domingo, 17 de julio de 2016

CAPITULO 12: (TERCERA PARTE)





Terminaron de comer mientras hablaban de las cosas que habían visto bajo la superficie. Paula le hizo preguntas sobre su experiencia previa buceando. Parecía ser que había estado por todo el mundo haciendo submarinismo, incluida la Gran Barrera de Coral en la costa de Australia.


Cuando Pedro sacó el equipo de submarinismo, Paula se quedó atónita ante cuánto sabía realmente. El cinturón de pesos casi le hacía daño, hasta que la bajó al agua. En ese momento, resultaba fácil flotar. Ya le había explicado lo básico sobre el chaleco de buceo y el control de la respiración.


Cuando Pedro se puso su equipo y se tiró al agua de espaldas, Paula se agarró al lateral de la plataforma, impresionada por la facilidad con que se movía con el engorroso equipo.


—Solo bajaremos diez o doce metros. Yo vigilaré tu regulador. —Le explicó cómo leer el manómetro para asegurarse de que tenía suficiente oxígeno y después salieron. Paula le dio la mano mientras se sumergían en el agua. Su roce era tan agradable y seguro de sí mismo que Paula casi se olvidó de respirar. Pero Pedro sabía exactamente lo que ocurría y le sujetó la mano, apretándole los dedos cuando empezó a entrar en pánico porque los pulmones le ardían por la falta de oxígeno. Pero después de
eso, estuvo bien. ¡Perfecta incluso! Le encantaba ese mundo y era más fácil hacer submarinismo que bucear en superficie, incluso con sus pocos conocimientos. En la superficie del agua, las olas y la espuma a veces salpicaban en el tubo, pero al hacer submarinismo, aquello no era un problema. A pesar de que el equipo pesaba fuera del agua, era más fácil moverse buceando.


Echó un ojo a los niveles de oxígeno mientras seguía a Pedro por detrás o a su lado. Era un instructor estupendo y hacía señales con las manos para indicarle cómo moverse, si ir hacia arriba, hacia abajo o de lado, y además conocía todos los escondites donde se metían los peces y las criaturas marinas.


Cuando por fin puso alto a su excursión, Paula estaba agotada, pero todavía seguía emocionada por todo lo que habían visto. Le había encantado y no podía esperar a volver a sumergirse, a ver y explorar más. ¡No podía creerse que se hubiera perdido aquello toda su vida! «¡Santo cielo, si todos supieran lo maravilloso que es, todo el mundo bucearía!».


Cuando salieron a la superficie, estaba tan emocionada que echó los brazos al cuello de Pedro.


—¡Ha sido increíble! —exclamó.


Cuando se dio cuenta de lo que acababa de hacer, intentó echarse atrás, pero Pedro le envolvió la cintura con el brazo.


—Estoy de acuerdo —le dijo, tirando de ella hacia su cuerpo. 


La besó, y Paula no pudo evitar devolverle el beso. Pasar un día divertido y besarlo tenía algo. Era como si fueran unidos.


Cuando Pedro se echó atrás, abrió los ojos de par en par con todas las sensaciones que la embargaban.


—Vamos a quitarte la botella. Si te quedas aquí, te la quitaré para que no tengas que sacarla del agua.


Hizo lo que le decía, principalmente porque estaba muy sorprendida por la manera en que se había arrojado en sus brazos. ¡Literalmente, había saltado encima de él! ¡Vaya manera de enviar señales contradictorias!


Cuando subió a la plataforma, alargó el brazo y le quitó la botella de los hombros. Después cogió su cinturón de pesos. Un segundo después, la sacó directamente del agua, posándola suavemente sobre sus pies justo enfrente de él.


—Eres guapísima —le dijo—. Gracias por compartir esta experiencia conmigo.


Paula se sintió tímida de repente. El agua corría por sus cuerpos y el barco se mecía suavemente sobre las olas, pero el resto del mundo no existía, excepto ellos dos. El sol empezaba a ponerse en el horizonte y una suave brisa soplaba sobre el agua. Paula sentía el calor de su piel y la confianza en la sujeción de sus manos mientras la mantenía en su sitio.


Paula le miró los labios, preguntándose lo malo que sería besarlo una vez más. Solo una vez más, para cerrar el día y afirmar lo maravilloso que era todo.


—¿Tienes hambre? —preguntó apretando los dedos alrededor de su cintura.


—Hambre —susurró, sin llegar a posar las manos sobre sus bíceps.


Pedro respiró hondo, flexionando los dedos sobre su cintura.


—Paula, si no dejas de mirarme así, voy a llevarte a mi camarote y te voy a demostrar lo que me estás pidiendo.


Paula pensó en eso durante un momento.


—¿Es eso lo que quieres? —preguntó él, subiendo la mano para ahuecarle la mandíbula—. ¿Quieres que te haga el amor, Paula?


Ella inspiró; el aire olía a él y a agua salada.


—Eh… No —dijo, aunque su mente decía en secreto: «¡Sí!». 


Quería que la llevara en brazos y que le hiciera el amor hasta que no pudiera negar la conexión loca que sus cuerpos intentaban establecer constantemente. Quería explorar su cuerpo, dejar que sus dedos se deslizaran por los músculos de él y que averiguaran todo lo que se podía saber sobre ese hombre.


—Háblame, Paula. Tus ojos me dicen una cosa, pero tus labios dicen una cosa totalmente diferente.


Sabía que le estaba enviando señales contradictorias, ¡pero su cuerpo también lo estaba haciendo!


Cerró los ojos y levantó las manos, dando un paso atrás y obligando a sus pies a poner distancia entre ellos.


—Tienes razón. Lo siento —le dijo mirándose las manos.


Pedro se frotó la cara con la mano.


—¿Por qué no subes a ducharte? Te has traído un cambio de ropa, ¿verdad? —preguntó.


—Sí —confirmó. Aunque gran parte de ella no quería dejarlo. Quería quedarse allí, en la creciente sombra y aprender más sobre Pedro.


Se quedaron de pie mirándose a los ojos durante un largo momento hasta que él dijo, finalmente:
—Paula, lo estás haciendo otra vez.


Ella dio un respingo hacia atrás y sacudió la cabeza.


—Cierto. Lo siento —dijo volviéndose. Cogió su bolsa y empezó a subir las escaleras hasta la siguiente cubierta.


Pedro volvió a frotarse la cara con la mano, frustrado y sintiendo un deseo intenso por esa mujer.


—Utiliza mi ducha. Mi camarote está al final del pasillo, justo en esa cubierta. Ve todo recto hasta que te topes con la puerta.


Siguió sus instrucciones y abrió la puerta, para entrar en el camarote más impresionante que pudiera haberse imaginado. ¡Las alfombras eran gruesas y la cama era enorme! Se sonrojó al imaginarse a Pedro en la cama. Su mente le daba vueltas con los pormenores de esa ocurrencia.


Obligó a sus pies a alejarse de la cama, analizando el resto de la habitación: ventanas grandes, más de lo que creía que fuera posible en un camarote. Armarios y muchos cajones. Suponía que los cajones guardaban su ropa, y se sintió fascinada al pensar en lo que podrían contener. Sin embargo, apagó su curiosidad y abrió lo que esperaba que fuera el baño. Como era de esperar, se encontró con un baño lujoso, más grande que el suyo en casa. Se había esperado mármol y cromo, pero ahora, al mirarlo, pensó
que aquellos materiales probablemente eran demasiado pesados para un barco, incluso para uno tan grande como ese. Se quitó el bikini mojado y se metió en la ducha, sintiéndose mucho mejor al quitarse el agua salada de la piel y del pelo.


No tardó tanto como le habría gustado en la ducha, pensando que el suministro de agua dulce era limitado. Mucho antes de estar lista para salir, cerró el grifo y cogió una toalla gruesa y mullida. Se envolvió y suspiró contenta. 


«Ha sido un día increíble», pensó saliendo del baño.


Después no dio un paso más. ¡Se había olvidado la camisa y los pantalones! ¡Estaban en la plataforma, donde se los había quitado antes de bucear! ¡Oh, no! Miró a su alrededor, intentando decidir qué hacer. Se había quedado perpleja.


Paula sabía lo que iba a tener que hacer. No quería hacerlo, pero la idea de volver a ponerse el bañador mojado hizo que se encogiera.


«Tal vez no siga ahí fuera», pensó. «Tal vez esté en otro camarote, duchándose. Sí, es lo más probable». No podía entender por qué iba a irse a un camarote más pequeño cuando tenía allí todas sus cosas, pero tampoco tenía sentido que estuviera ahí fuera esperando a que terminara ella.


Abrió la puerta y echó un vistazo. Todo estaba en silencio. 


No veía hasta la plataforma, pero cruzó los dedos al salir del camarote y fue descalza de puntillas por la pasarela. Bajó las escaleras y salió a la plataforma, y miró a la vuelta de la esquina.


Con un suspiro de alivio, se dio cuenta de que no estaba allí. 


La plataforma estaba vacía.


Divisó sus pantalones y la camisa, que estaban doblados en la silla, junto a su bolsa. Solo unos metros y podría escabullirse a la seguridad relativa de su camarote.


Estaba a punto de estirar el brazo para coger las asas de su bolsa cuando un movimiento en la plataforma captó su atención. Era Pedro y se estaba impulsando para salir del océano. Una vez más, se quedó alucinada por la magnificencia de su físico. ¡Era todo músculo tonificado y recortado, todo fuerza, todo un hombre extraordinario!


Él la divisó a la vez y sus ojos se tornaron de curiosos a ardientes en una milésima de segundo al bajar por su cuerpo envuelto en la toalla y volver a subir.


—No llevas nada debajo de la toalla, ¿verdad? —inquirió caminando hacia ella.


El tono áspero de su voz envió escalofríos sensuales por todo su cuerpo, y toda esa tensión se acumuló muy abajo, en su vientre.


Sus manos apretaron el nudo sobre sus pechos mientras se lamía los labios.


—Se me ha olvidado llevarme la ropa —dijo.


Pedro había estado nadando en el agua fresca del océano, intentando empujar su cuerpo lo suficientemente fuerte como para no bajar por el pasillo y encontrarse a esa descarada en la ducha, calentita, suave y rosa del agua caliente. Pero ahí estaba, prácticamente desnuda, y su cuerpo se aceleró con una lujuria tan fuerte que apenas podía contenerse.


—Paula…


Ella acababa de darse la vuelta, pensando que huir era algo necesario. ¡No podía lidiar con eso! Se volvió hacia la escalera, decidida a esconderse otra vez. Pero tan pronto como volvió la espalda, un anillo de acero envolvió su cintura, levantándola del suelo hasta que se colgó en brazos de Pedro.


—Tienes que ser la mujer más guapa que he conocido nunca —dijo un momento antes de sellar su boca con los labios.


Era posible que Paula estuviera asustada hacía un momento, pero con esas palabras, se estremeció y le devolvió el beso. Sus brazos envolvieron el cuello de Pedro. Estaba tan desesperada por él que no estaba segura de qué hacer para mostrarle su deseo, aparte de besarle con todo lo que sentía.


Sintió algo duro en el culo, pero no se dio cuenta de que era la mesa hasta que Pedro la presionó contra ella. Se deleitó en las sensaciones que le provocaba su beso, impresionada de sentirse tan poderosa y vulnerable a la vez.


Paula sintió que el nudo de su toalla se aflojaba y se le ocurrió pararle, pero entonces notó sus manos sobre su pecho y no pudo pensar más. Aparte del roce de aquella mañana, nunca había sentido algo tan intenso. Era como si todo su cuerpo se hubiera encendido de repente en una hoguera y todo crepitara. Eso fue antes de que la boca de Pedro capturara su pezón. Gritó, arqueando la espalda, sin ser consciente de que el movimiento presionaba su pecho aún más a fondo en la boca del hombre. ¡Lo único que sabía es que no podía parar! Sujetó la cabeza de él, manteniendo su boca voraz justo ahí.


Le oyó gruñir, pero no le importaba. «¡Esto sí que es vida!». 


¡Era la sensación más increíble que había experimentado nunca!


—¡No! —gimió él, levantando la cabeza. Suspiró cuando la oyó gimotear, pero sacudió la cabeza—. No, Paula. Me he prometido no hacerlo hasta que me supliques que te haga el amor.


Paula se mordió el labio, pensando en suplicárselo, pero no estaba segura de qué hacer. ¡Todo su cuerpo se sentía vivo, pero él había parado!


Pedro la levantó de la mesa, tapando sus pechos otra vez.


—Ve a vestirte. Tenemos mucho de que hablar, moy seksual'nyy odin.


Paula parpadeó mientras se sostenía sobre sus piernas temblorosas.


—¿Qué significa eso? —susurró, sin saber si quería irse. Si quería que suplicara, bien, ¡estaba dispuesta a hacerlo! Sentía un anhelo en lo más profundo con el que no sabía lidiar.


—Mi chica sexy —le dijo, llevando la mano a la mejilla de Paula—. Ve a vestirte antes de que cambie de opinión —gruñó.


Paula parpadeó.


—Si quieres…


—No, Paula. Tenemos mucho de que hablar.


—Pero…


—¿Estás preparada para llevar esto más lejos si concebimos un niño? —le preguntó con dulzura.


Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría sobre su piel. ¡Le preocupaba! ¡De ninguna manera iba a volver de su no-luna-de-miel como una hermana e hija embarazada! No, iba a ser la hermana que estuviera casada durante un tiempo antes de quedarse embarazada. Si tenía que tomar un segundo anticonceptivo para que así fuera, eso era lo que iba a hacer.


—No —dijo finalmente, aunque su voz le sonaba extraña a sus oídos. Casi como si alguien la estuviera asfixiando. Tal vez así fuera como se sentía en ese momento. La idea de un embarazo no deseado o de que dejara de tocarla de aquella manera: ¿qué clase de elección era esa? ¡No podía creerse
que estuviera en esa tesitura!


—Voy a vestirme —dijo cogiendo la toalla con una mano y los pantalones y la camisa en la otra.


Dándose media vuelta, prácticamente corrió escaleras arriba hasta su camarote, donde se apoyó sobre la puerta y dio grandes y profundas bocanadas de aire para calmarse.


—¡No podemos llegar a eso! —se dijo alejándose de la puerta. Se puso las bragas y el sujetador, con los pezones más sensibles de lo habitual; después se puso los pantalones y la camisa. Cuando se hubo vestido, se sintió mucho mejor. Controlaba más la situación. Y si los dedos le temblaban ligeramente cuando estiró la mano hacia el pomo de la puerta, podía fingir que no estaba ocurriendo.


Anduvo hasta la cubierta, buscando a Pedro con la mirada automáticamente. Había oído que volvía a zambullirse en el agua cuando subía las escaleras, pero no lo vio de inmediato por ningún lado.


Entonces subió a la cubierta superior y allí estaba. De pie junto a la barandilla en la proa del barco, el pelo corto agitándose ligeramente con la brisa creada por los vientos y por el movimiento del barco.


¡Y estaba impresionante! Tenía una bebida en una mano y su mirada se dirigía hacia la puesta de sol. La imagen era de sumo romance y de impulso masculino.


Se mordió el labio, intentando no permitirse llamarlo. Pero subió a la cubierta.


Tan pronto como oyó el ruido de la puerta al abrirse y cerrarse, se dio la vuelta. A pesar de sus gafas de sol, Paula pudo sentir el deseo en su mirada intensa. Se estremeció, pensando que aquel hombre era muy peligroso, pero era difícil recordarlo y muy fácil recordar lo que había sentido al tener sus manos sobre el cuerpo, su boca en el pecho. 


Ningún hombre la había hecho sentir ni una fracción de ese tipo de necesidad.


Pedro se detuvo cuando estaba directamente enfrente de ella y miró a la hermosa mujer.


—No puedo creer que haya otras dos exactamente iguales a ti —farfulló. Se puso la mano de Paula bajo el brazo y la condujo hasta una barra en la esquina de cubierta—. ¿Qué te gustaría beber? — preguntó.


Paula se sentó en uno de los taburetes atornillados a la cubierta y posó la barbilla sobre su palma, intentando aparentar que su confrontación en la otra cubierta hacía media hora no había ocurrido.


—No tengo ni idea. ¿No se supone que después de estas excursiones de submarinismo van ponches de ron? Eso es lo que había leído en el panfleto —bromeó.


Pedro no la sonrió, pero se levantó las gafas de sol sobre la cabeza y Paula pudo ver la diversión en sus ojos. Estaba haciendo algo que no veía detrás de la barra. Unos momentos después, posó un vaso de cristal enfrente de ella.


Al mirar hacia abajo, se sorprendió de lo deliciosa que parecía la bebida.


—Parece una puesta de sol —le dijo, sonriendo al vaso. La parte superior era naranja claro, al profundizar se volvía un naranja más oscuro y al fondo era roja—. ¿Qué tiene? —preguntó dando un sorbito—. ¡Madre mía, está riquísimo!


—Zumo de naranja, zumo de piña, ron y granadina —dijo llevándose su propio vaso a los labios y dando un largo trago—. Tenemos que hablar —le dijo—. Discutiremos tus reticencias durante la cena.


Dicho esto, tomó su mano y la condujo arriba por otro tramo de escaleras. Allí, había otra mesa increíblemente preciosa con flores, vino y velas.


Paula se percató del romance y se echó un poco atrás.


Pedro, no creo que…


—Exacto. De eso es de lo que vamos a hablar —le dijo firmemente sosteniendo la silla para ella.


Paula se sentó a regañadientes y observó cómo se movía hasta el lado opuesto de la mesa. Pedro abrió la boca para hablar, pero el camarero, el mismo que les había servido la comida, salió con dos platos cubiertos. Puso uno enfrente de cada uno de ellos, levantó la cubierta de plata y volvió al interior, sin que se cruzara ninguna palabra entre ellos. 


Pedro ni siquiera asintió al hombre en gesto de agradecimiento.


—Me estás fulminando otra vez. ¿Supongo que también tengo que darle las gracias a mis camareros? —comentó con un brillo bromista en la mirada.


—No te haría daño tratar a tus empleados como a seres humanos de vez en cuando. —Cogió la servilleta de lino y se la puso en el regazo—. Aunque quizás sea mejor que no lo hagas. Me recuerda todas las razones por las que no debería estar aquí contigo. —Cogió su tenedor, pensando en ignorarlo durante el resto de la comida, igual que él ignoraba a sus camareros.


—Tal y como yo lo veo —empezó a decir Pedro mientras cogía su tenedor y pinchaba una suculenta vieira—, tienes tres grandes reticencias sobre empezar una relación sexual conmigo.


—Cuatro —dijo ella antes de meterse en la boca una gamba a la plancha en su justo punto.


—Solo tres —corrigió él—. La cuarta es que alegas acabar de terminar una relación con tu ex prometido.


—Es un problema legítimo —discutió Paula.


Pedro volvió a subir su molesta ceja negra.


—¿Has pensado en ese hombre una vez siquiera desde que abriste los ojos esta mañana? —inquirió.


El tenedor de Paula se quedó inmóvil en el aire. Tenía la mirada turbada al volver a recordar su día.


—Bueno, no, pero…


—No lo amabas —afirmó Pedro llanamente—. De modo que no es un problema entre nosotros. Lo único con lo que te está costando lidiar es con el hecho de que no sentías nada por él. Tal vez sea embarazoso cuando le digas a tu familia que te vas a casar con otro hombre tan pronto, pero la cosa
mejorará cuando sepan que vuelves a ser feliz.


Se quedó boquiabierta con aquella palabra escalofriante. 


Había estado más que preparada para discutir sobre los demás problemas, pero cuando dijo tan a las claras que se iban a casar, se quedó sin habla.


—Estás sorprendida, pero es así como va a ir esta relación. Nos casaremos: acéptalo ahora y las cosas irán mucho más suavemente. —Dio otro trago a su vino, dejando que asimilara sus palabras—. De hecho, eso anula uno de los otros problemas.


—¿Cuál? —consiguió escupir a través de su mente anonadada.


—Tu preocupación de quedarte embarazada una vez que nuestra relación se vuelva sexual. La única solución que le veo a ese problema es casarse rápido. Cuando estés preparada, podemos casarnos en la playa o en el patio del resort. Y si este marco no te conviene, nos casaremos donde más lo desees. París, si te gusta. Puedo conseguirnos una catedral…


—¡Espera un momento! —resopló poniendo su vaso de agua en la mesa con un poco más de ímpetu de lo necesario—. No vamos a casarnos.


—Sí lo haremos. Y muy pronto.


Paula negó con la cabeza, confusa e intentando con todas sus fuerzas pillarle el ritmo a su proceso mental.


—¿Por qué iba a casarme contigo?


Los labios de Pedro se curvaron en lo que Paula sospechaba que era una sonrisa, pero no estaba del todo segura.


—Por las razones normales, supongo. Puedo cuidarte, proveeré para nuestros hijos y…


«¿No debería estar el amor al principio de esa lista?». Sabía que era una locura pensar algo así, y bajó las pestañas para ocultar un sentimiento que no llegaba a comprender, pero Pedro estaba enumerando razones que no eran relevantes. El matrimonio debería ser… Sacudió la cabeza y volvió a mirarlo.


—Puedo cuidarme yo sola —interrumpió—. Y nunca lo olvides. Así que ni se te ocurra pensar que tu dinero supone ninguna diferencia para mí. De hecho, tu dinero es otra de las razones por las que no quiero tener una relación contigo. ¿Recuerdas? Así que es un punto en tu contra. Un punto muy importante, debería añadir.


Pedro negó con la cabeza.


—No, mi riqueza no es un problema. Y si haces que sea un problema, me limitaré a hacer una transferencia de una gran suma de dinero a tu cuenta para que seas heredera y, de ese modo, el dinero no será un problema.


—¡No lo harás! —jadeó—. ¡Yo gano mi propio dinero! ¡Ni se te ocurra pensar que necesito tu asqueroso dinero! Me gano la vida muy bien yo solita.









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