miércoles, 6 de julio de 2016

CAPITULO 24 (PRIMERA PARTE)




Paola y Patricia fueron a terminar de cargar la furgoneta de catering.


Obviamente, Paula estaba en buenas manos ahora que Pedro había llegado, así que continuaron con su tarea mientras inventaban castigos horribles para la mujer en cuestión. Seguían sin tener ni idea de cómo se llamaba, pero no les importaba.


Simplemente se referían a ella como «la Loca Elegante» y siguieron con sus cosas.


A veces los detalles eran tan irrelevantes.


Paula se quedó observándolas, divertida y agradecida por la lealtad de susahermanas. Incluso Pedro se rio ante algunos de sus «castigos». Pero quince minutos más tarde, la furgoneta estaba cargada, se dieron un abrazo, e incluso Pedro recibió un abrazo de cada una de las hermanas ahora que había dado un paso al frente como el grande e increíble «héroe». Se fueron. Laura seguía en la parte delantera del local, pero estaba cerrando la tienda de sándwiches.


—Vámonos —dijo Pedro.


Paula miró a su alrededor. Seguía sin estar segura de qué estaba ocurriendo.


—¿Los guardas están fuera?


—Os presentaré. Son de Seguridad Hamilton, que es la mejor empresa de seguridad del mundo. Estos tíos son unos profesionales y protegerán a tus hermanas aquí. La policía también patrullará la zona, así que estarán lo suficientemente seguras.


Paula sabía que Pedro estaba intentando reconfortarla, pero sus palabras solo conseguían asustarla más.


—¿Por qué necesitamos guardas de seguridad patrullando el exterior de la casa? —preguntó, dejando que la llevara fuera de la casa hasta la parte trasera de su limusina, pero seguía preocupada. La mirada ceñuda de Pedro hacía que se le encogiera el estómago con nerviosismo. ¡Algo andaba muy mal! Algo que no quería contarle y que hacía que se sintiera todavía más preocupada.


—Hablaremos cuando lleguemos a casa —dijo cerrando la puerta de golpe.


Su conductor se alejó y Pedro sirvió un poco de brandy en un vaso de cristal.


—Toma, da un trago —le dijo.


Paula cogió el vaso, pero no bebió.


Pedro, recuerdas que estoy embarazada, ¿verdad? —bromeó, tratando de aligerar los ánimos.


Pedro frunció el ceño y volvió a coger el vaso. Una fracción de segundo más tarde, se bebió el brandy de un trago y volvió a colocar el vaso en el posavasos.


—Tienes toda la razón.


—Háblame —le urgió, poniendo una mano en su brazo—. ¿Quién era esa mujer y qué esta pasando?


Pedro negó con la cabeza.


—Cuando lleguemos a mi casa —le dijo. Miraba fijamente hacia delante—. Los de la mudanza vienen esta noche. Van a recoger todas tus cosas y te mudas esta misma noche.


Ella tembló.


—Pero…


—No más dilaciones, Paula. Vamos a hacer que esto funcione.


Tomó su mano y ella sintió algo extraño en su caricia. Algo que no estaba allí antes y que la asustó aún más.


Pedro, dime qué está pasando.


En respuesta, la alzó en sus brazos, la sentó sobre su regazo y la besó. No aflojó su abrazo hasta que ella se colgó de él y la oyó suspirar en su boca con los brazos aferrados a su cuello.


—Vas a enamorarte de mí, Paula —le dijo seriamente.


A Paula le pareció lo más lindo que había dicho nunca y se rio, posando su mano sobre la mejilla áspera de él.


Pedro, ya estoy enamorada de ti —le dijo dulcemente.


Pedro observó a la delicada belleza que tenía en sus brazos. 


Con aquellas palabras, la cabeza empezó a darle vueltas y no se creía lo afortunado que era.


¿Cómo era posible que al fin hubiera encontrado a la única mujer en el mundo que lo quería por sí mismo y no por nada que pudiera darle? Era todo lo contrario que sus madrastras y que todas las mujeres con las que había salido en el pasado. Ni una sola de las amantes de su pasado habría trabajado tanto o resuelto los detalles minuciosos con los que lidiaba Paula. Ellas solo querían que las mantuviera y que fuera su banco personal, mientras que Paula no aguantaba interferencias en su empresa y aun así no gastaba su dinero. Era preciosa y estupenda, y empezaba a
sospechar que la había cagado soberanamente en la única relación que podría completarle.


—No digas eso si no lo dices en serio, Paula —gruñó, atrayéndola más hacia sí. Ella enterró el rostro en su cuello, aspirando su delicioso aroma masculino.


—Lo digo en serio —susurró.


La abrazó fuerte. Su corazón latía con tanta fuerza que temía que lo sintiera y pensara que le ocurría algo. Pero no pudo separarse.


Paula sintió que el corazón se le henchía del amor que sentía por aquel hombre. No podía creerse que hubiera entrado en su vida de una manera tan extraordinaria, pero lo amaba. En realidad no había pensado cuánto lo quería, pero cuando apareció así, de repente y sin dudas, supo que aquel era el hombre que quería tener en su vida. Era el príncipe azul que había llegado cabalgando en un corcel blanco, o en limusina en este caso, para ayudarla. Nunca supo que quería que un hombre la socorriera hasta que apareció Pedro. Pero lo amaba. Amaba su fuerza y su sabiduría. Aún no estaba segura de qué sentía él por ella, pero todo saldría bien.


Tenía que salir bien.


Llegaron a su hermosa casa, la dejó en su asiento y salieron de la parte trasera de la limusina. Tomó su mano y la condujo a través del recibidor. Sólo tardaron unos instantes en quedarse a solas de nuevo y ella se quedó ahí de pie, observándolo con nerviosismo. Acababa de abrirle su alma y él la había abrazado fuerte, pero no la había correspondido con las mismas palabras.


¿Se había equivocado con respecto a los sentimientos de Pedro? ¿Estaba haciendo una montaña de un grano de arena?


—No me mires así, Paula —dijo conduciéndola hacia su despacho.


Ella suspiró y esperó hasta que la puerta se cerró detrás de ellos.


—Vale, ahora que estamos solos, ¿qué tal si me cuentas qué está pasando?


Pedro se masajeó la nuca.


—Es lo justo —le dijo, quitándose la chaqueta y aflojándose la corbata.


Ella esperó inmóvil. Lo observó mientras iba de un lado a otro, y ni siquiera la increíble vista podía distraerla de la preocupación en los hermosos rasgos del hombre.— Pedro, me estás asustando. ¿Qué pasa?


Él la miró con los labios apretados.


—Mi padre tiene que ser el mayor cabrón de la historia, en serio — refunfuñó.


Aquello no era un buen comienzo, pensó ella.


—Vale, ¿qué ha hecho?


—Ha estado casado seis veces —le explicó, asintiendo cuando ella se quedó boquiabierta por la conmoción—. La primera fue mi madre. Yo nunca la conocí. Murió cuando nací y mi padre se casó en seguida con su segunda mujer.
Probablemente para aliviar el dolor de perder a mi madre, pero nunca lo ha dicho y en cualquier caso no me importa. Ya la has conocido. Es la mujer que has visto antes. Y no es la peor. Sólo fue la más lista. O tal vez la más afortunada.


Cuando no continuó, ella dijo:
—¿Cómo fue la más afortunada?


Él suspiró de nuevo y se apoyó contra el pesado escritorio.


—Cuando yo estaba en la universidad, mi padre dirigía la empresa familiar. Lo mejor que se puede decir de él es que es un romántico empedernido. Intentó encontrar el amor con todas sus fuerzas, pero lo hizo de una manera estúpida. Casándose con las peores mujeres que había.


—¿Las peores? —preguntó, tratando de bromear con él—. Seguro que no eran tan malas.


Él la miró y asintió con la cabeza.


—Mi madre murió cuando yo era pequeño. Para cuando mi padre se casó con su segunda mujer, yo ya tenía ocho años. Y me enviaron a un internado en Suiza.


Paula dio un grito ahogado.


—¡No! Con ocho años un niño es demasiado pequeño para estar sin sus padres —discutió.


—Estoy de acuerdo, excepto porque mi padre estaba fuera intentando derrumbar la empresa familiar y su mujer estaba demasiado ocupada follándose a todos los tíos con los que se topaba. A sus espaldas, por supuesto. Así que probablemente era mejor que yo sólo pasara los veranos en casa. Pero el tiempo que pasé a su alrededor fue suficiente para proporcionarme una buena educación.


Ella sacudió la cabeza. Sentía escalofríos recorriendo todo su cuerpo al pensar en los horrores que habría presenciado con sus propios ojos de niño.


—¿Qué tipo de educación?


Media sonrisa cínica se formó en sus apuestos rasgos y bajó la vista hacia ella.


—Del tipo que me hizo pensar que el matrimonio es para estúpidos.


A Paula definitivamente no le gustaba el rumbo que estaba tomando aquello.— Vale —respondió, esperando que continuara.


—Aquella segunda mujer fue muy lista, aunque el abogado que mi padre contrató para escribir el acuerdo prematrimonial fue más listo que ella. Se hizo con el treinta por ciento de la compañía. Pero si se quedaba embarazada, las acciones pasarían a manos del heredero de mi padre.


Paula lo miró confundida.


—Pero, ¿qué hay de ti? Pensaba que eras el dueño de la empresa.


Sus labios se comprimieron y Paula supo que al fin llegaban al quid de la cuestión. O eso esperaba.


—Yo heredé el treinta por ciento en mi vigesimoprimer cumpleaños. También fue el día en que me percaté de que la empresa estaba básicamente en quiebra. Mi padre no era un buen empresario. La empresa había pasado de tener
acciones por valor de unos mil millones de dólares cuando relevó a su padre a la edad de treinta años, a casi nada cuando yo heredé mi treinta por ciento.


El frío empezaba a calar en los huesos de Paula. Temía hacia dónde iba aquella historia.


—Vale, heredaste tu treinta por ciento, tu padre retuvo el treinta por ciento y los hijos de tu padre heredaron el otro treinta por ciento que esa… mujer tenía en fideicomiso. ¿Me he enterado bien hasta ahora?


—Sí —respondió con mirada sombría—. ¿Recuerdas al abogado listo?


—Sí —masculló.


—Él estipuló que si no nacían hijos del matrimonio de mi padre, ella se quedaría con las acciones. A no ser que yo tuviera un heredero.


En ese momento el frío caló aún más hondo en su cuerpo.


—Ya veo —susurró. O tal vez no viera nada. Estaba demasiado atónita. Tal vez sólo hubiera dicho las palabras en su mente porque ya no podía mirar a Pedro.


Tenía frío y sus palabras estaban haciendo que se sintiera peor.


Acababa de confesar su amor por aquel hombre y el había admitido que ese hijo, esa criatura preciosa que aún no había nacido y que crecía en sus entrañas, podría no haber sido más que su manera de recuperar el control absoluto de su empresa.


Se sentó, mirando el suelo fijamente.


—Paula, háblame —instó Pedro, agachándose para ponerse a su altura.


Ella alzó la vista y se lo encontró arrodillado enfrente de ella. 


No tenía ni idea de cómo había llegado desde el otro lado de la habitación hasta allí, pero sintió un escalofrío y se abrazó como si necesitara calor.


—No sé muy bien qué decir —le dijo. Ni siquiera podía mirarlo a los ojos —. ¿Te importaría dejarme sola un rato? ¿Para procesar todo esto?


Pedro la miró. No quería dejarla sola. Quería cogerla y abrazarla. Quería hacerle el amor y demostrarle lo que sentía. Pero él no sabía qué sentía realmente.


Sabía que no iba a dejarla escaparse de su vida. Ella lo amaba y se iba a quedar con él. Aquello era una verdad absoluta. Pero aparte de eso, se encontraba en un terreno oscuro y desconocido.


—¿Vas a decirme qué estás pensando? —preguntó. 


Empezó a tomar su mano, pero ella la apartó, diciéndole en silencio que no quería que la tocara. Él.


Paula abrió la boca, pero aquello dolía demasiado. ¿Sentía algo por ella?


¿Había sido ese su plan durante todo ese tiempo para recuperar el control de su empresa? Se le ocurrió una idea muy fea.


—¿Cuál era el problema de negocios que nuestra boda iba a solucionar? — inquirió. Los labios de Pedro se contrajeron y buscó sus ojos, deseando que hubiera alguna manera de no decirle aquello. Pero tenía que ser sincero. No estaba seguro
de por qué sentía la necesidad de contárselo todo, pero no quería que se enterara de ninguna otra manera.


—Mi padre accedió a traspasarme la propiedad de su treinta por ciento de la empresa después de casarme.


Aquel frío dañino caló todavía más hondo con aquellas palabras.


—Ya veo —le dijo y volvió a mirarse las manos. —Quiero irme a casa ahora. —Necesitaba a sus hermanas. Y necesitaba a sus sobrinas, su felicidad e inocencia puras. Necesitaba recordar que había bien en el mundo porque las palabras de Pedro y la forma en que había manipulado toda la relación la estaban haciendo dudar de todo.


Pedro sintió una opresión en el pecho con aquellas palabras.


—No.


Paula se sobresaltó como si la hubiera pegado y la opresión se estrechó en el pecho de Pedro. Inclinándose otra vez, tomó su mano, negándose a soltarla incluso cuando ella trató de retirarla.


—Lo siento, Paula. Pero no puedo dejar que te vayas. No sé qué podría hacer esa mujer. Haré que los investigadores privados de Mitch intenten localizarla y averigüen qué planea, pero hasta entonces necesito mantenerte a salvo.


Oyó sus palabras, pero por fin comprendió lo que quería decir.


—Tienes que mantener a tu heredero a salvo —dijo con un gesto autocrítico —. Lo comprendo.


Pedro se puso de pie y se alisó el pelo con la mano.


—¡NO! Esto no tiene nada que ver con el bebé. —Suspiró—. Quiero decir, sí tiene que ver. Pero no de la manera en que estás pensando.


Ella alzó la mirada, deseando con todas sus fuerzas que dijera las palabras que quería, que necesitaba oír.


—¿Cómo debería interpretarlo entonces? —preguntó.


Pedro le devolvió la mirada. Vio la esperanza, la chispa en sus ojos y supo que necesitaba decirle algo, pero no tenía ni idea de qué decir. Lo único que sabía era que no podía dejarla ir.


—Paula, esto es importante.


El corazón de ella se hundió una vez más y ella volvió a mirarse las manos fijamente. Era el único lugar seguro donde mirar.


—Sí. Ya lo veo.


Pedro sabía que había vuelto a meter la pata, pero no sabía qué decir.


Aquello era territorio desconocido para él.









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