jueves, 14 de julio de 2016
CAPITULO 1: (TERCERA PARTE)
—¿Que estás dónde? —inquirió Paula. Seguro que había entendido mal a su prometido.
—Estoy en el aeropuerto.
Paula cerró los ojos y sacudió la cabeza.
—Hum… Greg, la cena de ensayo está programada para esta noche. ¿Qué haces en el aeropuerto?
Se hizo una larga pausa y Paula se aferró al teléfono, deseando que su prometido tuviera una explicación válida.
—El caso es que… Pau, eres estupenda y te quiero…
Paula podía oír el pero antes de que dijera la palabra.
—Pero simplemente no estoy listo para casarme.
A Paula se le quedaron los ojos como platos ante ese comentario.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó furiosa—. ¡Te pregunté repetidas veces si estabas preparado para casarte! Era yo la que no quería casarse y me lo pediste. ¡Eres tú el que presionó para hacerlo!
Él suspiró y Paula deseó que estuviera allí para poder ver su mirada fulminante. Echársela a la pared inocente no tenía el mismo impacto.
—Lo sé. Y lo siento de veras. —Hubo un gruñido y Paula oyó ruidos, los ruidos que uno oiría en un aeropuerto, y empezó a caer en la cuenta de lo que en realidad estaba ocurriendo—. El caso es que… Eres increíble y yo…
—¿No? —espetó. Empezó a golpear el suelo con la punta del zapato.
—No. No soy lo bastante bueno para ti. Deberíamos haber vivido juntos antes de casarnos. Deberíamos haber explorado…
—¡No te atrevas a decir eso! —gruñó—. ¡Mis dos hermanas se quedaron embarazadas prácticamente la primera vez que tuvieron sexo! Y yo no iba a ir por ese camino.
Permaneció callado durante un largo momento.
—Lo sé. Y lo entiendo perfectamente. Yo… No sé lo que siento, pero sé que casarme sería un error. —Suspiró y Paula pudo imaginárselo mesándose el pelo castaño con la mano, revolviéndolo, aunque siempre lo llevaba un poco revuelto. Al principio le parecía adorable, pero últimamente se había vuelto tan impaciente con su pelo revuelto, su ropa desastrada y su apartamento sucio que ni siquiera ponía un pie en dentro—. No encajo con tu familia.
Al oír aquello deseó con todas sus fuerzas que estuviera allí para poder darle una patada.
—Greg, ¿por qué no vienes aquí y me lo dices cara a cara? Estás cogiendo la salida del cobarde y lo sabes.
Se oyó otro anuncio por el altavoz y Greg no dijo nada durante un largo instante.
—Mira, ese es mi vuelo. De verdad, tengo que irme. Siento muchísimo hacerlo de esta manera.
Paula miró fijamente el teléfono, aún incrédula de que hubiera roto su compromiso el día antes de la boda. Miró en torno a sí misma, divisó el vestido de novia y se quedó estupefacta ante la enormidad de lo que le estaba ocurriendo. ¡La habían dejado! ¡La habían dejado por teléfono el día de antes de su boda!
«¡Qué humillante!».
Bajó las escaleras dando fuertes pisotones, tan enfadada que apenas podía pensar con claridad.
Cuando llegó a la planta baja, a la cocina de Trois Coeurs Catering, se sintió mejor al ver que sus dos hermanas estaban allí. Eran trillizas, y cada hermana contribuía con su talento a la empresa de catering.
Su hermana Paola manejaba todos los asuntos comerciales y el marketing junto con su creciente equipo de asistentes. Patricia preparaba toda la comida salada, mientras que Paula se encargaba de todo lo dulce. Junto con sus sous chefs y cocineros ayudantes, las tres se lo pasaban en grande trabajando juntas.
Aunque, últimamente, Paola y Patricia se habían apartado un poco del trabajo vespertino, dejando que sus muy capaces asistentes se encargaran de ello cada vez más.
A veces resultaba difícil ser prácticamente idéntica a otras dos personas, pero la diversión de trabajar juntas, de levantar su negocio a lo largo de los años, compensaba de sobra las dificultades.
La cocina estaba en silencio en ese momento, pero todo el mundo estaría atareado al día siguiente. O lo habrían estado. Su boda habría sido…
No podía pensar en ello en ese preciso momento. La historia era más que abrumadora. Casi se estaba asfixiando con el golpe.
¡La había dejado! ¡Greg se había declarado por mensaje y ahora la había dejado por teléfono! «De todas las…»
Sacudió la cabeza. «Esto es… Ese tío es…»
¡Paula quería gruñir, estaba furiosa por lo que había hecho Greg!
Patricia y Paola se volvieron tan pronto como Paula bajó la escalera pisando fuerte. Sintieron al instante que algo andaba mal. Patricia estaba bebiendo un té de hierbas porque ya no podía tomar café; su embarazo empezaba a notarse. Paola mecía suavemente los columpios de sus gemelos.
Paula no dijo palabra. Sabía exactamente lo que quería hacer e ignoró sus expresiones atónitas cuando se acercó a la cámara frigorífica y sacó rodando la bandeja de su magnífico pastel de bodas.
Apretando la mandíbula, cogió un cuchillo y cortó una porción enorme de la capa inferior, arruinando la imagen perfecta del pastel de cinco pisos con glaseado de crema de mantequilla de fresa. Ignoró las bocanadas horrorizadas de sus hermanas cuando se sentó a su lado y le dio un mordisco.
—Dios —suspiró cerrando los ojos—. Estoy bien —les dijo mientras saboreaba el delicioso pastel. Tenía delicadas capas de vainilla con un relleno de fresa que se mezclaban a la perfección—. Toma — dijo ofreciéndole el cuchillo a Paola porque estaba más cerca—. Prueba.
Paola cogió el cuchillo, pero seguía si poder cerrar la boca mientras su estupefacción pendía en el aire como una densa niebla.
—Hum… ¿Ha ocurrido algo de lo que deberíamos enterarnos? —preguntó Patricia con cautela, posando la taza suavemente en la encimera de metal; no quería hacer ruido por temor a que Patricia perdiera la cabeza.
Patricia tragó otro mordisco y asintió.
—Sí. Greg ha cancelado la boda. Está en el aeropuerto, de camino a… —parpadeó—. En realidad, no me ha dicho dónde va. Interesante. Más le vale ir a algún sitio muy lejos de aquí, porque si vuelvo a ver a esa rata asquerosa… —Dejó su amenaza en el aire, negando con la cabeza y dando otro bocado al pastel de no-boda.
Paola y Patricia cruzaron una mirada; después miraron a su hermana. Al ser trillizas, estaban más unidas que otras hermanas. Eran prácticamente iguales y tenían pensamientos parecidos. Pero en aquellas circunstancias, Paola y Patricia no tenían ni idea de qué hacer.
—¿Se ha ido? —aclaró Patricia.
—¡Sí! —confirmó Paula—. Probadla. Está realmente buenísima. —Dicho eso, se puso en pie y cortó otras dos porciones, las puso en platos de papel y cogió dos tenedores—. Es una pena que no tengamos otra boda en la agenda. ¡Habría sido perfecta!
Paola siguió meciendo a sus bebés, pero se inclinó hacia delante, ignorando el pastel que Paula había puesto sobre la mesilla enfrente de ella.
—Vale, deja que me aclare. Greg acaba de llamar, desde el aeropuerto. No está listo para el matrimonio, la boda se ha cancelado y piensas comerte el pastel entero.
Paula asintió con la cabeza enfáticamente. Después se detuvo, mirando el pastel.
—Bueno, entero probablemente no —dijo ladeando la cabeza mientras miraba fijamente los cinco pisos del pastel—. Pero voy a comerme un buen trozo. —Después se metió otro pedazo en la boca.
Aquello era sorprendente por dos motivos. Primero, tanto Patricia como Paola nunca habían creído que Paula y Greg fueran el uno para el otro. Paula era una persona llena de energía y alegre. Amaba la vida y eso se veía en todas sus creaciones dulces. Greg era todo lo contrario. Era sombrío y de carácter cambiante. Al principio había presionado a Paula para tener relaciones sexuales y, cuando se negó, le pidió matrimonio. ¡Por mensaje de texto! Lo hacía todo tentativamente, con cuidado, como si tuviera miedo del mundo y de cualquier cosa que pudiera salirle al paso a la vuelta de la esquina.
Paula no temía a nada. En ocasiones, aquella faceta de su personalidad la había metido en algún lío, pero también la había hecho salir adelante en muchas situaciones difíciles.
De las tres, Paula era la temeraria, Patricia la mamá gallina, y Paola la empresaria. Las tres trabajaban perfectamente juntas. Patricia preparaba los platos salados de cualquier comida; Paula se encargaba de cualquier cosa dulce, y Paola gestionaba los detalles y hacía que los clientes influyentes de Washington D. C. se fijaran en ellas (y que las contrataran). Con las deliciosas comidas de Patricia, los postres decadentes de Paula y la mentalidad empresarial de Paola, su negocio casi se había triplicado durante el último año.
La segunda razón para su sorpresa era que Paula rara vez se daba el gusto de comer sus propios dulces. Los probaba, claro. Toda chef debe saber qué sirve. Pero, con el objetivo de compensar por los dulces, comía verdura cruda casi todo el tiempo para mantener la figura. Y bebía leche como fuente de proteínas. Sí, le encantaba la leche. Resultaba un poco extraño ver a una mujer adulta bebiendo leche, pero Paula era la que estaba más en forma de las tres, así que no la criticaban. Estaba bien. Cuando las tres salían a correr, era difícil seguirle el ritmo. Y, donde Paola y Patricia podían correr ocho o nueve kilómetros, Paula podía seguir hasta llegar a diez o más. Decía que había «entrado en calor» y seguía corriendo.
—Hum… Paula, ¿puedes hablar con nosotras? —preguntó Patricia intentando alejar el plato de pastel de su hermana. Pero se detuvo cuando Paual intentó pincharle la mano con el tenedor—. ¡Vale! —rio mientras volvía a poner su mano a salvo—. Cómetelo. Pero háblanos.
—No. Estoy comiendo y es de mala educación hablar con la boca llena.
Patricia y Paola se miraron de hito en hito, preocupadas.
—Cariño, es normal que estés triste —intentó convencerla Paola mientras seguía meciendo a sus gemelos.
Paula hizo un gesto de negación.
—No estoy triste. Estoy enfadada. —Se metió otra pinchada en la boca. Después se volvió hacia el pastel y arrancó una rosa de glaseado del lateral—. Y tengo hambre. ¿Sabéis cuánto tiempo llevaba pasando hambre para meterme en ese vestido de novia? —preguntó.
Patricia y Paola no podían verse reflejadas. El «vestido de novia» de Paola había sido un traje blanco, ya que se había casado en secreto con su marido Manuel Liakos. Para cuando volvieron a casarse delante de toda la familia, en el patio trasero, estaba embarazada de cuatro meses, así que no había duda sobre meterse en un vestido ajustado. La boda de Patricia se había celebrado unas semanas después de que finalmente aceptara casarse con el que ahora era su marido, Ivan. De modo que no había tenido tiempo de preocuparse por nada, mucho menos de entrar en un vestido. Además, también estaba embarazada, aunque aún no se le notaba.
Las dos hermanas de Paula eran asquerosamente felices con sus maridos. Casi daba náuseas de verlas con sus hombres, sobre todo porque Patricia no entendía por qué siempre querían ver a sus maridos. Creía que amaba a Greg, pero nunca había sentido la necesidad apremiante de verlo.
Se metió otro trocito en la boca, pensando que tal vez no estaba tan enfadada, sino celosa de sus hermanas. «¡Qué idea más horrible!».
—Pau, nos estás asustando —dijo Patricia. Pero esta se levantó y cortó otras dos porciones de pastel.
Le entregó una a Paola.
Paula suspiró y dejó caer su tenedor.
—Lo siento. No estoy muy segura de qué siento ahora mismo. —Miró su plato; después, el pastel.
Había pasado tantas horas diseñando, horneando y decorando aquel pastel que era una verdadera obra
maestra. Únicamente tenían unos cien invitados, así que un pastel de cinco pisos era a todas luces una exageración.
¡Ese cachorrito podía dar de comer a trescientas personas!
Pero se había divertido tanto preparándolo…
Tal vez hablara más de su humor el hecho de que estuviera más disgustada por el pastel que por el abandono de Greg. Oh, también estaba cabreada por eso. ¡Pero aquel pastel! ¡Era precioso!
—Tendría que haberlo previsto —suspiró.
Paola comía tarta con una mano y seguía meciendo con la otra.
—¿Cómo ibas a saber que ocurriría algo así? —preguntó con dulzura.
Paula utilizó el dedo para enganchar otra rosa de glaseado.
—Bueno, después de todo, me lo pidió por mensaje. Eso debería haberme dicho todo lo que necesitaba saber.
Patricia y Paola agacharon la cabeza rápidamente, intentando reprimir resoplidos de risa, pero fracasaron miserablemente.
Paula no pudo evitarlo y también empezó a reír. Pero no podía dejar que sus hermanas se libraran de una indignidad como divertirse por la manera en que su prometido… bueno, ex prometido, se había declarado. Cogiendo otra rosa de glaseado, la lanzó por encima de la encimera, dando a Patricia justo en el entrecejo. Y antes de que Paola tuviera oportunidad de reaccionar, se hizo con otra rosa y se la lanzó.
Acertó en el centro de su mejilla.
La reacción después de aquello fue ruidosa y un poco desenfrenada cuando las tres hermanas, prácticamente idénticas, se sumieron en una risa incontrolable.
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