martes, 12 de julio de 2016

CAPITULO 17: (SEGUNDA PARTE)




No podía creerse lo que acababan de hacer juntos. Tampoco podía creerse que quisiera darse la vuelta y hacerlo otra
vez. Su cuerpo nunca había sido tan sensible. Nunca se había sentido tan hambrienta de sexo como cuando Pedro estaba cerca; era como si nada más importara. Tenía que poseerlo, lo necesitaba dentro de sí. No era una opción, y tampoco era una sensación moderada y mimosa. Era casi una necesidad violenta de poseerlo.


En el momento en que creyó que sus piernas podían volver a mantenerla en pie, cogió el jabón y se lavó el cuerpo, intentando evitar tocar a Pedro otra vez. Él le quitó el jabón y ella se encogió contra la ducha: no quería que la tocara.


Pedro se rio por lo bajo mientras se enjabonaba, pero intentó cortésmente dejarle espacio en la ducha para aclararse. Por desgracia, la ducha era demasiado pequeña y, al final, la agarró, la atrajo hacia sí para que sus cuerpos volvieran a estar pegados. Después cambiaron de sitio. Paula suspiró mientras se lavaba el pelo con champú y acondicionador, se lo enjuagaba e intentaba fingir que Pedro no estaba justo detrás de ella, que no acaparaba tres cuartas partes del espacio de la ducha porque era enorme. Cuando terminó de ducharse, salió goteando sobre la alfombrilla. Al darse cuenta de que goteaba, pisó los pantalones de Pedro. «Ya están mojados», concluyó. No servía de nada mojar también su alfombrilla de la ducha.


Tomó una toalla, se envolvió el cuerpo y se secó tan eficazmente como pudo. Sin embargo, ahogó un grito cuando la toalla le fue arrebatada del cuerpo bruscamente al cerrarse el grifo y correrse la cortina del baño.


—Lo siento —dijo Pedro con una sonrisa maliciosa—. Es la única toalla.


Paula sabía que tenía razón, pero eso no significaba que le gustara. Lo fulminó con la mirada durante un breve instante mientras alcanzaba su bata de la puerta. Se la puso y ató el cinto firmemente alrededor de su cintura.


—Te traeré ropa seca —le dijo.


—Gracias —respondió él. A Paula casi se le saltaron los ojos cuando Pedro le guiñó un ojo y procedió a utilizar su cuchilla rosa sobre su bonita cara. Tampoco podía creerse lo excitada que la hacía sentir aquello.


Al salir del baño humeante, miró hacia su cama. «Sí, mis niñas siguen profundamente dormidas. Sí, todos los animales me observan; saben que es hora de comer».


Paula sacó rápidamente unos vaqueros limpios, una camisa y dudó sobre los calzoncillos. Al final, sabía que necesitaba hacer que aquel hombre se vistiera, de modo que llevó su ropa al baño.


Casi cerró con un portazo.


Suspiró y dio unos pasos hasta su cómoda, para vestirse tan rápido como pudo.


—Estaría bien un poco de intimidad —susurró mientras los animales la observaban al vestirse. Claro que, a ellos no les importaba que estuviera desnuda. Lo único que les importaba es que se había entretenido en el baño, retrasando su desayuno.


Cuando se puso la camisa por la cabeza, exhaló un suspiro.


—Vamos —dijo finalmente.


Los tres animales brincaron desde la cama. Ruffus fue el primero, pero únicamente porque necesitaba ir al baño. Meneaba el rabo contra la puerta con tanta fuerza que todo su cuerpo se meneaba con ella. Cuando Paula abrió la puerta, corrió escaleras abajo por delante de ella. Conocía el camino hasta su pista y se adelantó, escurriéndose incluso por su trampilla.


Estaba ocupado olisqueándolo todo a su alrededor mientras ella respiraba profundamente el aire frío de la mañana. Debería haberse traído el abrigo, pero estaba tan resuelta a salir a respirar aire fresco que no tuviera ni pizca del perfume especiado y masculino de Pedro, que había salido apresurada.


Miró a su derecha, intentando averiguar dónde había ido Ruffus cuando lo oyó gruñir. «Qué raro», pensó. Fue hacia allí para investigar.


Un instante después, un ladrido hizo que acelerara sus pasos. Era demasiado pronto como para que ladrase. «¡Los vecinos siguen durmiendo!».


—¡Ruffus! —espetó justo antes de oír otro gruñido, seguido de varios ladridos fuertes—. ¡Ruffus! —llamó de nuevo. Pero cuando lo divisó, se dio cuenta de hacia dónde ladraba. 


Había un hombre junto a la cerca, con una mirada aterradora en la cara mientras miraba fijamente al perro y a Paula.


Paula dio un respingo y corrió adentro, llamando a Pedro mientras corría escaleras arriba.





No hay comentarios:

Publicar un comentario