jueves, 7 de julio de 2016
CAPITULO 1: (SEGUNDA PARTE)
—Ciao, bella —dijo una voz grave desde la puerta.
Las manos de Paula se quedaron heladas. Todo su cuerpo se quedó helado. Su mente se quedó helada. «¡Esa voz! ¡No puede ser él!». No había oído aquella voz desde que…
«¡Oh, no!».
Cuando salió un poco de su conmoción, volvió la cabeza y miró hacia la puerta. ¡Era él! ¡Era Pedro! ¡Alto, robusto, atractivo y en vivo! Un endiablado macho alfa completamente envuelto en un traje elegante que intentaba enmascarar sin éxito la sexualidad salvaje del hombre que había dejado en su pasado dolorosa y brutalmente.
—¡Tú! —dijo ahogando un grito. Sus instintos de lucha o huida se activaron mientras la adrenalina recorría todo su cuerpo—. ¡Fuera! —estuvo a punto de gritar, cogiendo lo que estaba más a mano para usarlo como arma. El hombre no se movió, cosa que habría previsto si hubiera estado pensando racionalmente. Nadie le daba órdenes a Pedro.
¡Absolutamente nadie! Pero ella no estaba en sus cabales. En ese instante estaba luchando desesperadamente por volver a sacarlo de su vida una vez más. La última vez, él había vuelto su mundo del revés ,y se negaba rotundamente a darle ese poder sobre sí misma de nuevo.
—¡Fuera! —repitió, fulminándolo con dolor e ira cuando aquella ceja oscura se levantó en reacción a sus palabras—. ¡No eres bienvenido aquí!
Paula se estremeció con una despertar poco grato cuando aquellos ojos azules, oscuros de una forma pecaminosa, recorrieron su cuerpo de arriba abajo, deteniéndose en sus pechos. Odiaba el hecho de que pudiera haber cualquier tipo de reacción a aquel hombre que fuera visible a través de su camiseta blanca, y se maldijo por no haberse puesto el delantal antes de empezar a cocinar.
Pedro se adentro más en la cocina grande y luminosa. Olía a vainilla y cebollino. Una combinación extraña, pero recordaba que aquella mujer nunca había sido particularmente convencional. Atractiva, seductora y perturbadoramente hermosa, pero nunca predecible.
—Después de todos estos años, ¿esa es la bienvenida que recibo? Sto male —dijo en italiano —. Me siento herido.
Ella lo fulminó con la mirada, sacudiendo la cabeza.
—¡Tú no te sientes herido! Eres inmune al dolor y a las críticas. Así que no finjas lo contrario. —Deseaba que alguna de sus hermanas estuviera cerca. Eran unas trillizas que habían creado juntas una empresa de catering, y normalmente por poco se tropezaban unas con otras mientras trabajaban en la cocina, creando delicias gourmet para sus clientes. Aquella resultaba ser una de las raras
ocasiones en que se encontraba sola. Incluso sus maravillosas hijas gemelas, Alma y Aldana, estaban fuera, en el jardín de infancia.
«Oh, ¿por qué he decidido cocinar justo hoy en lugar de tomarme el día libre como todos los demás? Ahora estoy sola con el único hombre que puede hacerme daño». El único hombre que le había hecho un daño tan terrible la última vez que había entrado en su vida. Y no tenía ni idea de cómo manejarlo. No cuando se le veía tan… increíble.
Pedro miró a la mujer que había rondado sus sueños durante los últimos cinco años. «Sigue ahí», se percató.
Posiblemente incluso más fuerte que antes. Aquella atracción que lo había llevado hacia su esfera en Italia seguía allí, y él casi maldijo ese hecho. Deseaba a aquella mujer con una lujuria dolorosa que lo inundaba cada vez que ella estaba cerca. Hacía cinco años, ni siquiera necesitaba verla para que su cuerpo reaccionara ante su presencia. Por aquel entonces, en ocasiones ella se acercaba a él por el pasillo para quedar con él para comer o cenar y él sentía su presencia.
Cada fibra de su cuerpo se preparaba de inmediato para sus caricias, para sus besos.
Pedro se acercó más, asimilando con la mirada todos los cambios en su figura y sus bonitos ojos verdes. Parecía imposible, pero Pedro pensó que de hecho estaba más guapa entonces que cinco años atrás. Ahora había una madurez. Antes, era toda inocencia y sensualidad. Ahora, era una mujer hecha y derecha con pechos más turgentes y caderas más anchas que ansiaba tocar.
—He intentado mantenerme alejado, mia amore. Pero tú ganas. Aquí estoy. Aún te deseo.
Ella jadeó y agarró la cuchara de madera con más fuerza.
—¡No te atrevas a decir cosas así! —casi le gritó, atravesada por el dolor ante la idea de que todavía la deseaba. Se sentía cegada por ese dolor, por el simple anuncio de que se había dejado caer por su vida como por casualidad—. ¡Yo no! ¡Y no te atrevas a llamarme «tu amor», cabrón! El amor nunca fue parte de nuestra relación—. «Al menos no por tu parte», pensó ella con un resentimiento atroz. Había amado a aquel hombre con cada fibra de su ser, pero él solo quería sexo. Y durante tres gloriosos meses ella había fingido que el sexo era suficiente. Que lo amaba bastante por los dos. Pero cuando se dio cuenta de que él nunca correspondería a ese amor y que los padres de él la despreciaban, aceptó que su aventura loca necesitaba terminar. Bueno, eso y el hecho de que él no quería tener niños. Ni casarse. Ni ninguna clase de compromiso a largo plazo.
Él se adentró más en la cocina. Los aromas le recordaban a cebolla y magdalenas. Pedro deseaba a aquella mujer.
Recordaba mirarla mientras cocinaba para él, su pasión en la cocina y la manera en que se entregaba en cuerpo y alma a su cocina. Y en la manera en que le hacía el amor.
Estrecharla entre sus brazos había sido como abrazar el sol, todo calor y unas llamas prácticamente incontrolables. Había sido inspirador, y nunca había reaccionado a ninguna mujer de la misma manera. Ni antes ni después de ella.
Así que finalmente se había rendido y fue a buscar a la mujer que deseaba desesperadamente de vuelta en su cama.
—Tal vez podríamos empezar de nuevo y puede que esta vez nos enamorásemos —dijo él, acercándose más, despacio, como si se estuviera aproximando a un animal herido.
Paula se encabritó otra vez como una furia ante su afirmación. Sus palabras desalmadas, las mismas palabras que había querido escuchar desesperadamente cinco años atrás, abrieron de un tajo las heridas que nunca se habían curado del todo. Contuvo las lágrimas ante su nueva traición.
—Tal vez solo deberías darte media vuelta y dejarme en paz.
Él rio por lo bajo con un sonido grave y sexy que envió nuevas chispas de excitación por todo su cuerpo. Había oído aquella risa tantas veces mientras la estrechaba entre sus brazos. Fue su primer amante… y el último. Vaya, ¿cuántas veces le había enseñado algo nuevo en el aspecto sexual y ella se había ruborizado? Después hacía ese ruidito cuando a ella le gustaba lo que le hubiera enseñado.
«Santo cielo, ni siquiera puedo contar cuántas veces ocurrió eso». Su rostro se cubrió de ese color traicionero.
Ahora estaba cerca, se alzaba sobre ella con su altura y sus hombros anchos. Ella recordaba cómo había agarrado aquellos hombros musculosos y grandes mientras hacían el amor. La llevaba tan alto que después de cada experiencia con él pensaba que se caía desde el cielo. Sus ojos, tan observadores como siempre, captaron al instante el rubor en sus mejillas ante aquel recuerdo.
Su risa profunda y ronca la sorprendió, y sus ojos verdes se cruzaron con los azules, más oscuros, del hombre.
—Ya veo que recuerdas lo bueno que era entre nosotros. ¿Todavía quieres tirarlo por la borda? Estoy aquí. Estoy dispuesto a escuchar y averiguar qué hacer para que seas feliz esta vez.
Aquello sólo la enfureció aún más. Había sido un infierno superar a aquel hombre la primer vez, únicamente para descubrir que estaba embarazada unas semanas después.
Lloró durante meses por el dolor de haberlo dejado, de perder las esperanzas y los sueños que no había imaginado que tenía hasta que él entró en su vida. También estaban el miedo y la humillación de volver de Italia embarazada. Había estado asistiendo a una escuela de cocina, con todas sus esperanzas y sus sueños, y de repente tuvo que contarle a sus padres y a sus hermanas que se había enamorado como una estúpida de un hombre que no la correspondía. Y ahí estaba de nuevo, rasgando su paz recién encontrada con un simple «aquí estoy». ¡Como si fuera a abandonarlo todo lo que había estado haciendo y planeando en su vida solo porque él hubiera vuelto! ¡Ni hablar!
—Tal vez ya no me interese.
Él volvió a reír en voz baja.
—Quizás pueda recordarte cómo era entre nosotros. Cómo podría volver a ser. —Se acercó más y Paula entró en pánico.
—¡No te acerques más! ¡Y ni se te ocurra venir aquí y asumir que podemos retomar las cosas donde las dejamos! Renunciaste a ese derecho cuando me dejaste marchar la última vez.
Él no se detuvo, sino que se acercó unos pasos más. Tan cerca que ella tenía que estirar el cuello hacia atrás para buscar su mirada. Necesitaba calcular su siguiente jugada.
—Las cosas eran difíciles por aquel entonces —explicó. Sus ojos oscuros no dejaron de mirar su rostro—. Y escapaste antes de que pudiéramos hablar de lo que querías.
«¡Eso ha dolido!». Más de lo que quería admitir. Sus palabras la hirieron hasta los huesos.
«Santo cielo, cómo le había querido y solo fui una amante más en una larga lista que pasaba directamente a su habitación». Sus ojos verdes refulgían de ira.
—Ah, ¿y ahora tú estas dispuesto a darme todo lo que quiero?
Vio aquellos ojos oscuros y atractivos parpadeando ante aquella pregunta.
—Estoy dispuesto a intentarlo —respondió en voz baja—. Vamos a ver qué pasa esta vez.
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