sábado, 16 de julio de 2016

CAPITULO 8: (TERCERA PARTE)




Paula abrió los ojos y miró a su alrededor. No recordaba haber vuelto a su habitación la noche anterior. Lo último que recordaba era que se había quedado dormida. ¡En brazos de Pedro!


Gimió y miró en torno a sí, preguntándose cómo había llegado allí y si Pedro seguía en la habitación. Oteando alrededor, se percató de que la habitación estaba en silencio. 


El sol se filtraba a través de las cortinas vaporosas, pero ni siquiera se oía el agua de la ducha. Recordaba vagamente que la había llevado desde la arena, sosteniéndola firmemente con sus fuertes brazos mientras caminaba por el patio junto a él. ¡Estaba tan cansada con el sol, el alcohol y el estrés de los días previos…!


Paula se incorporó en la cama. No estaba segura de si se sentía decepcionada o aliviada de levantarse sola. Se dijo que debería sentirse aliviada. Pero sabía que sentía una punzada dolorosa de algo que se negaba a definir como decepción. «Ha sido una locura», se dijo firmemente.


Al bajar la vista, se dio cuenta de repente de que su vestido había desaparecido. Por supuesto, llevaba el sujetador y las bragas, pero aún así. Tal vez estuviera sola, pero de todas formas se sonrojó ante la idea de que Pedro la hubiera desvestido. Si no, ¿cómo iba a encontrarse en ese estado de desnudez?


Tiró de las sábanas, aunque sabía que estaba sola. Qué vergüenza. Pero el día anterior estaba exhausta. Después de una noche sin dormir al enterarse de que Greg la había abandonado, después el viaje y con el estrés de las últimas semanas… Además, no había dormido bien la primera noche porque estaba muy nerviosa de encontrarse sola allí. 


Sabía que no debería haber bebido vino la noche anterior.


Ni los cócteles en la playa. Ni en el bar. «Bueno, lo del bar es comprensible», se dijo. Porque Pedro estaba allí y era guapísimo. Una mujer no podía ignorar sin más algo que hubieran creado esas manos.


Era simplemente imposible.


Deslizó las piernas hasta el borde de la cama y corrió descalza hasta el baño. Después de ducharse y vestirse con unos pantalones cortos blancos y una camisa de flores, se sentó en el centro de la cama y encendió su ordenador. 


Buscó a Pedro y presionó «Intro». Se había preparado para ver unos cuantos resultados, pero una milésima de segundo después de buscar la información, se le abrieron los ojos como platos con el número de coincidencias.


—¡Santo Dios! —suspiró, haciendo clic en el primer resultado. Leyó la información, sorprendida ante la lista de propiedades de Pedro. No es que fuera rico, ¡era asquerosamente rico! ¡Estaba en tal escalafón de riqueza absurda que ni siquiera podía imaginárselo! Bueno, se lo imaginaba un poco porque sus dos hermanas estaban casadas a ese nivel. ¡Precisamente por eso no podía seguir sus pasos! ¡Estaba intentando con todas sus fuerzas forjar su propio camino, ser ella misma! Interesarse por Pedro sería lo mismo que habían hecho sus hermanas. ¡Estaba decidida a ser diferente!


Se sentó y observó el techo durante un largo instante, sopesando sus locas ideas. Se sentía terriblemente atraída por Pedro. ¿Era ridículo evitarlo simplemente porque Paola y Patricia se hubieran enamorado de hombres parecidos?


Abrió el cuarto informe y se quedó petrificada al ver a Ivan de pie junto a Pedro. ¿Eran amigos?


¡Razón de más para evitarlo! ¡Uf! ¿Podía ser más complicado eso de la independencia?


Sin embargo, ninguno de los dos hombres parecía demasiado contento con el otro. «Ivan es un hombre amistoso», pensó. «¿Por qué frunce el ceño así?». El artículo solo mencionaba que se había llegado a un acuerdo, pero no daba detalles ni explicaba por qué Ivan y Pedro parecían combatientes.


Cogiendo su teléfono móvil, marcó rápidamente el número de su hermana.


—¿Qué ha pasado? —preguntó Patricia con el primer tono.


Paula e rio.


—No ha pasado nada —le dijo enseguida a su hermana nerviosa, a sabiendas de cuánto se preocupaba Patricia—. De hecho llamaba para pedir información.


—¿Qué necesitas?


—A Ivan —aclaró Paula encogiéndose ante la pausa de sorpresa de su hermana.


Se produjo un largo silencio mientras Patricia sostenía el teléfono.


—¿Qué tipo de información necesitas de él? —preguntó finalmente.


Paula se echó el pelo hacia atrás, intentando pensar una buena razón que darle a su hermana que no fuera mentira. Sus ojos toparon con la fotografía, que seguía en la pantalla de su ordenador, y pensó con rapidez.


—Acabo de leer algo de negocios y sé que él es quien conocerá la información; si es cierta o no.


—Ah —respondió Patricia. Paula oyó el alivio en su voz—. Bueno, vale —dijo llamándole. Patricia oyó que le explicaba el asunto, probablemente al mismo Ivan porque, un momento después, se puso al teléfono.


—Ciao bella —dijo a Paula con su voz grave.


Ella sonrió. Ivan era un encanto. Sabía que en realidad le estaba diciendo a su mujer que era guapa, pero aquella mañana, resultaba agradable oírlo.


—Ciao, Ivan —respondió. Había estado intentando aprender unas cuantas frases en italiano, pero seguía con lo básico—. Tengo una pregunta para ti. ¿Conoces bien a un hombre llamado Pedro Alfonso?


—Dannazione! —gruñó furioso—. ¿Por qué me lo preguntas?


Paula se sintió agitada por la rabia que oyó en su voz.


—Esto… Bueno, solo quería… —No tuvo que terminar porque Ivan la interrumpió con una retahíla en italiano.


—Qualsiasi altro giorno, Paula! —murmuró en italiano—. Cualquier otro día —tradujo, aunque dejó el comentario en el aire, sin explicarlo—. Bastardo!


Paula no necesitaba que le tradujera aquello. Algunas palabras simplemente se entendían de una lengua a otra.


—¿Tan mal, eh? —preguntó con el corazón hundido al darse cuenta de lo enfadado que se había puesto Ivan solo con el nombre, a pesar de que solía ser un hombre con gran dominio de sí mismo.


—¿Por qué lo preguntas? ¿Está allí? Si es así, deberías evitarlo. Es un donjuán como no hay otro.


—¿Incluso más que tú? —bromeó, esperando calmar su genio.


—¡Es el peor!


Paula no quiso oír nada más. Con la información que había reunido hasta ese momento, sabía que tenía que mantenerse alejada de Pedro.


—Entiendo —dijo, sintiendo ganas de deshacerse en lágrimas.


—Mantente alejada de él —le dijo.


—Sí —respondió—. Sí, claro que lo haré. Bueno, tengo que irme a desayunar. Dale un abrazo a las niñas por mí, ¿vale? —preguntó. Colgó enseguida; no quería que supiera qué estaba pasando ni que oyera en su voz que estaba disgustada por lo que acababa de decirle. «Ya soy mayorcita», se dijo. «Puedo sobrellevar un encaprichamiento. Sobre todo uno que no iba a ninguna parte».






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