martes, 5 de julio de 2016

CAPITULO 22 (PRIMERA PARTE)




El viaje en coche al centro de la ciudad fue fácil y terminó demasiado rápido. Antes de sentirse preparada, Steve a estaba entrando al aparcamiento subterráneo en el edificio de Pedro.


Al salir, subió en ascensor hasta la planta superior, con el corazón latiéndole desbocado y el estómago revuelto. 


Probablemente debería haber hecho aquello durante la tarde, cuando no sentía náuseas.


Tan pronto como salió del ascensor, se vio rodeada por el tenso silencio de la planta ejecutiva. Todo el mundo se movía afanosamente, apresurándose a su siguiente reunión o intentando terminar una tarea. Era como si hubiera un extraño sentido de urgencia en aquella planta que se traducía en una tensión prácticamente tangible.— Buenos días, Sra. Alfonso —dijo Ellen, un modelo de eficiencia, como siempre.


Paula no esperaba que la asistente de Pedro estuviera esperando junto al ascensor.— Buenos días, Ellen —respondió, sintiéndose una persona horrible—. ¿Interrumpo la programación de la mañana? —preguntó. Paula había hablado con aquella mujer por teléfono en numerosas ocasiones, intentando localizar a Pedropero nunca se habían visto en persona.


Ellen desechó la preocupación de Paula con un gesto de la mano.


—En absoluto. El Sr. Alfonso me ha dado instrucciones de sacarlo de una reunión en cuanto llegara. Por aquí —dijo, y abrió camino por el largo pasillo hacia el despacho en la esquina que miraba hacia el perfil urbano de Washington D.C. Desde aquella altura, podía verlo todo hasta la catedral Nacional.


De pie en el despacho de Pedro, observando la imagen sin ver nada realmente, se preguntaba cuál sería la reacción de Pedro. Estaba casi segura de que se enfadaría. ¿Por qué no iba a hacerlo? Había dicho específicamente que aquello
era un matrimonio temporal. Y ella no tenía ni idea de los problemas que su boda había resuelto, pero estaba convencida de que añadir un embarazo inesperado a la
mezcla provocaría aún más problemas.


—¡Paula! —exclamó Pedro tan pronto como entró en su despacho, cerrando la puerta tras de sí—. ¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado? —exigió, acercándose hasta ella a zancadas y tomando las manos de Paula entre las suyas.


La barbilla de Paula temblaba cuando subió la vista hacia él.


—Lo siento mucho, Pedro —masculló.


Pedro no tenía ni la menor idea de qué ocurría, pero aquella nunca era una buena manera de empezar una conversación.


—Dime qué pasa.


—Lo he estropeado todo.


Pedro asumió de inmediato que había estado con otro hombre.


—Has estado con alguien más —espetó con los labios apretados mientras intentaba lidiar con su traición.


Los ojos de Paula se abrieron como platos.


—¿Qué? —jadeó—. ¡No! ¡En absoluto! ¡Yo nunca te haría eso!


Pedro observó sus ojos verdes suplicantes y se relajó. Le estaba diciendo la verdad y la oleada de alivio que lo atravesó con su confirmación casi lo hizo sentirse mareado.


—Vale, así que si no es otro hombre, ¿qué ocurre? ¿Qué podría ser tan malo?


Paula suspiró y se alejó de él, sin estar segura de cómo iba a reaccionar.


—Estoy embarazada —susurró, mirándolo como si fuera a explotar de ira con la noticia.


Pedro oyó las palabras. Sus ojos se movieron hacia el vientre de Paula como si pudiera ver su útero.


—¿Embarazada? —preguntó, probando la palabra. Sonaba extraña en sus labios—. ¿Estás segura?


Paula asintió despacio; seguía sin estar segura de lo que pensaba Pedro. Tal vez hubiera pasado horas en brazos de aquel hombre, pero seguía siendo un misterio para ella.


—¿Estás furioso conmigo?


Pedro se levantó y la atrajo entre sus brazos.


—¿Por qué iba a estar furioso contigo? —preguntó con dulzura mientras besaba su frente—. Creo que he sido un participante bastante activo en lo que te ha metido en este lío.


A Paula no le gustaba oír hablar de aquel embarazo descrito de esa manera, pero se sintió más calmada porque la estrechaba entre sus brazos.


—Debería haber utilizado anticonceptivos —dijo, pero sus palabras se oían amortiguadas contra su camisa.


Pedro cerró los ojos, culpándose mentalmente.


—No era solamente responsabilidad tuya —respondió—. De hecho, no recuerdo ni una sola vez en la que no haya utilizado protección excepto cuando estoy a tu alrededor.


Paula rio, sintiéndose exactamente de la misma manera.


—Supongo que la hemos cagado, ¿eh?


—En absoluto —le dijo él. Se separó un poco y bajó la vista hacia ella—. Es una suerte que ya estemos casados.


Paula volvió a reír, sacudiendo la cabeza.


—Aunque no del todo.


Pedro tomó su mano y tiró de ella hacia el salón. Se sentó en uno de los sofás y tiró de ella hacia su regazo.


—Supongo que tendremos que convertirlo en un matrimonio real —sugirió con media sonrisa en sus labios, generalmente severos—. Voy a hacerte una fiesta y se lo anunciaré a todos mis socios y conocidos.


A ella no le parecía que aquella fuera la mejor manera de abordar el asunto.


Pedro, ¿y si…?


—No es posible mantenerlo en secreto, Paula —le dijo, interrumpiendo cualquier argumento que estuviera intentando presentar—. Y puedes mudarte conmigo este fin de semana. De hecho, haré que alguien traslade tus cosas a mi casa esta misma tarde.


Ella se libró de su abrazo y se deslizó sobre el asiento junto a él.


—No puedo hacer eso.


—¿Por qué no? —preguntó, de repente enfadado porque quisiera seguir manteniendo su matrimonio en secreto. ¡Estaba embarazada! ¡De su hijo! No quería que hubiera la menor duda de que estaban casados y bien casados. Y se sentiría orgulloso de llevarla del brazo en las reuniones sociales. Estaba harto de las mujeres que se le echaban encima. Con Paula de su brazo, permanecerían alejadas, la respetarían. Además, era la única mujer que deseaba. Las otras mujeres con las que se había encontrado últimamente palidecían en comparación con la belleza de ojos verdes de Paula y su cuerpo suave y exuberante, del que parecía no tener bastante. Al principio pensaba que podrían pasar unas cuantas noches juntos y se la sacaría del sistema. Pero cuanto más le hacía el amor, más la deseaba. El sexo parecía mejorar más y más. Seguía volviéndolo loco con sus caricias inocentes que empezaban a cambiar lentamente, volviéndose más seguras. Y eso hacía que su
deseo se volviera aún más insaciable. Quería más de ella, estar con ella y enseñarle cosas distintas.


Paula volvió a alejarse de él y Pedro tuvo que apretar la mandíbula cuando lo hizo. De hecho, se sentiría perfectamente feliz si no hubiera espacio entre ellos.


O ropa.


—No podemos anunciarle al mundo sin más que llevamos varias semanas casados


—No veo por qué no —dijo, intentando no sonar demasiado argumentativo, pero se enfadaba más porque ella estaba intentando negar su matrimonio.


Paula rio suavemente, enormemente aliviada de que no estuviera enfadado, pero aún confundida por la manera que se sentía sobre todo.


—Porque heriría los sentimientos de mi familia si se enteraran de que he estado ocultando algo así. Mis hermanas podrían entenderlo, pero luego tendría que explicarles por qué lo hice. —Se miró los dedos, todavía avergonzada de no haber sido capaz de encontrar una forma de evitar las amenazas de aquel hombre horrible —. Mis padres se sentirían heridos. Llevan mucho tiempo planeando nuestras bodas. —Suspiró, alisándose el pelo con la mano—. Por otro lado, ya tienen una hija que tuvo hijas fuera del matrimonio. Estoy segura de que les encantaría saber que al
menos una de sus hijas ha sido medianamente tradicional. 
—Se desplomó en la silla frente a él—. ¡Oh, no sé que hacer!


La explicación de Paula aplacó su orgullo y templó su necesidad de gritarle al mundo que aquella era su mujer. Casi se rio ante la frustración de Paula, Sabía que estaba mal, pero estaba monísima con el pelo revuelto.


—¿Qué tal si confías en mí para esto, Paula? —sugirió.


Ella alzó la vista hacia él. No estaba segura de qué le pasaba por la cabeza.


—¿Confiar en ti para hacer qué? —preguntó.


Él volvió a sentarla en su regazo.


—Hablaré con tus padres. Les explicaré la situación y haré las cosas bien.


Paula no estaba del todo segura de qué significaba «bien», pero apoyó la cabeza en su pecho, disfrutando del momento.


—Me siento aliviada de que no estés enfadado —dijo.


El rumor en su pecho la hizo sentirse abrigada y acogida.


—No. No estoy enfadado. De hecho, estoy encantado. —Apoyó una mano en su vientre, exactamente como había hecho ella cuando aceptó la noticia—. ¿Has ido ya al médico? —preguntó, besándole el cuello.


Paula movió la cabeza, sin saber cómo iba a contribuir su estómago, pero los otros órganos de su cuerpo estaban completamente de acuerdo con la manera en que la estaba besando—. No.


—¿Pero estás segura de que estás embarazada? —preguntó deslizando su mano más arriba. Ahuecó su pecho con la mano y se sorprendió bastante al percatarse de que sus pechos estaban más turgentes. Pesaban más.


—Me he hecho un test de embarazo. Son tan precisos como un análisis de sangre hoy en día.


—Pero vas a ver a un médico, ¿verdad? —advirtió, moviendo la mano hacia abajo para cubrir su vientre.


La mano de Paula se movió para cubrir la de Pedro también, mientras lo miraba a los ojos.


—Llamaré a mi médico mañana a primera hora.


—Quiero estar allí. Cuando tengas cita, dime la hora y la dirección.


A ella aquello le pareció realmente dulce. Aquel hombre estaba terriblemente ocupado y tenía una agenda apretadísima, pero parecía ansioso de estar ahí para esa cita. Sería estupendo y ella siempre se sentía más fuerte cuando él estaba cerca.


—Eso sería estupendo.




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