miércoles, 6 de julio de 2016
CAPITULO 27 (PRIMERA PARTE)
Los pies de ella colgaban en el aire mientras la abrazaba—. ¡Te quiero! No puedo creer que no me hubiera dado cuenta antes, pero sí. ¡Te quiero! ¡Amo cada fibra de tu ser! —Pedro inclinó la cabeza hacia atrás—. No puedo creer que haya sido tan idiota, Paula. ¡Lo siento muchísimo!
Ella rio, encantada con sus palabras. Aquella burbuja había reventado y la empapaba como un rayo de sol.
—Me quieres —susurró felizmente.
—¡Sí! He estado tan saturado de ira hacia mi padre y de repugnancia ante la idea del amor que ni siquiera me había dado cuenta de que estoy enamorado. La posibilidad no era en absoluto algo que yo fuera a permitir que ocurriera. No
después de lo que ha pasado mi padre con todas sus esposas.
Pedro puso a Paula en el suelo, pero no dejaba que se alejara de él.
—¿Me perdonarás haber sido tan obtuso? —preguntó.
Paula rio encantada.
—Solo si me prometes no volver a hacerlo nunca.
Él rio por lo bajo acariciando sus labios.
—Te lo prometo —dijo en voz baja.
De repente, ella se desembarazó de sus brazos.
—¡Suéltame! —estuvo a punto de vociferar.
Pedro no estaba seguro de qué ocurría, pero la soltó, intentando averiguar por qué estaba enfadada con él ahora.
Pero todo lo que vio se volvió borroso cuando el amor de su vida salió disparado hacia el baño otra vez. Entonces lo comprendió. Por poco se golpeó en la cabeza al entender que tenía náuseas matutinas. «Eso para no ser obtuso», pensó mientras la seguía hacia el baño.
Se la encontró apoyada en la pared del baño, con los ojos cerrados y respirando hondo lentamente.
—¿Te traigo algo? —preguntó con amabilidad.
Ella no podía responder, sintiéndose como si no hubiera terminado. De modo que movió la cabeza tan ligeramente como pudo para transmitirle su mensaje.
Pedro desapareció y volvió pasados unos minutos. Cuando el espléndido hombre le dio un par de galletas saladas, pensó que iba a llorar de alivio, pero el único esfuerzo que consiguió hacer fue llevárselas a la boca y morder una esquinita.
—Ahora voy a cogerte en brazos, ¿vale?
Paula quería decirle que no, pero en realidad quería sentir su calor. Sin embargo, llegados hasta ese punto ya no podía hacer nada para ayudarle. Por suerte,
Pedro consiguió levantarla sin apenas esfuerzo. Lo único que tenía que hacer era apoyar la cabeza contra uno de sus maravillosos y anchos hombros. La acarreó hasta la habitación. Ella pensaba que la dejaría otra vez en la cama, pero el anduvo hasta una de las sillas junto a la ventana y se sentó con ella en sus brazos. No se movió mientras ella mordisqueaba las galletas saladas, simplemente la sostuvo
dulcemente en sus brazos.
Tras un largo rato, podía respirar profundamente sin que se le revolviera el estómago.
—Creo que por ahora estoy bien.
—¿Estás segura? —preguntó, aún sin moverse y sin tocarla para nada más que para asegurarse de que estaba bien.
—No —rio ella, pero fue capaz de volver la cabeza hacia él—. Gracias — susurró. Sintió que el cuerpo de Pedro volvía a tensarse una vez más antes de decir él —: Te quiero. —Ella sonrió, pero él no pudo verle el rostro porque Paula seguía apoyada sobre su pecho.
—Yo también te quiero —respondió Paula con sentimiento.
—No te he dejado embarazada a propósito, pero no siento que lo estés. — Paula sintió la mano de Pedro en la cabeza y sus dedos enredados en el cabello.
Paula se rio levemente.
—Vaya, ya lo sentirás —bromeó.
Él cambió de postura para mirarla a los ojos.
—¿Por qué?
La sonrisa de Paula se agrandó.
—Bueno, sabes que soy trilliza, ¿verdad?
Él volvió a ponerse rígido y la sonrisa de Paula se agrandó aún más.
—Sí.
Paula se acurrucó contra él.
—Bueno, mi madre es gemela. Mi hermana tuvo gemelas. Mi abuela era gemela. Y mi tía tuvo gemelas. —Dejó que las palabras hicieran efecto durante un instante—. Ahora bien, no lo sabremos hasta dentro de uno o dos meses, pero —
dijo encogiéndose de hombros—, nunca se sabe.
Pensaba que tal vez estuviera poniéndole nervioso con la idea, pero cuando cubrió su vientre con la mano y una sonrisa se abrió en su bello rostro, Paula suspiró aliviada.
—Gemelos, ¿eh? —preguntó, pensando en ello—. Me gusta la idea.
Ella rio y advirtió:
—Probablemente gemelas.
Aquello le borró la sonrisa de la cara.
—¡No!
Paula rio. Aquello era casi una risita nerviosa y volvió a apoyar la cabeza contra su pecho.
—Sí. Gemelas. ¡O incluso trillizas! —la mera idea la hizo sentir escalofríos, pero le gustaba más hacerle rabiar.
—Para, Paula —advirtió, rodeándola con los brazos, acercándola más hacia sí.Paula se sentía como si el mundo volviera a ser un lugar maravilloso
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