martes, 19 de julio de 2016

CAPITULO 16: (TERCERA PARTE)






Paula miró fijamente al hombre que estaba al otro lado de la mesa. «Ni siquiera se parece al monstruo malvado que Ivan había descrito», pensó. «Excepto por la forma en que no agradece nada a sus empleados, parece un… bueno, no puedo decir de verdad que sea amable. Pero es bueno. En el interior, en lo que cuenta, es un buen hombre. No puedo dar ejemplos realmente, pero me gusta. Eso tiene que contar para algo, ¿verdad? No soy tan mala juzgando el carácter de las personas, ¿no?».


Paula ignoró su compromiso recientemente roto con Greg. 


Él ya no contaba para nada. Si hubiera tenido el valor de dar la cara, podría haberlo contado, y en su caso estaba ignorando por completo su falta de juicio. Por aquel entonces estaba lidiando con otras cosas, así que, racional o irracional, se había disculpado por esa debacle en su vida. 


Ahora había que pasar página.


Sopesó su idea, pensando que solo tenía cuatro días más con aquel hombre. Podría tener una aventura con él, ¿verdad? La gente tenía rollitos de vacaciones todo el tiempo. ¿Por qué tenía que ser ella la buena chica que guardara las distancias? ¿Por qué tenía que ser cuidadosa y cauta? Quería ser diferente, cosa que podía interpretarse como alegre y despreocupada. Eso seguro que la distinguiría de su muy meticulosa hermana, Paola, y de su maternal y muy dulce hermana Patricia.


«Vale, está el tema del embarazo, pero puede que eso solo fuera una casualidad». Si ella y Pedro eran extremadamente cuidadosos y utilizaban protección todas las veces, seguro que no había manera de que se quedara embarazada.


Además, tener un rollo en vacaciones la situaría en un nuevo mundo, ¿no? Patricia había tenido su primer rollo en Italia, pero esto ni siquiera era lo mismo. Patricia estaba estudiando. ¡Había pasado meses allí! Esto no era más que un rollo de vacaciones. ¡Totalmente diferente!


Aparte de eso, si Ivan y Patricia nunca se enteraban de su aventura, si esta terminaba en el momento en que se montara en el avión para irse a casa, nadie sería más listo que ella, ¿verdad?


«Pero, ¿y si Pedro fuera realmente un mal tipo? ¿Y si…?».


Lo miró fijamente mientras hablaba aceleradamente por el teléfono móvil. En lo más profundo de su corazón, sabía que no era malo. Era bueno y amable. Se había contenido de besarla, de hacerle el amor incluso cuando ella estaba segura de que no deseaba nada más que caer en la cama con él. Pero se estaba conteniendo hasta que se sintiera cómoda con él. Se estaba asegurando de que estuviera cómoda con lo que ocurriera entre ellos. Eso contaba muchísimo.


«Solo serán cuatro días», pensó. Cuatro días en los brazos y en la cama del hombre más increíble que había conocido nunca. Y ahora podía reconocer eso. Pedro tenía razón: nunca había estado enamorada de Greg, cosa que ya había admitido. Simplemente se estaba aferrando a esa excusa por orgullo. Orgullo porque había accedido a casarse con un hombre por las razones equivocadas.


Pedro también quería casarse con ella, pero sus razones también estaban mal. El matrimonio solo debería darse por amor, no para justificar una aventura o porque hubiera una química significativa entre dos personas.


Así que no, no era posible que se casara con ese hombre. 


Pero…


Pedro colgó el teléfono y la miró desde el otro lado de la mesa.


—¿En qué piensas? —preguntó apoyando los codos sobre la mesa.


Paula le devolvió la mirada, sintiendo que todo su cuerpo cosquilleaba ahora que había tomado una decisión. Sí, iba a caer en la tentación y a hacer el amor con ese hombre. No se lo contaría a ninguna de sus hermanas. Sería su secreto durante el resto de su vida. Tendría un rollo maravilloso y lo guardaría cerca de su corazón. Sería su única y alocada aventura amorosa. Le dolería cuando tuviera que irse, pero…


Ay, madre, desde luego esperaba poder quitarse ese anhelo constante que sentía en lo más profundo de su ser. El anhelo por aquel hombre, el único hombre por el que se había sentido así.


—En nada, de verdad —mintió con una sonrisa formándose en sus labios.


—Parece algo —comentó Pedro en respuesta, pensando que su sonrisa era una promesa de algo que estaba por venir, algo especial. Se le tensó el cuerpo con aquella promesa.


Paula se encogió de hombros.


—¿Cuál es la animación para esta noche? ¿Lo sabes?


Pedro no respondió de inmediato, sino que la miró fijamente como si estuviera intentando leerle la mente. Paula le sostuvo la mirada, sin darse cuenta de la sonrisa que lentamente se ensanchaba sobre sus labios deliciosos.


—Creo que es algo. Algo muy significativo.


—¿Qué hay de postre? —preguntó intentando cambiar de tema de nuevo.


Pedro la observó durante otro largo minuto antes de que sus labios se curvaran ligeramente. Le estaba ocultando algo, pero sospechaba que era algo que le gustaba. Su cuerpo reaccionó instintivamente a su mirada. Chasqueó los dedos y un camarero apareció casi al instante al lado de su codo. Le dio instrucciones al hombre y prácticamente se echó a reír ante la expresión de inquietud de Paula cuando no consiguió oír lo que le había pedido.


—Ven —le dijo extendiendo la mano hacia ella.


Paula acababa de tomar la decisión de sucumbir a su deseo por Pedro. ¡Pero eso no quería decir que estuviera preparada para hacerlo en ese momento! Por la manera en que la miraba, Pedro sabía que había tomado su decisión.


 ¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo podía estar tan al corriente de lo que había en su mente? «Santo cielo, esto es muy desconcertante».


Cuando Paula dudó, Pedro subió la ceja. Ella prácticamente lo fulminó con la mirada, pero su cuerpo seguía cantando con el alivio que esperaba a manos de Pedro. Así que en lugar de enfadarse porque fuera tan sensible a su lenguaje corporal, le dio la mano, esperando que no se diera cuenta de lo nerviosa que estaba.


Pedro puso su mano en la curva del brazo y a Paula le encantó sentirlo tan cerca. Cubrió su mano con la otra, como si le preocupara que pudiera salir corriendo. Ella casi se rio ante la idea, pero estaba demasiado nerviosa por lo que iba a pasar como para reírse.


Pedro la acompañó por el camino de piedra, aunque no a su edificio. Era otro camino y no reconocía la zona, pero el resort era realmente grande, así que podrían estar yendo a la playa por una ruta distinta.


—¿Dónde vamos? —preguntó.


Pedro la miró.


—No has tomado el postre —comentó.


Aquello no le decía nada, pero no le importaba. Le gustaba el aire de la noche y las estrellas hacían que pareciera que podría ver para siempre.


—¿Alguna vez has contemplado las estrellas? —le preguntó mientras caminaban por lo que parecía ser un camino privado. Ya había adivinado que iban hacia su habitación. O su suite o el tipo de habitación donde durmiera el dueño del enorme resort mientras inspeccionaba o pasaba allí sus vacaciones.


—El año pasado patrociné una beca para explorar las estrellas con un nuevo tipo de telescopio — contestó.


Paula sonrió, sacudiendo la cabeza.


—Supongo que es una manera de pensar en ellas.


Pedro sabía lo que estaba diciendo.


—¿Te referías en un sentido más romántico, pravo?


Paula parpadeó en la oscuridad.


—Pravo quiere decir «correcto». ¿Estoy en lo cierto?


Pedro le guiñó un ojo.


—Correcto.


—Cada vez usas más tu lengua materna conmigo. ¿A qué se debe? —preguntó.


—Porque te gusta.


Su sonrisa se agrandó y apoyó la cabeza contra su hombro.


—Es muy dulce por tu parte. ¿Hablas otros idiomas?


—Oui —dijo en francés—. Quelle est votre langue préférée ?  —La observó, pero Paula se limitó a mirarlo impasiblemente, así que se lo tradujo—. ¿Cuál es tu idioma preferido?


—¡Ay! —suspiró—. Suena tan bonito.


Pedro rio entre dientes.


—Eres una romántica empedernida, ¿no?


Paula se encogió de hombros. No estaba segura de si eso era un cumplido, viniendo de un hombre como Pedro.


—Sí, me gustan las cosas románticas.


Él rio de nuevo, cubriendo con la otra mano la que descansaba sobre su brazo.


—En respuesta a tu pregunta, hablo varios idiomas incluidos inglés, ruso, francés y español. Y un poco de alemán, pero todavía lo hablo con dificultad.


—¿Cómo los aprendiste todos?


Pedro se encogió de hombros.


—Los fui aprendiendo sobre la marcha. —Doblaron la esquina por un muro de madera y Paula se quedó sin aliento con la vista que se extendía ante ella. Había flores por todas partes, pero justo en el centro de un patio muy íntimo y muy bonito, había una pequeña mesa con un cuenco de fresas y nata montada, además de una botella de champán enfriándose al lado.


—Es realmente bonito, Pedro —susurró. Su temblor aumentó cuando la ayudó a sentarse—. ¿Por qué has hecho esto?


—Estoy intentando hacer que te sientas más cómoda con la decisión que has tomado durante la cena —le dijo—. ¿Por qué estás mas nerviosa que hace un momento?


Paula cogió una fresa, pero no pudo comérsela. En lugar de eso, giró la fruta por el tallo, intentando averiguar cómo responder a su pregunta.


—Estás temblando —comentó mientras servía el champán en dos copas de cristal—. Sabes que no voy a hacerte daño, pravo?


Paula asintió y aceptó la copa. Todavía no estaba segura de por qué estaba tan nerviosa. No era tanto miedo como simplemente nervios.


—No puedo explicarlo.


Pedro cogió una fresa y la mojó en la nata montada.


—Abre —ordenó. Cuando lo hizo, dio un mordisco a la deliciosa fruta cubierta de rica nata y cerró los ojos, sorprendida por el sabor buenísimo.


—Oh, qué rico —suspiró.


Cogió la fresa que tenía en la mano y la mojó también, pero antes de que pudiera dar un bocado, Pedro la tomó de la muñeca y la atrapó, llevándose la fruta a la boca. Sus dientes cogieron la fruta, pero fue más allá, mordisqueando sus dedos, que sostenían el tallo, antes de soltar su muñeca por fin.


La boca de Paula se abrió cuando la sensualidad de su caricia la golpeó de lleno. No podía creerse cómo el deseo que había reprimido sin piedad durante los últimos días creciera hasta nuevos niveles de intensidad ahora. Y apenas la había tocado.


—Bebe —la alentó.


Paula se llevó la copa a los labios, pero le costaba tragar. 


Solo quería que empezara el espectáculo. La espera la estaba matando, pero ¿cómo decirle a un hombre que se diera prisa?


—Esto… ¿podríamos…? —empezó a decir, pero no estaba segura de cómo decir lo que quería.


—Lo haremos —le dijo llevándose su mano a la boca para volver a mordisquearle las yemas de los dedos—. Dime qué quieres.


No estaba segura de cómo decirlo. Lo deseaba a él. Todo. 


Quería sentarse en su regazo y besarlo; quería que la tocara de esa manera tan endiablada en que lo había hecho en el barco, pero quería que la cogiera en brazos y la llevara adentro, a su cama, a hacerle el amor para que no perdiera el coraje.


—Quiero que me beses —le dijo finalmente.


Pedro tiró de su mano, atrayéndola más cerca de sí. Cuando se puso de pie, la sentó sobre su regazo. Paula se quedó tan atónita, pero feliz y excitada, que dejó que lo hiciera de buen grado. Se abrazó a su cuello mientras éste inclinaba la cabeza, rozando sus labios dulcemente. Pero cuanto más respondía, más profundizaba en el beso.


—¿Qué más? —preguntó moviendo los labios contra su cuello, mordisqueándole la oreja y haciendo que un montón de sensaciones locas se arremolinaran en su interior.


—Hazme el amor —suspiró, cerrando los ojos mientras intentaba trabajar con esos sentimientos.


Un segundo después, la levantaba en brazos para llevarla adentro. Paula sujetó la copa de champán con cuidado; no quería dejarla caer, pero cuando bajó sus piernas, Pedro le cogió la copa y la puso al lado de la cama.


—No te arrepientes, ¿verdad? —preguntó mientras movía las manos por su espalda. Paula sintió deslizarse la cremallera de su vestido. La tela se aflojó y se quedó sorprendida. Tan sorprendida por la sensación que cogió el material antes de que se cayera de su cuerpo.


Los ojos de Pedro se encontraron con los suyos y sus manos la persuadieron suavemente para que relajara los dedos, alejándolos del vestido. Oyó un ruido suave y supo que era su vestido al caer al suelo, pero no pudo hacer nada porque Pedro la estaba mirando. No llevaba sujetador aquella noche, así que ahora solo llevaba unas bragas de encaje y los tacones.


—Eres preciosa —gruñó Pedro. Pero no extendió el brazo para tocarla. Solo observó su figura, pasando de sus pechos a sus piernas hasta los dedos de los pies.


Pedro, no puedo…


Él la interrumpió de nuevo.


—Sí puedes —dijo. Pero se apiadó de ella, la atrajo entre sus brazos y la besó. Pedro sintió que movía las manos hacia sus hombros, pero las quería sobre su piel. Se quitó la camisa rápido y la lanzó junto al vestido. Después la volvió a estrechar entre sus brazos, poniendo las manos de Paula sobre su pecho.


—Tócame —le dijo.


Paula vio su propia necesidad reflejada en sus ojos y reaccionó a ella. Sus dedos se movían por la piel de Pedro y encontraron todas las crestas que había querido explorar durante los dos últimos días.


Cuando lo besó en el centro del pecho, Pedro gruñó y se apartó. La levantó y la puso en el centro de la cama, sosteniéndose sobre ella con una mano a cada lado de Paula.


—Eres increíblemente hermosa —repitió.


Dicho eso, se inclinó sobre ella, pasando la boca desde su cuello a sus hombros, y después más abajo. Cuando sus labios capturaron el primer pezón, se quedó tan impactada que se arqueó hacia atrás.


Necesitaba mucho más de él.


—No pares —susurró peinando su pelo negro con los dedos. 


Él ya había hecho eso antes, pero Paula no se había dado cuenta de todo como ahora. Era más intenso, más alucinante. Pedro pasó al otro pezón y le dedicó la misma atención, mientras sus manos pasaban al pecho que acababa de liberar, masajeando la carne y haciendo que Paula temblara todavía más.


Su boca siguió bajando, explorando su vientre, y Paula se apoyó contra la cama. Deseaba mucho más.


—Paciencia, moya lyubov’ —susurró, aunque la mirada en sus ojos le decía que su paciencia también pendía de un hilo.


—No tengo paciencia —le dijo Paula. Estiró el brazo, pero Pedro le cogió las manos, sacudiendo la cabeza.


—Ah no, bonita mía. Me has hecho esperar durante lo que parecían años. Ahora voy a pasármelo bien —le dijo volviendo a su vientre y a sus caderas. Cuando empezó a entrar en pánico, Pedro negó con la cabeza otra vez—. Paula, confía en mí —le dijo. Las yemas de sus dedos se movían por el cuerpo de ella, evitando la zona que ella temía abrir para él y yendo más abajo, haciéndole cosquillitas por la piel de las piernas, detrás de las rodillas—. Deja que lo haga a mi manera, Paula —le dijo mordisqueándole los muslos.


Ella lo miró desde arriba, atónita por lo sexual que parecía tener a un hombre mirándola desde aquella posición. Se había quitado la camisa, pero seguía llevando los pantalones de lino, y Paula lo quería todo de él. Quería conocerlo como él la estaba descubriendo a ella.


—¿Dejarás que te corresponda? —preguntó.


La sonrisa de él se agrandó.


—Por supuesto —contestó.


Paula relajó las piernas con aquella promesa, pero no lo bastante para el placer de Pedro. Éste cambió de postura entre sus piernas y las abrió más, separándolas con sus anchos hombros. Cuando vio el tesoro que ocultaban, prácticamente perdió el control. Pero se echó atrás, consciente de que la primera vez para ella iba a ser importante. Sopló los suaves rizos, sonriendo cuando ella levantó las caderas, como si se ofreciera a él.


—Eso es, mi amor —le dijo un momento antes de tocarla con la boca. Cogió sus caderas cuando Paula intentó apartarse. No iba a permitirlo. Había llegado hasta ahí, no iba a aguantarse más. Le sujetó las caderas con las manos mientras su boca se daba un festín con el cuerpo de Paula, oliendo su aroma femenino y viendo con un deseo casi doloroso cómo llegaba al clímax ante sus ojos. Quería más, pero volvió a subir por su cuerpo, buscando de nuevo los puntos maravillosos y femeninos que ya había amado.


Pedro se levantó y se quitó los pantalones antes de ponerse protección. Cuando volvió sobre ella, Paula estaba abriendo los ojos y la miró mientras volvía a situarse entre sus piernas.


—Agárrate a mí, Paula —le dijo. Cuando las manos de ella revolotearon hacia sus hombros anchos, Pedro apretó la mandíbula y se introdujo en su sexo. Despacio, mirándola a los ojos y a la boca, disfrutando tanto de la tensión de su cuerpo como del suave «¡oh!» de sorpresa cuando se introdujo del todo en su interior. Cuando sintió su resistencia, se detuvo, anonadado al descubrir que era virgen, ¡o lo había sido!


Pero antes de que pudiera siquiera procesar esa información, los ojos verdes de Paula se abrieron de par en par y le sonrió. Su mirada era de algo más que sorpresa. Si la leía correctamente, era entusiasmo y excitación lo que había en esas profundidades verdes.


—¿Estás bien? —preguntó, solo para asegurarse.


—Mejor que bien —le dio, levantando las piernas para que lo rodearan, llevándolo más profundamente en su cuerpo. Pedro apoyó la frente en su hombro en un esfuerzo por recobrar el control de su cuerpo. Tenía que hacerlo bien por ella.


Se movió lentamente, observando el rostro de Paula, sintiendo que su cuerpo se contraía alrededor de él. No podía creerse lo increíble que se sentía. Nunca antes nada se había sentido tan perfecto, pero había sabido instintivamente que sería así con Paula. Simplemente tenía algo que le llegaba, que le decía que era perfecta para él.


—Relájate, amor —le dijo. Y después lo dijo en francés, después en ruso, mientras observaba su cuerpo arqueándose en el suyo con cada palabra. Le dijo más palabras de pasión al oído, mordiéndole el lóbulo. Con el más simple roce, el cuerpo de Paula volvió a llegar al clímax y Pedro siguió embistiendo una y otra vez, intentando hacer que la experiencia fuera tan perfecta como pudiera para ella.


Pero al final, no pudo aguantarse más y perdió el control. 


Penetró su carne tierna, casi abrumado por el orgasmo.


Cuando pudo volver a abrir los ojos, la miró, preocupado de haberla hecho daño al perder el control, pero todo lo que pudo observar a través de sus ojos borrosos fue la sonrisa de Paula. Sintió su suspiro en el pecho.


Al acercarla más a él, se tumbó de espaldas para que pudiera acurrucarse a su lado, y se confirmaron todas sus sospechas. Era perfecta.


Se metió al baño y volvió unos instantes después, apagó las luces y le sirvió más champán. Pero ya estaba dormida y la miró con una sensación de idoneidad cada vez mayor. 


Cuando la mano de ella lo buscó, echó la cabeza atrás, terminó el espumoso antes de volver a dejar la copa en la mesilla de noche y se metió en la cama con ella.


Creía que le iba a costar mucho tiempo dormirse, sobre todo con las suaves curvas de Paula presionándole el costado. Pero se quedó dormido en un instante, relajándose y excitándose con su suave respiración sobre el pecho.





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