cocinar, se permitió experimentar más, y eso se hizo patente en sus clases de cocina. Antes de Pedro, tenía notas excelentes en sus platos, pero después de conocerlo, sus profesores afirmaron que era «brillante» y «de un talento excepcional». 


Había florecido bajo su tutela y pensaba que el mundo estaba lleno de felicidad.


Sin embargo, él se rio suavemente cuando le dijo que lo amaba. Sonrió mirándola a los ojos verdes y le explicó que lo que sentía era simplemente lujuria. Ella le había quitado importancia a sus palabras, negándose a creer que él no la quería con la misma intensidad con que lo amaba ella. La forma en que la tocaba demostraba que sentía algo más fuerte que el deseo. Y entonces la llevó a conocer a sus padres. Ella creía que aquella cena era significativa. Que la amaba, pero que simplemente no quería admitirlo o no entendía el sentimiento, de modo que había hecho a un lado sus burlas sobre el amor, decidida a enseñarle a amar. Tal vez él le hubiera mostrado cómo vivir, pero carecía desesperadamente de conocimiento sobre cómo amar y ser amado.


Por desgracia, la cena con sus padres fue un desastre desde el momento en que puso un pie en su casa. Pedro había crecido humildemente, pero llegó a hacerse billonario con su mente brillante que daba miedo. Sus padres estaban como locos de orgullo por él. No pensaban que una cocinera fuera lo bastante buena para su brillante hijo. Se mostraron fríos e inflexibles, incluso poco dispuestos a conversar con ella durante la cena. Paula se disculpó antes del postre; necesitaba un descanso de la dolorosa cena y escapó a uno de los hermosos salones de la casa.


Desafortunadamente, la madre de Pedro la siguió. Ahí terminó su silencio. Empezó a despotricar contra Paula, le dijo que era patética y que estaba gorda, que era inútil para la carrera de su hijo y que nunca más le permitiría poner un pie en su casa.


Paula se quedó anonadada con tanto veneno. Siempre había estado rodeada por el amor de su familia y durante mucho tiempo no supo que tal ira y odio eran posibles en una familia. Así que cuando Pedro la llevó a casa aquella noche, ni siquiera le salieron las palabras de la boca, que se le había quedado helada, para explicar lo que le había dicho su madre. Cuando por fin fue capaz de hablar, ya se había dado cuenta de que él se había mostrado frío y callado, sin apenas tocarla desde que salieron de casa de sus padres.


«¡Entonces lo supe!». Fue entonces cuando comprendió que Pedro la había rechazado por la desaprobación de sus padres. El dolor que atravesó su cuerpo al percatarse de ello le rompió el corazón. Fue el principio del fin para ellos. 


Finalmente se dio cuenta de que las barreras, la familia de
Pedro y su incredulidad en el amor, eran demasiado grandes como para superarlas sola.


Paula siempre había presentido que Pedro tenía un corazón duro. Había oído rumores acerca de él; había leído en Internet lo despiadado que era para los negocios, cómo no tenía competencia porque nadie podía alcanzarle en su rápida expansión y con su genio para el marketing. Pero hasta aquella noche, nunca había visto su cara fría y silenciosa. Incluso entonces no había creído que fuera posible. Lo había excusado como cosas que ocurrían en el trabajo. Pero desde entonces él no volvió a mostrarse cálido. 


Y ella aceptó que se estaba apartando, que Pedro estaba de acuerdo con su madre sobre su incapacidad de ser la madre de sus hijos y su esposa mientras él hacía crecer su emporio.


Paula dejo la escuela de cocina aquel verano antes incluso de los exámenes finales. Lloró en el avión durante todo el camino a casa, y durante semanas por su traición y su rechazo. Tardó varias semanas en enterarse de que estaba embarazada y otro mes en cobrar el valor necesario para llamar a Pedro y contarle la noticia. Después lloró durante otro mes porque solo había podido dejarle un mensaje y él nunca había devuelto su llamada.


Ahora él había vuelto. Paula respiró hondo y miró a su alrededor, apoyando las manos sobre el frío fogón de metal que prácticamente palpitaba con energía cuando lo encendía y hacía su magia con la comida y el calor. Aquel era su sitio, donde sus pequeñas progresaban. Esa era su vida ahora.


No quería volver a sentir nunca más aquel amor abrumador, aquella pasión indescriptible por otro ser humano. La última vez casi la había matado. No podía volver a correr ese riesgo. Aldana y Alma eran su mundo ahora. Eran la pasión de su vida. Ellas la hacían sonreír, la abrazaban y la besaban, y se merecían todo lo que pudiera darles. Pedro podía simplemente… irse al diablo.



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