viernes, 1 de julio de 2016
CAPITULO 11 (PRIMERA PARTE)
Paula se levantó y se estiró, percatándose de que tenía los músculos muy doloridos. Al mirar a su alrededor, vio las líneas elegantes de marrón, negro, oro y crema. Se dio cuenta de que aquella no era su habitación. Entonces recordó la noche. ¡Con Pedro! Se le cortó el aliento y buscó en torno a sí, preocupada de que la estuviera observando.
Ya lo había hecho unas cuantas veces la pasada noche, con un destello extraño en los ojos que no podía interpretar.
Sin embargo, al mirar a su alrededor, se percató de que estaba sola en aquella habitación enorme y extraña.
Entonces vio una nota en la cama, junto a ella.
—Negocios en Grecia. Hablaremos cuando vuelva.
Aquello era todo lo que decía, pero era suficiente. Paula se deslizó fuera de la cama, cogiendo la manta a los pies de esta para taparse mientras iba al cuarto de baño. Pedro volvería. Tal vez su nota fuera brusca, pero sospechaba que esa era su forma de ser.
No, sabía que aún no estaba enamorada de él. Pero definitivamente sentía lujuria por él. «Hum…», pensó con una sonrisa mientras se duchaba con su gel de baño especiado, ¡lujuriosa por su marido! «¡Menudo pensamiento!
Un pensamiento agradable», se corrigió. ¡Su marido secreto!
Aquello envió un escalofrío por todo su cuerpo y cerró los ojos, pensando en todas las cosas secretas que habían hecho la noche anterior.
Tirando del traje blanco, que era lo único que tenía ya que no había previsto que pasaría la noche con Pedro, bajó por las escaleras. Los pies se le hundían en la increíble alfombra afelpada. Ahora que no se estaba dejando llevar por el desenfreno sexual con Pedro, fue capaz de mirar a su alrededor y detenerse a observar la casa. Era preciosa.
«Verdaderamente preciosa», pensó. No era ostentosa
de una forma extravagante, sino sencilla y elegante. Las líneas eran limpias y los colores muy masculinos, pero le gustaba. Definitivamente, le sentaba bien a su dueño.
—El conductor del Sr. Alfonso la espera para llevarla a casa —explicó el ama de llaves con una sonrisa amable cuando Paula llegó al final de la escalera—. Pero tengo un café caliente y magdalenas si tiene hambre.
Paula se mordió el labio inferior, indecisa. Estaba hambrienta, después de haberse saltado la comida el día anterior por los nervios y la cena por… bueno, porque estaba teniendo sexo con… se trababa con la palabra marido incluso en su cabeza.
Pero tenía que irse a casa con Paola y Patricia, seguro que estarían preocupadas.
—Gracias —le dijo a la mujer negando con un gesto de la cabeza—. Es mejor que me de prisa en volver a casa. —Le sonaba raro decir que se iba a casa cuando, de hecho, se encontraba en la casa de su «marido». Pero un marido sobre el que nadie más sabía nada.
Sacudiendo la cabeza, cogió su bolso y salió a la clara luz del día. Iba a ser un día espléndido, pensó. En realidad, esperaba tener noticias de Pedro aquel día.
Tal vez debería mandarle un mensaje, una nota alegre haciéndole saber que se lo había pasado bien aquella noche. O quizás debería dejar que se centrara en su trabajo.
Ya le había quitado mucho tiempo durante los últimos días.
Cuando entró en la cocina aquella mañana, se sorprendió al encontrar a Paola y Patricia metidas en faena, a pesar de que no tenían programado cocinar hasta más tarde. Se esforzó por parecer informal al entrar en la habitación, como si pasara toda la noche fuera habitualmente.
Pero Paola y Patricia eran más listas que eso, y no iban a dejar que se librara tan fácilmente.
—¿Ha sido formidable? —preguntó Patricia.
—¿Te ha gustado? —inquirió Paola, ambas inclinadas hacia delante, ignorando lo que estaba en el fogón mientras arrinconaban a su hermana descarriada.
—¿Es alto y guapo o más bien sencillo y dolorosamente melancólico?
—¿Cuándo vas a volver a verlo?
—¿Vas a verlo esta noche? ¡Esta noche no tenemos evento, así que podrías verlo esta noche!
Las dos estaban excitadas y ansiosas, invadiendo su espacio vital mientras trataba de dirigirse hacia su despacho.
—¡Parad! —exclamó cuando las preguntas se sucedieron rápida y furiosamente. Bajando la vista, cogió la espátula, que tenía algún ingrediente batido.
Dio un lametazo y gimió saboreándolo.
—¡Tu fudge de fresa! —suspiró feliz. El dulce de fresa y azúcar de Patricia era como comerse un pedacito de cielo.
Se apoyó contra la encimera de acero y chupó la espátula hasta que la dejó «limpia». Después abrió los ojos y suspiró.
Sus dos hermanas seguían allí, esperando respuestas y detalles.
—Es un hombre muy agradable —dijo rodeando la encimera de camino a su despacho, intentando una vez más encontrar un resquicio de intimidad donde pudiera languidecer a solas en su recuerdo de la noche en brazos de Pedro.
Desgraciadamente, sus hermanas no le permitirían languidecer. La siguieron hasta su despacho, sin darle un ápice de intimidad.
—¡Eso ya lo sabemos! —dijo Paola, dejándose caer con un plaf en una de las sillas frente a la mesa de Paula—. No habrías pasado toda la tarde y toda la noche con él si no fuera simpático.
—Pero, ¿cómo era en la cama? —preguntó Patricia.
—¡Pato! —exclamó Paula, pero Paola solo se rio.
—¿Era bueno? —preguntó a su vez.
Paula miró a sus hermanas de hito en hito, molesta porque le plantearan preguntas tan íntimas, pero aliviada de que no estuvieran enfadadas con ella por haber pasado toda la noche fuera. Qué locura de familia tenía.
—Ha sido una noche agradable. —Sabía que querían más detalles y confidencias, pero no se sentía capaz de proporcionárselos. Lo habían compartido todo en el pasado, pero Pedro era su secreto. Era su hombre, su… ¡marido! Y no un marido normal, sino un marido secreto. Secreto que quería guardarse para sí misma. Incluidos los detalles íntimos de la noche más alucinante que había pasado en toda su vida. Ni en sus sueños más salvajes se habría podido imaginar una noche como la que acababa de compartir con Pedro para después contársela a sus
hermanas y darles todo lujo de detalles. Se sentiría como si mancillara el tiempo que habían pasado juntos.
Las sonrisas de Paola y Patricia se borraron de sus rostros.
—¿Agradable? —dijeron al unísono. Después miraron a Paula—. ¿Sólo era agradable? —Ambas se desinflaron—. ¡Pero si has estado muchísimo tiempo con él! Pensábamos que sería mucho más que un adjetivo agradable —dijo Patricia.
Las dos se levantaron para salir del despacho de Paula, evidentemente decepcionadas.
Paula puso los ojos en blanco.
—¡Ha sido increíble! —confesó—. ¿Contentas?
Paola y Patricia dieron media vuelta rápidamente, con los ojos encendidos otra vez.—La pregunta es: y tú, ¿estás contenta? —inquirió Paola.
Paula se ruborizó, pensando en todas las cosas que había hecho con Pedro la noche anterior. Por suerte, no tendría que pronunciar ni una sola palabra porque su rubor contaba toda la historia. Sus dos hermanas chillaron entusiasmadas y
aplaudieron mientras botaban alrededor con nerviosismo.
—¡Oh! ¡Es bueno en la cama! ¡Es bueno en la cama! —salieron bailando del despacho de Paula, gritando aquello una y otra vez.
Paula rio, pero no iba a volver a salir con sus hermanas, temerosa de lo que pudieran preguntarle y de lo que pudiera revelar ella. Lo había compartido todo con sus hermanas durante toda su vida y así había sido siempre. Pero, por alguna razón, no quería compartir a Pedro con ellas. Era como si por primera vez en su vida tuviera un secreto. No iba a contarles que estaba casada ni por asomo. No, eso era algo que Pedro y ella mantendrían totalmente en privado.
Sus hermanas no entenderían por qué lo había hecho y Paula simplemente no podría soportar ver sus miradas de decepción si se enteraran de la verdad.
Sin embargo, podía guardarse sus sentimientos, sonreír ante el recuerdo y sentir ese cosquilleo a la expectativa de la próxima vez que fuera a ver a su «marido». Solo podía pensar en él en esos términos, como su fuera una especie de pretexto, que lo era, independientemente de la legalidad de su matrimonio. De modo que se abrazó con fuerza a su «marido» secreto y a todos los recuerdos de su noche juntos, saboreando cada detalle.
Bueno, así se sintió al día siguiente. Cuando no había tenido noticias suyas para el segundo día, se sentía un poco herida, pero empujó el dolor a un lado, diciéndose que era un hombre ocupado. A finales de aquella semana, se sentía más que un poco dolida. Estaba enfadada. ¿Cómo se atrevía a hacerle el amor como si fuera a morirse si no la tocaba, para después abandonarla sin una palabra? Se lo diría si tuviera idea de cómo ponerse en contacto con él.
¡Era irritante que desapareciera sin más!
Cuando sonó su teléfono a la mañana de la segunda semana, ya estaba cansada de poner excusas por él y agotada porque había pasado casi todas las noches llorando por su rechazo. De modo que no estaba preparada para sus palabras, que le cayeron como un mazazo.
—¿Por qué diablos no te has mudado? —espetó Pedro por teléfono
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Cada vez más intrigante esta historia. La que se va a aramar cuando se descubra todo.
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