viernes, 1 de julio de 2016

CAPITULO 10 (PRIMERA PARTE)





Pedro se alisó la corbata sobre la camisa blanca almidonada mientras miraba a la hermosa mujer tendida en su cama. 


Gran parte de él quería desnudarse, volver a
meterse en la cama y hacerle el amor otra vez.


Había algo en ella que no tenía sentido. «¡Era virgen! ¡Una jodida virgen!


Pero, ¿qué demonios…?».


Se rebelaba ante la idea de que de verdad fuera tan inocente como aparentaba, pero ahí estaba la prueba irrefutable. Casi se sentía enfadado con ella por ser tan inocente y, sin embargo, no cambiaría la última noche por nada. Aquel arrebato de posesividad, de actitud protectora, volvió a brotar en su interior; lo aplastó sin compasión. Esa mujer no necesitaba su protección. Estaba bien solita.


Estaba ayudando a sus hermanas a dirigir una exitosa empresa de catering. Y lo que era aún más asombroso: Pedro había indagado sobre su marketing creativo.


Demonios, si es que incluso había convertido algunas de las comidas de sus hermanas y de su padre en una línea aparte, una ramificación de la empresa de catering. Era una idea genial y difícil de conseguir, pero lo había hecho. Y le iba muy bien.


Así que, ¿qué tenía que lo confundía tanto?


Simplemente no podía ser tan perfecta como parecía. Sí, ese era el problema.


Era demasiado dulce, demasiado amable, demasiado confiada.


Diciendo una palabrota por lo bajo, se giró sobre sus talones y salió de la habitación.


—Dígale a mi mujer que tenía que volar a Grecia esta tarde. No sé cuándo volveré —le dijo a su ama de llaves y salió por la puerta, obligándose a concentrarse en los negocios. 


Entendía los negocios. Podía fiarse de los negocios.


No confiaba en nadie con quien hacía negocios, pero eso era porque sabía como sortear sus manipulaciones. Nadie lo engañaba.


Pedro suponía que eso era lo que creaba confusión con Paula. Ella parecía dulce e inocente, pero también exuberante y sensual. Las dos cosas no encajaban en su mente. Una de dos: o era dulce e inocente, y se podía confiar en ella, o… Pero era mujer, y uno nunca debía fiarse de las mujeres. ¡Disfrutar de ellas! «Sí, definitivamente, disfrutar de ellas. Pero, ¿confiar en ellas? Ni hablar». Su cuerpo suave y sensual le decía que era exactamente igual que las mujeres de su pasado, que solo iban detrás de una cosa y harían cualquier cosa para conseguirla.


Pero ella no parecía como las mujeres de su pasado. La sentía diferente.


Todo lo que había en ella lo sentía diferente, desde la mirada en sus ojos hasta la manera en que lo tocaba.


En cuanto embarcó en el avión, hizo varias llamadas.


—Asegúrate de que mi mujer reciba una asignación y tarjetas de crédito — ordenó a su asistente. Quería haberlo hecho de todas maneras, pero todavía no había tenido la oportunidad de hacerlo. Tal vez su calurosa bienvenida la noche anterior fuera un premio por la asignación anticipada que aparecía en el acuerdo prematrimonial.


«Sí, tiene que ser eso», se dijo. Ella no hacía más que cumplir sus obligaciones a la expectativa de su paga.


Con una cara de satisfacción sombría, se sentó en el asiento de cuero, haciendo un gesto afirmativo al capitán de que podía despegar tan pronto como fuera posible. Se sentía mejor ahora que la había descifrado. Más equilibrado. Era posible que no le gustaran los resultados de su análisis, pero era preferible ser consciente del coste de sus placeres a que le escocieran a uno más adelante.


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