lunes, 18 de julio de 2016

CAPITULO 14: (TERCERA PARTE)





Paula acababa de ponerse el bikini y unos pantalones cortos cuando oyó un golpe en la puerta.


Sabía que era Pedro y miró fijamente a la puerta, como si fuera una especie de animal salvaje que estuviera a punto de atacarla.


—Abre la puerta, Paula —llamó su voz grave.


Paula se quedó sin respiración y se puso en pie, agarrando su bolsa con la mano. No estaba segura de qué hacer; la idea de abrir la puerta la aterrorizaba, después de los sueños que había tenido, protagonizados por los dos en toda clase de posturas sorprendentes. También tenía miedo de no abrir la puerta, de no verlo en todo el día. No estaba segura de cuál sería peor.


Al final, sabía que no podía quedarse en la habitación todo el día. Y él tampoco lo permitiría. Sólo pensarlo ya era una idea estúpida, así que se acercó a la puerta estirando los hombros y negándose a tenerle miedo. Aquella era su no-luna-de-miel. ¡No iba a permitir que se la secuestrara!


—No puedes…


Lo que fuera a decir fue interrumpido cuando entró en su habitación y la estrechó entre sus brazos.


Aquel beso no fue dulce o vacilante. La tomó en sus brazos, con una mano en su nuca mientras su boca la devoraba. 


Dejó caer la bolsa para tener las manos libres para tocarlo, para agarrarse a él y para acercarse más a su cuerpo duro. Ni siquiera tenía miedo de que aquella parte dura presionara contra su vientre esa vez. Lo único que sabía era que tenía que devolverle el beso, sentir tanto como pudiera de él.


Cuando Pedro alzó la cabeza, tenía los ojos ardientes.


—Es un buen comienzo para mis planes de hoy —murmuró.


Paula se percató de que sus manos se estaban aferrando a los bíceps voluminosos de Pedro y quitó las manos de encima de él.


—Voy a desayunar —dijo cogiendo su bolsa y salió de la habitación.


Sabía que estaba detrás de ella, pero no sabía qué hacer al respecto. Así que fingió ignorarlo mientras llenaba su plato de fruta y se sentaba.


—Gracias —dijo al camarero que llegó de inmediato con un café. Suspiró cuando el hombre sirvió una segunda taza, sospechando que ahora todo el personal sabía que estaba conectada con su jefe.


Cuando Pedro se sentó, tenía dos platos. Uno estaba lleno de huevos, fruta y alguna clase interesante de carne a la plancha. El otro solo tenía huevos.


—¿Dos platos? —preguntó, dando un trago a su café 
mientras pinchaba un trozo de piña con el tenedor.


—Este es para ti —explicó acercándole los huevos—. Vas a necesitar proteína para lo que tengo planeado para hoy.


Miró los huevos y sacudió la cabeza.


—Voy a sentarme en la playa a leer un libro. No necesito proteínas para eso.


Pedro sacudió la cabeza.


—Hoy vas a explorar cascadas conmigo. Y a saltar en lagunas.


A pesar de su decisión de no seguir cayendo bajo el embrujo de Pedro, se sintió intrigada.


—¿Qué quieres decir? —preguntó inclinándose ligeramente hacia delante.


Pedro dio otro empujoncito al plato.


—Termínate los huevos y te doy más detalles.


Paula se sintió manipulada, pero sentía demasiada curiosidad como para ignorarlo. De modo que tiró del plato y se obligó a comer los huevos. Estaban deliciosos y, combinados con la fruta fresca, le dieron mucha energía. Pero solo pudo comerse la mitad de la porción que le había traído.


—Estoy llena —dijo finalmente apartando el plato. Levantó la taza de café y la sostuvo delante de sí con las dos manos como si así pudiera guardarse de su atractivo.


Intentó fingir indiferencia, pero las palabras «cascadas» y «lagunas» la habían dejado intrigada.


—¿Dónde está la cascada? —preguntó.


Pedro se limpió la boca y empujó su propio plato, completamente vacío. Estaba sorprendida de lo mucho que podía comer ese hombre, aunque no tenía ni un ápice de grasa en ese increíble cuerpo, de modo que no podía criticarlo.


—Las cascadas de Damajagua —le dijo—. Te demostrarán cuánto puedes confiar en mí además de darte una idea de tu propia fuerza.


A Paula no le gustó cómo sonaba aquello.


—La parte de la catarata suena intrigante, pero lo de la confianza y mi propia fuerza… No sé si me fío de eso. Sé que soy una persona fuerte.


Pedro negó con la cabeza.


—Vamos a revisar tus razones para no querer tener una relación conmigo. Primero, no crees que soy buena persona, pero no quieres decirme quién te ha advertido. Ayer te demostré que no soy mala persona. Puedes no estar de acuerdo con la manera en que trato a mis empleados, pero no abuso de ellos y les pago bien. Así que eso no debería ser un problema. Ya hemos descartado el asunto de tu compromiso roto. El tercer y último problema, hasta donde yo veo, es que tienes que confiar en mí. Esta excursión hará dos cosas. Te va a demostrar que puedes confiar en mí y te va a dar más cosas que has hecho que tus hermanas, no. Así que te ayudará a conocerme mejor y a confiar en mí. Hasta donde yo veo, la única manera en que puedes ser distinta a tus hermanas, puesto que trabajáis juntas, os parecéis y obviamente tenéis gustos similares en cuanto a los hombres, es hacer cosas que ellas no han hecho todavía. Sé una líder en lugar de ser una seguidora y tu problema está resuelto. —Dio un trago a su café y la observó atentamente—. ¿Alguna pregunta? —observó.


Paula se quedó tan atónita por sus comentarios que no estaba muy segura de qué decir. Tenía razón.


Se parecía a sus hermanas, de modo que cambiar su apariencia no era una opción. Podía cortarse el pelo, pero eso era todo lo que podía hacer para verse distinta a Paola y Patricia. De modo que tenía razón. Lo mejor que podía hacer era alcanzar distintas metas en la vida. Actividades, excursiones, cosas que pudiera hacer por su cuenta.


Subió la mirada hacia él y pensó en lo amable que había sido con ella el día anterior. Pero amable era peligroso.


Sacudió la cabeza.


—Puedo ir a las cataratas por mi cuenta.


—No conocerás el camino —le dijo. Paula se dio cuenta de la pequeña floritura de sus labios.


«Odio esa sonrisilla», pensó. «Desearía poder… besársela y borrársela de la boca».


—Después de las cataratas, te llevaré a Hoyo Azul y te enseñaré la flora y fauna de la región. Es bastante espectacular. Sobre todo cuando llegas a la cima del camino: puedes mirar hacia abajo desde los acantilados y ver una laguna azul. —Se inclinó hacia delante—. Seguro que tu miedo de lo que nos hacemos mutuamente no puede ser más fuerte que el deseo de ver todas esas vistas tan interesantes. Y después de ayer, creo que te he demostrado que soy bastante buen guía turístico. —Dejó que se lo
pensara un momento—. Solo piénsate en volver a tus hermanas y agasajarlas con todas las cosas diferentes que habrás hecho en tu —hizo una pausa—, ¿cómo la has llamado? ¿En tu no-luna-de-miel? — bromeó.


Paula suspiró.


—Son lugares públicos, ¿verdad? —preguntó haciendo caso omiso de su comentario durante un largo momento. Tenía razón: era un guía turístico fabuloso y le encantaría ver aquellos sitios, no solo porque quería contarles a sus hermanas lo que había hecho y tener experiencias independientes de todo lo que hacían juntas, sino también porque visitar aquellos lugares sería encantador.


Odiaba que tuviera razón.




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