sábado, 2 de julio de 2016

CAPITULO 13 (PRIMERA PARTE)




Paula se mordió el labio, intentando con todas sus fuerzas no reírse.


Aquello no era gracioso y no estaba de humor para bromas. 


Se sentía dolida y molesta por su falta de contacto. Pero algo en la manera en que le daba órdenes se le antojaba como si… ¿era posible que estuviera protegiéndola? Seguro que era una idea estúpida. Aquel hombre era demasiado fuerte y poderoso como para que le importara un rábano si seguía en su sede cuando las bulldozer salieran a la carga el mes siguiente. ¿Por qué iba a importarle? Él estaba casado con ella. Sus problemas ya estaban resueltos.


—¿Me has oído, Paula? —espetó—. ¡Una hora! —Y colgó el teléfono.


Paula apretó el botón de colgar en su móvil y se recostó en la silla. ¿Acaso estaba inventándose cosas bonitas sobre él en su cabeza para justificar su secreto?


¿O Pedro era un idiota ególatra que no se merecía que le dieran ni la hora?


Sinceramente, no tenía ni idea. Pero, de momento, no podía negar que estaba nerviosa por volver a verlo. Aquel nerviosismo se había moderado con su silencio de las últimas dos semanas, pero seguro que tenía una excusa. Y Paula no podía negar que había oído algo en su voz cuando le daba órdenes. Tal vez estuviera loca y seguro que estaba leyendo en aquella conversación más de lo que había, pero…


Paula suspiró y apoyó la cabeza en las manos, masajeándose las sienes mientras se le levantaba lentamente un dolor de cabeza. Se había sentido tan feliz después de aquella noche con él. Todo parecía de color de rosa. Pero al cabo de los días sin recibir noticias suyas, no pudo evitar que la tristeza y el sentimiento de rechazo se colaran en su mundo.


Paola y Patricia también se habían dado cuenta. ¿Qué iban a pensar si salía ahora? Estaba actuando como una lunática. 


Aparece en su vida y está feliz. Le hace el amor y camina por las nubes como una niña tonta de colegio. No le habla durante semanas y anda con la cara mustia, le habla mal al personal y actúa como una colegiala rechazada. Después la llama dándole órdenes y… sí. Estaba feliz otra vez.


Era ridículo y completamente estúpido, pero en realidad estaba ansiosa por verlo.


¡Pero hacía dos días que había vuelto a la ciudad!


Sí, eso dolía.


Se dijo que iba a acabar sufriendo al ponerse en pie y dirigirse al cuarto de baño para retocarse el pintalabios a la expectativa de su llegada. Sí, probablemente iba a acabar sufriendo, pero no podía soportar la idea de que aquel hombre estuviera disgustado. Sobre todo si tenía razón sobre aquello que había detectado en su voz. Empezaba a sospechar que el hombre no era tan duro como quería hacerla creer.


Suspiró y guardó el pintalabios en el bolso. «Yo tampoco soy tan dura», pensó cuando una oleada de miedo le recorrió el espinazo. Quizás se estaría entrampando en un mundo de dolor si se equivocaba.


Pero, si tenía razón, Pedro la necesitaba. Y tal y como había ocurrido en el día de su boda, todavía sospechaba que ella también lo necesitaba a él.


«Mantén las distancias», le dijo a su reflejo en el espejo. 


«Mantén las distancias, mantén la cabeza fría y, lo más importante de todo, ¡mantén la ropa puesta!».


Si conseguía hacer esas tres cosas, tal vez conseguiría salir de aquella tarde con un poco de dignidad. Y puede que tal vez, sólo tal vez, llegara a conocer a ese hombre que era su secreto.



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