domingo, 3 de julio de 2016
CAPITULO 17 (PRIMERA PARTE)
Al día siguiente, Paula estaba de pie en medio de su nuevo espacio. Llevaba un pantalon holgado, una camiseta que sin duda había visto tiempos mejores y el pelo recogido en una cola de caballo. Mirando a su alrededor, empezó a anotar todos los asuntos que necesitaba solucionar. Espacio para el congelador nuevo; probablemente cambiar el cableado eléctrico; sus fogones servirían por el momento, pero tendría que investigar sobre modelos más grandes cuando el negocio empezara a rodar… ¿o era mejor hacerlo todo ahora y así evitar interrupciones a su trabajo más adelante?
Tendría que verificarlo con el banco y ver su situación de flujo de efectivo. Normalmente sabía exactamente cuánto había en la cuenta en un día cualquiera, pero últimamente no había tenido tiempo de prestar atención a esos detalles.
«¡Santo cielo!». Escaparate nuevo, limpiar, limpiar los suministros, las estanterías, las zonas de almacenamiento… la lista era abrumadora.
Sonó su teléfono móvil y Paula respondió sin pensar, aliviada de tener algo en lo que centrarse que no fueran los problemas que tenía que solucionar en tan poco tiempo.
—¿Hola? —dijo.
Pedro dudó, oyendo algo en la voz de Paula que no le gustaba.
—Paula, ¿qué ocurre?
Paula respiró hondo.
—Nada, Pedro —respondió, pensando de inmediato cuánto deseaba que le hiciera perder la cabeza y le hiciera el amor otra vez. Mala idea. Sobre todo porque él mantenía las distancias últimamente. Había captado el mensaje alto y claro de que él estaba bien con una sola noche juntos—. Estoy nerviosa con el sitio nuevo —dijo, mordiéndose el labio mientras levantaba miraba hacia el techo, intentando averiguar cómo instalar un sistema de ventilación que fuera adecuado para fogones más grandes. Suspiró y se masajeó la frente. Los problemas se le acumulaban y sentía pánico.
Era posible que Pedro no conociera bien a aquella mujercita, pero oyó la ansiedad en su voz y supo que algo andaba muy mal.
—Todavía no te has puesto en contacto con mi asistente para darle la lista de cosas que necesitas solucionar. —¿Por qué no aceptaba su ayuda? «¡Maldita sea!».
¡Era su mujer! ¡Necesitaba aceptarlo y empezar a utilizar sus recursos!
Paula oyó su voz grave y enfadada y tuvo que concentrarse en lo que estaba diciendo, en lugar de las fantasías que se arremolinaban en su cabeza. No le había perdonado por ignorarla. Especialmente cuando había dicho que se pondría en contacto con ella cuando volviera por allí y estuvo dos días de vuelta antes de molestarse en llamarla. Eso le decía todo lo que necesitaba saber sobre su relación.
Y no era nada bueno.
No, ella no era tan fácil. Una voz profunda y un tono preocupado no iban a borrar de un plumazo sus sentimientos heridos por haberla ignorado.
Sacudiendo la cabeza, se concentró otra vez.
—Tu asistente —repitió—. No estoy segura de lo que le diría a un asistente —explicó con sinceridad—. Normalmente soy yo a quien acude todo el mundo para resolver sus problemas. Irle a alguien con los asuntos que tengo que solucionar puede ser un poco problemático para mí.
Pedro casi se echó a reír, pero se contuvo. Ni siquiera estaba seguro de qué era lo que le parecía tan gracioso. Tal vez sólo se debiera a que su mujer, independientemente de lo inteligente y creativa que pudiera ser, estuviera intentando
hacerlo todo sola. Quizás fuera brillante para el marketing y para dirigir un negocio, pero estaba seguro de que no sabía lo suficiente sobre construcción como para averiguar todos los detalles necesarios para poner al día un espacio de cocina según las normativas. Mandó un mensaje a su asistente, presionando la tecla enviar antes de decir:
—Voy a enviar a un contratista general, Paula. Estará allí en treinta minutos. Tienes que darle una lista de todos los cambios que necesitáis llevar a cabo en las cocinas nuevas y en los apartamentos, e incluso en el exterior de la casa. No
olvides hacer que revise todos los apartamentos y el patio trasero, y asegúrate de que todo funciona perfectamente. —Hizo una pausa momentánea—. Paula, no vas a hacer nada de eso tú sola, ¿entendido?
Paula se rio ante su tono de voz severo.
—Sí, señor —replicó de broma.
Lo oyó suspirar.
—Te lo digo en serio, Paula. Haces negocios para hacer dinero. La empresa de Mike quiere apartarte de su camino, haz que pague las molestias.
Le gustaba cómo sonaba aquello. Hacía que pedir ayuda fuera mucho más sencillo. Sus palabras, y la idea de que un contratista fuera a ayudarla resolverlo todo eliminaba su estrés. Sonrió, estiró los hombros y dijo:
—Vale. Me has convencido. ¿Dices que el contratista viene en treinta minutos?— Sí. Y yo llegaré dentro de tres cuartos de hora para asegurarme de que le des suficiente trabajo y no intentes guardarte nada para ti.
La sonrisa de Paula se desvaneció con ese comentario. ¿Iba a ir allí? ¿A sus nuevas instalaciones?
—¿Estás en el centro? —Un entusiasmo tonto le atravesó el cuerpo. Le irritaba que su cuerpo hubiera empezado a temblar a la expectativa.
—Estoy volando desde Nueva York. Te veo en tres cuartos de hora.
Un rayito de felicidad se apoderó de ella al colgar el teléfono móvil y meterlo en el bolsillo del pantalon. ¿Iba a ir allí? No iba a volar allí solo para verla, lo sabía, pero aun así la hacía sentir maravillosamente saber que iba a ir a verla.
Entonces se miró la ropa y se quedó sin respiración.
—¡No! —dijo al espacio vacío volviendo a sacar el teléfono del bolsillo—. ¿Pato? ¡Te necesito! —dijo con urgencia tan pronto como su hermana descolgó el teléfono—. ¡Tráeme algo que ponerme! Algo más bonito que el pantalon asqueroso con el que he salido hoy. —Se pasó una mano por el cabello y gimió—. ¡Y un poco de maquillaje! ¡Solo me he duchado y me he recogido el pelo!
A decir verdad, podía oír la sonrisa de su hermana.
—¿Alguna razón especial por la que necesitas esos vaqueros tan monos que te compraste el mes pesado pero a los que aún no les has quitado la etiqueta? — preguntó.
Paula apretó la mandíbula. No había intimidad en esa casa.
Sobre todo cuando pedía un favor. Claro, que ella habría hecho las mismas preguntas si la situación fuera a la inversa, pero ese no era el caso en ese preciso momento.
¡Aquello era una emergencia! ¡Pedro llegaría enseguida! Un peto y una coleta no era la manera en que quería recibirlo, aunque siguiera enfadada con él.
—¡Sí, cotilla! Pedro está de camino para ayudarme. ¡No puede verme así!
Pato se rio y Paula la oyó correr por las escaleras.
—Es una buena razón —respondió—. Vaqueros y ¿qué te parece ese jersey tan sexy que me compré? Sólo me lo he puesto una vez.
Paula supo al instante a qué jersey se refería y no podía ponerse eso. Era demasiado escotado.
—Ni hablar. Conociste a ese chico tan mono la última vez que te lo pusiste.
Patricia soltó una risita alegre.
—Exacto. ¡Trae buena suerte!
Paula siguió negándose con la cabeza.
—No. Ese es tu amuleto. Tráeme… —pensó frenéticamente durante un instante—. ¿Qué tal el jersey granate que tengo al fondo de mi armario?
Se produjo un momento en el que se sucedieron sonidos y gruñidos ahogados y después un victorioso:
—¡Lo encontré!
—¡Maquillaje! —dijo Paula entrecortadamente—. ¡Tráeme el maquillaje!
—Lo tengo —respondió Patricia—. Llego lo más rápido que pueda.
—¡Y un cepillo! —gritó una milésima de segundo antes de que Patricia colgara. Sin embargo, no le preocupaba que la hubiera oído. Las hermanas sabían que el cepillo iba con el maquillaje. De hecho, era prácticamente lo mismo.
Paula volvió a guardar su teléfono en el bolsillo. Después empezó a buscar un espejo frenéticamente. Había unos baños pequeños en la primera planta, pero se dio cuenta de que necesitarían arreglos. Con un suspiro, se ahuecó el cabello intentando hacer que pareciera medianamente sofisticado mientras mentalmente añadía las renovaciones de los baños a la lista de cosas que había que arreglar. O la lista de cosas que habría que añadir a la lista de cosas por hacer del contratista, pensó cada vez más aliviada.
—¿Sra. Alfonso? —llamó una voz masculina desde la estancia principal.
Paula se quedó helada al oír ese nombre. Sacó la cabeza por la puerta del baño y vio a un hombre corpulento con una chaqueta de lona y una carpeta sujetapapeles merodeando cerca de la entrada.
—Creo que soy yo —dijo con una sonrisa nerviosa. No había vuelto a oír ese nombre desde que Pedro lo usó el día de su boda.
«Santo cielo», era un pensamiento alarmante. El día de su boda… sacudiendo la cabeza, se centró en el problema del momento y se sacó de la cabeza la inminente llegada de Pedro. O al menos lo intentó.
El hombre dio un paso al frente. Sus botas grandes y voluminosas resonaban en el parqué.
—Soy Tom. Su marido me envía. Ya me ha dado una idea general de lo que hay que hacer, pero ha dicho que usted tiene la última palabra en todo. —Miró alrededor—. ¡Esta casa es fantástica! —dijo con entusiasmo.
Paula observó a su alrededor. Una vez más, empezó a disiparse el miedo ante el potencial del edificio y la ayuda experta de aquel hombre.
—Es verdaderamente bonito, ¿verdad?
Tom sacó un bolígrafo de su bolsillo y empezó a tomar notas.
—Su marido ha dicho que necesita que todo se haga conforme a la normativa. De eso me encargo yo. No se preocupe por esos detalles. Dígame qué quiere hacer con cada zona para que me asegure de que conozco el plan general.
Con un enorme suspiro de alivio y liberándose casi instantáneamente del estrés acumulado en sus hombros, Paula lo condujo por la casa alegremente, empezando con la estancia frontal.
—Llámame Paula —dijo al hombre, que asintió y sonrió amablemente.
Mientras explicaba sus planes a Tom, controlaba la hora esperando ansiosamente que Patricia llegara antes que Pedro. Y lo que era aún más importante: necesitaba asegurarse de que nadie la llamara «Sra. Alfonso» mientras Patricia pudiera oírlo. Aquello era un secreto del que no quería que se enterasen sus hermanas.
Ella y Tom estaban de pie en el patio trasero de ladrillo.
Paula describía las ideas que se les habían ocurrido a ella y a sus hermanas cuando, de pronto, sintió que se le erizaba el vello del brazo como si cobrara vida. Volvió la cabeza y ahí estaba él, de pie en la puerta mirándola como si fuera una especie de fruta jugosa a la que quería pegarle un mordisco. Tembló cuando el mismo deseo la golpeó con toda su fuerza, interrumpiendo sus palabras y, posiblemente, haciendo que se le parara el corazón. Entonces todo empezó a ir muy deprisa. El corazón empezó a latirle tan fuerte que parecía que iba a estallar. Se le aflojaron las rodillas y la sangre palpitaba en sus venas. Tenía todos los sentidos en alerta máxima cuando Pedro anduvo hacia ella.
Cuando por fin llegó, la tomó de la mano y tiró de ella hacia el interior de la casa. No le pidió hablar en privado; la estaba arrastrando como un hombre de las cavernas, ¡y a Paula le encantaba!
No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo, pero no podría haberlo detenido aunque hubiera tenido la fuerza necesaria.
Principalmente porque no quería que dejara de tocarla. Se sentía como si le ardiera la mano. El simple roce le recordaba cómo se había sentido todo su cuerpo mientras estaban en su enorme cama.
Tan pronto como atravesaron la puerta, tiró de ella hacia un lateral y la atrajo entre sus brazos. El beso que le dio no fue suave. ¡Era voraz! La dejó sin respiración y ella exigió más.
No quería que aquel beso se detuviera.
Sería completamente feliz si continuara durante el resto de su vida. Una de las manos de Pedro le sostenía la cabeza en ángulo, mesándole el cabello con los dedos, mientras la otra mano envolvía su cintura, acercándola más a su cuerpo duro. Ella no se resistió de ninguna manera. Es más, levantó los brazos para aferrarse a sus hombros con las manos, sujetándose tan cerca de él como podía.
De súbito, sintió la dura pared detrás de sí y la pierna de
Pedro entre las rodillas. No podía creerse lo erótico que resultaba estar sujeta a la pared por aquel hombre mientras sus manos vagaban hasta encontrar los pechos de ella y haciendo que gimiera de necesidad.
Paula se movió ligeramente. Quería que las manos de él se acercaran más a su pezón. No solo quería esa caricia, la necesitaba. ¡Cada célula de su cuerpo anhelaba ese roce!
Estaba a punto de llevarse su mano hacia allí cuando el pulgar de él se movió y encontró el botón. Ella jadeó, apretando su cuerpo contra el de Pedro mientras un placer extremo se apoderaba de ella.
—¡Lo he encontrado todo! —llamó la voz de Patricia desde la parte delantera de la casa. Paula se quedó helada cuando se oyó la voz de su hermana y se le abrieron los ojos como platos incluso cuando Pedro la miraba con los ojos iluminados por la sorpresa—. ¡También he encontrado algo de ropa interior sexy! ¡Tal vez eso ayude!
Paula escuchó sus palabras; ¡no podía creer que su hermana hubiera dicho eso en voz alta! Enterró la cara en el cuello de Pedro, gimiendo mientras las palabras de su hermana calaban en su mente embriagada de pasión.
«Vale, mis hermanas y yo estamos muy unidas, y Patricia no tenía ni idea de que había más gente aquí. Pero santo cielo: chica precavida vale por dos», pensó Paula. Echó una miradita a Pedro, rogando que no hubiera oído el alarido de su hermana. Se percató de que no había tenido tanta suerte cuando la mirada confundida de Pedro se tornó en una de diversión. Sus manos acariciaban los costados de Paula de arriba abajo, provocándole escalofríos adicionales, pero no la soltó.— ¿Le dijiste a tu hermana que te trajera ropa interior sexy? —preguntó en voz baja y ronca.
Paula se puso como un tomate.
—No. Solo le dije que me trajera algo de ropa distinta de la que llevo ahora mismo —explicó.
Pedro la observó y sonrió.
—Me gusta tu conjunto —afirmó mientras sus manos se deslizaban por su cuerpo y ahuecándolas sobre sus pechos brevemente—. Estás muy mona.
Paula hizo un gesto mohíno.
—Mona no es lo que quiero parecer cuando estás a mi alrededor.
Él se rio por lo bajo, pero estaba encantado.
—¿Qué es lo que quieres parecer? —preguntó en voz baja, alejándola un poco de la pared para poder volver a abrazar su cintura con las manos.
—Hum… ¿tal vez sofisticada? ¿Elegante? Sexy estaría fenomenal. Cualquier cosa menos mona —le dijo con un suspiro.
Pedro la soltó cuando ambos oyeron los pasos de su hermana acercándose.
—Mona me gusta —le dijo un momento antes de que una Patricia sin aliento irrumpiera por la puerta. Paula se percató de que Pedro la había metido en un armario que probablemente había contenido escobas y mopas en algún momento.
No podía creerse el cliché. Una vez más, deseó que Patricia hubiera llegado un poquito más tarde.
Claro que, por la forma en que Pedro y ella se habían echado uno encima del otro, un poquito más tarde podría haber sido un poquito más embarazoso. Pedro no había tardado demasiado en quitarle la ropa la última vez que habían estado solos.
Patricia se detuvo con un resbalón cuando vio a su hermana en brazos de un hombre alto y guapísimo.
—¡Hala! —dijo con los ojos como platos y la cabeza erguida un poco hacia atrás—. Tú debes de ser Pedro —dijo finalmente con una amplia sonrisa plasmada en su bonito rostro.
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Qué lindos caps, la hermana no llegó a tiempo jajajajaja.
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