lunes, 11 de julio de 2016
CAPITULO 14: (SEGUNDA PARTE)
Dos horas más tarde, las niñas ya estaban bañadas y acurrucadas en sus camas. Ruffus subió a la cama de Aldana, pero Alma explicó que se movía entre las dos camas casi todas las noches. Pedro les leyó varias historias, les dio un beso de buenas noches y recibió besos y abrazos a su vez antes de apagar la luz.
Pedro anduvo hasta la cocina, plenamente consciente de que entraba en un campo de batalla.
Sin embargo, no pensaba rendirse en su lucha porque las niñas y Paula se mudaran con él.
Pero cuando cruzó la puerta, un silencio doloroso le hizo detenerse sobre sus pasos. Estaba preparado para discutir con Paula sobre dónde iba a dormir aquella noche, pero la belleza de ojos verdes ni siquiera estaba allí. La puerta de su apartamento estaba abierta y oyó ruidos en la cocina de abajo. Miró atrás hacia la puerta de la habitación de las niñas y supo que, si la puerta estaba abierta, oiría si pasaba algo. Era una casa grande, pero no tan grande como la suya.
De modo que bajó las escaleras y se detuvo para contemplar la escena en la cocina tenuemente iluminada.
—¡Vas a ir! —espetó Paola al volver de la zona del restaurante.
Paula giró en redondo para fulminar a su hermana con la mirada. Después dio media vuelta y volvió a mirar el fogón.
—¡No voy! —contestó, sin molestarse en decírselo a nadie en particular.
Paola se detuvo y se puso las manos en las caderas, ocultas por su embarazo.
—Paula, ¡vas a ir!
Paula sacudió la cabeza, apoyando las manos en el fogón.
Pedro sabía que aquella era su manera de consolarse. El fogón era su amigo, su compañero. La hacía sentirse mejor cuando lo tenía cerca, e incluso mejor si podía tocarlo.
—¡No voy! ¡No hay ninguna razón por la que tenga que ir! Es una pérdida de tiempo y no… —Paula no terminó la frase.
Paola suspiró frustrada.
—Paula, esto no es como un Papanicolaou ni como ir al dentista. ¡No tienes por qué tener miedo! ¡Y puedes ponerte tan terca como quieras, pero vas a ir!
Paula dio media vuelta y lanzó una mirada asesina a su hermana. Pedro se percató de que Patricia se aproximaba a su esquina de la cocina, permaneciendo alejada de la línea de fuego.
—Paola, ¡tú captas todas esas cosas! Tú entiendes los números y los detalles. Yo me limito a sentarme en esa estúpida sala de conferencias, sonriendo educadamente y fingiendo que entiendo. ¡Todos los años hablamos de esto!
—Y todos los años, tú y yo tenemos esta pelea tonta y yo gano. Así que, ¿por qué vuelves a intentarlo siquiera? Sabes que tienes que hacerlo. ¿Por qué nos peleamos por esto?
Paula bajó la cabeza frustrada.
—¿Por qué no me has avisado antes? Podrías habérmelo dicho con más antelación.
Paola caminó pesadamente hasta uno de los taburetes y aposentó su cuerpo de embarazada sobre él para poder descansar los pies.
—¡Porque habrías intentado programar algo! —gritó en respuesta—. ¡Y no vas a librarte! Vas a venir a la reunión. Te necesito allí. Yo puedo responder a casi todas las preguntas, pero hay algunas cosas que solo tú y Pato sabéis.
Paula agachó la cabeza, derrotada. Paola se percató de que aquella postura indicaba aceptación y suspiró.
—Te ayudaré a sacarlo.
Paula resopló.
—Sí, claro.
Los ojos verdes de Paola observaron a su hermana durante un largo instante. Al final, se retiró a su oficina, dejándolas en un empate silencioso.
—¿Qué pasa? —preguntó Pedro finalmente, adentrándose más en la cocina.
Paulae frunció los labios y dio media vuelta.
—Nada. Todo va bien —respondió, pero puso una cacerola en la placa trasera del fogón con un golpe. Pedro observó a la otra ocupante de la cocina en aquel momento. E incluso aquello resultaba extraño. Normalmente, aquella sala era un bullicio de actividad y de gente moviéndose apresurada
preparando cosas para el evento que tuvieran en la agenda. Probablemente, la hora tardía y el día tenían algo que ver con la calma relativa del espacio.
Pedro alzó las cejas en dirección a Patricia, pidiéndole en silencio que respondiera a la pregunta.
Patricia susurró, limpiándose las manos en el delantal.
Observó cautelosamente a Paula, pero ignoró la mirada de advertencia de su hermana.
—Tenemos una reunión con el contable dentro de unos días —explicó rápidamente. Entonces retrocedió cuando Paula empezó a dirigirse hacia ella con violencia en la mirada.
—¡No digas ni una palabra más! —espetó Paula con la mandíbula apretada.
Patricia puso la encimera entre ellas y miro fijamente a Pedro, pero volvió a fijar la vista sobre Paula.
—Es una reunión anual que Paula detesta porque no entiende las matemáticas de las que habla el contable. Se enfada cada vez que hay que ir —explicó, situándose fuera de su alcance y hablando con rapidez—. Paula no quiere ir porque dice que no entiende nada y que no quiere sentirse estúpida. —Con esas últimas palabras aceleradas, salió corriendo por la puerta trasera.
Paula iba camino de perseguir a su hermana, pero Pedro la agarró por la cintura y la levantó contra su musculoso pecho con una risa ahogada.
—Así que no te gusta ir a la oficina del contable porque no entiendes de qué habla, ¿eh? — preguntó, intentando aclarar el asunto.
—Suéltame —gruñó ella. Sin embargo, dejó de moverse cuando la fricción de sus cuerpos hizo que el suyo empezara a palpitar con excitación.
—No creo que vaya a hacerlo —respondió Pedro. De hecho, dio la vuelta a Paula, mirándola a los ojos ansiosos—. ¿Por qué te preocupa tanto esta reunión? ¿Qué es lo que no entiendes?
—No es asunto tuyo.
Izó una mano por su espalda.
—Voy a hacer que sea asunto mío. Si hay algo que no entiendas, ¿por qué no me lo preguntas?
Paula intentó salir de entre sus brazos, pero no la dejó. Al contrario, la hizo girar en redondo para que su espalda estuviera contra la encimera.
—Paula, ¿qué pasa? Eres una chef brillante. ¿Por qué te preocupa tanto esto?
Ella parpadeó deprisa. No le gustaba sentirse incompetente.
—Porque la mayor parte del tiempo no me entero de nada —susurró finalmente.
—¿De qué no te enteras? —preguntó mirándola a los ojos, pero ella tenía la cabeza gacha y no podía vérselos. Todo lo que necesitaba saber sobre ella, podía leerlo en sus ojos.
Odiaba no poder mirar aquellas preciosas profundidades verdes.
—Paula, háblame.
Ella suspiró y se palmeó los muslos.
—¡Odio las matemáticas! ¿Vale? ¡Las odio! Las odio a cada instante. De hecho, si hay algo de bueno en que hayas entrado en la vida de las niñas es que ya no tendré que ayudarlas con sus deberes de álgebra. ¡Pero no es únicamente el álgebra lo que no entiendo! Odiaba las matemáticas en el colegio y ahora las detesto aún más.
Pedro permaneció de pie en silencio, intentando comprender. Pero cuando ella siguió sin explicarse, no consiguió averiguar cuál era el problema.
—Vale. Odias las matemáticas. ¿No es por eso por lo que pagáis un contable? ¿Para que os haga los números?
Paula exhaló un suspiro y enterró la cara entre las manos.
—¡Eso es lo que piensa cualquiera! Pero este tipo es buenísimo y Paola también es muy buena con las matemáticas. Yo me siento ahí mientras ellos dos se lanzan números y no tengo ni idea de qué hablan. No tiene sentido y me siento como una idiota. —Respiró hondo, intentando recobrar la compostura—. Es eso. No entiendo las matemáticas y no me gusta sentirme estúpida.
Pedro la miró y, al ver el rojo que teñía sus mejillas, supo que estaba realmente disgustada con eso.— Cara, yo contrato a gente todo el tiempo para hacer cosas que no entiendo. No puedo hacerlo todo así que, cuando surge un problema, encuentro a la mejor persona para que se encargue del trabajo y me aseguro de que lo haga lo mejor que sepa. —Esperó, pero aquello no pareció funcionar—. Solo porque ese hombre y Paola conozcan las cifras de vuestro negocio, no significa que tú seas estúpida. Simplemente quiere decir que necesitan bajar el ritmo y explicarte las cosas de manera que las entiendas.
—¡No! —resopló—. ¡Ni se te ocurra hablar con ellos y hacer que bajen el ritmo! ¡No por mí! —siseó. Pedro se contuvo de poner los ojos en blanco.
—Entonces, ¿prefieres sentarte y seguir en la ignorancia que obligarlos a ir más despacio y explicarte los problemas?
—Sí —respondió obstinada.
Pedro se frotó la boca con una mano. Paula estaba casi segura de que intentaba no reírse de ella. Apreciaba el esfuerzo, pero habría preferido que no encontrara su apuro tan hilarante.
Pedro pensó mucho, intentando fingir que no era completamente adorable con su mentón obstinado sobresaliendo de su rostro y con esos bonitos ojos lanzándole cuchillos. «¡Joder, qué mona es!».
—Bueno, vale, ¿qué te parece esto? —empezó a decir mientras pensaba con celeridad porque necesitaba encontrar algo que la ayudara—. ¿Qué te parece si reviso los detalles de la empresa contigo mañana y después os recojo a ti y a las niñas para pasar el día? Podemos pasar la mañana explorando uno de los museos y, después, durante su siesta, podemos repasar los números. Iremos tan despacio o tan deprisa como quieras. Así, no harás que Paola o el contable vayan más despacio, pero sentirás que sabes lo que pasa cuando estés en la reunión. ¿Ayudará eso?
Pedro observó su expresión y supo al instante que estaba conteniendo la respiración. A Paula le gustaba la idea, y a Pedro le gustaba que confiase en él lo suficiente como para considerar esa alternativa.
—¿De verdad harías eso por mí? —preguntó, intentando no sentirse pequeña ni tan siquiera aliviada. Pedro le rodeó la cintura con el brazo, sorprendido de que le permitiera tocarla de esa manera. Debería avergonzarse de aprovecharse de su malestar. Pero no se avergonzaba. De hecho, estaba explotando la situación en su propio beneficio.
—Por supuesto —le dijo con confianza—. Me encantaría ayudar. Os recogeré mañana temprano. Iremos de visita al Museo del Aire y del Espacio, y después volveremos a mi casa. Las niñas podrán explorar la casa un poco y, mientras duerman la siesta, tú y yo nos pondremos manos a la obra.
Paula retrocedió, recelosa ante la idea de ir a su casa. La última vez que había estado allí, no durmió en toda la noche. Tampoco les había ido muy bien en casa de Paula, pero por lo menos tenía a las niñas y los animales cerca para echarles un ojo.
—¿Por qué no lo hacemos aquí? —preguntó ella.
—Porque no tienes una mesa en el comedor donde podamos extendernos. Tu apartamento es encantador —dijo tomándola de la mano para besarle los dedos—, pero no hay suficiente espacio para lo que tenemos que hacer. —En realidad, Pedro no tenía ni idea de cuánto espacio necesitarían, pero quería tenerlas a ella y a sus hijas bajo su techo. Por descontado, si se casara con él…
«¡Joder! ¡Quiero que se case conmigo!». Lo quería con tanta intensidad que podía saborearlo.
La idea del matrimonio nunca se le había pasado por la cabeza antes. De hecho, había sido un tema tabú para las mujeres que hubo en su vida. Ni siquiera sus padres tenían permiso para sacar el tema.
Como máximo, se comprometía con una amante, pero que no viviera en su casa. Y, últimamente, ni siquiera eso.
«Demonios. Mi vida amorosa, o sexual, ha sido prácticamente inexistente durante los últimos… No quiero ni pensar durante cuánto tiempo». Darse cuenta de aquella circunstancia fue lo que le había llevado hasta allí. ¿Y ahora estaba pensando en matrimonio?
No. No solo estaba pensando en ello. Lo ansiaba. Al mirar a Paula, la hermosa mujer que mordisqueaba su labio inferior con aquellos bonitos dientes blancos, supo que nada sería suficiente excepto casarse con ella. La única mujer que se le había clavado tan hondo, y la única que lo había vuelto tan loco que ya no bastaba con nadie más, permanecía allí, de pie, debatiendo su ayuda.
—Vale —dijo—. Pero tienes que prometer que no te reirás cuando no entienda algo — advirtió. Pedro sintió que su estómago se relajaba y algo cercano a su pecho se aflojó con sus palabras.
—No puedo garantizar que no vaya a reírme, pero solo porque eres adorable —le dijo dando mordisquitos a las yemas de sus dedos, haciendo que jadeara y apartara la mano—. No será porque no entiendas algo. Solo porque te pones muy rica cuando te frustras. —Subió una mano y tocó el espacio entre sus ojos—. Frunces el ceño y retuerces la nariz.
Paula apartó su mano de un tirón, alejándola de aquellos labios de vudú que hacían que una cosa tan insignificante como que le mordisqueara las yemas de los dedos le produjera una sensación tan increíblemente buena.
—No retuerzo la nariz —protestó, tapándose la nariz con una mano.
—La retuerces —contestó él con seriedad.
—Mentira —dijo ella.
Patricia entró con un cuenco enorme de metal—. La retuerces —coincidió.
Paula dio media vuelta, todavía enfadada con su hermana.
—¡No quiero oír nada de ti, traidora!
Patricia vertió azúcar en polvo en el cuenco, añadió un poco de nata y empezó a removerlo.
—¿Por qué soy una traidora? —preguntó mientras añadía un toque de vainilla y otros sabores.
Patricia no medía las cantidades, cosa que volvía loca a Paula. Ella era muy meticulosa. Necesitaba instrucciones y medidas para hacer los pedidos correctamente, prever los ingredientes y abastecerse con antelación. Pero el sentido de la repostería de Patricia se basaba más en el gusto, en la textura y en el color. Dejaba de añadir ingredientes cuando sabía que ya estaba bien.
Pedro lo pensó durante mucho tiempo y seriamente, pero no consiguió encontrar la manera de convencer a Paula de que debería quedarse a dormir con ellas. Independientemente de lo mucho que lo asaltara su instinto protector, sospechaba que tenía que ir más lentamente y darle algo de espacio a Paula para dejar que aceptara el hecho de que estaba de vuelta en su vida.
—¿Os recojo a ti y a las niñas a las ocho? —preguntó.
Paula asintió lentamente, deseando poder decirle que no tenía por qué ir, que estarían bien con su rutina habitual. Pero no podía negarle tiempo con las niñas. A pesar de que cada fibra de su ser le decía que aquello era una mala idea. Pero parecía que no era capaz de decir que no. Ese poder vudú la asaltaba de nuevo por todas partes.
—A las ocho —accedió finalmente.
Pedro salió de la cocina y Paula le oyó silbar mientras bajaba por las escaleras. Habría deseado poder decirle que de ninguna manera. Pero quería pasar tiempo con las niñas.
¡Merecía pasar tiempo con ellas!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario