martes, 12 de julio de 2016
CAPITULO 16: (SEGUNDA PARTE)
Paula sintió que algo le golpeaba la espalda, pero estaba demasiado cómoda como para espabilarse y averiguar qué era. Sin embargo, cuando le golpeó la cabeza no pudo seguir ignorándolo.
—¡Paula! —oyó un susurro grave, masculino.
En lugar de responder, se acurrucó más. Odie y Ruffus no podían hablar, y aunque Cena pudiera hacerlo no lo haría tan temprano. Estaba bastante segura de que su lógica era correcta, pero seguía demasiado cansada como para comprobarlo.
—Paula, despierta.
—No —le dijo a Cena acercándose la almohada. ¿Por qué estaba tan dura? Pero estaba caliente. Aquello era lo único que importaba en ese momento. Sin embargo, tenía los pies fríos. Se movió, metiendo los pies bajo lo que pensaba que era una manta.
El silbido en su oído no tenía sentido e hizo que se despertara un poco de su estupor.
—Joder, mujer, tienes los pies helados —susurró Pedro.
Paula levantó la cabeza para mirar a su alrededor. Mejor dicho, intentó levantar la cabeza.
Había algo tendido sobre ella. Giró intentando hacer inventario.
—El gato está en tu pelo —le dijo—. Lo echaré, pero estás tumbada sobre mi brazo y no puedo mover las piernas.
Finalmente, Paula averiguó qué ocurría.
—¡No muevas nada! —dijo con cautela—. Nos sacaré de esta —le aseguró, pero tenía ganas de reír a pesar de que necesitaba más horas de sueño.
—¿Te parece gracioso, rica? —preguntó parodiando un gruñido—. Estoy atrapado por tres hermosas mujeres y otras criaturas que temo identificar.
Paula rio en voz baja y sacó su pelo a tirones de debajo del molesto trasero de Odie. Cuando tuvo amplitud de movimiento, ideó una estrategia de escape.
—Vale. Ruffus está tendido sobre una de tus piernas. Aldana está a tu izquierda y Alma está acurrucada a tu derecha. —Miró hacia abajo y vio que ella todavía seguía aferrada a su brazo—. Se apartó y cogió a Cena cuando estaba a punto de darle un golpecito a Aldana con su morro húmedo. —Cerdo pesado —murmuró empujando a Odie de su almohada. Después agarró a Ruffus por el collar para que no pudiera perseguir al gato—. Vale, desliza la pierna izquierda y trata de levantarte de la cama —susurró, con el cerdo y el perro vagamente controlados.
Al final, Pedro se sentó y revisó la cama, sacudiendo la cabeza mientras lo asimilaba todo.
—¿Esto ocurre cada noche? —preguntó, un poco aturdido.
Paula ahogó una risita.
—No todas las noches, pero lo bastante a menudo como para haber desarrollado una estrategia de salida que normalmente funciona. No he sido capaz de averiguar por qué pasa, pero las niñas son las instigadoras del cambio de habitación.
Susurró y levantó la pierna, con cuidado de no golpear la cabeza de Alma.
—Necesito un café —gruñó.
Paula ahogó otra risa, temerosa de las consecuencias tan temprano. Pero no pudo evitar que sus ojos lo siguieran.
«Tiene un culo magnífico, eso seguro», pensó.
Una vez que la puerta de la habitación se cerró, soltó el collar de Ruffus y calmó a Odie. Cena se acurrucó al lado de Alma y Paula se sintió aliviada cuando entró al baño.
Después lo siguió afuera para ayudarle con el café.
—Este tiene que ser el apartamento más pequeño del edificio —gruñó después de encender la cafetera.— Eso no es cierto —contestó con una carcajada, pensando en los apartamentos de Paola y de Patricia, que solo tenían una habitación cada uno. «Claro que, Paola ya no usa el suyo. Bueno, retiro eso. Lo utiliza en ocasiones». Paola y Manuel desaparecían a ratos. Paula estaba casi segura de que la cama de arriba se había utilizado.
Pedro oyó la risa en su voz y se detuvo de camino al baño, dándose la vuelta para ver a los animales acurrucados con sus niñas en la cama. ¡Le encantaba la vista! Pero Paula lo estaba tentando y no podía dejarlo escapar.
—¿Te parece gracioso? —gruñó, moviéndose hacia ella de nuevo.
Aquella vez, Paula rio en alto, subiendo las manos para detenerlo.
—¡Pedro, no! ¡No puedes despertar a las niñas! ¡No mientras estés así vestido! —«O desvestido», casi se le escapó.
Él volvió la vista hacia las dos bellas durmientes de pelo oscuro y suspiró. Cuando se encontró con la mirada de Paula una vez más, su expresión volvió a cambiar. Al instante, aquel ardor estaba ahí. Paula contuvo la respiración, preguntándose qué podría hacer Pedro. Preguntándose qué quería que hiciera.
—Estás a salvo —dijo inclinándose, haciendo que Paula se echara un poco hacia atrás—. Por ahora.
Un momento después, Pedro desapareció en el baño y Paula suspiró aliviada. No podía creer lo espectacular que se veía con su espalda ancha y musculosa, ¡y con ese culo prieto, perfecto!
Suspiró y se dejó caer en la cama, intentando poner orden en su cabeza. «Esto es una locura», se dijo.
Necesitaba poner límites al tiempo que pasaban juntos, pero ¿cómo se suponía que iba a hacerlo cuando insistía en permanecer en la misma casa que sus hijas?
Se mordió el labio cuando se le ocurrió la respuesta. Podía dejar que pasara un tiempo con Alma y Aldana en su casa. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando pensó en eso, porque no podía imaginar que sus pequeñas no estuvieran en la misma casa que ella. Entendía que quisiera estar allí con las niñas, pero eso no contribuía a la situación con la que estaban lidiando.
¿Podía dejar que se quedara con las niñas una noche? ¿O un fin de semana? ¿Podía ella estar sin sus hijas, las dos criaturitas que habían estado permanentemente en su vida desde su concepción?
—¿En qué piensas? —le preguntó, volviendo a la habitación con unos vaqueros puestos.
Aunque todavía no llevaba camisa. Paula deseaba que pusiera algo de ropa sobre aquellos impresionantes hombros.
—En nada —le dijo saliendo de la cama. Paula se dirigió al baño plenamente consciente de la camiseta que llevaba puesta. Solo llevaba unas bragas debajo, así que tiró de la camiseta tan abajo como pudo, pero aún sentía sus ojos sobre ella al caminar. Casi cerró la puerta del baño con un golpe por la sensación de cosquilleo que estaba intentando reprimir.
En el baño, se apoyó contra el lavabo, intentado recuperar la cabeza. Sin embargo, era prácticamente imposible. Se quitó la camiseta y abrió el grifo de la ducha mientras esperaba a que se calentara el agua. Cogió su cepillo de dientes e intentó frenéticamente librarse del aliento matutino.
De repente se le ocurrió que él había usado su cepillo de dientes mientras estaba allí. De hecho, pensar en él intentando arreglarse para ella la hizo sonreír.
Le gustaba eso. ¡Pero no debería gustarle! Se golpeó la cabeza contra la pared mientras intentaba recuperar el humor adecuado.
Cuando se abrió la puerta de repente, chilló y trató de taparse. Los ojos oscuros de Pedro contemplaron su cuerpo desnudo y se encendieron de deseo al instante.
—¡Sal! —gritó, a sabiendas de que sus manos no estaban haciendo un buen trabajo al cubrir sexo, porque sus ojos deambulaban por su cuerpo, contemplándolo.
—¿Estás bien? —peguntó en voz baja, apoyando el hombro contra el marco de la puerta.
—¡Sí! Estoy bien. ¡Sal!
Pedro rio por lo bajo. Aquel sonido envió un estremecimiento sexy por todo su cuerpo.
—Paula, hace unas noches lo vi todo, lo toqué todo y lo probé todo. ¿Por qué intentas esconderte de mi? —preguntó.
Ella gimió.
—¡Eso fue distinto!
—¿Distinto cómo? ¿Me olvidé de algo? —bromeó.
Entonces sus ojos se apartaron de ella. Antes de que pudiera sentirse aliviada, se dio cuenta de que le miraba el culo en el espejo.
—¡Pedro! ¡Sal de aquí! —susurró frenéticamente.
—No —respondió, con pinta de estar dispuesto a acomodarse para una buena charla—. Dime qué se me olvidó. Me gustaría muchísimo saberlo.
Con un gruñido, Paula dio la vuelta para coger una toalla, pero se metió en la ducha. Sabía que la cortina rosa la ocultaría de sus ojos más adecuadamente. Por desgracia, aquella era una casa vieja con cañerías antiguas; el agua caliente todavía no había llegado al baño. Así que cuando se metió en el agua, seguía bastante fría. Chilló dando un salto hacia atrás, lo que provocó que resbalara.
Por suerte o por desgracia, Pedro estaba justo ahí y la cogió con sus fuertes brazos antes de que cayera en el duro plato de ducha. Claro que, si no hubiera estado en el baño mirándola fijamente como si fuera un desayuno suculento, no se habría metido en la ducha ni se habría sobresaltado con el agua fría.
—Te tengo —le dijo al oído en voz baja mientras la rodeaba con los brazos y la apretó fuerte contra su pecho. Paula se percató de que estaba en la ducha con ella, con vaqueros y todo.
Sus manos no se detuvieron. Ahora que la sostenía, se deslizaron más arriba, ahuecando sus pechos. Paula gimió, dejando caer la cabeza hacia atrás, contra su hombro.
—Para —susurró, pero en su interior sabía que si paraba, probablemente sollozaría.
—No puedo —respondió mientras se inclinaba y succionaba su nuca con la boca—. Apóyate en mí —ordenó.
Paula se resistió a sus palabras durante tal vez medio segundo antes de apoyar su trasero desnudo contra las caderas de Pedro cubiertas por los vaqueros. Como recompensa, este le calentó los pezones con los pulgares. Paula soltó el gemido que había estado intentando evitar. Cuando Pedro empezó a apartar las manos de sus pechos, las manos de Paula subieron para impedir que las moviera, poniéndolas justo donde estaban hacía un momento mientras susurraba:
—Más.
El cuerpo de Pedro se endureció y maldijo los vaqueros que se había puesto en deferencia a sus hijas. Adoraba a la mujer en sus brazos, que ahora era resuelta. Hacía cinco años, Paula estaba llegando a ese punto, pero aún así seguía siendo él quien empezaba todos sus interludios y sugería cada nueva postura o cada cosa distinta.
Apenas podía controlar sus ansias de penetrarla en ese preciso momento, de tomarla y hacerle el amor una vez más.
Haciendo que se volviera hacia él, empujó su espalda contra los azulejos de la ducha, inclinándose y tomando en su boca uno de aquellos pezones perfectos. No bastaba con oírla suspirar.
Quería que gimiera. Ya había conseguido uno; ahora quería más. Chupando y haciendo cosquillas sobre su piel sensible con los dientes y los labios, consiguió lo que quería; incluso las manos de Paula en su pelo para mantenerlo en esa posición. Pasó al otro pecho y consiguió un gritito. Subió un poco más arriba y apretó su muslo enfundado en tela vaquera entre las piernas de Paula, levantándola mientras le comía la boca.
¡Paula estaba ansiosa! Se había reprimido durante los últimos días y había llegado al límite de lo soportable con Pedro a su alrededor. Se le ocurrió vagamente que había pasado cinco largos años sin siquiera pensar en estar con un hombre, pero en el momento en que Pedro puso un pie en su vida de nuevo, se volvió voraz.
Agachándose, desabrochó el botón y la cremallera de sus vaqueros. Cuando consiguió retirar la tela, vio su erección y devoró con la boca su miembro duro y suave.
—¡Dio! —escuchó decir a Pedro desde arriba, pero no le prestó atención. Ahora estaba en el cielo y no podía parar. Lo quería entero y quería que él estuviera tan enloquecido como ella.
Cuando Pedro fue incapaz de aguantar más aquellos dulces labios envolviéndolo, la levantó y la empaló contra la pared. Seguía con los pantalones puestos, pero le daba igual. La llenó con su miembro, observando la cara de Paula, viendo como el rosa invadía sus mejillas mientras las piernas seguían alrededor de su cintura. Entonces empezó a moverse dentro de ella. No fue dulce y romántico, sino duro y rápido. Tenía que poseerla, aguantando a duras penas hasta que ahogó sus gritos con la boca. Después dio rienda suelta a su pasión, dándosela toda hasta que la sintió temblar otra vez. «¡Joder!», pensó mientras el cuerpo de Paula se apretaba alrededor de él; toda mujer, sexy y
estremeciéndose en sus brazos.
Cuando Pedro se recuperó, abrió los ojos y miró a Paula.
Estaba preciosa con el pelo mojado y aplastado sobre la cabeza. Dejaba ver sus delicado rostro, sus pómulos altos, y la deseó de nuevo.
Sacó su miembro del interior de Paula, la dejó lentamente en el suelo de la ducha, asegurándose de que se tuviera en pie antes de soltarla. Aún así, Paula se apoyó en la pared de la ducha.
Al bajar la vista hacia ella, casi se echó a reír ante su gesto tímido. ¡Se había ruborizado!
Hacía unos instantes estaba loca por él, le hacía saber qué quería exactamente. Sin embargo, sabía que en ese preciso momento Paula cogería una toalla para taparse si pudiera.
—Para —dijo atrayéndola hacia sí una vez más, con una oleada de alivio cuando le permitió sujetarla. Era suave y delicada. Incluso después de una escena tan salvaje, su miembro volvía a endurecerse.
La besó con ternura, intentando ignorar las exigencias de su cuerpo. Dio un paso atrás y se quitó los pantalones, haciendo caso omiso del ruido que hicieron al caer al suelo del baño. Cogió el jabón, puso de espaldas a Paula y empezó a lavarla, dejando que sus manos se deslizaran sobre la piel de ella. Ninguno de los dos dijo una palabra. Pedro se sintió agradecido; no quería volver a oírla otra vez, diciéndole lo mal que estaba eso. A él le parecía perfectamente bien todo lo que estaban haciendo. Más que bien, le parecía necesario.
Cuando se agachó, rozó su pierna. Únicamente había querido lavarla con ternura, para aliviar la zona que probablemente había herido hacía solo un momento. Pero cuando sus dedos se deslizaron por sus ninfas, no pudo resistirse a disfrutar de aquella sensación. Al oírla jadear, supo que ella la estaba disfrutando tanto como él. Pero aquello no era suficiente. Quería más de ella. Su boca entró en escena mientras la excitaba con los dedos. Se enganchó con los labios al botón de Paula, chupando cuidadosamente mientras introducía un dedo en su interior, y después dos.
Escuchando sus gemidos y jadeos para orientarse, utilizó la lengua, los labios, los dientes y los dedos para llevarla al éxtasis y hacerla temblar de placer. Cuando llegó al clímax, Pedro pensó que acababa de morir y que había ido al cielo. Poniéndose en pie, ignoró las necesidades de su propio cuerpo. Antes había sido demasiado brusco; Paula necesitaba un descanso. Pero disfrutó al verla relajarse de su tercer orgasmo, aliviando su piel con las manos escurridizas de jabón.
—Pedro —suspiró Paula. Este no pudo resistirse a agacharse y besar sus suaves labios con ternura.
Se quedó perplejo al sentir las manos de ella sobre su pecho, empujándolo contra la pared opuesta. Cuando alzó la cabeza, la miró a los ojos y por poco rio ante su mirada intensa nublada por el deseo, ahí, en sus profundidades verdes. Empezó a ponerle freno a sus manos, pero fue demasiado rápida para él. En el momento en que sus manos delicadas avanzaron por su piel, él estaba perdido.
Paula agarró su erección y apretó, haciendo que prácticamente se doblara con la oleada de lujuria que lo invadía. Pero entonces ella se agachó y volvió a tomarlo en su boca, haciendo que gruñera y que se apoyara con las manos contra las paredes de la ducha.
—No… —empezó a decir, pero la lengua de Paula entró en juego y no pudo terminar la idea.
«Joder», no podía pensar en nada.
Estaba a punto de explotar cuando la cogió por los brazos y la levantó. Le dio la vuelta y presionó las manos de Paula firmemente contra la pared en la que se había estado apoyando. Se situó detrás de ella y la penetró con un movimiento fluido; ya no le sorprendía encontrarla húmeda y lista para él. «Esta es Paula», pensó mientras embestía contra su apretado sexo. Estaba hecha para él y tenía muy claro que iba a averiguar cómo mantenerla en su vida.
Cuando estaba preparado para llegar al clímax, la rodeó con una mano y se aferró a su pecho, pellizcando su pezón sólo lo bastante fuerte como para hacerla jadear mientras la otra mano descendía para jugar con su punto más sensible.
Conocía tan bien su cuerpo que tardó unos pocos segundos antes de que ella llegara al orgasmo y él diera rienda suelta a su autocontrol, dejando que su cuerpo explotara dentro de ella.
Paula apoyó todo su cuerpo contra la pared. Los fríos azulejos ya no estaban fríos porque habían tenido bastante tiempo como para absorber el calor que irradiaba su cuerpo.
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