domingo, 3 de julio de 2016
CAPITULO 15 (PRIMERA PARTE)
Pedro aún la observaba con cautela, sintiendo la tensión en sus hombros delicados. No lo entendía del todo, pero su tono se suavizó, como si estuviera intentando mostrarse sensible con el estado de ánimo de Paula.
—Sí. ¿Te gustaría verlo? —preguntó con una voz igualmente suave, pero aún grave. Ahora tenía un tono ronco, pero Paula estaba demasiado triste como para tratar de averiguar por qué.
—Supongo que sí —respondió.
Pedro observó a la mujer que se le había colado por los poros de la piel. A pesar de sus enconados esfuerzos, se sentía atraído por ella en más sentidos de los que quería admitir. Pero no iba a huir de ello. Vale, no de la misma manera en que lo había hecho después de la primera noche.
Había soñado con ella casi cada noche desde entonces.
Había intentado mantenerse alejado. Había hecho un valiente esfuerzo por evitarla, pero aquí estaba.
Algo se retorció en su interior al ver la tristeza en los ojos de Paula. No le gustaba la manera en que le hacía sentirse, pero no podía evitarla por más tiempo.
Había dejado la casa victoriana reconvertida para el final porque realmente era el sitio perfecto para ella. Le había enseñado las otras como táctica de venta principalmente. Prefería entender los argumentos de la oposición frente a sus ideas.
Y enseñarle las otras ubicaciones le había permitido comprender qué era lo que tenía en contra de mudarse. De modo que cuando aparcaron fuera de aquel edificio, supo que no habría ninguna razón para que objetara.
Así que, ¿por qué parecía tan triste?
—¿Qué ocurre, Paula? —preguntó tirando de ella para que quedara frente a él.
Ella inspiró y espiró, tratando de ocultar su pena.
—Estoy bien —le dijo, deseando que fuera cierto—. Vamos a ver el último apartamento. Estoy segura de que será… —no pudo terminar aquella frase; no estaba realmente segura de lo que quería decir. ¿Quería que fuera horrible para que aquella casa no sirviera? Eso significaría que ella, sus hermanas y sus sobrinas podrían quedarse exactamente donde estaban. La vida seguiría tal y como era, y nada cambiaría. ¿O quería que el último apartamento fuera otra parte perfecta del edificio perfecto?
La mera posibilidad hizo que se le encogiera el estómago de miedo y expectación.
—Sí. Vamos a verlo —dijo examinando el parqué. «A Paola le encantan los suelos de parqué», pensó como una boba.
Al entrar al apartamento, Paula cerró los ojos y se sintió tonta por tener tanto miedo. Cuando los abrió, vio a su alrededor un apartamento absolutamente encantador. Este no estaba vacío: estaba completamente amueblado con un bonito sofá amarillo apoyado contra la pared de color mantequilla. Había una mecedora de mimbre con cojines de flores para hacer que resultara cómoda y una chimenea blanca con pantalla de volutas e interior de mármol negro. El parqué continuaba hasta allí, pero el sonido quedaba amortiguado por gruesas alfombras. Las ventanas altas tenían bonitas cortinas de encaje echadas a un lado para permitir que entrara la luz de sol e iluminara toda la estancia.
La cocina tenía uno de esos fogones antiguos, pero parecía ser totalmente nueva. Los armarios blancos eran preciosos,
unos con mamparas de cristal y otros con puertas de madera. Las encimeras eran de mármol y había un bonito ramo de rosas amarillas en el centro.
Observó a Pedro, preguntándose si sería el artífice de todo aquello. «Seguro que no», pensó. Probablemente lo había hecho la agente inmobiliaria en un esfuerzo por vender la propiedad más rápido.
—La habitación está detrás de esa puerta —dijo Pedro señalando hacia el fondo de la pequeña sala de estar.
Paula cruzó el corto pasillo con cuidado y giró a mano derecha entrando a una habitación rosa pálido. La cama blanca de hierro estaba decorada con rosas centifolias y el cabecero estaba casi oculto tras almohadas de distintos colores y estampados, pero todos de flores. En la mesilla de noche había un jarrón lleno de hortensias rosas. A Paula le dio un vuelco el corazón. Aquella habitación estaba hecha para la seducción.
Al darse la vuelta, vio a Pedro apoyado contra el marco de la puerta, observándola con una mirada extraña.
—Mike pagará para que trasladen todos tus electrodomésticos de cocina aquí, pero si las tres decidís hacer una renovación, puedo hacer que pague la diferencia del coste de mejora frente al precio de venta de tus electrodomésticos actuales. También te ha dado un presupuesto para remodelar; presupuesto que las tres podéis decidir cómo gastar. Él no interferirá.
Paula lo miró desde el centro de la habitación.
—¿Y él por qué iba a hacer él todo eso? —preguntó.
—Sabe cómo llevar un negocio y yo tengo todas las cartas —le explicó, alejándose de la puerta con un impulso y entrando en la habitación. De nuevo, omitió que era el jefe de Mike y que él había establecido los términos del acuerdo.
Por alguna razón, seguía sin querer que Paula supiera nada de su relación con Mike. Por lo que ella sabía, había dos empresas diferentes—. Además, sé que la empresa de Mike va a ganar una gran suma de dinero renovando la zona donde tenéis la sede ahora mismo. Lo único que está retrasando el proyecto es tu tiendecita. —Se metió las manos en los bolsillos y siguió observándola—. Ahora que eres mi mujer, tienes todo el poder del emporio Alfonso para ayudarte con las negociaciones. Úsalo en tu propio beneficio.
Parte de ella quería decirle que se fuera al infierno porque la había ignorado durante mucho tiempo. Pero una parte aún más grande de ella quería que la estrechara entre sus brazos, que la besara y le hiciera el amor en esa cama grande que había detrás de ella. Anhelaba que volviera a abrazarla una vez más, sentir sus labios besándola y haciendo que su cuerpo ardiera. Pero, ¿por qué se había quedado fuera durante dos semanas? ¿Acaso no había disfrutado de la experiencia tanto como ella?
—Supongo que necesitarás traer a tus hermanas a verlo —dijo.
Paula se quedó perpleja ante sus palabras. Eso no era lo que se esperaba.
Era lo más sensato, centrarse en los negocios. De hecho, aquello era lo que ella había estado intentando forzarse a hacer durante todo el día. No había funcionado del todo, pero era un buen plan. Que él se echara atrás y se centrara en los negocios… ¡bueno, dolía!
—Sí —empezó a decir aclarándose la garganta y parpadeando—. Sí. Las traeré algún día de la semana que viene.
—¿Y qué tal esta noche? Haré que un coche os recoja, e incluso que os traigan algo de comer… —se detuvo cuando vio la risa en los ojos de Paula—. Cierto. De todo el mundo que podría traer comida, tus hermanas están a la cabeza en la lista. A ver qué te parece esto: —sugirió, acercándose. Subió la mano y estuvo a punto de retirarle un mechón, pero se detuvo y la retiró, para después volver a meter ambas manos en los bolsillos—. Te daré las llaves y haré que un coche os recoja y os deje aquí esta noche. Así podréis mirar a vuestro ritmo y hablar sin que nadie intente convenceros de una u otra manera.
Paula asintió con un nudo en el estómago. No entendía su propia reacción y estaba enojada por… «¡bueno, por todo!».
Lo deseaba, pero no lo deseaba. Quería que aquel edificio fuera su nueva sede, pero no quería que nada cambiase.
Y, más que nada, no quería que le hicieran daño. Quería entender a aquel hombre, pero en ese momento estaba siendo tan reservado y frío.
¿Por qué tenía que ser tan dura la vida?
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