lunes, 4 de julio de 2016

CAPITULO 18 (PRIMERA PARTE)




Pedro miró de Paula a Patricia. La sorpresa crecía en sus hermosas facciones.


—Sabía que erais tres y que erais trillizas, pero no estaba preparado para el parecido.


Ambas hermanas se rieron porque estaban acostumbradas a esa reacción.


Era normal para ellas, pero para la gente que no había pasado mucho tiempo con la familia, resultaba un poco desconcertante.


—Lo sé. Es difícil acostumbrarse —contestó Paula. Cogió la bolsa que sujetaba su hermana—. Vale, gracias por la ropa. Ahora te veo en la cocina.


Patricia sabía exactamente lo que su hermana estaba intentando hacer y estaba absolutamente de acuerdo.


—Vale. Bueno —dijo dando varios pasos atrás, aún sonriente y mirando de hito en hito al hombre enorme que todavía no había apartado las manos de su hermana, ruborizada como una rosa—. Paola y yo lo tenemos todo bajo control. Probablemente tienes mucho trabajo que hacer aquí, así que tómate tu tiempo y nos vemos… —hizo una pausa y se ensanchó su sonrisa —¡bueno, nos vemos cuando nos veamos! —Diciendo adiós con un leve gesto de la mano y una carcajada de entusiasmo, se volvió sobre sus talones y se apresuró a salir por la puerta.


Paula no podía creerse lo que su hermana acababa de insinuar. Alzando la vista con nerviosismo, se percató de que Pedro ahora miraba hacia la puerta con una expresión curiosa, como si acabara de ver un lindo torbellino y no terminara de entenderlo. «Esa es Patricia», pensó Paula. 


Paola estaba un poco más centrada, mientras que Patricia era franca, excitante y llena de energía. Paula siempre había pensado que era intrépida.


Cuando se hizo el silencio otra vez, Pedro por fin retiró los ojos de la entrada vacía y bajó la vista hacia Paula.


—¿Quieres probarte esa lencería sexy? —ofreció, con el labio torcido en un gesto que Paula sospechaba era de diversión.


Paula se mordió el labio y apretó la cara contra su pecho.


—Te prometo que no le pedí que hiciera eso.


—¿Por qué no? —preguntó él, disfrutando con su bochorno. Realmente era una monada. Excepto si estaba en sus brazos. Entonces era la mujer más atractiva que jamás hubiera abrazado.


—Porque… —bueno, no tenía ninguna explicación—. ¿Por qué no salimos a hablar con el contratista? —sugirió, desesperada por cambiar de tema.


—Vale. Pero voy a verte con esa lencería —le prometió con un suave abrazo —. Así que prepárate para eso. —Le rodeó la cintura con el brazo y la guió de vuelta a la salida. Seguía sorprendido por la manera tan intensa en que la había necesitado. Y ella se había arrojado entre sus brazos, dándole tanto como pedía.


Incluso estaba sorprendido de lo atractiva que estaba con aquel Atuendo. Tal vez fuera algo sobre los tesoros ocultos debajo. No tenía ni idea. Lo único que sabía es que le
gustaba. También le gustaba que hubiera querido arreglarse para él.


Después de darle un apretón de manos al contratista, siguió a Paula mientras la escuchaba describir lo que quería. En ocasiones, él añadía sugerencias que eran sorprendentemente buenas, pero la mayor parte del tiempo se limitó a seguirlos a ella y a Tom asintiendo mientras ella explicaba sus peticiones.


Una hora después, Tom les estrechó la mano asintiendo entusiasmado.


—Estas son muy buenas ideas, Sra. Alfonso —dijo—. Mañana tendré aquí a una cuadrilla a las ocho en punto para empezar con los ajustes. Yo también vendré para supervisarlo todo. No tendrá que preocuparse de nada más que de empaquetar todas sus cosas en un sitio y yo me aseguraré de mantenerla informada de nuestros progresos.


—¿Cuánto tiempo va a llevar? —preguntó, estrujándose las manos a la expectativa de que le respondiera seis meses mientras trataba de pensar dónde podrían trabajar sus hermanas durante las obras.


Tom echó un vistazo a sus notas, rascándose la cabeza ligeramente antes de volver a subir la mirada hacia ella.


—Terminaremos para el martes a última hora, señora —le aseguró.


Paula observó al hombre boquiabierta, asombrada e incrédula.


—¿Tres días? —dijo entrecortadamente—. ¡Es imposible que terminéis todo en tres días, incluyendo las inspecciones!


—Lo hará —le aseguró Pedro. Estrechó la mano a Tom en señal de despedida y tiró de ella hacia la estancia principal—. Tienes buenas ideas. Estoy impresionado.


Paula lo miró nerviosa. Ahora que se habían quedado solos, el beso que habían compartido antes le volvió a la mente. Se le pusieron los nervios de punta con la mirada que le estaba lanzando.


—Mis hermanas son muy creativas. Ellas tuvieron la mayor parte de las ideas.


Pedro levantó una ceja, sorprendido de que diera el crédito a otra persona. Él solía estar rodeado de gente que buscaba robar ideas, competir y demostrarle que eran los mandamases. Otro atributo refrescante. Algo parecido al orgullo hizo que se le hinchara el pecho al darse cuenta de que esa era su mujer. Todo el atractivo adorable que había bajo ese peto era suyo.


—Lo dudo —dijo seriamente, su voz ronca mientras caminaba hacia ella.


Ella retrocedió con cada paso que él dio hacia delante, levantando la mirada hacia él y leyéndole las intenciones en los ojos. No era que ella no tuviera las mismas intenciones. Aunque tal vez intenciones fuera la palabra equivocada.


Esperanza. Sí, esperaba que pretendiera hacerle el amor. 


Sabía que aquello estaba mal. Estaban casados temporalmente y todavía no sabían casi nada el uno del otro.


Aún no entendía por qué la había abandonado sin un mensaje o sin una llamada durante tanto tiempo después de la última vez que había estado con ella.


Sin embargo, recordaba sus palabras al teléfono sobre venir a verla al llegar volando desde Nueva York.


—¿Ha sido difícil el vuelo? —preguntó.


Pedro detuvo su impulso hacia delante con esa pregunta.


—¿Difícil? —preguntó, sin estar seguro de qué quería decir con eso—. No. Simplemente le dije a mi piloto que diera la vuelta y se dirigiera hacia el aeropuerto de Dulles.


Lo miró extrañada.


—¿Que diera la vuelta? —preguntó—. ¿Quieres decir que no venías hacia aquí? —preguntó, intentando aclarar a qué se refería.


—No. Estaba de camino a San Francisco desde Nueva York —le dijo secamente. Todavía le fastidiaba haber cambiado sus planes nada más despegar simplemente porque estaba preocupado de que necesitara ayuda. Bueno, e irritado porque no le hubiera pedido ayuda a su asistente. Si lo hubiera hecho, para entonces ya estaría sobrevolando Idaho.


Paula casi se atragantó con la idea.


—¿Estabas volando a San Francisco y diste media vuelta? —Entonces, cayó en la cuenta de algo que había dicho—. ¿Y a qué te refieres con eso de «mi piloto»?
—Sacudió la cabeza, sintiéndose un poco entumecida por todas partes—. Por favor, dime que no eres dueño del estúpido avión, ¿verdad?


Pedro levantó una ceja y dijo:
—Yo no lo considero un avión estúpido. Es de última generación y puede hacer vuelos transatlánticos con comodidad.


Paula lo miró fijamente con los ojos como platos. Le costaba comprender tanta riqueza. Recordaba algo de un avión privado para su uso personal, pero aún no tenía sentido para ella.


Pedro no le gustaba hablar de eso con ella. Por alguna razón, la hacía sentirse incómoda y él no quería que se sintiera así. No mientras él estuviera alrededor, ni cuando se fuera. Nunca. Quería protegerla, una reacción nueva y extraña a la que estaba empezando a acostumbrarse.


Decidió que había que cambiar de tema y la miró, sorprendentemente sexy. Tal vez no fuera sorprendente que pensara que era sexy. Desde luego que le daba fácil acceso a su piel. El tejido vaquero holgado no suponía un obstáculo para sus manos y eso le gustaba.


—¿Qué decía antes tu hermana de ese conjunto de lencería sexy? —preguntó para distraerla del asunto del avión y del piloto. De inmediato, sus ojos pasaron del primer tema y se centraron en lo que él prefería discutir. Incluso estaba disfrutando del suave color rosa que bañaba sus mejillas.


Paula sintió el rubor y deseó ser más sofisticada, más capaz de lidiar con el deseo que la embargaba cada vez que él estaba cerca.


—¿Qué tal si olvidas que mi hermana ha dicho eso y yo olvido el tema de cambiar el curso del vuelo?


Él se rio por lo bajo.


—Nunca —le dijo y la levantó en brazos. Alzándola más alto, la beso mientras subía las escaleras. Paula estaba totalmente de acuerdo con sus planes, e incluso rodeó su cintura con las piernas para ayudarle a cumplir su misión más rápido.


—Puedo andar —le dijo cuando su boca se aseguró contra su cuello haciendo que ella temblara y se acercara aún más entre risitas.


—Yo te llevo más rápido —argumentó él empujando con el hombro la puerta del apartamento que sabía que tenía una cama grande y cómoda. Echándola en el centro, se tendió sobre ella. Sus ojos sacaban a relucir sus intenciones—. Bueno, ¿dónde está esa lencería sexy? —preguntó mientras sus manos volvían a deslizarse bajo la camiseta de Paula.


Paula jadeó y se arqueó entre las manos de Pedro, sonriendo, o intentándolo, mientras una nueva punzada de placer la atravesaba.


—Hum… —pensó frenéticamente—. Creo que está en el almacén.


Él rio por lo bajo y abrió la camisa con un latigazo de la tira.


—¿No estás segura? —preguntó bajándoselo. Una ola de lujuria lo arrolló cuando Paula elevó las caderas para permitirle quitarle el material con más facilidad.


Al bajar la mirada hacia ella, se sorprendió al darse cuenta de que la ropa interior blanca y lisa que llevaba era muy sexy en ese momento.


—Supongo que esto tendrá que servir —le dijo enganchándose a su pecho con la boca y apartando la tela con los dientes.




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