miércoles, 13 de julio de 2016

CAPITULO 19: (SEGUNDA PARTE)





Paula batió los huevos con fuerza, intentando liberar el estrés que se acumulaba lentamente en su cuello. Pedro, las niñas, dónde vivirían. No podía lidiar con todo eso a la vez. 


Era demasiado abrumador.


Hacía dos días, fueron a los museos, volvieron a aquella espléndida casa y las niñas no se habían ido. Sin que ella se diera cuenta, Pedro había hecho que se mudaran a su casa. 


Ya habían comprado ropa para todas ellas y la habían guardado en los armarios; Pedro había abastecido la cocina con todo lo que podría necesitar o desear, y lo único que tenía que hacer era cocinar y estar allí con sus niñas.


Además, Pedro siempre estaba en casa. Hacía cinco años trabajaba muy duro, muchas horas.


Aún seguía haciéndolo, pero había reducido sus horas de trabajo drásticamente. En ocasiones respondía a llamadas de teléfono, pero de lo contrario, estaba allí con ellas. Todo el tiempo. Y no la dejaba dormir en una de las habitaciones de invitados. La primera noche que lo intentó, se limitó a entrar en la habitación, a besarla hasta que se colgó de él, y después la llevó en brazos de vuelta a su dormitorio para hacerle el amor hasta que gritó de placer.


Y lo que empeoraba todo era que lo amaba. ¿Había dejado de quererlo? ¿Había sido siquiera capaz de sacárselo de la cabeza para seguir adelante con su vida?


Ahora que Pedro había vuelto, Paula sabía que nunca había seguido adelante. Tal vez hubiera resultado más difícil, puesto que tenía que criar a esas dos niñas maravillosas que eran tan parecidas a él en tantas cosas. Pero, ¿y si no se hubiera quedado embarazada? ¿Habría sido capaz de superar a Pedro? ¿Habría encontrado a un hombre que pudiera hacerla sentir como él con un solo roce? No estaba segura de las respuestas. Pedro era uno entre un millón.


—Cásate conmigo —oyó desde detrás de sí. Paula se quedó inmóvil, su presencia la había dejado sin palabras.


—Pensaba que estabas dormido —dijo limpiándose las manos en el delantal blanco.


—No puedo dormir sin ti a mi lado —contestó de inmediato—. ¿Quieres casarte conmigo? — preguntó de nuevo. Se alejó de la pared de la cocina con un empujoncito, acercándose más a ella, pero Paula sabía lo que podría hacer y puso la isla entre ellos.


—No te acerques más, Pedro —dijo posando el cuenco de metal en la encimera de granito.


Él se detuvo, pero sólo durante un momento.


—¿Qué ocurre, tesora? —preguntó.


Paula se secó otra lágrima.


Pedro, esto no va a funcionar. No podemos hacerlo.


—¿Por qué no? —preguntó cuando llegó hasta ella. La estrechó entre sus brazos con ternura y, por primera vez desde que Pedro había llegado, no se resistió a su abrazo.


Sollozó contra su pecho, deseando poder encontrar la manera de alejarse de él, de romper el hechizo que su roce lanzaba sobre ella. ¡Lo quería tanto! Y él… en fin, él la deseaba. Podía aceptar eso. Pero no era suficiente. Esta vez, no, porque sabía la aflicción que caería sobre ella si alguna vez Pedro decidiera que ella no era bastante para él.


Alejándose de un empujón, recobró la compostura.


—No puedo vivir aquí —le dijo.


Pedro detestaba aquellas palabras. Sobre todo porque estaba perfecta allí, en su casa.


—Estás perfectamente aquí, Paula. Háblame. —Pedro se estaba enfadando. Nada de lo que decía tenía sentido. 


Acababan de pasar horas dándose placer el uno al otro y ahora intentaba alejarse de él.


—¡No puedo! —dijo prácticamente a gritos—. ¿No lo ves? ¡No puedo hablar contigo! ¡No puedo hacer nada a tu alrededor! ¡Básicamente soy tu prisionera!


Pedro no le gustó cómo sonaba aquello.


—¡Sabes que puedes irte cuando quieras! —Ahora estaba furioso—. No digas jamás que te he capturado o aprisionado.


Ella se tapó la cara con las manos, intentando poner sus ideas en algo parecido al orden para poder explicarle su situación.


—¡Físicamente, no, sino tú! La manera en que me tocas, la manera en que me abrazas. ¡Incluso el sonido de tu voz me vuelve tan loca que no puedo hacer nada más que desear estar contigo!


Pedro volvió a atraerla entre sus brazos, con los ojos encendidos hasta en la penumbra.


—¿Crees que eres la única que está sufriendo con esto? ¡Me vuelves loco! No puedo pensar en el trabajo porque quiero estar contigo. Durante los últimos cinco años he intentado estar con otras mujeres —ignoró el arranque de cólera de Paula y no dejó que se alejara de él—, pero tu imagen me perseguía. ¡Cada vez que una mujer guapa se acercaba a mí, me quedaba frío porque no eras tú! —La sacudió ligeramente—. ¡No te atrevas a ir por ahí diciéndome que eres mi cautiva porque yo estoy tan
esclavizado como tú!


Dicho eso, se inclinó y la besó, negándose a dejarla retroceder. Paula solo intentó hacerlo durante un momento antes de que su necesidad de aquel hombre creciera más que su necesidad de resistirse a él. Las lágrima de Paula contra la mejilla de Pedro lo sorprendieron, y se apartó bajando la vista hacia ella.


—Tal y como yo lo veo, solo hay una solución a esto.


Los hombros de Paula se sacudieron cuando apoyó la cabeza contra el torso de Pedromientras se resistía a la necesidad de acurrucarse contra él. Quería gritar que la liberara de aquella locura, pero no quería dejarlo ir. ¡Lo necesitaba tanto!


—No podemos seguir haciéndonos esto el uno al otro —lloró.


—No podemos parar —le dijo Pedro, apretándola más contra su pecho y acariciándole la espalda de arriba abajo con la mano—. Ya hemos intentado vivir el uno sin el otro, Paula. Eso no funcionó. Yo era un desgraciado y tú tuviste que criar a dos niñas pequeñas completamente sola. Ya me he perdido cuatro años de sus vidas, por no decir que no pude estar contigo cuando estabas embarazada. No quiero volver a perderme eso.


Paula subió una mirada atónita hacia Pedro.


—¿Por qué querrías ver eso? —preguntó—. No era una embarazada demasiado atractiva — respondió con un toque de humor lacrimógeno.


Él negó con la cabeza.


—Deja que sea yo quien juzgue cuándo estás guapa y cuándo no lo estás. Sé que estarías hermosísima con un vestido blanco caminando hacia el altar de la iglesia, hacia mí. Y estarías aún más guapa cuando dieras el «sí, quiero» al preguntar el sacerdote si prometes amarme, respetarme y obedecerme.


Paula se echó a reír con eso, limpiándose una lágrima de la mejilla con el dorso de la mano.


Pedro, deberías saber que no se va a decir la palabra obedecer en ninguna ceremonia de matrimonio en la que yo participe.


—¡Hecho! —dijo metiéndose la mano en el bolsillo para sacar un anillo.


Paula sintió el metal frío en el dedo y se quedó sin respiración.


—¿Qué es esto? —preguntó, retirando la mano como si acabara de quemarse.


—Es el símbolo de tu promesa de casarte conmigo —respondió de inmediato mientras doblaba los dedos de Paula para que no pudiera quitarse el anillo.


Paula volvió la mano y observó el hermoso anillo de diamantes. Después volvió a mirarlo a él.


—¿Que me case contigo?


Pedro puso los ojos en blanco y la atrajo más hacia sí.


—¿Has escuchado algo de lo que he dicho desde que entré? —preguntó vehementemente.


Paula se rio.


—Sí, pero no…


—Ni se te ocurra decir que no me has oído pedírtelo. Te lo he preguntado dos veces. Ahora no voy a volver a pedírtelo. Sobre todo porque ahora sé que reaccionas de la misma manera que yo cuando estás cerca. Y eso no va a mejorar. He intentado con todas mis fuerzas sacarte de mi cabeza.
Por lo que me has dicho, tú también lo has intentado. Puesto que no funciona, vamos a tener que amarnos durante el resto de nuestras vidas.


Paula no pudo moverse durante un largo instante. Buscaba sus ojos, intentando discernir si hablaba en serio o si seguía de broma.


—Sí, Paula. Te amo. No quería hacerlo, pero sucedió.


—¿Cuándo?


—Hace cinco años. Cuando te vi sentada en esa cafetería. Pero no sabía qué era ese sentimiento. Después te conocí. El sentimiento parecía hacerse más fuerte cada vez que te veía. —Sus brazos se tensaron—. Entonces me dejaste. No podía creerme que te hubieras marchado de verdad, pero mis detectives me dijeron que estabas de vuelta en casa. —La estrechó entre sus brazos y la besó en la frente—. ¿Por qué me dejaste hace cinco años?


—Por tus padres —susurró.


Cuando Paula se detuvo ahí, Pedro sacudió la cabeza.


—No. No habrías dejado todo lo que compartimos únicamente por lo que te hicieron pasar mis padres. Se equivocaron y siento haberme mostrado tan frío después de la cena, pero estaba furioso con ellos.


Paula hizo un gesto de negación.


—Pero tú no sabes cómo estar casado, Pedro. Son horribles el uno con el otro, y tú no has tenido otro ejemplo de cómo vivir, de cómo tratar a la gente. Sinceramente, ¿sabes cómo amar a alguien? 


Pedro le acarició la espalda de arriba abajo.


—Sé que te quiero. Sé que te quiero en mi vida, todos los días del resto de mi vida. También sé que cuando no estás, mi vida es triste y apagada, y que añoro tu sonrisa. Trabajo para encontrar maneras de hacerte sonreír.


A Paula le dio un vuelco el corazón.


—Así que, ¿no es solo sexo? —preguntó con voz débil, incrédula.


Pedro lanzó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.


—Bueno, vale, el sexo es increíble —respondió mientras le acariciaba el cuello con la nariz y los labios cuando se apagó su risa—. Pero quiero algo más que buen sexo.


El corazón de Paula empezó a latirle frenéticamente en el pecho.


—¿Qué más quieres?


—Lo quiero todo, Paula. Te quiero en mi cama cada noche, eso está claro. Pero también te quiero a mi lado. Quiero que estés conmigo en todo. Y, definitivamente, no quiero un matrimonio como el de mis padres, así que tendrás que enseñarme qué hacer.


Paula también rio, con el corazón henchido de amor por aquel hombre, mientras su ánimo se disparaba de alegría.


—No sé si se te puede enseñar nada.


Pedro se inclinó besuqueándole el cuello.


—Pero aun así lo vas a intentar, ¿verdad?


Paula se echó a reír e intentó alejarse de los labios de Pedro, que le hacían cosquillas en el cuello.


—Lee un libro —lo amonestó.


—Aprendo más bien de manera práctica —le dijo él, lanzándose a por su oreja, ya que no le dejaba besarle el cuello.


Paula se zafó de su abrazo, seria de repente.


Pedro, ¿estás seguro? ¿Estás realmente seguro? No quiero acabar como la última vez que tuve que aprender a vivir sin ti. La última vez que te dejé, casi me muero. Lo único que me salvó fue enterarme de que estaba embarazada.


Él tomó su mano y la atrajo muy cerca de sí.


—Nunca más —prometió—. No vuelvas a hacer eso nunca.


—¿Qué? ¿La parte de marcharme?


—Sí. —La abrazaba fuerte—. Casi me vuelvo loco, mia amore. Te necesito como el aire. Eres mi mundo.


—¿Y qué pasa con tus padres?


Pedro negó con la cabeza.


—Nunca volveré a llevarte a verlos. Perdieron todos sus privilegios después de la forma en que te trataron la última vez. Te llevé a casa aquella noche y volví a casa dos días después. Es el tiempo que tardé en poder volver a dirigirles la palabra. Pero volvieron a pelearse conmigo. Dijeron que no les gustabas y que podría aspirar a algo mejor. Les dije que eras lo mejor que me ha pasado en la vida y que no iba a permitir que su enfado entre ellos influyera en nuestra relación. —Se separó y bajó la vista hacia ella—. Lo siento, amor mío, pero incluso entonces no era consciente de que lo que quería era amor y matrimonio. Habría llegado a esa conclusión con el tiempo. Pero cuando me dejaste, me costó Dios y ayuda no ir a por ti para llevarte a rastras de vuelta a Italia y hacerte mía.


—Siempre he sido tuya —dijo Paula, apoyando la mejilla contra su pecho y abrazándose a su cintura—. Ningún otro hombre me ha tocado nunca. No les dejaba. Mis hermanas me animaban a tener citas, pero no podía. Ninguno era tú, así que, ¿para qué?


La abrazó con ternura.


—¿Vuelves a la cama? —le preguntó en voz baja, ronca de emoción y deseo—. Te enseñaré cuánto te quiero —dijo Pedro.


—Sí —suspiró, poniéndose de puntillas para besarlo.


Y así, por primera vez desde que descubrió la gastronomía, salió de la cocina con una comida a medias. Por primera vez desde que aprendió lo hermoso que era cocinar, encontró algo que la hacía sentir más llena y completa.


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