miércoles, 6 de julio de 2016

CAPITULO 25 (PRIMERA PARTE)




—Paula, escúchame…


Paula se puso de pie y negó con la cabeza.


—Voy a hacer un poco de té —le dijo, ignorando su mirada porque se negaba a mirarlo a los ojos—. Gracias por tu honestidad.


Pedro la vio andar hacia la puerta y supo que había una cosa más que tenía que decirle.


—Paula, hay más —dijo con el corazón en un puño.


La mano de Paula se quedó helada en el pomo de la puerta. 


Oyó sus palabras, pero el frío había calado demasiado hondo para entonces.


—No creo que quiera oír nada mas, ¿verdad? —preguntó en voz baja. Se dio la vuelta, con ambas manos a la espalda mientras lo miraba fijamente. No quería que viera cuánto daño le había hecho con su honestidad. Sus manos temblaban y todo su cuerpo se sentía como si fuera a partirse en dos—. Vale, cuéntame lo demás.


Pedro se frotó el rostro. No quería decírselo ahora. Sólo quería abrazarla y decirle que… «Demonios, no tengo ni idea de qué decirle. No estoy seguro de cómo arreglar esto. La he cagado por completo».


—Podría haber detenido a McDonald —soltó abruptamente.


Paula ni siquiera parpadeó. Aquello ya no era una novedad. 


Había llegado en su corcel blanco y había resuelto aquel problema en particular con tanta elegancia que no podía culparlo por nada que hubiera hecho.


—Pero lo detuviste. Me salvaste de quedarme sin negocio. —Tan pronto como hubo dicho la última palabra, sintió náuseas. La mirada en los ojos de Pedro le decía que, una vez más, había sido engañada. No estaba del todo segura de cómo había ocurrido, pero se quedó muy quieta, esperando cualquier nueva herida que estuviera a punto de infligirle.


Pedro se frotó el rostro con la mano, buscando las palabras adecuadas, algo que pudiera borrar de un plumazo todo lo que le había hecho a aquella mujer increíble. No se la merecía, pero vaya si iba a luchar por ella. ¿Cómo? No tenía ni idea. Pero lo primero que tenía que hacer era confesar lo cabronazo que era. Sólo entonces podría empezar de cero, cambiar por ella, convertirse en el hombre que ella merecía.


Mirando fijamente a los ojos verdes brillantes de lágrimas contenidas, le contó todo lo demás, sin ocultar nada.


—Yo soy el dueño de la empresa. No tenías que mudarte del antiguo local. Podrías haberte quedado y yo podría haberlo detenido. McDonald trabaja para mí.


Ella intentó tragar, pero el nudo en su garganta la estaba asfixiando. Lo miró fijamente durante un largo instante, sin saber qué decir.


—Ya veo —pronunció finalmente, ya que parecía estar esperando a que ella dijera algo. Pero no tenía palabras. Paula observó el suelo justo delante de sus zapatos durante un largo momento. Todo lo que le había confesado en la pasada media hora le revoloteaba en la cabeza. Nada estaba bien, todo estaba mal—. Ahora voy a hacer un té.


Salió del despacho, dejando atrás a Pedro y esperando que no saliera con ella. Necesitaba tiempo para procesar todo lo que había dicho.


Pero en ese preciso instante no iba a lidiar con ello. Abrir aquella puerta de su corazón podría ser demasiado doloroso. No quería lidiar con sus confesiones ni con las implicaciones de lo que le había contado aquella noche. No, aquel era un momento para un té. Una taza de té caliente podía solucionar los problemas del mundo. Sorbito a sorbito.


Hirvió el agua y eligió un sabor de té, concentrándose en llevar a cabo cada tarea a la perfección, con cuidado. Llenó la taza con agua humeante, añadió un toque de miel y después ahuecó la taza con las manos, dejando que el calor se colara entre sus dedos.


Se llevó la taza de la cocina, se quitó los zapatos y se sentó de lado con las piernas encogidas. Las manos empezaban a dolerle y entonces se dio cuenta de que estaba agarrando la taza demasiado fuerte.


Paula miraba al vacío. El sol se puso en el horizonte, pero no se dio cuenta.


Varias veces, su mente trató de filtrar los detalles, de entender qué sentía, pero tan pronto como abrió esa puerta en su mente, tuvo que cerrarla de un portazo. 


Era demasiado doloroso. Aquel camino la dirigía hacia la tristeza y no podía tomarlo.


Varias horas más tarde, Pedro se atrevió a salir de su despacho. Había intentado trabajar, pero no fue capaz de hacer nada. Quería enfurecerse con Paula por hacerle sentirse tan… confundido. Pero no podía culparla. Aquella era su cagada. Debería haber sido más cuidadoso con ella. 


Debería haber sido un hombre mejor, más compasivo, y haberla ayudado cuando descubrió cuál era el problema
con su negocio.


Pero no había hecho nada de eso. La había utilizado y había abusado de su confianza a cada oportunidad. Y ahora no tenía ni idea de cómo arreglarlo.


¿Cómo podía haber salvado la empresa de su familia, haberla hecho convertirse en un conglomerado de multinacionales con oficinas en demasiados países como para nombrarlas, pero no podía tratar a Paula con la bondad que merecía?


Salió y fue a buscarla a la cocina. Cuando no la encontró allí, la buscó por el resto de la casa. Empezó a sentir pánico y al no encontrarla fue buscando de habitación en habitación, pero al bajar corriendo las escaleras listo para llamar a los guardas que había contratado para que fueran a buscarla por la ciudad, de repente se detuvo sobre sus propios pasos.


Echó un vistazo rápido por la gran sala y casi no la vio. Se la veía tan pequeña sentada en el sofá de cuero que su corazón anhelaba profundamente mirarla con los surcos de las lágrimas a través de sus mejillas pálidas y perfectas.


Era tan hermosa, pensó mientras la observaba. Estaba encogida, con las largas pestañas oscuras desplegadas sobre sus mejillas como un abanico mientras pasaba la tarde durmiendo. La taza vacía seguía agarrada entre sus manos y él se la quitó cuidadosamente, prácticamente abrumado por el alivio de que siguiera en su casa.


Tenía que protegerla, pensó mientras la cogía en brazos. La llevó escaleras arriba hasta su habitación. Se quitó los zapatos y se tumbó con ella en brazos. No la dejaría marchar, se dijo. Sí, era un cabrón, pero la necesitaba. De alguna modo, de alguna manera, le demostraría lo importante que era para él. Paula era su mujer y lucharía por ella fuera como fuera.






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